El coronavirus llegó, pero pudo ser una catástrofe meteorológica, un meteorito venido del espacio o cualquier otro buen tema para una película de ciencia ficción. Vino para recordarnos nuestra fragilidad como especie. Y cuando despertamos, como el dinosaurio de Monterroso, el capitalismo todavía estaba ahí.
De pronto, los medios descubrieron que desmontar los sistemas de sanidad pública tenía un costo enorme y que lo pagarían los de siempre: los que no van al médico porque no pueden pagar el seguro, los que no pueden dejar de trabajar, los que más se enferman y tienen su sistema inmunológico deprimido por llevar una vida de total stress físico y mental, los que no tienen casa o viven en condiciones higiénicas deplorables.
Pero ese relato, duro, difícil, es el relato de los países ricos. El coronavirus reservará eso y más a los países pobres; porque incluso aquellos que logren contener la enfermedad, no tendrán luego como contener el daño económico. El efecto en los países subdesarrollados será varias veces más fuerte.
En estos días se ha discutido mucho como el virus puso en stand by —y en duda— el sello de la economía mundial de las últimas décadas: la globalización. La globalización tiene apellido: es neoliberal. Los acelerados procesos de interconexión del comercio, la producción y las finanzas mundiales se articularon sobre la base de criterios de rentabilidad para las grandes empresas trasnacionales.
Los países pobres, que mucho sacrificaron por la obtención de su soberanía política, la intercambiaron por soberanía económica. Ahora tienen bandera, presidentes, parlamentos, procesos electorales y debates televisados; pero de la noche a la mañana, gracias a la tan aplaudida liberalización financiera, los principales jugadores de los mercados financieros pueden sacar todo su dinero del país y, de un plumazo, hacer trizas la economía. En el reino de la libre movilidad de capitales, los países pequeños subordinan todo —políticas sociales, protección de recursos naturales y humanos, transformación económica— a «atraer capitales». Los mercados gobiernan. Los gobiernos obedecen.
En esta crisis no será diferente. Europa y Estados Unidos han sacado sus famosas bazucas de recursos para intervenir en la economía. Tanto los gobiernos como los bancos centrales han dicho que harán «todo lo que haya que hacer». El diablo está en los detalles, porque la mayor parte de ese dinero irá a parar, al igual que en la crisis anterior, a los grandes bancos y las grandes empresas. Y cuando todo pase, habrá que pagar con impuestos la deuda en que incurrieron los gobiernos para activar sus bazucas. El capital se salva. Los demás pagan los costos.
Pero los países pobres tampoco podrían hacer eso. Aunque necesitarían más dinero —sus sistemas de sanidad, asistencia social y protección al desempleo son mucho más frágiles—, tienen enormes niveles de deuda gubernamental, por lo que no estarían en condiciones de destinarlos recursos que asignan las grandes naciones a sostener el sistema de salud y recuperar la economía.
No tienen una moneda de reserva internacional, por lo que sus bancos centrales no pueden inyectar dinero en niveles desproporcionados.[1] En adición, la salida de capitales conducirá a la depreciación de las monedas nacionales, al tiempo que complicará los problemas de la deuda y comprometerá las reservas de divisas. En ninguna circunstancia, los países pobres podrán hacer «todo lo que haya hacer».
¿Qué les deja a los países pobres el orden económico actual? La cooperación internacional. Desde hace varias décadas los problemas de cerca de 200 naciones se deciden en reuniones de apenas 8 o 20 países. Los líderes del G20 se reunieron por videoconferencia a finales de marzo, cuando ya el virus había infectado a más de medio millón de personas en el mundo.[2]
Aunque hubo un compromiso para inyectar fondos y enviar un «mensaje fuerte» a la comunidad internacional, poco se puede conciliar cuando lo que prima es salvar al capital. Menos aun cuando algunas de las principales economías del mundo están gobernadas por personajes no solo extremistas, nacionalistas, racistas y xenófobos, sino incompetentes: Trump y Bolsonaro a la cabeza.
