Es bien conocido que la historia la escriben habitualmente los vencedores. Textos históricos propiamente dichos y numerosos artículos en los medios de comunicación rebosan sutiles o explícitas manipulaciones de la realidad, bien por acción o bien por omisión. Prácticamente siempre a favor de los vencedores, que a nivel internacional y desde la segunda guerra mundial, […]
Es bien conocido que la historia la escriben habitualmente los vencedores. Textos históricos propiamente dichos y numerosos artículos en los medios de comunicación rebosan sutiles o explícitas manipulaciones de la realidad, bien por acción o bien por omisión. Prácticamente siempre a favor de los vencedores, que a nivel internacional y desde la segunda guerra mundial, pero aún más desde el final de la guerra fría, significa referirnos a los Estados Unidos (EEUU) y sus aliados, países que hoy dominan buena parte de las grandes empresas mundiales de la comunicación.
Una primera muestra de la falta de neutralidad la podemos observar en relación a la segunda guerra mundial. Nadie o casi nadie se atrevería ahora mismo a dudar de la existencia del holocausto, la llamada endlösungun (solución final) en alemán o shoah en hebreo, un crimen sin precedentes por parte de la Alemania nazi contra el pueblo judío y otras minorías y disidentes políticos (comunistas, homosexuales, gitanos…), sin duda el genocidio más grande del siglo XX y que, como es lógico, ocupa miles de páginas en los libros de historia. Pero, al mismo tiempo, se ignoran o se prefieren olvidar los crímenes de guerra del bando aliado, como los terribles bombardeos de la aviación estadounidense y británica contra la población civil de Dresde (Alemania) al final de la segunda guerra mundial. O, infinitamente más graves, los bombardeos nucleares de Hiroshima y Nagasaki, que algunos historiadores consideran como un inevitable mal menor, en vez de calificarlo como lo que realmente fueron, otro más entre los mayores genocidios de la historia. Los nombres de Auschwitz, Mauthausen, Hiroshima o Nagasaki son todos por igual una gigantesca vergüenza para la humanidad.
El final de la segunda guerra mundial también supuso la división de Corea. Por un lado, el régimen estalinista de Corea del Norte, con Kim il Sung y sus sucesores, desde entonces uno de los principales enemigos de los Estados Unidos. Por otra parte, Corea del Sur, firme aliada de EEUU, que padeció también una despótica dictadura bajo el régimen de los generales Park Chung-hee (1961-1979) y Chun Doo-hwan (1980-1987), evidentemente mucho menos conocida que la de los vecinos del Norte.
También en su día se habló mucho de la guerra de Vietnam de 1955 a 1975. Pero nunca se denunciaron suficientemente matanzas como la de My Lay, donde las tropas de los Estados Unidos asesinaron en 1968 a un número entre 350 y 500 personas, entre ellas numerosos niños y ancianos. Sin olvidar la utilización, por parte de sus tropas, de armas de destrucción masiva tan mortíferas como el napalm, un potente compuesto de gasolina y jabones de aluminio que provocaba a sus víctimas una muerte horrible, fueran soldados, guerrilleros o campesinos vietnamitas, quemándolos vivos sin afectar apenas a las construcciones y otros bienes materiales.
Lo mismo podemos decir de un intencionado olvido, aunque el número de víctimas fuera bastante menor, de otra masacre, la provocada por el ejército británico, principal aliado de Estados Unidos, en enero de 1972 en Derry, Irlanda del Norte, conocida como «Bloody Sunday», un «domingo sangriento» en que 14 personas murieron durante la represión de una manifestació pacífica. Un olvido similar al del muro de Belfast, que ha separado durante muchos años la ciudad entre la zona unionista pro-británica y la republicana pro-irlandesa, infinitamente menos conocido que el muro de Berlín. Y, relacionados con estos muros, la olvidada y aún lejana reunificación irlandesa, en contraste con los miles de libros o artículos dedicados a la división y la reunificación alemana.
