Hemos dicho alguna vez que el sistema siempre se ha visto necesitado de una cobertura política que le proteja y le permita operar de la manera más tranquila posible. La «democracia» moderna, elaborada desde arriba, y la alternancia de dos partidos, ha sido una excelente estrategia que les ha servido durante unas cuantas décadas. El […]
Hemos dicho alguna vez que el sistema siempre se ha visto necesitado de una cobertura política que le proteja y le permita operar de la manera más tranquila posible.
La «democracia» moderna, elaborada desde arriba, y la alternancia de dos partidos, ha sido una excelente estrategia que les ha servido durante unas cuantas décadas. El cansancio y el desencanto de amplios sectores sociales han propiciado el rechazo del modelo, y cada vez más personas se encaminan a la abstención, aunque, como bien se han encargado de establecer, esta opción no tiene valor político. Sin embargo, alguna preocupación les supondrá a los que detentan el poder, cuando la oferta partidista se diversifica, dando a entender que ahora ya no se trata de sólo dos partidos que se alternen. En artículos anteriores, señalaba que PP, PSOE y Ciudadanos defienden los mismos intereses: el de los poderosos. De esta relación excluía a Podemos por la proclamación de sus propuestas iniciales, pero ahora ya no estoy seguro de que éstos no sean una pieza más de este juego.
Matizando lo que señalaba en artículos anteriores («De ahora en adelante» y «Carta abierta a Podemos»), de cara a las próximas elecciones, y descartada la unión PP-PSOE (para simplificar, por lo improbable), caben las siguientes combinaciones para formar Gobierno estables durante toda la legislatura:
-Pacto de PSOE y Podemos.
-Pacto de PSOE y Ciudadanos.
-Pacto de PP y Ciudadanos.
-Pacto de PSOE, Podemos y Ciudadanos.
La aparición de nuevas plataformas (o mareas) y los nacionalistas, junto a los otros cuatro grupos señalados, pueden dar lugar a una enorme fragmentación de los votos. Por este motivo, tanto las plataformas como los nacionalistas pueden tener alguna influencia a la hora de forma mayorías, o para apoyar propuestas puntuales del grupo gobernante. IU y UPyD, si se presentan con sus siglas, no serán determinantes en el marco de los posibles pactos que se puedan llevar a cabo.
En cualquier caso, siempre será uno de los grupos el que tenga el mayor número de votos, convirtiéndose los otros en lo que se conoce como «bisagra» o grupos de apoyo para llegar a acuerdos. Lo más probable es que sean el PP o el PSOE los que obtengan el mayor número de escaños. Por lo tanto, serán algunos de los otros los que apoyen, a través de lo que se conoce como «pactos», para toda la legislatura o para determinadas acciones aisladas, incluso puede ser que el PP y los socialistas se alíen en ocasiones. Pero esto no es nuevo. Ya en otros tiempos de minorías hubo pactos con los nacionalistas.
De todas formas, ocurra lo que ocurra, no dejará de tratarse de una alternancia o de la continuidad del PP con el apoyo de Ciudadanos u otros, aunque todo apunta a que, por fortuna, se rompa la «regla de los ocho años» (dos legislaturas seguidas) y el PP pase a la oposición. Esto parece lo más deseable por una amplia mayoría social, aunque, en épocas de incertidumbres como la actual, todo es posible.
Pero digámoslo con rotundidad, los pactos no suponen mejora alguna en la depauperada salud de esta democracia, ni en la correlación de fuerzas entre ricos y pobres. Sea cual sea el resultado, la estructura social no variará en absoluto, los que ganen seguirán defendiendo los mismos intereses que han venido haciendo los que han gobernado hasta ahora. Cuando las distintas opciones políticas no ofrecen modelos sociales y económicos claramente diferentes, no constituyen alternativas válidas. Cuando esas opciones, abierta o subrepticiamente, asumen el mismo sistema económico y la misma organización social, se burlan de los ciudadanos, abusan de su ignorancia (generada intencionadamente), vacían de contenido cualquier atisbo de auténtica democracia y convierten la política en un simple mercado.
Podemos, grupo político, despertó ilusiones entre los individuos de un importante sector social, pero fue exactamente eso, una ilusión, que poco a poco se ha ido transformando en decepción, y eso si que es un sentimiento verdaderamente real. La desaparición o moderación de sus propuestas iniciales, el embrollo de sus relaciones con otros grupos y su indefinición ideológica han dado al traste con aquella frescura con la que aparecieron, y la esperanza de convertirse en alternativa se ha desvanecido. Todo ello ha diezmado el apoyo ciudadano y ha dado lugar a la crítica en el seno de sus propias bases. En conclusión, Podemos se muestra ya como un grupo más, y en las próximas elecciones, por el camino que va, obtendrá una discreta representación (entre el 10% y el 15%). La actual ley electoral no les favorecerá lo que ese porcentaje supondrá la elección de alrededor de 20 diputadas o diputados, pero, tal vez, eso les resulte suficiente a ellos para que sus dirigentes entre en ese nefasto grupo al que ellos mismos, aunque no fueron los primeros, denominaron casta.
En consecuencia, es inevitable recurrir, como tantas veces, a la lapidaria frase de Lampedusa, según la cual se trata de cambiar algo para que todo siga igual. Alternancia bipartidista y pactos son los mismos perros con distintos collares. El cambio no es más que una nueva estrategia a través de la cual buscan nuevas fórmulas para restablecer un nuevo orden social que siga dando soporte a este sistema basado en la desigualdad.
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