El gobierno norteamericano ha endurecido las sanciones contra Venezuela, Cuba e Irán en medio de la pandemia mundial y un caos total a nivel interno.[3] También pretende limitar la exportación de mascarillas y utensilios médicos necesarios para la gestión de la crisis a otros países[4] y fue denunciada su intención de buscar exclusividad para Estados Unidos de una posible vacuna contra el virus.[5]
Para colmo, el 1º de abril Trump anunció una supuesta maniobra para combatir el narcotráfico con la mayor movilización de tropas navales desde 1989 en el Caribe, aumentando la presión sobre Venezuela.[6] ¿Cooperación? No, America first.
Tampoco reaccionarán los organismos financieros internacionales, de dudoso prestigio en el auxilio a las naciones subdesarrolladas. El Fondo Monetario Internacional anunció que evalúa la creación de una línea de financiamientos de corto plazo para los países en problemas.[7] De momento, le negó un financiamiento a Venezuela en virtud de cuestionar la legitimidad de las autoridades bolivarianas,[8] mientras el gobierno norteamericano intenta bloquear un financiamiento a Irán.[9]
Y mientras todo eso ocurre, los mercados financieros siguen abiertos. Money never sleep. Aunque se oye hablar de grandes caídas o de elevada volatilidad de las bolsas, ese es el conjunto del mercado. A su interior hay ganadores y perdedores: el capital se recompone y se centraliza, aún más. ¿Y qué hace Wall Street? ¿Financiar los esfuerzos para salir de la pandemia? No, hace lo mismo de siempre, especular, apostar, tomar ventaja, en el gran casino global, mientras sus inversiones irrentables son asumidas por los grandes bancos centrales en el esfuerzo por salvar la economía.
No es difícil percatarse de cómo llegamos hasta aquí. Estamos recogiendo el resultado de la ofensiva neoliberal. Se ha dado paso, en cuestión de décadas a amplios procesos de privatización y desregulación de la actividad privada, en especial en los países del Sur. Mientras, se eliminaron las barreras fundamentales a los movimientos de bienes, servicios, capital y monedas entre países.
Como el peor de los virus, libre de restricciones, el capital se apropió de todo a su alrededor: bienes públicos, patentes de productos que salvan vidas, la formación de las generaciones futuras, la creación artística, el conocimiento científico, el discurso, la política, los ideales, los sueños, todo.
El coronavirus terminó de desnudar al capitalismo, un sistema que no entra en crisis ahora. La economía mundial aún no se recuperaba de la crisis de 2008, sobreviviendo la última década con respiración artificial, gracias a las desproporcionadas inyecciones de liquidez de los principales bancos centrales. A aquella crisis le llamaron financiera, pero era un reflejo del quiebre del patrón de acumulación del capitalismo, de su patrón de consumo, una crisis ecológica, política, de valores, sistémica.
Pero el capitalismo es una construcción social. El coronavirus nos desnudó también como especie; mostró nuestra capacidad de autodestrucción y nuestras mejores expresiones de solidaridad que, por desgracia, solo afloran de manera extendida en momentos extremos.
No es el coronavirus. Es el capitalismo. Somos nosotros.
El escenario es sombrío y hay que decirlo con todas sus letras. La crisis sanitaria no tiene un final claro, en especial ante la irresponsabilidad y la incompetencia del gobierno de Trump. Los infectados, las muertes y las curvas siguen creciendo a nivel mundial. Y es pronto para saber cuánto tiempo durarán las condiciones atípicas, ya sea por la necesidad de esperar a una vacuna o por el peligro de aparición de nuevos virus.
Luego, vendrá el golpe económico, que empieza a sentirse, pero tendrá sus impactos más visibles una vez que se levanten las principales medidas de distanciamiento social. Muchos analistas auguran que será una crisis peor que la de 2008, con consecuencias probables en todas las latitudes del planeta.
