«Aquellos que hacen correr la mayor cantidad de sangre, son los mismos que creen tener el derecho, la lógica y la historia con ellos» (Albert Camus, Reflexiones sobre la guillotina) Cuando estaban recién comenzando los diálogos de paz entre el gobierno colombiano y las FARC-EP en Oslo, el negociador del gobierno, Humberto de la Calle, […]
(Albert Camus, Reflexiones sobre la guillotina)
Cuando estaban recién comenzando los diálogos de paz entre el gobierno colombiano y las FARC-EP en Oslo, el negociador del gobierno, Humberto de la Calle, furibundo a causa de las opiniones expresadas por el comandante guerrillero Iván Márquez sobre el modelo económico neoliberal colombiano, intentó desviar la atención respondiendo a la prensa, en un arrebato, que los insurgentes tendrían que dar la cara a sus víctimas [1] .
Curiosamente De la Calle hace este planteamiento precisamente en los momentos en que el Estado colombiano garantiza la impunidad de los miembros de la fuerza pública involucrados en atrocidades y violaciones de derechos humanos, así como da carta blanca al Ejército para aplicar política de tierra arrasada. Tal es el espíritu de la ampliación del Fuero Penal Militar, aprobada finalmente la semana pasada, según la cual se presume que los crímenes y violaciones cometidas por funcionarios del Ejército son actos propios del ejercicio de su servicio, con lo cual deben ser juzgados por tribunales castrenses. Éstos podrían derivarlos a tribunales civiles si determinaran que estos crímenes han sido realizados por fuera del servicio. De esta manera, la violación sexual, los falsos positivos, las torturas, entre otras bellezas, irían a dar primero a los tribunales militares. Y como si esto fuera poco, la reforma incluye un «Sistema de Defensa Técnica y Especializada» mediante el cual los contribuyentes pagarán la defensa a los militares involucrados en crímenes y barbaridades, mientras los campesinos que sean víctimas de ellas tendrán que rebuscarse quién los defienda sin ningún fondo y con todo el peso del Estado en contra. Algo así como tirar a pelear al campeón de pesos pesados contra un hombre amarrado a un árbol.
Aún cuando la impunidad más vergonzosa reina en los casos de crímenes de Estado (del orden del 98%), esto no es suficiente para el gobierno. Reclaman por la «inseguridad jurídica» de los soldados en el desempeño de su servicio, lloriquean que la «justicia ordinaria» no entiende el rigor de la guerra y que, por consiguiente, no puede juzgar los crímenes de esa élite por encima de la ley que es el ejército. La impunidad absoluta para que las fuerzas represivas del Estado impulsen una ofensiva militar que arrase todo a su camino, ha sido reclamada desde hace tiempo desde el bloque dominante, no sólo por el uribismo más recalcitrante; de hecho, ya se habían hundido versiones previas del fuero militar durante el gobierno de Santos [2] . El lema de la oligarquía ha sido expresado con mayor claridad que nadie por el primo del presidente, Francisco Santos, quien en una columna en Julio reclamaba «blindar totalmente a las Fuerzas Armadas. Así sea en exceso y sin dudas. Hay que recuperar la moral de combate cueste lo que cueste» [3] . Santos, como miembro de la oligarquía rancia que se reparte el poder en familia de hace dos siglos, bien sabe que el «costo» de la guerra sucia no tendrá que pagarlo ni él ni nadie de su familia ni de su clase. Por eso lanza la consigna de masacrar sin ningún escrúpulo.
