Traducido por Antoni Jesús Aguiló y revisado por Àlex Tarradellas
Las divisiones históricas entre las izquierdas se justificaron por una construcción ideológica imponente, pero en realidad su sostenibilidad práctica (la credibilidad de las propuestas políticas que les permitieron captar seguidores) se basó en tres factores: el colonialismo, que permitió desplazar la acumulación primitiva de capital (por desposesión violenta, en general ilegal y siempre impune, con incontables sacrificios humanos) fuera de los países capitalistas centrales, donde se libraban las luchas sociales consideradas decisivas; la emergencia de capitalismos nacionales con características tan diferentes (capitalismo de Estado, corporativo, liberal, socialdemócrata) que daban verosimilitud a la idea de que habría varias alternativas para superar el capitalismo; y, por último, las transformaciones que las luchas sociales fueron produciendo en la democracia liberal, permitiendo alguna redistribución social y separando, hasta cierto punto, el mercado de las mercancías (los valores que tienen precio y se compran y venden) del mercado de las convicciones (las opciones y valores políticos que, por no tener precio, ni se compran ni se venden). Si para algunas izquierdas esta separación era un hecho nuevo, para otras era un engaño peligroso.
Sin embargo, en los últimos años estos factores han cambiado tan profundamente que nada será como antes para las izquierdas tal y como las conocemos. En lo que respecta al colonialismo, los cambios radicales son de dos tipos. Por un lado, la acumulación de capital por desposesión violenta ha vuelto a las antiguas metrópolis (robo de salarios y pensiones; transferencias ilegales de fondos colectivos para rescatar a bancos privados; total impunidad del gansterismo financiero). Es por ello que la lucha anticolonial también tendrá que librarse en ellas, una lucha que, como sabemos, nunca se pautó por las cortesías parlamentarias. Por otro, aunque el neocolonialismo (el mantenimiento de las relaciones coloniales entre las antiguas colonias y metrópolis o sus sustitutos, como el caso de Estados Unidos) ha permitido hasta hoy la continuidad de la acumulación por desposesión en el antiguo mundo colonial, parte de él está asumiendo un nuevo protagonismo (India, Brasil, Sudáfrica y el caso especial de China, humillada por el imperialismo occidental durante el siglo XIX), hasta el punto de que no sabemos si habrá nuevas metrópolis y, por tanto, nuevas colonias. Las izquierdas del Norte global (y, salvo algunas excepciones, también las de América Latina) empezaron siendo colonialistas y más tarde aceptaron acríticamente que la independencia de la colonias eliminaba el colonialismo, desvalorizando así la emergencia del neocolonialismo y el colonialismo interno. ¿Serán capaces de imaginarse como izquierdas frente a nuevos colonialismos y de prepararse para luchas anticoloniales de nuevo tipo?
En cuanto a los capitalismos nacionales, su final parece estar marcado por la trituradora del neoliberalismo. Es cierto que en América Latina y China parece que están emergiendo nuevas versiones de dominación capitalista, pero curiosamente se aprovechan de las oportunidades que el neoliberalismo les confiere. No obstante, el 2011 ha demostrado que la izquierda y el neoliberalismo son incompatibles. Sólo hay que ver cómo las cotizaciones bursátiles suben en la misma medida en que aumenta la desigualdad social y se destruye la protección social. ¿Cuánto tardarán las izquierdas en extraer conclusiones?
Finalmente, la democracia liberal agoniza bajo el peso de los poderes fácticos (las mafias, la masonería, el Opus Dei, las transnacionales, el FMI, el Banco Mundial…), la impunidad de la corrupción, el abuso de poder y el tráfico de influencias. El resultado es una fusión creciente entre el mercado político de las ideas y el mercado económico de los intereses. Todo está en venta y nada se vende porque no hay quien lo compre. En los últimos cincuenta años, las izquierdas (todas) han contribuido fundamentalmente a que la democracia liberal disponga de una cierta credibilidad entre las clases populares y a que los conflictos sociales se puedan resolver en paz. Como a la derecha sólo le interesa la democracia en la medida en que sirve a sus intereses, las izquierdas son hoy la garantía de su rescate. ¿Estarán a la altura del reto? ¿Tendrán el coraje de refundar la democracia más allá del liberalismo? ¿Defenderán una democracia sólida contra la antidemocracia, que combine la democracia representativa con la democracia participativa y la directa? ¿Abogarán por una democracia anticapitalista frente a un capitalismo cada vez más antidemocrático?
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Artículo original del 11 de enero de 2012.
Fuente: http://www.cartamaior.com.br/templates/colunaMostrar.cfm?coluna_id=5402
Boaventura de Sousa Santos es sociólogo y profesor catedrático de la Facultad de Economía de la Universidad de Coimbra (Portugal).