También podemos ver como se mencionan periódicamente los trágicos acontecimientos de la plaza de Tiananmen en Pekín en 1989, mientras apenas se hace referencia a masacres como la ya citada de las tropas americanas en My Lay, Vietnam o las del ejército turco, también miembro de la OTAN, contra el pueblo kurdo desde 1978, entre otros muchos ejemplos que podríamos mencionar. Y encontraremos abundante información sobre los independentistas del Tíbet en China, pero muy pocas menciones al independentismo en Puerto Rico, una verdadera colonia norteamericana bajo la falacia de estado libre asociado. También oiremos hablar ampliamente de la opresión en el Tíbet por parte del régimen comunista chino, pero muy poco de las victorias electorales de los comunistas en las elecciones democráticas de Nepal, al otro lado del Himalaya.
De igual manera, se habla cada año, y muy ampliamente, del aniversario del intento de golpe de estado de 1991 contra Mijaíl Gorbachov, que acabó provocando el hundimiento de la Unión Soviética y de todo el bloque del Este. Pero se menciona bien poco el aniversario del llamado «golpe institucional» (sic) con centenares de muertos que, dos años más tarde, ordenó Boris Yeltsin, entonces firme aliado de Estados Unidos, con las impactantes pero poco conocidas imágenes de los tanques y otros vehículos blindados asaltando y bombardeando un Parlamento democrático que cuestionaba su autoridad.
Aun en la Unión Soviética, muchos textos nos hablan del gran triunfo para la libertad que representó su desmembración durante los años 1990 y 1991, con la secesión de Georgia, Bielorrusia, Ucrania o las repúblicas bálticas, entre otras. Al mismo tiempo, se considera un «triunfo de la libertad» la derrota de los secesionistas en Estados Unidos entre 1861 y 1865 por parte de los estados que proclamaron una nueva Confederación independiente (Georgia, Florida, Alabama, Luisiana, Texas, Virginia, Arkansas…), y que llevó a la cruenta guerra de Secesión.
Tampoco se mencionan apenas las decenas de miles de muertos que han provocado, directa o indirectamente, las intervenciones militares de Estados Unidos y sus aliados en Afganistán desde 2001, en Irak desde 2003 o en Libia desde 2011, igualando o a menudo multiplicando enormemente las víctimas que se producían antes de la intervención por parte de regímenes evidentemente represivos, pero además antiamericanos, como fueron los de Sadam Hussein o Muamar-el-Gadaffi. Lo mismo podemos decir de la guerra civil en Siria desde 2011, donde se habla mucho más de la intervención rusa que de los bombardeos de tropas de la OTAN, especialmente de Turquía y los propios EEUU.
Parece que tampoco interesa mencionar excesivamente el genocidio que practica Israel, otro de los grandes aliados de EEUU, contra el pueblo palestino. Tan sólo desde el año 2008 han muerto en la franja de Gaza cerca de 4.000 palestinos, la mayoría civiles, en los bombardeos de la aviación y los carros de combate sionistas, entre ellos numerosos niños, mujeres y personas de edad avanzada, en una injusta y desproporcionada represalia por ataques de grupos armados palestinos en los que murieron, durante estos mismos años, alrededor de 100 israelíes, la práctica totalidad militares. La ocupación de Palestina por el ejército hebreo, y la expulsión progresiva de sus habitantes, ha culminado en un nuevo e inmenso muro de la vergüenza en Cisjordania, evidentemente también mucho menos conocido que el muro de Berlín.
Incluso, y a pesar de las reivindicaciones de imparcialidad y defensa de la libertad de prensa de la que presume Reporteros Sin Fronteras (RSF), una organización no gubernamental financiada en buena parte por fundaciones norteamericanas de más que dudosa neutralidad, debemos cuestionar claramente su papel. RSF critica duramente a Cuba o Venezuela por las supuestas restricciones a la libertad de expresión, al tiempo que ignora interesadamente a las decenas de dictaduras pro-americanas. Es bien conocido que ni siquiera denunció el asesinato del periodista español José Couso por las tropas de Estados Unidos durante la invasión de Irak, el 2003. Y es que, lamentablemente, una vez más la historia la escriben los más poderosos.
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