Aunque voy a votar por Petro, nunca he dejado ser crítico. He sido un hombre políticamente independiente, pero con un criterio histórico en el que me apoyo para tener una aproximación frente a ciertos aspectos de la historia nacional colombiana, y que Petro ha abordado. Me preocupa mucho el tratamiento que le dio al ELN […]
Aunque voy a votar por Petro, nunca he dejado ser crítico. He sido un hombre políticamente independiente, pero con un criterio histórico en el que me apoyo para tener una aproximación frente a ciertos aspectos de la historia nacional colombiana, y que Petro ha abordado. Me preocupa mucho el tratamiento que le dio al ELN y a las disidencias de las FARC al responder una pregunta en uno de los debates realizados recientemente.
Petro incurrió en una imprecisión histórica respecto del fundador del ELN: no fue el padre Camilo Torres Restrepo; fueron los hermanos Castaño junto con otros en 1964. Es un año después que se incorpora el padre Camilo en compañía de otros curas, Domingo Laín y Manuel Pérez. Pero lo que más me alarmó es la amenaza que le hace al ELN: les exige negociar, y que si no lo hacen los tratará como a cualquier banda criminal; lo mismo les dijo a las disidencias de las FARC. Quiero manifestar mi inquietud al respecto, afirmando que el hecho de que el ELN no negocie con el Estado no implica que sea un grupo narcotraficante. Me parece un atrevimiento con la historia de ese movimiento guerrillero que por más de cincuenta años ha enfrentado al Estado corrupto y violento de esta oligarquía. Sus actos difieren, por principios y naturaleza, con las mal llamadas bandas criminales que no son más que para-narcos, asesinos de líderes populares y sociales, y acaparadores de las tierras de los millones de desplazados del campo. No he oído decir que a Gabino se le acuse de narcotraficante. Y dejo constancia de que no tengo ninguna relación, ni la he tenido, con dicha agrupación guerrillera; simplemente me parecen ligeras las afirmaciones de Petro en el sentido de que de llegar a la presidencia las tratará y combatirá como a cualquier de las bandas que secundan las decisiones de la oligarquía colombiana
Y sigo con mi reclamo histórico, incluyendo a las dos guerrillas. ¿Se ha implementado el proceso de paz en el llamado postconflicto? ¿Ha respetado el Estado el Acuerdo firmado en La Habana? ¿Se ha respetado la vida de los desmovilizados de la exguerrilla de las FARC y de los líderes populares y sociales? ¿Se han liberado de las cárceles a los presos políticos de la antigua FARC, luego de un año de promulgarse la ley que así lo ordena? ¿Han sido la Fiscalía y las Cortes respetuosas del texto firmado? ¿Está intacto éste, y nadie lo ha alterado? ¿La Corte Constitucional, el Fiscal, el Senado, la Cámara, el mismo Santos, acataron la decisión del Estado de firmar la paz con las FARC cumpliendo todo el contenido del texto final firmado por el estado? ¿La JEP no fue cercenada en su contenido cuando le arrebataron la potestad de juzgar a los financiadores de la guerra para que sigan en la impunidad que siempre los ha cobijado? ¿Podemos creer en una justicia que ampara a los corruptos, a los asesinos y hace parte de las bandas que cubre el paramilitarismo desde las Cortes? ¿No se perdió ya la plata donada por varios países para el postconflicto?
Y ahora viene la acusación de narcotraficante a un negociador y firmante del proceso de paz con el gobierno de Santos. Se le acusa de llevar diez toneladas a los EEUU. No dejo de sentirme indignado con esta tramoya que bombardea el proceso de paz. En principio, es un pedido gringo secundado por el Fiscal y por el mismo Santos. Viejo argumento de la sempiterna doble moral del Imperio, verdadero dueño del negocio del narcotráfico, y no solo de la cocaína en Colombia sino del opio de Afganistán.
