El empresariado chileno comenzó a reclamar la devaluación del signo monetario criollo. Quieren que el peso caiga para que el dólar deje de bajar y sea más caro, a fin de gastar menos en salarios e insumos nacionales para mantener su nivel de ganancias. Todo esto, «en beneficio del país», por supuesto, porque de otro […]
El empresariado chileno comenzó a reclamar la devaluación del signo monetario criollo. Quieren que el peso caiga para que el dólar deje de bajar y sea más caro, a fin de gastar menos en salarios e insumos nacionales para mantener su nivel de ganancias. Todo esto, «en beneficio del país», por supuesto, porque de otro modo –dicen– Chile va derecho a convertirse en una pobre economía monoexportadora de cobre, cuyos precios suben sin cesar en el mercado mundial de meales.
El sacrosanto aforismo de «la mano libre del mercado» ya no tiene vigencia porque está causando daño al país, es decir, a los exportadores, quienes podrían salir para atrás. Esta en riesgo el modelo de sociedad diseñado por el saliente presidente Ricardo Lagos. El sector más influente de los dueños de Chile corre el riesgo de que se reduzca la tasa de enriquecimiento.
Tener una moneda fuerte siempre había sido bueno, pero hoy es «peligroso» porque puede afectar «el desarrollo». Los medios radiales adormecen la mente de su clientela hablando livianamente de los supuestos beneficios de «la revaluación», pero sin aclarar mucho que se trata del dólar, no del peso. El dólar hoy cuesta casi dos tercios del precio de hace dos años.
La culpa se achaca al alto precio del cobre, que esta semana alcanzó el récord de 2,06 dólares por libra, con excelentes beneficios para los dueños de los yacimientos que pertenecen al grupo Luksic y a unas pocas corporaciones extranjeras que no pagan nada por llevárselo, salvo el modesto «royaltie» de 3% establecido con mucho dólor este año, a riesgo de amenazar «el flujo de la inversión extranjera», como alegan políticos-empresarios de la estirpe del ex presidente Eduardo Frei Ruiz Tagle (1994-2000).
La Corporación del Cobre, Codelco, controla hoy algo más del 30% de la gran minería del cobre, que fue «chilenizada» al «fifty fifty» por Eduardo Frei Montalva (1964-1970) –con 51% para el Estado y 49% para las compañías foráneas– y nacionalizado al 100% por Salvador Allende (1970.1973), con la aprobación unánime de senadores y diputados derechistas y demócrata cristianos que al poco tiempo colaborarían para que Pinochet lo derrocara.
Ahora parece que «la mano libre del mercado» fue mal entendida como un dogma. Y muchos creyentes irreprochables están aclarando las cosas. Acaba de incorporarse al clamor por la devaluación el senador democrátacristiano Alejandro Foxley, ex ministro de Hacienda y jefe programático de la presidenciable Michelle Bachelet, quien criticó la flotación libre del dólar de acuerdo a las leyes sagradas de la oferta y la demanda, o sea, no debe dejársele a merced de «la mano libre del mercado».
«El purismo, la ortodoxia del manejo del tipo de cambio a que estamos llegando, existe en pocas partes del mundo», reclamó Foxley. El principal tutor económico de Bachelet se mostró contrario al llamado «ajuste automático» del manejo cambiario que patrocina la autoridad monetaria.
En Chile se aboga por el dólar mientras otros países cambian paulatinamente sus reservas internacionales a euros debido al riesgo que entraña para sus economías depender de una moneda en decadencia internacional. El dólar sobrevive artificialmente, sustentado por las compras de bonos del Tesoro de EEUU que efectúan China, Corea, la India y otros grandes exportadores al mercado estadounidense que tampoco desean una debacle de su cliente, pero al mismo tiempo temen los efectos del déficit monstruoso de la economía del país de George Bush. La base precaria del actual equilibrio económico y financiero mundial, explicada por la artificialidad de la economía estadounidense, lleva a muchos analistas a predecir una crisis sístémica cíclica del capitalismo de mayor envergadura que la de 1929.
Para que suba localmente el dólar, el Banco Central tendría que hacer compras masivas de divisa estadounidense en el mercado cambiario y luego guardarlas en sus bóvedas, donde podrían convertirse en simples papeles viejos. Esto es lo mismo que reclaman otros empresariados exportadores de la América Latina neoliberal, como el de Colombia. Hasta ahora no se conoce otra fórmula para hacer subir el precio local del dólar, pero sólo por un tiempo limitado, porque ningún banco central de país chico puede influir en el valor universal de la moneda estadounidense.
El ministro de Hacienda Nicolás Eyzaguirre no quiere que el Banco Central intervenga el mercado para que el dólar estadounidense no siga bajando de precio. Haría las importaciones más caras para los consumidores de a pie, es decir, los trabajadores, amenazaría la estabilidad de la inflación y elevaría más las tasas de interés, afectando el endeudamiento en moneda extranjera. Los banqueros e industriales que producen para el mercado interno tampoco desean intervenir el dólar, según dijo Hernán Sommerville, presidente de la Confederación de la Producción y el Comercio, ante los 1.200 participantes de la Enade 2005, un gran acto empresarial anual en que estuvieron presentes todos los candidatos presidenciales y el presidente Ricardo Lagos volvió a escuchar halagado nuevos elogios, agradecimientos y felicitaciones.
Los exportadores están enojándose porque así como van las cosas, tendrán un nivel inferior de ganancias en el salmón, las frutas, celulosa y demás «comodities» del «milagro chileno», en general productos primarios exportables de escaso valor agregado y poco generadores de empleo. La mayoría de los salarios de la producción exportable no rebalsan el mínimo legal, en un régimen descontrolado de sobreexplotación, como el que padecen, por ejemplo, las mujeres recolectoras de frutas llamadas temporeras. Un gran secreto del milagro chileno consiste en exportar también mano de obra barata, por razones de «competitividad internacional».