Luis Ángel Pérez tiene 24 años, una novia, un móvil táctil y un corte de cabello que precisa gel permanente. Luis Ángel le va al Barça y sobre todo a Messi. Le gustan las fiestas y tomarse una cerveza con su novia mirando a lo lejos. Es asmático y padece una rara alergia que lo […]
Luis Ángel Pérez tiene 24 años, una novia, un móvil táctil y un corte de cabello que precisa gel permanente. Luis Ángel le va al Barça y sobre todo a Messi. Le gustan las fiestas y tomarse una cerveza con su novia mirando a lo lejos. Es asmático y padece una rara alergia que lo saca de certificado médico cuatro veces al año, casi siempre entre 25 y 30 días por crisis. Se burla del triunfalismo que resplandece en el Noticiero Nacional de Televisión y critica a menudo al sistema económico cubano. Nunca se ha leído un libro aunque siempre los compra en la Feria (tiene un problema de concentración). El endeble salario es una de las cosas que más le molesta, cree que en general lo están estafando. Así que hace un par de meses quiso darle un giro a su vida: trabajar en un restaurante privado.
La idea de emplearse en el sector por cuenta propia se le ocurrió al enterarse por un amigo de que en uno de los restaurantes más chics de la ciudad buscaban a alguien que hiciera compras y administrara el almacén de víveres. Pagaban 20 cuc semanales más alguna prima, solo había que trabajar bien. Solo eso. Antes de empezar preguntó por qué el muchacho anterior había renunciado y le contestaron que no quería trabajar. Bueno, no le pareció complicado trabajar, así que asumió.
Sacó cuentas: podría depender menos de recargas telefónicas internacionales u otras remesas, podría comprarse zapatos nuevos que elegiría a su gusto, podría sacar a pasear a su novia y moverse en taxis o «pisicorres» sin sufrir bajo el sol en las paradas a expensas de las deprimidas guaguas locales. A priori le animaba pensar que en una semana podría conseguir lo que en su trabajo no acopiaría sino durante todo un mes. Pidió una licencia sin sueldo por dos meses alegando que necesitaba atenderse la alergia, y comenzó a probar en el nuevo puesto. «Eran de 12 a 13 horas diarias, todos los días sin descanso, incluso los domingos», rememora Luis Ángel. «No tenía tiempo para salir, y apenas para resolver problemas de la casa, llegaba muy cansado».
Laborando para el Estado en la brigada de mantenimiento de un hospital, en cambio gozaba de un horario casi abierto y de un superior comprensible que no solo se solidarizaba con sus escapadas, sino que a veces le ayudaba a construir pretextos por si se presentaba una contingencia o alguna auditoría. La novedad fue que comenzó a padecer una tensión inédita en su vida, una que antes solo aparecía en los libros de historia para describir la situación angustiosa del obrero antes de la Revolución: el peligro de expulsión. «Si faltaba al restaurant, aun justificado, me botaban a la calle, y ponían a otro sin análisis o llamadas de atención».
Aunque parezca evidente quisiéramos maquetar la situación: el jefe de la institución estatal no es presionado por la competencia o el apremio fiscal con los que convive el propietario privado, y el propietario privado no contiene los cotos de derechos laborales que protegen al trabajador, como es la histórica jornada de 8 horas, el derecho a ser defendido ante el patrón, conquistas que ha ganado a costa de sangre (y de otros desplazamientos) el movimiento obrero mundial en las sociedades más avanzadas. En general se confirma el estribillo de una vieja canción: en la triada de beneficiarios que conforma en el ascendente sector no estatal, o lo que es lo mismo, el Propietario de los medios de producción, el Estado y el Trabajador, es este último -el trabajador- el eslabón más blando y desprotegido en el actual teatro de actores económicos que el socialismo cubano emprende, bajo el principio de actualización y no de rompimiento.
La jornada laboral de ocho horas permaneció invariable en el nuevo código laboral aprobado en el 2014, pero su proyección hacia el sector no estatal es aun inoperante, aun cuando por ley se establece la obligatoriedad de que entre empleado y empleador debe existir un contrato que deje claro los requerimientos de seguridad personal, días de descanso, salario, jornada laboral, entre otros que ambas partes acuerden. Semanas después, Luis Ángel renunció a la paladar y regresó a su plaza en el hospital, donde ganaba cuatro veces menos. A la pregunta de por qué lo hizo contestó: «necesitaba libertad, tiempo, soy joven, aquello era brutal, puro capitalismo».
