EL debate en torno al desarrollo de Urdaibai -en sus dos versiones de Guggenheim Bilbao Urdaibai (PNV) y de Parador Nacional de Turismo+fábrica de creación (PSE-EE)- creo que está desenfocado. Puede llevarnos a decisiones equivocadas y costosas en un caso, o casi anodinas en el otro, tanto económica como cultural, social y políticamente. En el […]
EL debate en torno al desarrollo de Urdaibai -en sus dos versiones de Guggenheim Bilbao Urdaibai (PNV) y de Parador Nacional de Turismo+fábrica de creación (PSE-EE)- creo que está desenfocado. Puede llevarnos a decisiones equivocadas y costosas en un caso, o casi anodinas en el otro, tanto económica como cultural, social y políticamente.
En el informe de Resultados de los estudios preliminares de diciembre 2009 que disponen los partidos, la Diputación es excesivamente aventurada en el tema aunque lo avalen doce informes por encargo para que bendigan una decisión pretomada; y, en cambio, la respuesta del Gobierno López es una improvisación aderezada con un enfoque falso («demasiados museos») de quienes al parecer aún no tienen proyecto de país ni de su cultura. En este tema han aflorado dos estilos mejorables: gobernar desde cierta prepotencia y desgobernar desde el desenfado.
En el origen del enfoque hay un lobby económico-cultural vinculado al Guggenheim-Bilbao-Nueva York. La pregunta inicial no fue qué hacemos con el Urdaibai, sino dónde colocamos una sucursal del Guggenheim. Desde ahí, el dedo se fue para Urdaibai, presentado en clave turística.
O sea, el tema no ha surgido -¡ojalá hubiera sido así!- porque todos los partidos se peleen, de repente, por desarrollar una comarca, el Urdaibai deprimido, bastante vigilada en lo ecológico y casi abandonada en inversiones económicas y viarias en los últimos 25 años, desde que la Unesco declarara Reserva de la Biosfera al estuario y su comarca (1984).
Por todo ello, se proponen algunas alternativas constructivas, y espero que razonables, en los tres niveles implicados y por orden de prioridad: cultura, Urdaibai y Guggenheim. Empecemos por la comarca.
Ha habido leyes y planes sobre Urdaibai. Así la Ley de Protección y Ordenación de la Reserva de la Biosfera de Urdaibai de 1989; el Plan Rector de Uso y Gestión de la Reserva, aprobado por el Gobierno en 1993; el participativo Programa de Armonización y Desarrollo de las Actividades Socioeconómicas (PADAS) de 1998 y que, de haberse aplicado, hoy se estaría en otra situación; y la Estrategia de Desarrollo Sostenible de 2008-2015. Este último impulsado desde el Departamento de Medio Ambiente (EA) del Gobierno Ibarretxe que intentaba superar el tradicional choque con la Diputación de Bizkaia y que, con una inversión prevista de 553 millones de euros para unas 60 iniciativas, incluía la construcción de tres nuevas carreteras (360 millones) con cargo al Territorio Histórico.
Pero en el último año se han producido dos hechos insólitos. Por un lado, el relevo gubernamental ha conllevado deshacer lo ya aprobado y, ahora, el nuevo Gobierno quiere re-aprobar otro. Por otro lado, allí no aparecía el Guggenheim-Urdaibai propuesto hoy por Diputación y, menos aún, como panacea salvadora del desarrollo comarcal -hasta con plataforma ciudadana- y con tintes de plan alternativo al que se le pide demasiado.
Para su desgracia, la comarca ha vivido una larga historia de desencuentros institucionales que la han semiparalizado en lo concreto: sin vías rápidas, casi sin industrias ni planes industriales, sin soterramiento de tramos de ferrocarril… Un Gobierno gestionado en esa cartera por un partido minoritario hasta 2009; una Diputación reactiva y con su propia idea del desarrollo y unos ayuntamientos desconcertados, han perdido una oportunidad de ejemplarizar ante el mundo la compatibilidad medioambiental y humana de una Reserva.