El FMI prevé que 170 países entrarán en recesión en2020.[10] Un reporte de Bloomberg indica que la crisis podría suponer una pérdida para la economía mundial de cerca de 5 millones de millones de dólares en los próximos dos años, un volumen superior al PIB anual de Japón.[11] Sus efectos asimétricos, con grandes costos para el Sur, pueden ser muy duros.
Ha sido enorme la sensibilidad a nivel mundial ante el número de muertes y las historias asociadas: cuerpos abandonados en las calles o esperando días para ser recogidos en una casa, sistemas sanitarios y funerarios colapsados, el ministerio de salud de Italia instruyendo dejar vivir a los de mayor esperanza de vida. Las muestras de solidaridad y la condena a la ineptitud de los gobiernos no se han hecho esperar en las redes sociales. Muchos creen, con esperanza en el mejoramiento humano, que cuando todo acabe las cosas serán diferentes.
Al capitalismo no lo puede matar un virus. Quizás observemos un poco más de inversión en sanidad y muestras simbólicas de filantropismo multimillonario a lo Bill Gates o Alibaba. Pero nada indica que la pandemia o sus impactos modificarán las condiciones de reproducción del capital. Al contrario, las crisis son fuente de regeneración del capital, más si su causante visible es un «agente externo» que puede cargar con todas las culpas. El sistema y sus instituciones podrían tambalearse o mutar, pero seguirán ahí, como el dinosaurio.
Solo el «pobretariado», ante el hastío por la situación social, puede conducir a un proceso que pretenda una sociedad postcapitalista. En el preámbulo de la crisis, los estallidos sociales se hicieron notar con fuerza en varias latitudes del planeta. Sin embargo, no fueron capitalizados por movimientos que pudieran transformar la insatisfacción en aspiración a desarrollar un proyecto alternativo a partir de la discusión del poder político.
El mundo se debatirá entre el reacomodo del capitalismo que, herido de muerte, mostrará sus peores caras para salir de la crisis o una oportunidad de reverdecimiento de los movimientos sociales que puedan transformarse en proyectos políticos concretos. Más que nunca será real la paradoja de Rosa Luxemburgo: socialismo o barbarie.
Cuba tiene condiciones para salir menos afectada por la crisis sanitaria, dada la singularidad y universalidad de su sistema de salud. Golpeado por los años de crisis y la falta de recursos, muchos denigraban «lo que quedaba» de ese sistema, comparando la calidad con otros países por el servicio o la limpieza de los hospitales. Descubrimos, nosotros también, que con muchas cosas por resolver, su sello está en el nivel de sus profesionales, el sistema de atención primaria de salud y el desarrollo de la industria biofarmacéutica.
Pero el sistema de salud pública cubano no es causa, sino consecuencia. Es el resultado de un proyecto social que, con todos sus errores y tropiezos, y contra muchos, muchísimos demonios, demostró siempre una profunda eticidad y humanismo, su raíz martiana.
Nos cuesta mucho echar adelante la economía, pero tenemos meridiana claridad de que ante un ciclón, una pandemia o un enfermo de cáncer, en Cuba o en cualquier remoto lugar, los pocos recursos que tenemos se dispondrán para salvar vidas, en primera instancia. No solo es una cuestión de prioridad del gobierno, o del incuestionable liderazgo de Fidel, sino de la formación de un sujeto social diferente.
El ambiente sociocultural de nuestra historia libertaria y, en especial, la profunda conmoción social y política de los últimos sesenta años nos moldearon de modo singular, con una sensibilidad por el otro, por el bien común, que produce «valientes» por todos los costados: en África subsahariana, en Andorra y el Amazonas, en Angola y en el duro día a día de nuestra gente aquí.
Incluso muchos de los que emigran, en ambientes de competencia extrema y culturas muy diferentes, mantienen redes de solidaridad entre emigrados y con sus familias que merecerían el más profundo estudio.
