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Cuando la cultura ilumine de nuevo a España, la ignorancia y los reyes saldrán huyendo

Fuentes: La República

A S.C «El público que acuda al Teatro Häagen-Dazs va a tener la posibilidad de degustar nuestras deliciosas recetas en los descansos de cada representación», anuncia el que una vez se llamó Teatro Calderón de Madrid, ahora llamado Teatro Häagen-Dazs. Este cambio de denominación, al igual que otros como el que convirtió al Teatro Rialto […]

A S.C

«El público que acuda al Teatro Häagen-Dazs va a tener la posibilidad de degustar nuestras deliciosas recetas en los descansos de cada representación», anuncia el que una vez se llamó Teatro Calderón de Madrid, ahora llamado Teatro Häagen-Dazs. Este cambio de denominación, al igual que otros como el que convirtió al Teatro Rialto en el Teatro Movistar, muestra el poder creciente – que empieza a rozar lo absoluto – de las marcas comerciales sobre la cultura. Si no lo remediamos no les extrañe asistir en cualquier momento al antiguo Teatro Calderón a una obra en la que Ana Frank fuese una gran aficionada a los helados Häagen-Dazs, o al antiguo Teatro Rialto, a otra en la que, por ejemplo, Romeo tuviese un contrato de empresas Movistar.

Podrá alegar algún lector que la única forma de sobrevivir que tienen esos Teatros es la de venderse a determinadas marcas comerciales. Eso es el equivalente a decir que la sanidad pública, o la educación pública son deficientes y por eso es necesario que la iniciativa privada vengan al rescate. Una gran mentira. Y este es el gran problema, los espacios públicos y los espacios culturales son abandonados y ahogados, mientras se los presenta como poco eficientes y se nos muestran a las grandes marcas comerciales, incluso a las entidades bancarias, como generosas salvadoras de la cultura y a ellas debemos agradecerles la permanencia de estos espacios. ¿Se imaginan un libro de texto de alguno de sus hijos o hermanos patrocinado, por ejemplo, por el Banco de Santander, o por Coca-Cola? Quizá suene descabellado, pero denles tiempo. Su voracidad no tiene límites y el colaboracionismo de los poderes públicos tampoco.

El sistema, evidentemente, no tiene creados los mecanismos para frenar esta invasión de lo comercial sobre lo cultural. Es un sistema diseñado para fabricar consumidores, y no para construir hombres y mujeres cultos, dueños de su propio destino. Por eso, antes que nada, hace falta una auténtica Revolución Cultural en nuestro país, un zarpazo social que grite que una sociedad inculta nunca puede ser libre, y que la conquista paso a paso de nuestros espacios culturales por parte de las marcas comerciales no es más que una herida más en el ya magullado cuerpo del intelecto colectivo y una cadena más que le aprisiona.

Nuestro país vive una auténtica involución cultural en la que las grandes masas caminan, generación tras generación, hacia la oscuridad, con una educación pública cada vez más deficiente, y una cultura mercantilizada, mientras se consolida una oligarquía económica y política que se aleja día a día del pueblo. No se aleja de sus aspiraciones, sino que las elimina. No se aleja de sus necesidades, sino que se las crea. Preparando a millones de personas para la obediencia y para el consumo, y anulando casi por completo su espíritu crítico.

Solo la luz de la cultura es la esperanza, como en aquel oscuro tiempo en el que iluminó a una generación de hombres y mujeres que hicieron que España viviese los años más lúcidos de su historia. Y es que cuando la cultura ilumine de nuevo a España, la ignorancia y los reyes saldrán huyendo, otra vez

Javier Parra

A S.C

«El público que acuda al Teatro Häagen-Dazs va a tener la posibilidad de degustar nuestras deliciosas recetas en los descansos de cada representación», anuncia el que una vez se llamó Teatro Calderón de Madrid, ahora llamado Teatro Häagen-Dazs. Este cambio de denominación, al igual que otros como el que convirtió al Teatro Rialto en el Teatro Movistar, muestra el poder creciente – que empieza a rozar lo absoluto – de las marcas comerciales sobre la cultura. Si no lo remediamos no les extrañe asistir en cualquier momento al antiguo Teatro Calderón a una obra en la que Ana Frank fuese una gran aficionada a los helados Häagen-Dazs, o al antiguo Teatro Rialto, a otra en la que, por ejemplo, Romeo tuviese un contrato de empresas Movistar.

Podrá alegar algún lector que la única forma de sobrevivir que tienen esos Teatros es la de venderse a determinadas marcas comerciales. Eso es el equivalente a decir que la sanidad pública, o la educación pública son deficientes y por eso es necesario que la iniciativa privada vengan al rescate. Una gran mentira. Y este es el gran problema, los espacios públicos y los espacios culturales son abandonados y ahogados, mientras se los presenta como poco eficientes y se nos muestran a las grandes marcas comerciales, incluso a las entidades bancarias, como generosas salvadoras de la cultura y a ellas debemos agradecerles la permanencia de estos espacios. ¿Se imaginan un libro de texto de alguno de sus hijos o hermanos patrocinado, por ejemplo, por el Banco de Santander, o por Coca-Cola? Quizá suene descabellado, pero denles tiempo. Su voracidad no tiene límites y el colaboracionismo de los poderes públicos tampoco.

El sistema, evidentemente, no tiene creados los mecanismos para frenar esta invasión de lo comercial sobre lo cultural. Es un sistema diseñado para fabricar consumidores, y no para construir hombres y mujeres cultos, dueños de su propio destino. Por eso, antes que nada, hace falta una auténtica Revolución Cultural en nuestro país, un zarpazo social que grite que una sociedad inculta nunca puede ser libre, y que la conquista paso a paso de nuestros espacios culturales por parte de las marcas comerciales no es más que una herida más en el ya magullado cuerpo del intelecto colectivo y una cadena más que le aprisiona.

Nuestro país vive una auténtica involución cultural en la que las grandes masas caminan, generación tras generación, hacia la oscuridad, con una educación pública cada vez más deficiente, y una cultura mercantilizada, mientras se consolida una oligarquía económica y política que se aleja día a día del pueblo. No se aleja de sus aspiraciones, sino que las elimina. No se aleja de sus necesidades, sino que se las crea. Preparando a millones de personas para la obediencia y para el consumo, y anulando casi por completo su espíritu crítico.

Solo la luz de la cultura es la esperanza, como en aquel oscuro tiempo en el que iluminó a una generación de hombres y mujeres que hicieron que España viviese los años más lúcidos de su historia. Y es que cuando la cultura ilumine de nuevo a España, la ignorancia y los reyes saldrán huyendo, otra vez.

http://www.larepublica.es/spip.php?article12501