Si son así sin fuero…
Aún sin el fuero militar, el Ejército ya ha venido aplicando estas políticas de exterminio en las zonas de consolidación militar, donde hemos visto aumentar los abusos y las violaciones de todo tipo en la más absoluta impunidad. Aún una parlamentaria oficialista de la «unidad nacional», Ángela María Robledo, ha puesto el grito en el cielo ante los abusos del Ejército en el Putumayo:
«Abusan de las niñas, las llevan al ‘cambuche’ o al lugar donde ellos están. Vienen 5, 6, 7 u 8 militares, las llevan y están con ellas (…) Este año, 12 estudiantes menores de edad, del Colegio Industrial, resultaron embarazadas. Todas ellas por soldados (…) Les dan bolsas de comida para conquistarlas. Tiempo después, les dicen déjeme tocarle los senos y yo le doy $2 mil. Y las niñas se dejan tocar, que es lo más complicado. Si se dejan tocar la vagina son $5 mil, $10 mil. Son muchas las necesidades de estas peladas, viven en condiciones deplorables: no hay acueducto, no hay alcantarillado, no hay energía (…) Uno muchas veces está frente a un televisor y se sorprende de la cantidad de mentiras que dicen. A mí me da rabia cuando un coronel del Ejército dice que esos son casos aislados. Cuando uno está en el medio, uno sabe que eso no son casos aislados, que eso es un común denominador. Yo he tenido contacto con el batallón. Como también me ha tocado estar con la guerrilla y me sorprende como muchas veces hay mejor trato de parte de la guerrilla que del Ejército (…) Si eso ocurriera con un civil, seguro que le aplicarían el peso de la ley, pero pasa con un soldado profesional y todo el mundo evade la responsabilidad (…) Los campesinos cuentan que van a mercar y cuando vuelven el Ejército se les mete a las casas y les quitan la poca comida que tienen, y, ¿quién los defiende? No podemos decir que son casos aislados, pero a la gente le da miedo denunciar porque Putumayo es uno de los departamentos donde más casos de falsos positivos se han presentado. Si hablo, a mi hija la violan. Si hablo, me ponen una mina quiebrapatas. Si hablo, no me siento respaldado»[4]
Si ese es el clima de terror que ya se respira en las zonas de consolidación del «glorioso» ejército, entonces mejor ni pensar qué atrocidades se verán ahora que ya tienen licencia plena para asesinar. Para los trasnochados que aún creen que en Colombia los héroes sí existen y que estos «excesos»ocurren sólo en la base hay que solamente ver lo que ha pasado con el tema de los falsos positivos; dice la Corte Penal Internacional (Informe Noviembre 2012) que:
«Existe fundamento suficiente para creer que los actos descritos se cometieron conforme a una política adoptada al menos a nivel de ciertas brigadas de las fuerzas armadas que constituye una política del Estado o de una organización para cometer esos crímenes. Las Salas de la Corte han señalado que lo que se entiende por política del Estado ´no tiene por qué haber sido concebida en las esferas más altas del aparato estatal, sino que puede haber sido adoptado por instancias estatales regionales o locales. Así, una política adoptada a nivel regional o local puede cumplir los requisitos relacionados a la existencia de una política del Estado´. No obstante, la Fiscalía sigue analizando información para esclarecer si esa política se podría haber formado a niveles más altos del aparato del Estado» [5] .
Aparte de esto, denuncian en el mismo documento que existen fundamentos para acusar a la fuerza pública de violación y otras formas de violencia sexual, tortura y tratos degradantes, ultrajes contra la dignidad personal, ataques contra civiles y homicidios. Qué belleza. ¡Y esto ha ocurrido en Colombia aún antes de que se amplíe el fuero militar!
La mayoría de las organizaciones de derechos humanos manifestaron su vehemente oposición al proyecto [6] . El director de Human Rights Watch, José Miguel Vivanco, hasta hace poco un entusiasta simpatizante del presidente Santos, ha declarado que «g raves violaciones de derechos humanos cometidas por militares-incluidas ejecuciones extrajudiciales, torturas y violencia sexual«, en virtud de esta reforma, quedarían en la impunidad [7] . El escándalo ha de ser mayúsculo para que aún la timorata Navi Pillay, Alta Comisionada de Naciones Unidas para los Derechos Humanos, expresara su oposición a este proyecto [8] .
Human Rights Watch envió una carta en la que, punto por punto, critican de manera demoledora los presupuestos de quienes impulsaron el fuero, hecho que califican de un «golpe al estado de derecho«: la supuesta»inseguridad jurídica» de los militares es una mentira (el gobierno ha sido incapaz de dar un caso de militares juzgados sin mérito), la eficiencia de la justicia penal militar para juzgar violaciones a los derechos humanos es otra mentira y el argumento de que la justicia ordinaria carecería de conocimientos especializados para juzgar los delitos de los militares es improcedente (los jueces no necesitan saber de medicina para juzgar un acto de negligencia médica, ni necesitan saber de economía para juzgar fraudes financieros) [9] .
De manera certera, un comunicado emitido por las principales organizaciones de derechos humanos en Colombia decía que el «ambiente de miedo y sospecha generalizado bajo el que tienen que actuar las víctimas en el presente, se vería intensificado si los procesos quedan en manos de las mismas instituciones que han cometido los diversos crímenes y por lo tanto la desconfianza en las acciones de derecho se aumentaría, generando en la sociedad una sensación de vulnerabilidad e indefensión que no contribuye a los procesos de acceso a la verdad, justicia y reparación integral.» [10]
Dar la cara a un pueblo en lucha y resistencia
El Estado colombiano, según la versión oficial, es una «democracia asediada» [11] . Según ésta, el Estado es neutral o hasta una víctima del conflicto. Pero el Estado, a diferencia de lo que puedan decir tanto uribistas como socialbacanos, no es la encarnación del bien común, sino un agente activo del conflicto: según datos del CINEP, en el 2009, el Ejército y sus aliados paramilitares fueron responsables del 85% de las violaciones a los derechos humanos; el 2007, según la Comisión Colombiana de Juristas, el Ejército y los paramilitares (con los que colaboran o a los que toleran) fueron responsables del 75% de los asesinatos de civiles colombianos [12]. Tomando en consideración estos datos, De la Calle necesita, como se dice en criollo, mucho huevo para decir a la insurgencia que tendrá que dar la cara a las víctimas. Históricamente, podemos decir que el conflicto armado es la respuesta a la dinámica de violencia de clases alimentada desde el Estado, por lo menos, desde la década de los ´40; desde entonces, el terrorismo de Estado y la exclusión de las masas mediante el ejercicio de la fuerza, han sido las constantes de la vida política colombiana. Esto es un hecho de primordial importancia que hay que tener en cuenta si se va a hablar en serio sobre la paz. A la luz de la realidad que viven millones de campesinos y de décadas de historia, las palabras de De la Calle son una tomadura de pelo, una sinvergüenzura sin nombre.