Es el momento de sentir orgullo por lo que somos y lo que hemos construido, a mucho sacrifico. Por aquellos que son capaces de grandes desprendimientos en el «frente», pero también por muchos otros, menos visibles, como Roxanne Castellanos, la psicóloga que promovió un llamado espontáneo a aplaudir el esfuerzo con el «Cañonazo de las 9» y sintió la necesidad de reforzar su responsabilidad con los niños en momentos como este.
También es el momento de ser humildes. El orgullo no puede convertirse en arrogancia, porque no tenemos la mejor sociedad del mundo: apenas, la que hemos podido construir en medio de agresiones y las complejidades de toda obra hecha a mano, sin manual, por hombres y mujeres. Algunas de sus más notables virtudes son nuestra protección de hoy y nuestra posibilidad de ayudar a otros, pero no debe ser baratija política para ostentar la superioridad del socialismo.
La superioridad del socialismo está en la construcción de una alternativa a la lógica del capital, que habrá de demostrarse aún. De momento, la coyuntura es igual de difícil para nosotros. Somos ciudadanos de la aldea global y seremos golpeados con dureza, como país pobre y bloqueado, por los efectos de la crisis económica.
Habrá que aunar todas las fuerzas para salir adelante, porque lo que viene es duro. Tenemos experiencia en la gestión de epidemias y en la administración de crisis económicas, pero luego habrá que recuperarse y retomar las transformaciones económicas y políticas de un modelo que, no importa cuántos debates, documentos y congresos hayan dicho que «actualizaríamos», se ha empeñado en prevalecer.
En momentos en que el sistema capitalista muestra flaquezas por todos lados, Cuba no puede salvarse solo con su ejemplo y su solidaridad. Construir una alternativa es un apremio, quedar varados en transformaciones menores es un suicidio. Hay mucho aún que intentar, con pragmatismo sí, pero sin perder el rumbo, martiano y marxista.
Preciso hoy es salvar vidas, sin perder la vista en salvar e impulsar el proyecto.
Notas:
[1] Para hacer frente la crisis de 2008 la Reserva Federal, el banco central norteamericano, multiplicó por cuatro la emisión de dólares en circulación.
[2] «En su cumbre virtual líderes del G20 se compromete a dar fondos, esfuerzo y valentía contra el COVIV-19». 26 de marzo de 2020, www.vanguardia.com.mx.
[3] «¿Cómo las sanciones de Estados Unidos afectan a países con coronavirus?». 22 de marzo de 2020, www.razonesdecuba.cu.
[4] «Se desata feroz lucha entre países por hacerse con equipos médicos». 7 de abril de 2020, www.m.lacapital.com.ar.
[5] «Trump busca exclusividad para EEUU de posible vacuna alemana contra COVID-19». 15 de marzo de 2020, www.dw.com.
[6] «¿Por qué EEUU despliega ahora su operación militar antidroga?». 4 de abril de 2020, www.mundo.sputniknews.com.
[7] «IMF says world recession will be ´way worse¨ than 2008 crisis». 3 de abril de 2020, www.globalnews.ca.
[8] «FMI niega a Venezuela los 5 mil millones de dólares solicitados para enfrentar el nuevo coronavirus». 18 de marzo de 2020, www.cubadebate.cu.
[9] «US to block Iran´s request to IMF for 5 billion loan to fight coronavirus». 7 de abril de 2020. www.wsj.com.
[10] «El FMI prevé que 170 países entren en recesión este año en la peor crisis desde la Gran Depresión ». 9 de abril de 2020, www.lavanguardia.com.
[11] «World economy faces 5 trillion hit that´s like losing Japan». 8 de abril de 2020. www.bloomberg.com.
Fuente: https://medium.com/la-tiza/cuba-el-coronavirus-y-el-dinosaurio-61b3000e78c