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De la frívola «banalización del mal»

Fuentes: La Jornada

En El especialista (1999), documental basado en el libro de Hannah Arendt Eichmann en Jerusalén con material fílmico del juicio celebrado en Israel al criminal de guerra nazi (1961), el director Eyal Sivan (Haifa, 1964) desarma la estulticia neoconservadora que reduce los «ismos» de la política a luciferinos tangos metafísicos («todo es igual/ nada es […]

En El especialista (1999), documental basado en el libro de Hannah Arendt Eichmann en Jerusalén con material fílmico del juicio celebrado en Israel al criminal de guerra nazi (1961), el director Eyal Sivan (Haifa, 1964) desarma la estulticia neoconservadora que reduce los «ismos» de la política a luciferinos tangos metafísicos («todo es igual/ nada es mejor»).

Operación ideológica que conlleva sus ventajas intelectuales: atribuir a «todos» los sistemas aires totalitarios a la carta, homologar el sufrimiento de víctimas y victimarios, y andar por el mundo con halos radiantes de circunspecta ecuanimidad. «Es el problema de las sociedades modernas: ¿quién es responsable?» -declaró Sivan hace un año al diario Clarín de Buenos Aires.

El cineasta observó: «Yo creo en la responsabilidad individual. ‘Si yo no lo hacía, lo iba a hacer otro’, decía (Adolf Eichmann). Es verdad, pero lo hiciste tú. Un torturador puede decir: ‘Fue una orden, todos lo hacían, era un sistema’. Es verdad. Pero tú lo hiciste’.»

Durante el largo juicio que Hannah Arendt cubrió para la revista New Yorker, es posible que su heroica decisión de mirar a los ojos del victimario día tras día, le haya dado alas a la posterior interpretación del joven Sivan. No obstante, el cómodo escepticismo de muchos intelectuales hartos de compromiso hizo que la célebre expresión de Arendt «banalidad del mal» se diluyese en la relatividad de hechos tan puntuales como los trenes cargados con seres humanos que Eichmann condujo al matadero.

¿Reparó Arendt en la idea que el simplista Eichmann y el complejo filósofo nazi Martin Heidegger (gran amor de su vida), jamás se arrepintieron de sus actos? Porque en el juicio afloraron tres negaciones arquetípicas de la «culpa» occidental. Primera: cuando el fiscal califica a Eichmann de «no humano» (lo que lleva a juzgar por inducción). Segunda: cuando «exige» que el acusado se arrepienta de su rol en el «sistema» que a conciencia defendió. Tercera: cuando ante las gélidas respuestas del nazi el fiscal le sugiere apelar a su «conciencia», sin considerar que la «solución final» obedeció a la esencia del capitalismo, y no a un momento «excepcional» de la historia.

El trío de negaciones y descargos (inhumanidad, arrepentimiento, revelación) resulta clave para endosar la culpa al «mal». ¿Pero el nazismo fue «el mal», o una tosca variable del modelo político precursor que hoy defienden las plutocracias de Estados Unidos, Israel y Europa central?

En la hipócrita retórica de los (ya demasiados) «Nunca más», las tres negaciones invierten la ecuación central. Pues si un genocida es «causa», y el sistema que lo engendra «efecto», nada impide que el exterminio planificado pueda reciclarse una y otra vez. Luego, los (ya demasiados) «Siempre más» serán filosóficamente maquillados en los «abismos» del «bien contra el mal», el «mal contra el bien» y el florido arsenal de conceptos vulgares que han reducido el drama de nuestra época a hoyo negro sin ton ni son.

Eichmann y Heidegger murieron convencidos de haber representado su papel a la perfección. Sólo perdieron una batalla. ¿Qué tal si éste y aquel convoy hubiesen partido de tal estación y a tal hora con más «eficiencia»? La metodología de los «especialistas» queda fuera de discusión. Perdón: ¿no se trata de un «argumento» similar al de los «especialistas» del FMI y el Banco Mundial esgrimen para criticar a gobiernos «ineficientes» que no cumplen con «pragmatismo» el exterminio neoliberal?

Eichmann y Heidegger fueron «especialistas». Y los «especialistas» son personas auto-persuadidas de que todo error obedece a incorrecciones en la aplicación de la metodología (que no el método) pensada para cambiar la realidad. La interrogante clave (nada «banal» por cierto) gira en torno al tipo de realidad que se anhela cambiar. O más justo: ¿quiénes (con nombre, apellido y filiación política) anhelan modelarla?

Por ejemplo, una falacia funcional en públicos desinformados es la que califica de «admirable» la metodología del Mossad (Gestapo israelí) en la captura de Eichmann. Un operativo imposible de llevar cabo sin las solitarias investigaciones del célebre «cazador de nazis» Simón Wiesenthal, quien tenía localizada a la bestia no bien desembarcó en Buenos Aires… diez años atrás.

En el octogésimo cumpleaños de Wiesenthal, el presidente Ronald Reagan (genocida de los pueblos de América Central) asistió a la fiesta junto al actor Charlton Heston, líder de la ultraderechista Asociación Nacional del Rifle. Wiesenthal dijo: «… durante su discurso, el presidente me hizo sonrojar cuando me nombró entre los verdaderos héroes del siglo XX». Según la hipótesis de la «banalidad del mal»… ¿qué «extremos» se tocaron en aquel momento?

Los intelectuales que sumergen las ideologías en el magma del «bien» y el «mal» aseguran que hay diferencias entre los nazis, los dirigentes de Israel, y el Congreso de Estados Unidos que acaba de legalizar la tortura y el terrorismo de Estado. Pero no les interesa precisar cuáles son. No está de moda.