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De la Crisis política a la convergencia de las izquierdas en Chile

Fuentes: Rebelión

«Chile está en crisis». El último término de esta afirmación puede dar muchísimo al indagar en su sentido etimológico, pues crisis (Krisis) del verbo krinein significa, a la vez, «análisis» y «ruptura». Podríamos decir que crisis es una relación, pero no cualquiera, es una relación que se rompe y por las consecuencias de la ruptura, […]

«Chile está en crisis». El último término de esta afirmación puede dar muchísimo al indagar en su sentido etimológico, pues crisis (Krisis) del verbo krinein significa, a la vez, «análisis» y «ruptura». Podríamos decir que crisis es una relación, pero no cualquiera, es una relación que se rompe y por las consecuencias de la ruptura, deviene la necesidad de un análisis que la explique pero que además la supere.

De ahí el término crítica que entre sus acepciones alberga la acción de juzgar, decidir, hacer. En definitiva las crisis nos obligan a pensar, incentivan la reflexión pero además la intervención [3] .

La crisis política chilena podría expresarse en una sola palabra: inestabilidad. La pregunta es quién o quiénes reconstituyen la estabilidad ausente, y si acaso, esta crisis puede abrir espacios para avanzar en la construcción de una nueva fuerza política bajo el prisma de un nuevo sujeto político-social. Ciertamente no es posible avanzar en respuestas tentativas sin antes fijar el lugar de la crisis, delimitar su ubicación.

Podríamos decir que estamos frente a una multiplicidad [4] de crisis de la política que analíticamente es posible abordar desde, al menos, dos ángulos.

Crisis de la política como crisis de la ficción democrática

Por un lado, es una crisis de legitimidad del sistema político y sus instituciones, de su incapacidad para representar y procesar las demandas ciudadanas y sus intereses, estamos ante una ruptura del vínculo «representantes-representados». Dicho de otra manera, es una crisis política porque se ha puesto en evidencia y cuestión el interés particular por sobre el interés general en las prácticas de los políticos de la elite (corrupción y enriquecimiento ilícito) como en el diseño de las políticas públicas (reducidas ante la privatización de los derechos sociales en beneficio de privados), además de la vía clásica de salida ante los conflictos: la lógica de los acuerdos, vía consenso.

Pero no es sólo una crisis de legitimidad de la elite política y los «mecanismos democráticos» bajo los cuales fueron electos, estamos entrando, a la vez, en una crisis de la ficción democrática (misma), de la probidad de la democracia y del modelo que la sustenta. Es decir, hay crisis, en otras palabras, porque se ha puesto en evidencia la ficticia identidad entre Estado y sociedad [5] (el clásico de los movimientos sociales actuales: ¡No nos representan!), pero además, está en entredicho la credibilidad y sentido del modelo económico impuesto por la dictadura, cuestionándose, el mercado como única vía de acceso y expresión de la plena libertad para la elección de los bienes, que además, ubica en un mismo plano, por ejemplo, el acceso a educación, la elección de un representante y un teléfono móvil, en Chile el modelo neoliberal subsumió la sociedad en todos sus niveles: mercantilizó la vida. Pero esta subsunción toco techo, se fracturó y con él, el consenso del modelo económico y político neoliberal y su elite política dirigente.

Crisis de la política como crisis del sentido común

Por otro lado, estamos frente a una crisis del sentido común. Si solo hubiese una crisis institucional (por arriba), la tesis «que se vayan todos» sería una salida. No obstante, que se vayan todos sólo asegura que se vayan los actores pero no el escenario ni el teatro. Nada asegura que los nuevos actores elijan otro escenario ni mucho menos otro teatro, ya que los actores (en sociedad) personifican determinadas relaciones sociales e intereses.

