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Cuando la vida le gana a la muerte

Fuentes: Rebelión

En el aniversario de los 40 años del golpe militar no ha sido extraño que al recordarlo tengamos imágenes de bombardeos, gente apuntada por rifles militares, múltiples reportajes sobre el ¨ suicidio ¨ de Allende… todos recuerdos donde el horror se instala en cada imagen llenándola de dolor, muerte y fracaso… No es extraño tampoco, […]

En el aniversario de los 40 años del golpe militar no ha sido extraño que al recordarlo tengamos imágenes de bombardeos, gente apuntada por rifles militares, múltiples reportajes sobre el ¨ suicidio ¨ de Allende… todos recuerdos donde el horror se instala en cada imagen llenándola de dolor, muerte y fracaso… No es extraño tampoco, que a nadie le haga sentido el nombre de «Unidad Popular»: lo unitario y lo popular se ha vaciado de contenido.

El golpe militar descorrió el velo de la política dejando al descubierto la violencia, luego, los medios de comunicación y los partidos ´tradicionales´ han mantenido esa visión para ocultar una parte de nuestra memoria que se refiere a una propuesta de construcción de socialismo en Chile. Recordarlo podría ser peligroso para la continuidad de las certezas neoliberales y democráticas con las que nos fuerzan a vivir todos los días. No será posible que Ud. vea por televisión una alusión que se explaye en contarnos como fue que los derechos sociales alcanzados en el tiempo de la Unidad Popular fueron los mayores de toda nuestra historia y que gran parte de los bienes naturales estuvieron en manos de todos. Lo anterior, podría sugerirle a una mente insensata que nuevamente lo puedan estar.

Hacer el ejercicio de intentar imaginar lo bueno de organizarse y ganar, obviamente no está en el relato oficial. Igual, algo de eso se cuela en la memoria si nos acercamos a la historia mediante lo que fueron las creaciones artísticas de la época, por ejemplo, cuando yo escucho de fondo a Quilapayun diciendo «Como un niño que nunca imaginó la dicha de ser hombre» [1] habla de lo que fue para éste país recuperar sus recursos naturales, es decir, ganar su mayoría de edad. Esa madurez también significó avanzar en muchas fabricas en el control obrero de la producción, avanzar en el control de la tierra en gran parte del campo, y en realizar la mayor cantidad de construcciones de casas, calles y puentes de toda nuestra historia.

Todos los niños tomaron leche y la consigna del cartel «La felicidad de Chile empieza por lo niños» no era un slogan publicitario y no intentaba vendernos un seguro, ni una cuenta de banco.

Iluso seria pensar que todo fue lindo y fácil; fueron tiempos difíciles donde todos los días se levantaban proyectos importantes. La construcción de una sociedad más justa se había puesto en marcha, eran acciones legales e ilegales que impulsadas por el pueblo empujaban las reformas realizadas desde el gobierno de la Unidad Popular.

La memoria no es más que la representación de una época y lo que tenemos por recordar es mucho más rico y complejo que las imágenes de horror que aparecen cuando nos recordamos del Golpe Militar.

Yo nací durante la dictadura en tiempos de resistencia y mis recuerdos son los de un niño proveniente de una familia comprometida con un proyecto de izquierda.

En la casa siempre se escuchaba la radio cooperativa y en cada noticia importante se me hacia callar con un sólo «shíiihh». Crecí y crecimos en medio de mil reuniones y bajo una nube de humo de cigarrillo se escuchaban voces que discutían temas importantes. A veces, en los actos o en la calle la gente se abrazaba y se decía por otro nombre, muchas veces los vi con los ojos vidriosos y nunca sabré si era por la alegría de verse y de estar vivos o de pena de que algo terrible había ocurrido. De niños aprendimos a interpretar y reaccionar con tranquilidad en ese ambiente, también aprendimos que nuestros padres tenían muchos nombres, pero para nosotros seguían teniendo solo uno.

Las protestas fueron cada vez más frecuentes, no recuerdo cuantas veces corrí de la mano en medio de gases lacrimógenos, panfletos y miguelitos. Fue un tiempo donde el pueblo en cada esquina y liceo se armaba de piedras, ondas o lo que encontrara para hacer frente a los pacos y milicos.

Nosotros, aunque muy jóvenes aun, éramos conscientes de lo que sucedía y teníamos miedos de adulto, esos que son sobre lo irremediable. Aprendimos pronto lo que significaba ¨jugarse la vida¨ y de hecho, lejos de banalizarla la aprendimos a amar la con todas nuestras fuerzas. Estábamos convencidos que ganaríamos, que los compañeros tenían todas las capacidades para derrotar la tiranía y no había duda de eso … nadie quería perdérselo. Y sí, también el susto, también vivimos allanamientos y fuimos muchos sábados a ver amigos presos. Tuvimos que esconder papeles y «cuestiones», todo era parte natural de la vida; eso fue lo que nos tocó vivir y así, compartimos momentos de tristeza y otros momentos de alegría.

Recuerdo que cada quien tenia algo que aportar, eran miles las acciones importantes, aunque fuera ir a dejar un recado porque no habían teléfonos. Todos teníamos un lugar, éramos trascendentales y lo sentíamos. Mucho de lo que hacíamos tenía un fin superior: por el bien de todos , eso era una máxima cotidiana. La lucha contra la represión hizo que la vida de muchos de nosotros tuviera un sentido claro: derrocarlos para construir un lugar feliz, sin pobreza y sin miedo . Así no más, sin muchos argumentos elaborados.

Por las noches y para las celebraciones cantábamos canciones de protesta, nos sabíamos de memoria los cassettes con las tradicionales canciones de izquierda que mil veces escuchamos. La resistencia contra la dictadura era más que solo resistencia, era la vida procreándose y multiplicándose entre todos como una gran «Familia».

Entre la pobreza y la represión sorteamos la infancia, con miedo por un lado y con ganas de cambiarlo todo por el otro. Crecimos en un ambiente donde los valores estaban presentes en cada momento y eran indiscutibles: el compañerismo, la complicidad, la valentía, la rectitud, el deseo de justicia, la dignidad de los y las trabajadores fue lo que nos hacia sentir parte de un gran «Nosotros».

Si Ud. mira a simple vista nuestra historia inmediata podrá notarla teñida de miedo, de muerte, de colas, de pobreza, etcétera; de todas las atrocidades que pueden producir los humanos cuando han perdido justamente eso: la humanidad. Sin embargo, si mira más profundamente, si se queda quieto mirando un poco más acá, podrá ver otra memoria, esa en donde habitan las certezas y los actos para construir lo justo. Podrá encontrar en nosotros ciertas claridades, esas que no están en los medios de comunicación, por mencionar algunas:

1- De todo lo terrible existen responsables, ellos tienen nombre y apellido. Y deben ser castigados.

2- De todo lo bueno, de lo que se abrió paso frente al horror fuimos constructores y estamos orgullosos, somos nosotros, somos la gente del pueblo, los que luchamos, los que creímos, los que dimos lo mejor y lo hicimos desde niños.

La invitación, entonces, es a recordar también las victorias. La UP está llena de victorias del pueblo, la resistencia tiene miles, donde la vida le gana por lejos a la muerte. Si volvemos a creer en nosotros, en nuestras capacidades, volveremos al camino de la conquista por nuestros derechos, a hacer la vida digna en una sociedad justa.



[1] Nuestro cobre autor Eduardo Yáñez interpretado por Quilapayun http://www.youtube.com/watch?v=YTkAVTOejD0

 

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de los autores mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.