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Poder, racismo y exclusión

De la resistencia armada a la resistencia civil

Fuentes: Rebelión

«…Si quisiéramos concebir como una unidad los innumerables duelo residuales que la integran, podríamos representárnosla como dos luchadores, cada uno de los cuales trata de imponer al otro su voluntad por medio de la fuerza física; su propósito siguiente es abatir al adversario e incapacitarlo para que no pueda proseguir con su resistencia…» Karl von […]

«…Si quisiéramos concebir como una unidad los innumerables duelo

residuales que la integran, podríamos representárnosla como dos

luchadores, cada uno de los cuales trata de imponer al otro su voluntad

por medio de la fuerza física; su propósito siguiente es abatir

al adversario e incapacitarlo para que no pueda proseguir con su resistencia…»

Karl von Clausewitz (La Guerra)

 

En el siglo XVII, nos dice Foucault, se exterioriza la idea según la cual la guerra constituye la trama ininterrumpida de la historia. Para él la guerra no para de desarrollarse detrás del orden y la paz, la guerra que trabaja nuestra sociedad y la divide de un modo binario es, en el fondo, la guerra de las razas «La guerra es la que constituye el motor de las instituciones y de orden: la paz, hasta en sus mecanismos más ínfimos, hace sordamente la guerra. En otras palabras, detrás de la paz se debe saber descubrir la guerra; la guerra es la clave misma de la paz» (Foucault:1992:59).

Esta concepción dará un vuelco radical en el siglo XIX, cuando el poder se apodera del hombre, lo sumerge en la trama de la vida, es decir, se da una especie de estatalización de lo biológico, «(…)el poder se hace cargo de la vida» (Foucault:1992:247), es cada vez menos el derecho a hacer morir y es cada vez más el derecho de intervenir para hacer vivir (intervenir para mejorar la vida, para controlar sus accidentes, los riesgos las deficiencia) «la muerte entendida con fin de la vida, es el fin del poder, la terminación al extremo del poder»(Foucault:1992:263)

De esta manera Foucault nos permite reconocer la naturaleza biopolítica de un nuevo paradigma de poder que está latente en la sociedad colombiana o en cualquier sociedad capitalista, una naturaleza que gestiona la vida, los procesos biológicos del hombre y deja de lado su disciplina pero asegura su regulación. «La función más elevada de este poder es cercar la vida por los cuatro costados y su tarea primaria es administrar la vida. El biopoder se refiere pues a una situación en la que lo que está directamente en juego es la producción y la reproducción de la vida misma» (Hardt y Negri: 2000:36)

Si el sistema político colombiano es un sistema centrado en el biopoder, como claramente los son los sistemas modernos democráticos, es decir que regula la vida, la promueve e intenta prolongar su duración, evita los accidentes, compensa los déficit, como nos dice Foucault, ¿cómo es posible que un poder de este tipo pueda matar, reivindique la muerte, exija la muerte, haga matar, dé orden de matar, exponga a la muerte no sólo a sus enemigos sino a sus ciudadanos? Un poder que consiste en hacer vivir (Foucault:1992:263), cómo puede potenciar la guerra y continuar anudando la cuerda del conflicto armado en Colombia?

Esta es tal vez la paradoja más grande en el sistema político colombiano, un sistema que se ha caracterizado durante toda su historia por excluir y por limitar a las fronteras del poder a una única élite política incapaz de gobernar correctamente. La exclusión es claramente la causa teórica principal de la aparición de movimientos sociales armados y civiles, que tras verse relegados no tuvieron otro camino que la violencia y la cladestinidad. El biopoder ejercido por tanto por la élite, cuando se ve atacado por corrientes diferentes y por propuestas gubernativas que no concuerdan son sus bases de gobierno, deriva en una especie de «racismo» excluyente como mecanismo indispensable para poder condenar a alguien a muerte. Desde el momento en que el Estado funciona sobre las bases del biopoder, nos dice Foucault, la función homicida del Estado mismo sólo puede ser asegurada por el racismo «el racismo representa la condición bajo la cual se puede ejercer el derecho a matar»(Foucault:1992:265).