El caso de Luis Ángel no es raro, tanto él como otros miles de trabajadores de ese sector no firman contratos con conocimiento de causa o si los firman conscientemente lo hacen bajo las condiciones del propietario, especialmente si la mano de obra necesaria no precisa una alta calificación. A un trabajador como Luis Ángel se le puede consumir y arrojar y quizá esa condición debilita los derechos de esta fuerza, que no permanece lo suficiente o no está intelectualmente preparada para construir un cuerpo de derechos. Recordemos que, por otra parte, una mayoría de los oficios de alta calificación, cuyos implicados podrían darle vuelo al debate, no están comprendidos, o permitidos actualmente en el universo del cuentapropismo cubano.
Según Luis Ángel, mostrarse meticuloso con el contrato o con exigir menos horas de trabajo era ponerse bajo evidencia ante el nuevo patrón, que tendría que crear plazas nuevas (dos almaceneros) y en consecuencia pagar más impuestos; en última instancia aquel podría usar su soberana voluntad de ponerlo de patitas en la calle, ante una oferta de mano de obra harto disponible. Esta soledad del empleado, por supuesto, echa de menos a la figura del representante sindical. Pero para los sindicatos, -bien afincados como figura en los centros estatales-, el sector por cuenta propia es un territorio comanche a donde no han podido entrar o crear empatía, donde la sorna y el pragmatismo han aplastado a la política y prima la ley de la selva.
No obstante en los activos sindicales realizados en el municipio Santiago de Cuba durante el 2014, especialmente para los afiliados del sector no estatal, sí pareció efectivo el diálogo que podría sostener el Sindicato con órganos de relación como el Gobierno, la ONAT, Planificación Física, el Minsap o el ministerio de Trabajo, pero en estas reuniones con poquísima asistencia, predominó exclusivamente el interés del propietario de reducir impuestos y conseguir excepciones ante contingencias o encontrar insumos, echándose en falta la voz de un Luis Ángel como empleado raso.
La gestión sindical para el no estatal es un terreno virgen, una herramienta echada a menos que quizá sólo los más hábiles saben utilizar. Una visión diferente se manifiesta en Cooperativas bien estructuradas que pasaron del modo de gestión estatal al no estatal como de la noche al día, como parte del deslastre económico que emprende el Estado. La Agencia Taxis Cuba Santiago, por ejemplo, representada sindicalmente por Jorge Peña Bueno, logró negociar tanto interna como externamente que las carreras fueran distribuidas horizontalmente a todos y que no beneficiaran a una elite entre los taxistas. Un independiente como Jesús Chércoles, especializado en labores de instalación de falso techo y hojalatería, propone que la ley 38 de innovaciones y racionalizaciones proteja al innovador que opera fuera del campo estatal. Tanto allá como acá es posible encontrar a personajes bien dotados verbalmente, que en su historia laboral en algún momento ejercieron como dirigentes sindicales emprendedores y conocedores del potencial de pujanza que tiene el sindicado como herramienta de reivindicación.
El espacio de acercamiento está creado, pero a ambas figuras, más cerca ahora que nunca, le cuesta dirigirse la palabra: al sindicato muchas veces le lastra la pereza y falta de habilidad de sus cuadros, y a los no estatales -a la corta y a la larga los más afectados- les demora creer que es una institución que no los representará. Algunos creen que el Sindicato ha estado tradicionalmente muy subordinado a los intereses del Estado y no tiene poder para beneficiarlos. Otros, en el gesto de ser cuentapropistas, e independientes por primera vez, han dado un portazo a todo vínculo de relación con ribetes ideológicos o partidistas, poniendo por delante un hartazgo (en una sociedad muy politizada) que los infla de virilidad pero que evidentemente no redunda, en la práctica, en beneficio de sus relaciones laborales.
Ahora bien, dichas posturas, en general, quizá solo revelan un estado de transición, un escenario aun verde, provocado por la novedad de dicho desenvolvimiento y el poco desarrollo que aun muestran esas fuerzas productivas. A nuestro modo de ver los tres actores implicados, el Propietario de los medios de producción, el Estado y el Trabajador, con la mediación de los sindicatos deben ser capaces de soltar prendas cada uno, por una parte para no desestimular la inversión y para que muchos como Luis Ángel, aun con una alergia crónica, puedan encontrar un puesto laboral que les permita quizá comprarse un par de zapatos al año a su gusto, pagar el saldo del móvil y tomarse una cerveza mirando un partido del Barça junto a su novia.
Fuente: http://progresosemanal.us/20150525/cuentapropismo-territorio-comanche/