El aplazamiento año tras año de la decisión clave -felizmente ya tomada- de iniciar la perforación de los obstáculos naturales de Autzagane y Sollube facilitaba la sostenibilidad de la comarca pero también el aislamiento y declive de los dos núcleos de población que concentran el 80% de los 45.000 habitantes de la comarca (Gernika y Bermeo). Autzagane y Sollube -y sus accidentes- siempre han sido disuasorios para la actividad económica o turística. Las vías rápidas se hacían necesarias desde hace 25 años hasta Gernika y Bermeo. En el resto comarcal lo sostenible son las comunicaciones de poco impacto.
El concepto demasiado homogéneo de la sostenibilidad de la comarca, aplicado también a los núcleos grandes; la opción de una parte de los residentes por preservar su calidad de vida; y, sobre todo, la falta de coordinación y de compromisos de inversión económica compatible con la sostenibilidad y la atracción de capital privado… han llevado a la comarca a la situación actual. Parece como si, a la postre, sólo se hubieran encarado los horizontes rural y de turismo minoritario y de visita corta.
Hay un problema de enfoque. Para la comarca se ha de preservar el alucinante entorno mientras se aprovechan, además, sus numerosos recursos culturales y turísticos, hoy poco promocionados. Y, en cambio, Gernika y Bermeo requieren una apuesta económica de industrialización de nuevo tipo: por ejemplo, industrias no contaminantes, parques tecnológicos atractivos para un capital humano hipercualificado, equipamientos culturales de primera. Las nuevas generaciones necesitan un futuro.
Antes del crash financiero que aún seguimos viviendo, la imaginación y la creatividad eran los valores más pregonados en el mundo, pero la creatividad financiera -un trasunto de la avaricia- fue un espejismo con cataclismo. Por eso, hoy los valores en alza son la racionalidad, seguridad, rigor… Ganan los proyectos necesarios, tasados, fiables, promisorios y solventes.
A eso no se puede contestar en el caso del proyecto de Guggenheim Urdaibai en Sukarrieta con un «puede salir bien». ¡Claro! ¡Y mal! Incluso se puede aceptar con mucha buena voluntad, y aislando otros planos, que en lo estrictamente ambiental no sería impensable un equipamiento respetuoso con el entorno. Depende de tamaños, lugares, formas y anexos. Pero la desconfianza de muchos se basa en la insensibilidad institucional medioambiental en el conjunto vasco e, incluso, en Urdaibai. Algunos políticos conciben la ecología más como un obstáculo a sortear que como un principio de sostenibilidad. Por eso hay que precaverse contra la voraz piqueta que tantas veces ha intentado humanizar el conjunto de Urdaibai. Ahora, a lo peor, el proyecto en debate puede convertirse en un bello caballo de Troya de intereses distintos, incluidos los de quienes tienen terrenos no edificables. Menos mal que, hasta ahora, ahí ha estado el Patronato.
El macroproyecto de Guggenhein en Sukarrieta, tal y como se ha definido, arrastra varios problemas y alguna contradicción insoluble.
Primer problema: No parece razonable demoler la colonia de Pedernales. Aun siendo una «obra menor de Bastida» tiene no sólo encanto -la torre es un icono- sino que está fijada en la memoria colectiva de miles de vizcainos que pasaron allí una pequeña parte feliz de su niñez. Destruirla porque estorba a otro proyecto sería una falta de respeto, independientemente de que el Parlamento lo declare Monumento o no. Es un caso parecido al del café Boulevard de Bilbao. En cambio, redefinir su uso (o no) podría ser más entendible.
Segundo problema: Nadie podría aseverar que la interesante propuesta conceptual de intensa relación slow (tranquila) entre artistas y visitantes, entre arte, vida y naturaleza, como la que se propone en el informe de diciembre 2009, vaya a poder ser masiva. Más bien lo contrario. Es una experiencia para minorías. Para que fuera masiva se requeriría un edificio singular potente y exitoso por sí mismo e integrado en el paisaje. ¿Hay que tenerlo? ¿Sería exitoso?
