Belén Gopegui, la escritora con una literatura fuertemente crítica al sistema de producción actual, no se va del momento que estamos viviendo, quiere discutir el terreno y la fuerza al poder establecido, y descubrir sus contradicciones, sumar, sumar, y sumar fuerzas en el mismísimo estómago de la bestia y contra ella. Belén Gopegui quiere que […]
Belén Gopegui, la escritora con una literatura fuertemente crítica al sistema de producción actual, no se va del momento que estamos viviendo, quiere discutir el terreno y la fuerza al poder establecido, y descubrir sus contradicciones, sumar, sumar, y sumar fuerzas en el mismísimo estómago de la bestia y contra ella. Belén Gopegui quiere que los lectores nos metamos en las heridas que le inflinge como una astilla y las hagamos cada vez mayores, más grandes, más profundas, hasta que…
Su obra compuesta de novelas como «La escala de los mapas», «Tocarnos la cara», «La conquista del aire», «El lado frío de la almohada», «El padre de Blancanieves», «Deseo de ser punk», o ésta recientemente publicada «Acceso no autorizado», y ensayos como «Un pistoletazo en medio de un concierto», entre otros, hacen sobresalir a Belén Gopegui de manera evidente como escritora por su riqueza de lenguaje, su construcción literaria, su capacidad de análisis de los conflictos que expone, su visión de conjunto y estratégica,… con lo que sus novelas trascienden, perduran. Belén Gopegui con su obra ha roto el muro, otro más del poder que nos quiere atados y bien atados, con el que tratan de quitar de nuestra vista la literatura que habla de nosotros, de nuestras contradicciones, y nos rebela la conciencia, ese despertar activo que no producirá nunca la correa de trasmisión novelística y periodística de la gran burguesía.
Belén Gopegui advirtió en el prólogo que escribió a su novela «La conquista del aire» sobre el carácter capitalista del tiempo en que vivimos, la función que ejercen los escritores, y, los intereses que los animan, recordándonos a los lectores el papel de jueces. Y así, jueces, primeros críticos, nos enfrentamos a la construcción literaria interactiva que es «Acceso no autorizado», una novela como un alternador de corriente: usted lee y transforma la intensidad de su pensamiento en capacidad de discutir el presente. Si Einstein decía que es más difícil partir un átomo que una idea preconcebida, aquí pueden hacer la prueba quienes entregan su cerebro a siglas y gentes de cargo institucional, y verán «cómo lo sólido se disuelve en el aire», son palabras de Carlos Marx.
La novela plantea las contradicciones que a la vicepresidenta del gobierno de zapatero se le crean ante las contrarreformas puestas en marcha. Las contradicciones empiezan a brotarle cuando un hacker entra en su ordenador, lo que de por si lleva un problema que se hará presente en la lectura: el dominio sobre nosotros de ejércitos empresariales que utilizan la informática para el control social, bajo la capa de prestar un servicio. A través de las diferentes contradicciones la confianza del personaje en la acción gubernamental se resquebraja, y ante sus ojos, conforme habla con el presidente sobre esas contradicciones, se va cayendo el telón que quitaba de la vista el profundo daño social de las acciones implantadas, entre las que resalta la entrega a los bancos de los bienes del Estado. El hasta entonces ignorado peligro de censura, o castigo en cualquier nivel social o institucional, irrumpe, y hace palpitar más la herida, descubriendo, como un personaje extraño a lo que dice la propaganda, al responsable gubernamental máximo:
» – Estaba equivocada. No puedes dimitir. Puedes no presentarte en las próximas elecciones, pero para irse hay que tener una razón.
-¿Y quién me obliga a quedarme?
– Te lo he dicho: no tienes un motivo para dimitir. No es verdad que estés haciendo ahora, debido a la crisis, una política alejada de tu ideología. No tienes ideología. El buen talante, los derechos civiles a los que llamamos sociales, etcétera: son barniz, aderezos.
– A algunas personas les va la vida en lo que tú llamas aderezos.
– Yo también he dicho esas palabras. Algunas personas serán más felices gracias a tus aderezos, de los que te desprendes con prisa en cuanto te sientes atacado, véase Igualdad. Pero no se trata de algunas personas. Se trata de para quiénes gobernamos, y para qué. La ideología es eso. A tí y a mí, y a Felipe y los demás, nos dieron las respuestas y las aceptamos.
