Traducido para Rebelión por Àngel Ferrero
Pasada la huelga del 29-S, más exitosa de lo que los medios de comunicación decían que sería, se hace necesario que el sindicalismo en general se haga una serie de reflexiones. El movimiento obrero tiene una plena capacidad de movilización en los sectores de mayor tradición reivindicativa, pero ésta le falta entre los funcionarios -en muchos casos adormecidos- y entre el sector servicios y los sectores sociales de precarios, mujeres, jóvenes, inmigrantes y jubilados (los jubilados son una gran fuerza sindical que los sindicatos, si se lo propusieran, podrían movilizar). Sectores crecientes que se sienten desvinculados del sindicalismo porque éste no ha terminado de defender sus intereses. Los sindicatos, sobre todo los mayoritarios, quizás tendrían que ser más valientes y más combativos y pasar a la ofensiva y no estar solamente a la defensiva: luchar por nuevas conquistas sociales en vez de mover solamente ficha para intentar no perder los derechos que todavía se tienen.
A los sindicatos les falla, sobre todo, estrategia: promueven una huelga general, pero para la cual a penas se calentaron motores. Ahora, pasada la huelga, se presenta una Iniciativa Legislativa Popular que tendría que haberse presentado el pasado 18 de junio, cuando se rompió el diálogo social, y que, a pesar de todo, firmaré. Y siguiendo el ejemplo francés, han descubierto que hace falta ir haciendo actos de movilización permanente que no sean necesariamente una huelga general, para crear un ambiente reivindicativo y concienciar a la población de la importancia de defender sus derechos y de lo graves que son los recortes.
Y con todo, en esta huelga he visto aumentar notablemente el número de personas que le echa la culpa de todo a los sindicatos, pero que no están dispuestos a hacer nada. Que afirman que «los franceses sí que saben ir a la huelga», pero que no van a la huelga. Que no quieren pagar cuotas sindicales, pero, al mismo tiempo, quieren que los sindicatos sean autónomos del poder y que les ofrezcan servicios gratuitos, que no se sabe quién pagará. Que no quieren perder un solo día de salario con la huelga pero que, al mismo tiempo, quieren sindicatos más combativos. Que lo quieren todo sin esfuerzo. Un sector de la sociedad entre los cuales la culpa siempre es del otro (en este caso, del sindicato), que no hace nada, y en el que uno siempre es la víctima (que, por lo visto, no puede hacer nada para evitar su condición).
Son este individualismo, egoísmo e infantilismo crecientes en una sociedad que va perdiendo el asociacionismo obrero como referente para la mejora de su calidad de vida contra lo que hemos de luchar. Contra la cultura antisindical, que critica a los sindicatos (mayoritarios) por vendidos, pero que no se afilia a ningún otro sindicato, más combativo. Contra esta conducta del «me-da-igual» que se está instalando cada vez más en una sociedad como la catalana, capaz de grandes reivindicaciones históricas, que cada vez más son más históricas y menos actuales.
Fuente: Revista Catalunya, Nº 123 diciembre 2010.