Con el transcurrir histórico en la formación de los movimientos de resistencia armada, este «racismo» ha terminado por convertirse en algo recíproco. Ya no es sólo el ejército o el paramilitarismo sanguinario, ahora la guerrilla (de aquella guerrilla ideológica de los años 50’s-80’s, no queda nada) aplica también, con toda su maquinaria de guerra, un racismo en contra del Estado. En el instante en que decidió luchar en el monte o en la ciudad en completa ilegalidad, buscando destruir al adversario político, a la «raza adversa», penetró en el entramado de la violencia y de la destrucción del otro y se convirtió en un movimiento racista que excluye y mata, al igual que esa élite que alguna vez los excluyó a ellos. Los paramilitares, de igual manera, se insertan en esta cadena de guerra con los mismos fines: la muerte y la supremacía en el poder. Se crea, por tanto, una triada conformada por Estado (ejército), guerrilla y paramilitares (claramente apoyados por el Estado), una triada de guerra y violencia de donde surgen los movimientos de resistencia civil como respuesta a ese racismo imperante y como consecuencia del cansancio de la sociedad por tantos años de conflicto. No se potencia la vida como único fin. «El racismo está pues ligado al funcionamiento de un Estado que está obligado a servirse de la raza, de la eliminación de las razas o de la purificación de la raza para ejercer su poder soberano» (Foucault:1992:268).

Bajo esta concepción de biopoder en donde el racismo es la excusa perfecta para entrar en guerra, para someter y excluir, durante la década del 50 surgen dos grandes corrientes de oposición al gobierno de turno : una primera, la oposición política -en especial la de izquierda- que abarca desde grupos armados hasta partidos políticos; y una segunda, los movimientos sociales, tanto de oposición política como movimientos en pro de la vida y las libertades civiles. Ambas corrientes de resistencia, de desobediencia, mantienen enfoques de acción diferentes.

En primer lugar, a los movimientos sociales los podemos definir como aquellas acciones sociales colectivas, más o menos permanentes, orientadas a enfrentar injusticias, desigualdades, o exclusiones; es decir, que denotan conflicto y que tienden a ser propositivas; son estos los movimientos obreros, campesinos e indígenas que empiezan a surgir como mecanismo de resistencia ante la brecha de desigualdad y explotación a que se ven sometidos; Por protestas sociales entendemos aquellas acciones sociales colectivas que irrumpen en espacios públicos para denunciar puntualmente formas de explotación, exclusión o inequidad. En nuestro caso nos apoyaremos precisamente en el análisis de estas protestas como una expresión de los movimientos sociales, pues éstos se hacen visibles también por otros medios y tienden a permanecer en el tiempo y a ser propositivos (Archila:2003).

En cuanto a la oposición política podemos ubicar tres tipos: La primera es la que se hace dentro del frente nacional y comprende aquellas fracciones de los partidos tradicionales (liberal y conservador) que aceptan el pacto pero difieren por cuotas de poder o por aspectos coyunturales; la segunda se ejerce por fuera del frente nacional, pero dentro de la institucionalidad como el Movimiento Revolucionario Liberal (MRL) o la Alianza Nacional Popular (Anapo); y finalmente la oposición extrainstitucional que abarcaba a la izquierda en general pero con marcado énfasis a las organizaciones que proclamaban abiertamente la lucha armada (se incluye a la guerrilla dentro de la oposición política, pues se considera que la «acción guerrillera es, ante todo, una acción política, cualesquiera que sean sus niveles de articulación con el movimiento social» (Pizarro:1995), se trata de conductas políticas propias de actores organizados). Sin embargo en la actualidad y producto de las circunstancias a la que llegó el conflicto armado en Colombia, encontramos dos actores nuevos que ejercen su derecho a resistir de igual manera que los anteriores, ellos son: los paramilitares y la población civil.

A partir de estas tipologías, la de los movimientos sociales y la de la oposición política nos planteamos la pregunta siguiente: ¿Cuáles son los mecanismos de resistencia que plantean las diferentes formas de oposición, sea desde un movimientos social, armado, o de la población, que surgen como respuesta a la precariedad estatal y al mal manejo del poder después del frente nacional? Y ¿cómo se ha visto transformada la manera de «resistir» y así mismo, los distintos actores que «resisten» actualmente dentro del conflicto armado en Colombia? Los investigadores del conflicto tienen por tanto mcuho que resolver, desde dar respuesta al surgimiento y desarrollo de los diferentes movimientos sociales y grupos de oposición política producto de la inestabilidad estatal y de la exclusión de ideas alternas, como también su papel en la elaboración de redes de resistencia y mecanismo para la consecución del poder en Colombia después del «Frente Nacional» [1] (1958 – 1970) hasta la actualidad.