Lo más preocupante es que en el marco de las negociaciones de paz, el Estado ha reforzado una ofensiva represiva en contra del pueblo organizado, arrestando, reprimiendo, abusando por todo el territorio nacional. El fuero militar es parte de esta política de exterminio orquestada desde las altas esferas del Estado con la complicidad de los gremios y los medios. Me tocó estar la semana pasada en Corinto y presenciar las provocaciones del Ejército que continúan sus ametrallamientos indiscriminados hacia los cerros, pese al cese al fuego unilateral decretado por la insurgencia. Toda la noche sobrevolaron helicópteros y se oyó el sonido de granadas, todo cerro arriba. Hacia abajo no hubo disparos. Estas provocaciones, que buscan que la insurgencia se defienda para así el Ejército poder montar una pataleta mediática [13], tienen un grave efecto sobre la población campesina que, exasperada, se movilizó en centenares en la vereda de San Luis Arriba, exigiendo al Ejército retirarse de la zona. Esa es la realidad del conflicto que ocultan los medios y que se respira en el día a día en miles de puntos de la geografía colombiana.
El discursillo sobre las víctimas de De la Calle es una broma de mal gusto que indigna a quienes aún tenemos un corazón que palpita en el pecho. Es un insulto contra los millones de colombianos victimizadas por un Estado que practica abiertamente el terrorismo, con el gentil auspicio de una comunidad internacional cómplice. Que De la Calle no se enrede mucho, porque ya le tocará su turno de dar la cara a las víctimas, aunque por ahora cubran sus crímenes con el manto de la impunidad y con las patrañas que reproducen los serviles medios masivos, cómplices en el más vil negacionismo del holocausto que se vive en la Colombia rural [14]. Aunque tendrá que dar la cara a algo más que víctimas: nos negamos a asumir al pueblo en una condición inerme, desprovista de sentido histórico, de proyectos de vida y de capacidad de luchar. A quien realmente tendrá que dar la cara es a un pueblo al que han violentado, desaparecido, masacrado, desplazado y bombardeado, pero un pueblo berraco que sigue luchando, que sigue resistiendo. Un pueblo que niega a ser visto unidimensionalmente como pobre víctima y que en todo el territorio reclama su derecho a vivir y a ser amo de su propio destino.
NOTAS:
[1] http://www.elespectador.com/
[2] http://anarkismo.net/article/
[3] http://www.
[4] http://www.elespectador.com/
[5] http://www.rebelion.org/docs/
[6] http://www.
[7] http://justiciaypazcolombia.
[8] http://www.elespectador.com/
[9] http://justiciaypazcolombia.
[10] http://www.
[11] http://anarkismo.net/article/
[12] A. Isaacson «CINEP: Colombia’s conflict is far from over», Center for International Policy, Washington DC, Abril 2008; Comisión Colombiana de Juristas «Colombia 2002-2006: Situación de derechos humanos y derecho humanitario», Enero 2007.
[13] Operaciones de este tipo se vienen presentando en todo el Cauca, pero la prensa, para echar leña al fuego, las muestra como quiebres al cese al fuego http://www.elpais.com.co/
[14] Como botón de muestra, ver la reacción del Estado ante la massacre de Santo Domingo Arauca: el 13 de Agosto de 1998 la Fuerza Aérea bombardeó con bombas de racimo a un grupo de civiles, asesinando a 17 personas (6 de ellos menores de edad). El Estado se dedicó a mentir descaradamente, mediante testimonios contradictorios http://www.elespectador.com/
(*) José Antonio Gutiérrez D. es militante libertario residente en Irlanda, donde participa en los movimientos de solidaridad con América Latina y Colombia, colaborador de la revista CEPA (Colombia) y El Ciudadano (Chile), así como del sitio web internacional www.anarkismo.net. Autor de «Problemas e Possibilidades do Anarquismo» (en portugués, Faisca ed., 2011) y coordinador del libro «Orígenes Libertarios del Primero de Mayo en América Latina» (Quimantú ed. 2010).
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.