Varias preguntas me he formulado durante el tiempo que llevo estudiando el fatídico problema del narcotráfico en Colombia en su íntima relación con los gringos y la clase dominante nacional. Son preguntas válidas, pero que hasta ahora nadie, de entre quienes deberían contestarlas, las ha hecho. ¿Cómo así que en menos de treinta años nuestro país se convirtió en el primer cultivador y productor de matas de hojas de coca y de cocaína del mundo? ¿Nadie se dio cuenta en un país que en los años setentas ocupaba un lugar secundario en el cultivo de la hoja de coca, que por tradición ancestral era dominante en Bolivia, Perú y Ecuador? La población originaria indígena es mayoría en Bolivia, en menos proporción en el Perú y Ecuador. Entre los cuatro países, Colombia tenía y tiene la menor presencia nativa. ¿Y, por qué somos entonces hoy los primeros productores de la planta ancestral? ¿Por qué Colombia entera no se enteró de que un producto agrícola con presencia mínima en la poca población indígena nuestra se convertía en uno de los más extensos de la agricultura colombiana, desplazando al mismo cultivo del café? Pero nadie se dio cuenta; es un cultivo fantasma, un «milagro» económico que penetró todos los ámbitos de la vida nacional, pero para mal, para peor. Y aquí hilo delgadito. El origen es del Imperio, y nuestros cipayos son los segundones del negocio. La historiadora colombiana vinculada a una universidad norteamericana Lina Britto afirma que esa cercanía política con EEUU es casi indisoluble en las acciones que tienen que ver con la economía, es decir con la dependencia, y eso incluye el mercado de la droga, en nuestro caso la cocaína. Ellos no dan puntada sin dedal; por algo someten al mundo.
En Colombia tenemos el antecedente de la época de la marimba, en la costa Caribe. La pérdida de la guerra en Vietnam hizo desaparecer el consumo de la bareta entre los muchachos gringos de la guerra; había, pues, que buscar una alternativa para que los nuevos excombatientes siguieran consumiéndola. Fueron los nenes de los Cuerpos de Paz -producto de la Alianza Para el Progreso, campaña promovida por Kennedy y acatada por el más cipayo de nuestros presidentes, Alberto Lleras Camargo, para evitar una nueva Cuba en las colonias de América Latina- quienes estudiaron (siguiendo la línea de la dependencia), en el territorio colombiano, el mejor lugar para cultivar marihuana, y escogieron la Costa Atlántica. Toda esa producción iba directamente a los Estados Unidos, pero, como siempre, ellos se quedan con el negocio. Vieron que era necesario acabar con la competencia nativa, y, obediente, el gobierno nuestro aceptó la figura de la extradición. Rápidamente desapareció la producción nacional, la cual pasó a las terrazas y casas de las ciudades norteamericanas. Hoy en día es legal su cultivo y producción en Estados como California y en otros catorce más. Es decir, nos quitaron el mercado mientras que la hipócrita sociedad colombiana la tiene prohibida, y, como si fuera poco, el segundón del 82 quiere acabar con la dosis personal.
Lo mismo sucedió con el cultivo y producción de la cocaína en Colombia. Y vemos el mismo modelo aplicado en el caso de la marihuana, pero con salida y soluciones más radicales. Los carteles de la droga de Medellín y de Cali, Rodríguez Gacha, los Ochoa Vásquez, Carlos Ledher, Miguel y Gilberto Rodríguez, Pacho Herrera y otros más fueron barridos del mercado, utilizando para ello la muerte, la extradición y la cárcel. Así se terminó la competencia nativa y las ganancias se trasladaron a un imperio que «prohíbe» su consumo pero que tiene más de treinta millones de consumidores, y sus bancos son los principales lavadores del producido financiero de la droga. Otras bellezas del «pacto» (imposición) de la extradición es que esta funciona de aquí para allá pero no de allá para acá, pues ningún ciudadano gringo puede ser juzgado en Colombia (¿?).
Petro: Aunque sigo pensando en votar por usted, cumplo como ciudadano en criticar ciertas posiciones suyas, en este caso en relación con el ELN y las disidencias de las Farc, y respecto de su última perla, la de extraditar a Jesús Santrich si es «culpable». No lo diferencia nada de cualquier otro cipayo pro imperialista y obediente de sus designios. Pensaba no publicar este texto, pero sus últimas declaraciones me convencieron de hacerlo. No estoy de acuerdo con esas afirmaciones que usted ha venido haciendo solo para ganar adeptos de la derecha. Tampoco me parece lo relativo a Venezuela, dice el candidato, que es igual la política de Maduro a la de Uribe y Santos, es otra falacia que omite otra vez la historia. Pero este tema será motivo de otro artículo.
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