No es fácil determinar el inicio de este trance, que ha precipitado la caída de un modelo que en sus años de auge fue publicitado como el gran paradigma de desarrollo para Latinoamérica y para el mundo. Durante décadas los ejecutivos chilenos emprendían vuelo desde Pudahuel no pocas veces acompañando a altos burócratas, ministros y […]
No es fácil determinar el inicio de este trance, que ha precipitado la caída de un modelo que en sus años de auge fue publicitado como el gran paradigma de desarrollo para Latinoamérica y para el mundo. Durante décadas los ejecutivos chilenos emprendían vuelo desde Pudahuel no pocas veces acompañando a altos burócratas, ministros y hasta presidentes, para pavonearse por hoteles de cinco estrellas y centros financieros exhibiendo las cifras del crecimiento económico.
Tal vez la fractura empezó con el escándalo de La Polar, o con el cartel de las farmacias, o quizá con la colusión de los precios de los pollos. Fue un evento sumado a otro, primero como gotas, más tarde se convirtió en chaparrón y hoy es un torrente de escoria. El sistema levantado tras la dictadura y remozado durante la transición por empresarios y gobernantes está próximo al colapso, con episodios como Cencosud o el BancoEstado y ayer la Universidad del Mar, que abarcan desde las finanzas hasta el corazón de la política. Es un sistema tan viciado, altamente corrupto, deteriorado desde sus mismas bases, que ha falseado hasta los números, como han sido las cifras del INE. A partir de ahora, no sabemos ni cuántos somos ni el valor de las cosas.
Estamos en una crisis sistémica, con síntomas un poco diferentes a los que sufren los griegos y españoles, pero de alcances y profundidades similares. Si en una zona la grieta no resiste presionada por las finanzas desfondadas, en otra región se abre por la angustia ciudadana, pero en todas rasga los tejidos sin pausa, como los tumores y la metástasis. Las gerencias y los directorios llegaron demasiado lejos durante el festín de la avaricia neoliberal. Tan lejos como para haber acabado con su presa. Esos grandes depredadores han aplicado sobre los consumidores las mismas estrategias con las que han acabado con los recursos naturales. Con la lógica de expoliación de la naturaleza, la rentabilidad máxima promovida por personas y estrategias de «excelencia», ha liquidado también a su misma clientela. O por lo menos al ordenado, dócil y alienado consumidor.
Los mercados desregulados han sido los mercados sin ley. Ha sido la ley de la selva, el far west, un espacio propicio para el surgimiento e instalación de gangsters y mafias que prostituyen y extorsionan al establishment político para cebarse lo mismo con los recursos naturales como con los ciudadanos bajo sus propias e improvisadas normas. La seguidilla de engaños, estafas y otras trampas, que van desde el retail a las universidades, desde las farmacias a los productores de pollos y la banca, son una muestra de un estilo de hacer negocios que cruza a empresarios y políticos y cuya finalidad es servirse del país y de su pueblo.
Si hace unos años los más críticos y agudos observadores eran unos pocos excluidos del mercado, hoy es la gran mayoría de la población. En estos pocos años el rechazo a la institucionalidad neoliberal ha pasado desde una minoría a convertirse en una realidad cotidiana que viven casi todos los chilenos. El repudio hoy cruza ideologías, regiones, clases. La excelencia del modelo de libre mercado desregulado ha conseguido concentrar con tal eficiencia la riqueza entre los dueños del capital y unos pocos administradores, que ha dejado del lado de los excluidos a prácticamente toda la población. Este triunfo puede convertirse en una inminente derrota.
«La marcha de los enfermos», que organizó el periodista Ricarte Soto, no ha podido ser una mejor muestra del grado de marginación que tenemos los chilenos en este comienzo del siglo XXI. Enfrentar una enfermedad compleja, rara, o de las llamadas terminales y catastróficas, significa buscar financiamiento ya sea a través de créditos, rifas o colectas familiares para adquirir medicamentos producidos por las grandes corporaciones farmacéuticas. Se trata de precios inalcanzables para toda la población, salvo contadas excepciones, en los cuales, como en el resto de las actividades, el Estado ha dejado de participar. De pacientes hemos pasado a clientes, a consumidores de los servicios de salud.
La convocatoria a esta masiva marcha la realizó Ricarte Soto, que padece cáncer, a través de los canales de televisión abierta, a los que se expone el sector más adoctrinado y aparentemente menos reflexivo de la población, aquel que consume ingentes cantidades de entretenimiento, frivolidades y sobre todo publicidad. Ese grupo de perfectos integrados y alienados es la gran masa de potenciales consumidores y base social del modelo de mercado.
Los enfermos y sus familias ya sabían por experiencia propia cómo funciona el mercado de la salud y también se han enterado de las posibilidades de desatar ese nudo. La crítica no está hoy solo entre los activistas y organizaciones sociales, tampoco es materia que se difunda solo por redes sociales, sino boca a boca, en las conversaciones cotidianas. Hace muy pocos años, en algún misterioso momento, la realidad chilena felizmente se ha invertido: desde perfectos integrados, hemos pasado a formar una masa crítica.
Publicado en «Punto Final», edición Nº 781, 17 de mayo, 2013