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Cuando la «calle árabe» sirve de modelo al norte

Fuentes: Le Monde

Traducido para Rebelión por Susana Merino

A partir de Túnez, la extraordinaria sorpresa que ha impactado en la ribera sur del Mediterráneo no es tan simple como a primera vista pareciera. No surgió, evidentemente, de Iraq. Invadido por el ejército estadounidense en el 2003 con el pretexto de derrocar a un tirano e instalar una democracia, Iraq ha conocido, por el contrario una situación ultrajante en su vida comunitaria y en su etnicismo, con una pauperización más grave aún que la que padeciera durante trece años por el implacable embargo económico de las Naciones Unidas sobre su desdichado pueblo.

La sorpresa tampoco vino del Líbano, en donde la «revolución del cedro» de 2005 apoyada por occidente no sirvió más que para agravar su situación comunitaria y sus disensiones internas. Una comisión investigadora internacional sobre el asesinato de Rafiq Hariri y, posteriormente, la conformación de un Tribunal internacional para el Líbano no hicieron sino generar más problemas entre las dos grandes comunidades musulmanas del país (sunita y chiita) y agravar los conflictos internos.

Tampoco fueron los «dolores del parto« del nacimiento del nuevo Medio Oriente de George Bush, el gran ataque israelí del 2006 en el sur del país destinado a erradicar a Hizbollah, según los escandalosos términos empleados en esa época por su Secretaria de Estado, Condoleezza Rice. En síntesis, todos los intentos de imponer la democracia desde el exterior no han tenido otro efecto que el de agravar las inestabilidades y las tensiones en la región.

Sin embargo, es en Túnez donde un pobre tunecino, social y económicamente desesperado, se inmola prendiéndose fuego y desencadena una ola de protestas populares que sacuden el sur del Mediterráneo. Las inmolaciones mediante el fuego se multiplican.

Es necesario identificar en esta ola la alquimia que provocó el éxito: fuertes reivindicaciones de equidad social y económica acopladas a la aspiración de libertad política y de alternancia en el ejercicio del poder. Apoyar solo las reivindicaciones políticas que manifiestan las clases medias y olvidar las de la justicia y de la equidad socio-económica que plantean las clases más desfavorecidas conducirá a graves desilusiones. Pues bien, el sistema que ha llevado a la desesperación social es ciertamente el de las «cleptocracias«, que vinculan los poderes locales a las oligarquías de los negocios que ellos engendran a través de las grandes empresas europeas o de poderosos grupos financieros árabes originarios de los países exportadores de petróleo. Es el mismo sistema que ha alimentado el crecimiento de las corrientes islamistas contestatarias.

La ola de neoliberalismo impuesta a los Estados del sur del Mediterráneo desde hace treinta años posibilitó la formación de las oligarquías locales. La forma en la que se hicieron las privatizaciones jugó un importante papel en esa evolución, así como también las temibles especulaciones financieras y el desarrollo de los sistemas bancarios, financieros y bursátiles que solo benefician a esa nueva oligarquía de los negocios. Numerosos observadores, sin embargo, han considerado ingenuamente que esos nuevos empresarios serían el motor de un dinamismo económico innovador y creador de empleos que impulsaría la emergencia de una democracia liberal.

La realidad es absolutamente diferente. La retirada del Estado de la economía y la fuerte reducción de inversiones públicas destinadas a asegurar el equilibrio presupuestario no se vieron compensados por un aumento de las inversiones privadas. Se suponía que estas últimas generarían nuevos empleos productivos que enfrentasen la pérdida de empleos provocada por los planes neoliberales de ajuste estructural y el aumento de la cantidad de jóvenes que accederían al mercado laboral. El mundo rural ha sido totalmente abandonado y la liberalización comercial ha vuelto más difícil el desarrollo de la agroalimentación y de una industria innovadora creadora de empleos cualificados.

Frente a las considerables fortunas que se formaron en estas últimas décadas, el eslogan «el Islam es la solución« se ha lanzado para recordar los valores de ética económica y social que están en su base religiosa. Esos valores se parecen extrañamente a los de la doctrina social de la Iglesia católica. De modo que, si el tema de la equidad y de la justicia económica no son tratados con valentía, es posible que los avances democráticos sigan siendo frágiles, si no fueren hábil o violentamente recuperadas.

Por otra parte, los organismos financieros internacionales, así como la Unión Europea, tienen también cierta responsabilidad. Los programas de ayuda se han dirigido especialmente a operar a un nivel institucional librecambista y no a cambiar la estructura y la forma del funcionamiento de la economía real. Esta última prisionera de su carácter rentístico y «plutocrático« se ha mantenido preocupada por su falta de dinamismo y de innovación.

En todas partes, en este modelo económico ha predominado la oligarquía del dinero, vinculada al poder político reinante, a los poderes europeos y estadounidenses y a ciertas empresas multinacionales. El Líbano se ha convertido en un modelo caricaturesco en el que los intereses financieros y económicos sirven para perpetuar formas alienantes de poder detrás de escandalosos eslogans comunitarios referidos a los «buenos sunitas« opuestos a los «peligrosos chiitas«.

Para que los cambios perduren en el Mediterráneo, para que pueda emerger un conjunto euro-mediterráneo dinámico, competitivo y responsable de la equidad social, ¿no es acaso preciso que la sociedad civil europea siga el ejemplo de lo que los medios han mencionado desdeñosamente hasta ahora como la «calle árabe«? Que ella aumente a su vez el nivel de oposición a la temible oligarquía neoliberal que empobrece a las economías europeas, que no crea suficientes oportunidades de empleo y que cada año precariza a una gran cantidad de europeos de todas las nacionalidades. Esa evolución negativa también se halla orientada a beneficiar a la pequeña capa de «directivos«, cuyas remuneraciones acaparan cada vez más gran parte de la riqueza nacional.

Tanto al norte como al sur del Mediterráneo, esos «directivos« mantienen el poder en su lugar y dominan la escena mediática y cultural. Es necesario pensar en las consecuencias y el futuro no solo de una de los márgenes del Mediterráneo, sino de las dos riberas y de sus multiformes vínculos.

El ejemplo de la orilla sur debería estimular la capacidad de pensar en la orilla norte, en un futuro diferente en común

*Georges Corm, es exministro de finanzas de la República del Líbano

Fuente: http://www.aloufok.net/spip.php?article3496

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