En ese sentido, para nuestras transformaciones necesitamos (re)construir otro espacio, otro lugar: el lugar de los comunes. Sin embargo, aquel lugar alguna vez instituido, fue derrotado, extirpado por la dictadura y sustituido por el modelo económico neoliberal promoviendo en lo social la naturalización de la desafección y la apatía. Es fácil demostrar esto si seguimos el proceso de despolitización que experimentó la juventud chilena. Mientras que en la década de los años 60′ y 70′ [6] encontramos una juventud involucrada políticamente, ya sea en partidos de izquierda como de centro o derecha, una juventud que participa activamente de la dinámica política, (de hecho la izquierda aumenta su votación del 60´ en adelante) y que está dispuesta a defender las grandes transformaciones históricas; en los 80′ por el contrario, rápidamente, se hace carne el impacto de la Revolución Capitalista, la des-industrialización y la tercerización de la economía golpea fuertemente a un sector importante de la juventud fomentando su precarización, y dejando, a la vez, a este sector fuertemente marginalizado de la política, y a las fuerzas políticas de izquierda casi completamente desarticuladas. En los 90′ con la aplicación de las políticas neoliberales del Consenso de Washington [7] no sólo entramos a una década que trajo consigo la exclusión social y la injusticia distributiva, incentivando el creciente individualismo, y por lo tanto, la pérdida del imaginario colectivo que debilita los tejidos sociales, además, y por consecuencia, estamos frente al desapego y privatización de la política -para dejarla en manos de los «expertos»- que va de la mano con la imposibilidad de levantar alternativas políticas de izquierda por las propias condiciones construidas en la «nueva institucionalidad democrática».

Esta reproducción de la desafección por vía de la «suspensión» de la política, como cualquier proceso de reproducción social, ha encontrado sus propios límites. En ningún caso ha finalizado, no obstante se ha fisurado no sólo por la de la propia crisis de legitimidad sino que también por la emergencia de los nuevos movimientos y actores sociales. Del malestar -expresado en las altas tasas de suicidios, los incrementos de la depresión, la recepción pasiva de los conflictos- es posible identificar y caracterizar fenómenos de indignación. Tales fenómenos van de la mano con el grado de politización en el que ha entrado la sociedad chilena, con movimientos sociales emergentes y altamente legitimados.

Ubicamos el incremento de esta politización en la llamada «movilización pingüina», proceso que ocurrió el 2006 y que se profundizó el 2011 con el «movimiento social por la educación», los movimientos regionalistas (Aysén, Calama, Punta Arenas), los movimientos territoriales y socio-ambientales, las demandas históricas del pueblo mapuche, las demandas de género, o el actual movimiento por la Asamblea Constituyente, etc. Pero sin duda fue el movimiento social por la educación el actor que potenció la politización automática de los chilenos, en tanto que empujó la formación de opiniones respecto al conflicto educacional derivando en la verbalización de la consigna «no al lucro en educación!», cuestionando, de esta manera, la educación como un bien de consumo transable en el mercado. El movimiento estudiantil, que a comienzos del nuevo siglo instaló la demanda por el «pase escolar», hoy no sólo exige una educación como derecho social, además, ha madurado hacia la demanda (junto con otros movimientos sociales) por una nueva constitución bajo una asamblea constituyente promoviendo un debate público y tensionando al bloque dominante a otorgar respuesta a estas demandas.

Mientras los nuevos movimientos y actores sociales empujan hacia una discusión sobre lo público, sobre lo común, re-politizando el sentido de lo social, la subjetividad neoliberal se fisura ante la evidencia de un modelo que superpone lo individual a lo colectivo. De esta manera, una verdad evidente aparece en escena: el sentido común no sólo está crisis, por sobre todo está en disputa. Pero es una disputa abierta, que no termina con el posible «orden» por arriba que la institucionalidad vigente pueda construir como salida a una crisis -con un cambio de actores (la llamada «vieja guardia», etc.) y/o por el proceso de reformas- ya que el malestar e indignación va en «relación directamente proporcional» con los límites del modelo económico y político y el descrédito potenciable de la elite. Es decir, aún con las reformas aprobadas, el descontento social tensionara las bulladas leyes, fomentando la movilización social y la construcción de nuevas fuerzas políticas.

¿Convergencia o unidad de las izquierdas?: De actores sociales y fuerzas políticas a la construcción de un sujeto político-social

Las demandas y cuestionamientos de los movimientos regionalistas, socio-ambientalistas, las luchas sindicales, el movimiento social por la educación, etc., hoy por hoy, -sobre todo de este último- tienen respetables niveles de legitimación.

Los movimientos sociales podrían ser caracterizados en algunas de sus acciones u objetivos, por profundas motivaciones de cambios (en tanto que demandan cambios estructurales) como también, expresión de una indignación sistémica (en tanto que demandan reformas parciales). Pero, si bien no todos los movimientos sociales direccionan sus demandas hacia cambios estructurales, en un sentido amplio, sí han demostrado ir en contra de las políticas que expresan los gobiernos neoliberales de turno. Lo medular de los movimientos sociales actuales es que más que una suma de individuos -y/o consumidores- funcionan como un gran actor colectivo que demanda necesidades colectivas [8] .

