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Cuando florezcan las amapolas

Fuentes: Rebelión

Cuando florezcan las amapolas diremos que la historia de esa finca resume un siglo. De los indios pobres a los mercaderes, de los mercaderes a los terratenientes, de los terratenientes a los narcotraficantes. Uno podría conjeturar que ahí cabe nuestra historia patria completa. La segunda orden de captura que se expidió en contra de Gilberto […]

Cuando florezcan las amapolas diremos que la historia de esa finca resume un siglo. De los indios pobres a los mercaderes, de los mercaderes a los terratenientes, de los terratenientes a los narcotraficantes. Uno podría conjeturar que ahí cabe nuestra historia patria completa.

La segunda orden de captura que se expidió en contra de Gilberto Rodríguez Orejuela, el 30 de noviembre de 1993, se hizo fundada en el allanamiento de una finca en las montañas del Cauca; en 1989 había comenzado el proceso de extinción de dominio del predio Los Remedios, un terreno de ganadería lechera con poco más de 100 hectáreas no lejos del casco urbano de Silvia. La finca, que figuraba a nombre de Ana Dolores Ávila Mondragrón, suegra de Gilberto Rodríguez Orejuela, tenía unos lujos que uno podría tomar por rarezas en aquellas soledades: la rodeaba un jardín empedrado de bonita decoración, varios kioscos y canchas multipropósito. Afuera había una piscina que se usaba poco debido al clima frío de la cordillera, adentro una chimenea que se usaba mucho por lo mismo. Aún hoy la mansión conserva los diseños en madera fina de las puertas y closets, acabados ruinosos que en otro tiempo fueron bellos. Aunque la cocina fue equipada con implementos de los años ochenta, nada tiene que envidiarle a los chalets modernos; no obstante, los indígenas kisgüeños que ocuparon estos terrenos prefieren cocinar en un rincón donde improvisaron su fogón de leña junto a una paila del tamaño de una tortuga galápago a la que le caben raciones para un centenar de personas. «Cocinar es una manera de amar a los demás», escribió alguien sobre la pared en letras disparejas.

La casa denota el paso de los años. Los nuevos moradores le pintaron letreros en lengua misak. Allí pusieron a funcionar una escuela de la comunidad de indígenas Kisgó, quienes tomaron los terrenos a la fuerza en el 2005 con apoyo del Cabildo Indígena de Guambía. En Silvia la gente suele comentar, entre la certidumbre y la leyenda, que esta mansión fue escenario de conciertos del Grupo Niche en parrandas que se prolongaban semanas; que los Rodríguez Orejuela atarugados con sus excesos mandaron a construir acá un serpentario; que cuando los hermanos mafiosos fueron capturados, en 1995, un mayordomo derribó paredes, rompió tuberías, socavó pisos, buscando un supuesto tesoro que jamás halló; que Gilberto -el capo de capos del Cartel de Cali- le tenía cariño al chalet porque quedaba lejos de todo, en una tierra de nadie, donde no lo molestaban. La gente suele comentar, también entre la certidumbre y la leyenda, que fueron ellos, «los caleños», como les dicen por acá, quienes introdujeron el negocio de la amapola al territorio guambiano.

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