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Ecos de una película en días de coronavirus

Cuando el destino nos alcance

Fuentes: Rebelión

Cojo el coche y me desplazo a Donostia a donar sangre. El día anterior había hecho una consulta telefónica con la Ertzaintza para saber qué requisitos eran necesarios para el desplazamiento. “Carnet de donante para ir y justificante de donación para el regreso”. Contestación escueta, correcta.

Las carreteras están prácticamente vacías. Si no fuera por la preocupación por el futuro que, poco a poco a todos nos va envolviendo, diría que está siendo un trayecto tranquilo, agradable. Al igual que el tráfico, durante la conducción, los pensamientos van aflorando sin prisas y sin aglomeraciones, uno a uno, sin estorbarse.

Ya en el centro de donación de la calle Manuel Lekuona, como siempre, amabilidad y trato exquisito. Entablo conversación con la doctora que realiza la entrevista y que mide algunos parámetros. Vuelvo a tener la sensación de que en estos días de tanta teoría descabellada y de tanto “experto” que dice que esto no deja de ser una una gripe más, sólo la gente que está activa en contextos relacionados con la salud, sabe lo que ocurre realmente y , es sobre todo el personal de las UCI, quien puede hablar con conocimiento de causa. Personal que en muchos casos, para no alarmar en sus hogares, se tragan el estrés y la angustia sin comentar la situación que están viviendo todos los días. En este tema, como en otros, no todas las opiniones valen lo mismo, por mucho que algunos quieran manejar la estadística sin contextualizar adecuadamente.

Es verdad que la gripe común deja todos los años un reguero de fallecidos sin que por ello la sociedad entre en pánico. Es rigurosamente cierto que todos los días, todos los meses y todos los años, mueren en el mundo seres humanos con enfermedades curables, es verdad que la infancia es especialmente golpeada. Todo ello tiene que ver con un orden brutalmente injusto, que enquista unas estructuras de subdesarrollo insoportables y entroniza una economía de mercado con discurso único, en la que, como recordaba Mario Benedetti, cabe todo menos los seres humanos. Hasta ahora, hemos mirado hacia otro lugar. En gran medida, la engrasada maquinaria ideológica del entretenimiento facilitaba esa postura del “no me quiero enterar”.

Sin embargo, el Covid-19 tiene un impacto práctico que lo hace cualitativamente diferente a la gripe que todos conocemos, al margen de la mortalidad que ésta causa todos los años: el Covid-19 tumba los sistemas sanitarios, los colapsa de tal manera que un ciudadano del llamado mundo desarrollado va a estar abocado a padecer la misma impotencia ante la muerte y el sufrimiento que un ciudadano del Tercer Mundo.

El Covid-19 nos coloca delante de un espejo, nos devuelve nuestra propia imagen, y esta tiene mucho que ver con el no ser conscientes de cómo se llama el problema y de qué lugar hemos ocupado hasta ahora en un engranaje perverso.

En estos momentos, ya no hay lugar adonde huir, ni espiritualidad clásica o newage que nos pueda consolar en profundidad. Estaremos obligados a pensarnos de otra manera y a valorar el conflicto como algo que puede ir preñado de proyectos.

De regreso, después de cruzar el peaje de Zarautz, un control de la Hertzantza va parando los coches uno a uno. El pensamiento se me va a aquella película del año 1973, que protagonizaban Charlton Heston y el gran Edward G. Robinson: Cuando el destino nos alcance. Una distopía, en la que una élite que ocupa el poder, consume los únicos productos que una naturaleza exhausta y maltratada es capaz de dar. El resto de la población, empobrecida y confinada, consume una especie de galletas, cuyo origen incierto, sólo el final de la película desvelará de forma patética.

La cola de coches va lentamente avanzando. Dos vehículos delante de mi, está parado un coche fúnebre. Como si de una metáfora se tratase, el hertzaina le da paso sin preguntar nada.

Depende de nosotros y de lo que hagamos, introducir en el féretro nuestro futuro o, empezar a introducir en él, un modelo económico inmoral, que ha demostrado una capacidad ilimitada de sembrar el caos y la desdicha, pero también, una capacidad notable de reproducirse una y otra vez.

Un buen destino, en estricta lógica histórica, debe de ser peleado. Eludir el conflicto puede ser fatal.