Ahora bien, no sólo la literatura sino que la realidad misma ha puesto en evidencia que si bien los movimientos sociales emergentes han sido fundamentalmente eficientes en la instalación de demandas al empujar hacia un nuevo sentido común, son insuficientes para impulsar y dirigir grandes trasformaciones por su prescindencia de la política y de los partidos políticos. Por otro lado, la izquierda tradicional vacía de contenido social, exclusivamente partidaria o bajo un uso exclusivamente instrumental de lo social sólo ha construido representaciones vacías de movimiento social.

Una relación heterodoxa entre de lo social y lo político, entre los movimientos sociales, actores y fuerzas políticas, nos remite -en la actualidad, para un proyecto de izquierdas- al debate acerca del carácter del sujeto, otrora llamado «sujeto histórico-estratégico». No sólo antes, también hoy, las diversas manifestaciones sociales a lo largo del mundo, entre otros el 15-M español, el movimiento Occupy Wall Street, los indignados de la plaza Taksim en Turquía, las manifestaciones en Túnez, Libia y Egipto conocidas bajo el nombre de Primavera Árabe o el movimiento social por la educación en Chile y otros ejemplos también latinoamericanos como los movimientos indígenas o por la vivienda, etc., han puesto este debate teórico-estratégico en perspectiva: ¿sigue siendo la clase trabajadora industrial aquel sujeto llamado a dirigir y liderar los grandes cambios sociales? ¿Qué rol cumplen las nuevas movilizaciones emergentes agrupadas bajo el rótulo «movimientos sociales o ciudadanos»?

Efectivamente, Marx anunciaba en el siglo XIX cómo a través de la división del trabajo y la industrialización, el capitalismo construyó las bases materiales para su propia existencia. Este proceso derivó en el nacimiento de la clase trabajadora como sujeto histórico a partir de la contradicción capital-trabajo. Siguiendo a Houtart [9] la clase trabajadora «…se transformó en sujeto histórico cuando se construyó en el seno mismo de las luchas, pasando del estatuto de ‘una clase en sí a una clase para sí’. No era el único sujeto, pero sí el sujeto histórico, es decir, el instrumento privilegiado de la lucha de emancipación de la humanidad, en función del papel jugado por el capitalismo». Con el avance del capitalismo y las nuevas búsquedas de acumulación del capital productivo como financiero se ha ampliado sin excepción la apropiación de valor, pero también bajo el paraguas neoliberal se ha incrementado la desposesión de ciertos bienes garantizados como conquista de las luchas sociales del Siglo XX, cuestión que ha diversificado las luchas sociales, por cierto, pero no su horizonte. De esta manera, y siguiendo a algunos intelectuales latinoamericanos, nos preguntamos: ¿cómo construir un sujeto (colectivo) capaz de avanzar desde la impugnación a la organización? Pues bien, pensar otra sociedad, otra democracia, exige pensar aquellos actores que dinamizan la política desde la contingencia, a partir de las heterogéneas luchas sociales desatadas por las múltiples formas de opresión y dominación capitalista tales como la explotación, el patriarcado, la discriminación, el sexismo, racismo y ecocidio, etc.

El sujeto político-social es «asociatividad movilizada» [10] , flexible articulación contingente, de esta manera, no tiene un carácter a priori (sujetos fijados de antemano), es el conjunto de los partidos, actores políticos y movimientos sociales que coordinada y diferenciadamente construyen y emergen como tal en coyunturas políticas determinadas, condicionadas a la vez por fuerzas políticas y por su capacidad de convertir dichas coyunturas políticas en conflictos políticos. La tarea es construir ese sujeto, lograr que simbólica y estratégicamente exprese demandas colectivas, generales, que deje de ser una parte para representar un todo, pero no como suma de luchas sino como un algo más, aquel interés general de una nueva perspectiva clasista.

El presente escenario acelera las discusiones entre los nuevos actores sociales y políticos que impulsan la necesidad de transformaciones estructurales del Chile neoliberal. La actual inestabilidad política que está acompañada de un aparente vacío poder, nos exige proyectar la convergencia de las nuevas fuerzas políticas anticapitalistas. Pero la convergencia no es unidad orgánica es articulación para construir, mantener y profundizar el antagonismo entre los movimientos sociales y políticos frente a la elite política y económica. Es converger en la producción de un nuevo sentido común bajo el ideal emancipatorio como idea regulatoria pero bajo la acción concreta de un nuevo proyecto para Chile.