El éxito arquitectónico, urbanístico, turístico y de imagen de ciudad que tuvo el efecto Gehry en Bilbao -un antes y un después que abría la arquitectura del siglo XXI- fue sorprendente, incluso para sus promotores, y decisivo. Después fueron decenas las ciudades en el mundo y en el Estado español que pretendieron emularlo, con arquitecturas de firma, rompedoras y caras: desisto enumerarlas. Los resultados fueron limitados, en algún caso por ver y, otros, desastroso. Los arrasadores continentes -interesantes para arquitectos/as y constructoras- dejan exhaustas las arcas para los contenidos culturales y, muchas veces, empobrecidos de funciones esos edificios.
Lo firme quien lo firme ya es muy difícil -no imposible- sorprender con un edificio emblemático que exija una visita ineludible. En la era de internet se valoran más los contenidos que los continentes; las funciones, significaciones y utilidades más que el modo de lograrlas. Tras el desarrollo formidable de los medios, vuelve la sencillez en la era del conocimiento. Vuelta a las ideas, a la materia gris, al saber y a las personas. A lo mejor el inmediato futuro no va necesariamente de masificaciones. La obsesión edificatoria disfraza una preocupante falta de ideas y una tentación política: la repetición y la monumentalidad para la posteridad.
En tercer lugar, hay un círculo vicioso en el caso de Sukarrieta/Busturia: su éxito económico sería nuestro fracaso en gestión ambiental. Y, en cambio, su fracaso económico sería nuestro fracaso social.
En efecto, en el discutible estudio de mercado del informe se dice que visitarán la instalación una media de 148.000 personas cada año. Además esa generosa cifra es sin relación con un edificio de impacto. O sea ¡afortunados de nosotros! nos lo podemos ahorrar ¿no? Pero si esa cifra se cumpliera tendríamos un problema, porque focalizados hacia un punto, y en oleadas de fines de semana, fiestas y vacaciones, la presión sobre el Urdaibai -desplazamientos, infraestructuras, hostelería, tiendas, hoteles…- se me antoja insoportable para Sukarrieta/Busturia. Eso sí, se generarían 22 millones de euros de valor añadido, 489 empleos y una recaudación de 9,5 millones para la CAV, dicen. Los comerciantes, felices; y los tranquilos vecinos de Busturia y Sukarrieta, creo que mosqueados. Pero aún hay más. Si a los 148.000 le añadiéramos la barahúnda multiplicada por un exitoso inmueble en plena Reserva, ya tendríamos un gravísimo problema de presión humana.
Si, al contrario, fuera poca gente, los 200 millones a invertir (133 millones más el coste del traslado de la Colonia al municipio de Ea), ¿a quién se le reclaman? ¿Al conocido Andanas? Por si acaso, ya se dice, despreocupadamente, que sólo por construir se generarían 2.000 puestos de trabajo temporales en la CAV. Aunque el consuelo fuera cierto, las preguntas deberían ser otras: ¿Y el impacto de las obras y de construcciones privadas que quedarían ahí? ¿Y el coste de oportunidad? O sea ¿qué otra obra cultural necesaria se pudo hacer ahí o en otra parte, con efectos respetuosos, multiplicadores y seguros, y que ese macroproyecto impidió porque no había dinero para todo?
Ese círculo vicioso es un reflejo de una contradicción profunda entre el interesante modelo conceptual, propuesto por artistas, y la obsesión arquitectural y urbanística, propuesta por políticos. Éstos utilizan aquél para legitimar ésta. Pero, en el fondo, no casan. El propio Departamento de Cultura del Gobierno Ibarretxe no vio bien ese proyecto. En el mejor de los casos se requiere un redimensionamiento radical si fuera para Sukarrieta o, en otro caso, un replanteamiento de ubicación y concepto (Bilbao, Gernika o Bermeo) como se apunta después.
Por último, los máximos consensos sociales deberían ser una norma de conducta para las cosas de la política cultural (la cultura colectiva) y del desarrollo comarcal (las cosas de comer ). Si nos equivocamos, que nos equivoquemos desde mayorías. ¿Es legítimo que un liderazgo excesivo nos haga asumir un riesgo excesivo? Yo creo que no, aunque a base de presiones logre la «legitimidad aritmética» que hoy, en otro tema bien distinto, tanto denostamos.
http://www.deia.com/2010/04/15/opinion/tribuna-abierta/cultura-urdaibai-y-guggenheim-planteamiento-i