– Me alegro (le dice Zapatero) que hayas tenido esta caída del caballo justo ahora que te vas del poder. … Anunciaré tu destitución mañana…»
Locutores e interlocutores, es una novela fundamentalmente dialogada, van abriéndose paso en la espesura y ocultación política de individuos corruptos por si mismos que habitan bajo el manto del amo. Su lenguaje en ocasiones se hace enormemente preciso para que el lector solo vea lo que sucede ahí y en ese momento, para lo que lo limpia de retórica como una fuerza que no debe maquillarse. La acción transcurre en cuatro meses, y se nos advierte con una metáfora de lo difícil que nos puede resultar ver lo que hay más allá de donde estamos, ver en profundidad. Para ejemplificar esa falta de visión, al comienzo nos sitúa en un espacio urbano y en horas sumergidas en la oscuridad moderna, pero compuesta de verdaderos muros, casas y casas, como pequeñas celdas, habitadas y sin contacto entre unas y otras, y una oscuridad que no deja ver nada de lo que hay poco más allá. Eso podrá verse y saberse con el paso del tiempo, cuando amanezca, nuestros ojos verán.
Belén Gopegui pone sobre la mesa a la tecnología, y muestra sus bondades, bondades que llevan incrustada la vigilancia policial sobre la población, el control de teléfonos e internet al margen de la Ley, sobre todo en periodos de movilización social, y recuerda lo ocurrideo en Atenas en el 2004, ejemplo a tener en cuenta pensando en la toma de las plazas y las calles por los trabajadores durante los últimos meses en el Estado español, lo que conlleva su rápida concienciación social como grupo y su desprecio por quienes disponen del gobierno y por quienes hacen ostentación de ser los próximos. Los personajes se plantean problemas reales, que están en la calle, y también, como en la calle, surgen voces que pretenden un lenguaje cuidado y moldeado en ámbitos contrarios a los sociales, cuidado que en la calle es indicador de desconocimiento, de sumisión, de miedo, y de otras tantas actitudes llenas de matices que finalmente preservan la norma que nos ha hecho callar y nos ha llevado a la situación actual, y en la novela se da una respuesta a tener en cuenta cuando se nos dice:
» – Pero eso es provocar.
-Eso es enseñar. Marcar el territorio. Si cedes te acorralan.
– Soy demasiado precavido -se disculpaba él.
– Yo creo que nadie es nada. O que son programas abiertos, los hechos nos van cambiando.»
Entretanto, bancarización de las cajas, sobreprecios, mercadeo de los mínimos sociales, y la inversión en el lenguaje, o mejor la perversión del lenguaje, la retórica vacía de quien es responsable público. Se abre paso la libertad para los fraudulentos, a la que acompaña la violencia física, la del atentado contra quien duda, y comienza a través de personas interpuestas, los riesgos de mirar a los derechos elementales que nos pertenecen, la represión venida desde la oscuridad de la noche del Estado capitalista: la primera injusticia contiene más injusticia.
Si en la novela de Belén Gopegui cuentan los hechos, en la realidad también, pero además en la realidad hay que esforzarse para que no se olvide o no se tome como una ficción más. Esos hechos causantes de las desgracias sociales son responsabilidad de quienes los disponen, de quienes los organizan, de quienes ponen en marcha el terror desde el Estado contra los que piden igualdad, y en la novela el espectro del terror se asoma, dejando en esa oscuridad antes señalada la responsabilidad, pero el lector no puede saltar por encima, los hechos son comprobables, las responsabilidades son detectables, y su padre, como poco, es detestable. Pero la novela es ficción. Hay un punto común entre realidad y ficción, es la verosimilitud, la verosimilitud de la ficción nos debe llevar a la realidad, y aquí espera la racionalidad para ser crítica. Con el conflicto planteado con las nuevas tecnologías aparece el de la conciencia ante los bienes de la mayoría social, queda la pregunta de cuánto es el derecho y el respeto que se conserva a los trabajadores y a quién hay que señalar en esta batalla; es preciso saber, y es preciso formar colectivo, y para saber en torno a qué, permítame parafrasear a un personaje de la novela: puede decirse que lo común, lo público, será aquello donde el respeto tiene su origen.
Título: Acceso no autorizado.
Autora: Belén Gopegui.
Editorial: Mondadori.
Ramón Pedregal Casanova es autor de «Siete Novelas de la Memoria Histórica. Posfacios». Edita Fundación Domingo Malagón y Asociación Foro por la Memoria (asociacion.foroporlamemoria@
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.