Avanzar en el contenido de la convergencia como en la forma discursiva de cara a lo público, apostar por disputar una nueva institucionalidad además de profundizar y amplificar los niveles de articulación social -que no son términos excluyentes ni mucho menos causales- son tareas indispensables, además de avanzar hacia una política programática de carácter multisectorial. No obstante el norte sigue siendo el mismo: la disputa por el sentido común pero ahora profundizando en la ruptura del consenso neoliberal.

Santiago, 2015



 Texto presentado en el seminario «Crisis política y la izquierda en Chile. Estrategias, tácticas y convergencia de la izquierda anticapitalista», 29 de mayo, Sindicato SINATE, Santiago de Chile.

El autor es Director de Fundación CREA www.fundacioncrea.cl y de Manifiesto XXI. Revista de Crítica Política.

[3] Resulta interesante subrayar que Marx consideraba que una verdadera crítica profundiza en la génesis interna de los fenómenos, no se contenta con presentar las contradicciones, además, las explica develando su necesidad lógica, la característica de cada objeto para disolverlo en sus partes constituyentes y a la vez, revolucionarlo en la raíz misma de sus determinaciones internas (Cfr. Castillo, Carlos (2009-2010) Introducción a la Crítica de la Economía Política, Universidad Complutense de Madrid, Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales). Marx denominó a ese proyecto crítica de la economía política, usando crítica, como un cuestionamiento de la ideología y una práctica revolucionaria, en su caso, no cualquier práctica, significaba impulsar una revolución que removiera la estructura del sistema basado en la explotación.

[4] Los llamados PiñeraGate, MOPGate, PentaGate, NueraGate , SoquimichGate, etc. Ver: Cabrera, Andrés: http://www.elmostrador.cl/noticias/opinion/2015/02/19/chilegate/

[5] Marx en 1843 critica lo que Hegel llama «Libertad concreta», es decir la identidad entre el interés particular (familia y sociedad civil) y el interés general (el Estado). Para Hegel cuando no hay tal identidad, lo que está roto es el vínculo ético. El descubrimiento marxiano consiste en pensar la propuesta hegeliana como una mistificación de la relación del Estado y Sociedad Civil, relación desgarrada por el imperio de la propiedad privada. Para Marx el Estado en la sociedad moderna aparece separado de la sociedad civil, de la política, adquiriendo un carácter negativo, asociado a la enajenación del hombre real, y por tanto ajena sino opuesta a la emancipación humana. En tal sentido, para Marx, a diferencia de su maestro, nunca hubo tal vínculo ético, siempre estuvo roto. (Ver: Sánchez Vásquez, A. (1989) «La cuestión del poder en Marx», En Entre la realidad y la utopía. Ensayos sobre política, moral y socialismo, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2006).

[6] Esta participación militante es diversa va de la Democracia Cristiana, Izquierda Cristiana, el MAPU hasta el Partido Comunista. Ver la entrevista a Pedro Rosas. VVAA. «Diálogos con Pedro Rosas. El origen de los movimientos sociales y su acción colectiva. Su componente juvenil en Chile, la relación con el Estado y los mecanismos de disciplinamiento y control social». En El nuevo amanecer de los movimientos sociales. La revolución de los jóvenes, Editorial Quimantú, Santiago de Chile, 2014, p. 18.

[7] Cfr. Boron, Atilio, Aristóteles en Macondo. Notas sobre democracia, poder y revolución en América Latina, Editorial América en Movimiento, Santiago de Chile, 2015.

[8] Cfr. Ibíd. El nuevo amanecer de los movimientos sociales…

[9] Houtart, Francois, «Los Movimientos sociales y la construcción de un nuevo sujeto histórico». En La Teoría Marxista Hoy. Problemas y Perspectivas. (Atilio Boron, Javier Amadeo, Sabrina González [compiladores]). CLACSO, Buenos Aires, 2006, p. 436.

[10] García Linera prefiere utilizar la «forma multitud» para denominar aquella articulación social, que bajo un núcleo dirigente constituido en la emergencia de la movilización y contingencia, construye la convergencia a partir de las identidades territoriales locales vinculadas a las condiciones de vida. Ver García Linera, Álvaro «Nueve tesis sobre el capitalismo y la comunidad universal». En Comunidad, socialismo y estado plurinacional, Ed. El Buen Aire, Santiago de Chile, 2015, p. 19.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.