Debemos tener claro que la resistencia civil, el hecho de «resistir» conlleva en su misma definición el acto de desobedecer. La desobediencia es un acto de resistencia. Por esto mismo es necesario abordar en primera instancia el concepto de desobediencia civil; este concepto es relativamente moderno y no aparece hasta que en 1848, Henry David, Thoreau, acuña esa expresión. Se entiende, por tanto, desobediencia civil, como el derecho legítimo de toda persona a negarse, de forma pacífica e individual, al cumplimiento de aquellas leyes o disposiciones que violenten su conciencia, el acto de resistir. «Todos los hombres reconocen el derecho a la revolución; esto es el derecho a resistirse y negarle lealtad al gobierno cuando su tiranía o su ineficacia sean grandes e insoportables»(Thoreau:1866:8). La desobediencia civil termina siendo   un tipo especial de negación de ciertos contenidos de la legalidad, que alcanza su máxima expresión en sociedades democráticas, por parte de ciudadanos o de grupos de ciudadanos, siendo tal legalidad, en principio, merecedora de la más estricta obediencia. (Alvarado:2003)

La desobediencia civil se caracteriza por cumplir las siguientes condiciones:

  1. Los ciudadanos que practican la desobediencias civil son capaces de imaginar un orden social mejor y en su construcción la desobediencia civil se convierte en un procedimiento útil y necesario.
  2. Se entiende que el comportamiento de estos ciudadanos no está movido por el egoísmo sino por el deseo de universalizar propuestas que objetivamente mejorarán la vida en sociedad.
  3. Consecuentemente, los ciudadanos que la practican se sienten orgullosos. Para ellos la desobediencia civil es un deber cívico más, es una exigencia que procede de ciertas convicciones a las que es posible atribuir un valor objetivo y constructivo.
  4. Por ello, es fácil adivinar que el ejercicio de la desobediencia civil ha de ser público, a lo cual contribuye también la pretensión de quienes la practican de convencer al resto de los ciudadanos de la justicia de sus demandas.
  5. Su práctica podrá negar derechos de genealogía no democrática o que pretendan perpetuar privilegios injustificables. Entre las muchas consecuencias que se deducen de esta propiedad se encuentra al de que la desobediencia civil se ejercerá siempre de manera pacífica. Por ello, la desobediencia civil se encuentra en las antípodas de las prácticas ligadas a aquellas filosofías irracionales que ven la violencia la manifestación más pura de lo vital.
  6. Con ella no se pretende transformar enteramente el orden público ni socavar sus cimientos, sino promover la modificación de aquellos aspectos de la legislación que entorpecen el desarrollo de grupos sociales marginados o lesionados o, en su caso, de toda la sociedad.

A diferencia de una revolución, como puede ser la revolución por vía armada que propone la guerrilla, la desobediencia o resistencia civil no busca destruir un orden o sistema social sino, justamente, transformarlo y mejorarlo. La desobediencia pura y absoluta, como la que propone la guerrilla actualmente, como la han preconizado los Paramilitares, sin alternativa ni propuesta de construcción, sólo lleva al caos. Gene Sharp contempla la desobediencia civil como una acción política no violenta que se ha transformado en un sistema de defensa postmilitar, en el que puede existir cooperación entre la ciudadanía y los gobiernos en contra de agresiones externas (Sharp:2000), caso opuesto a las labores de desobediencia y resistencia de los grupos armados que conviven actualmente en Colombia.

Por tanto la desobediencia civil no es el medio con el que pretender obtener exclusivamente privilegios individuales o corporativos, ni constituye una manifestación de desobediencia criminal y por esto mismo los actos revolucionarios, como en el caso colombiano con la guerrilla, son simples hechos de desobediencia, de resistencia armada, que se alejan del acto democrático de la «resistencia civil».

Durante la segunda mitad del siglo XX, más exactamente a partir de 1975 con el fin del «frente Nacional» la resistencia en Colombia se da a dos niveles: Cohabitan, una resistencia para-institucional conformada por la guerrilla y los paramilitares (a partir de los años ochenta) cuya acción de resistencia es armada y con métodos terroristas y de violencia extrema, junto con una labor de «resistencia civil» pacífica liderada por distintos movimientos sociales que se oponen a las labores de guerra, pero también de injusticia, que el gobierno mantiene desde sus orígenes, los métodos usados por estos últimos van desde los paros estatales hasta las marchas y las labores de oposición campesina frente a la guerrilla o los paramilitares. La resistencia civil, nos dice Mchel Randle, proporciona -al menos potencialmente- una alternativa a la guerra y a la defensa militar. Ha sido utilizada de forma creciente como un medio de luchar contra la injusticia, la opresión y el dominio extranjero en casos donde, en el pasado, la única opción contemplada habría sido una guerra de liberación ( Randle:1998:15).

En la actualidad, esa manera de «resisitir» ha sufrido un cambio drástico en la manera de concebir la resistencia, producto del conflicto armado en Colombia. El conflicto ha provocado inconscientemente, dentro de la población afectada directamente por la guerra, un cordón de resistencia imaginaria como mecanismo de introspección de la violencia. La precariedad de los Estados y de las formas-Estado (actores armados) para ofrecer algo distinto a las modalidades cada vez más autoritarias de gobierno, han hecho que las poblaciones afectadas por la guerra comiencen a buscar en la afirmación autónoma de la vida, la manera por excelencia de resistir. Resistir implica entonces desplegar una fuerza en detrimento de otras que intentan someterla y reducirla. Es hacer uso de la potencia propia para dificultar el ejercicio de poderes de dominación y, en cambio, producir el poder de la afirmación de la vida, construyendo interacciones positivas y pasiones placenteras que irradien calor y promueven el tejido afectivo de la sociedad (Useche:2003). En el mundo de lo social esto se vive en el escenario de los encuentros entre seres humanos, caracterizados por ser diversos y estar mediados por instituciones y estructuras de poder. La fuerza de la resistencia no hay que buscarla, entonces, en la capacidad de oponerse, de ser-contra como algunos actores de oposición aún lo piensan; ya que ésta se encuentra instalada en la misma potencia afirmativa de la vida.

El potencial de la resistencia civil como una forma de defensa alternativa a una forma de defensa violenta (como lo son la guerrilla, la contra guerrilla, los paramilitares) equivale a reconocer que la violencia no es el único camino de acción coercitiva disponible en la regulación de las relaciones de poder. La resistencia civil es un método de lucha política colectiva basada en la idea de que los gobiernos dependen en último término de la colaboración, o por lo menos de la obediencia de la mayoría de la población, y de la lealtad de los militares, la policía y de los servicios de seguridad civil. O sea que está basada en las circunstancias reales del poder político (Randle:1998:25). La resistencia civil se trata de una acción colectiva y evita cualquier recurso sistemático a la violencia.

En realidad el problema más grave que puede afrontar una acción de resistencia civil es la represión, que es el caso de los países de Latinoamérica, pues la represión por parte del gobierno no permitió en muchos casos la protesta directa en contra de dictaduras y gobiernos opresores. Por tanto a los movimientos de resistencia les corresponde evaluar las posibles respuestas del gobierno y de esta manera actuar con cierta cautela. Paradójicamente estas acciones no violentas, las de la resistencia pacífica, terminan por convertirse, y han sido usadas, durante la historia, como mecanismos de confrontación al invasor y en contra de la dominación territorial «la defensa mediante resistencia civil es un sistema preventivo de defensa nacional en formas de acción no violenta y/o el despliegue real de esos medios contra la invasión extrajera o la ocupación, los golpes de Estado u otras formas de ataque contra la independencia y la integridad de una sociedad» (Randle:1998:144).

La resistencia civil ha ayudado a crear democracias mediante el derrocamiento de dictaduras. Ha defendido a las primeras haciendo abortar intentos de golpes y usurpaciones. En general la resistencia civil ha ayudado al fortalecimiento de los estados y de los gobiernos, pues proporciona al pueblo la manera de intervenir directamente en temas que afectan su vida cotidiana. Cabe preguntarse, entonces, para el caso Colombiano, si las alternativas de resistencia actuales son suficientes, o el Estado racista que nos gobierna, seguirá aniquilando u exterminando cualquier labor opositora, marginando el pensamiento libre, revolucionario, político e identitario, de quien se atreve a ser crítico.

 

BIBLIOGRAFÍA

ALVARADO Pérez (2003), Emilio. Desobediencia civil. U.C.M.

ARCHILA, Mauricio (2003). Idas y venidas, vueltas y revueltas. Las protestas sociales en Colombia, 1958-1990, CINEP.

FOUCAULT, Michel (1992). Genealogía del racismo. Madrid, ed. La piquet

HARDT, Michel y NEGRI, Antonio (2000). Imperio. Barcelona, ed Paidós

CLAUSEWITZ, Karl von. (2006). De la guerre. Éditions Rivage poche.

PIZARRO, Eduardo (1995). Insurgencia sin revolución. Bogotá, Ed. Tercer mundo – Iepri.

RANDL E, Michel (1998). Resistencia civil. Barcelona, Ed Paidos.

SHARP, Gene (2000). The Politics of Nonviolent Actions. Part One: Power and Struggle. Porter Sargent Publishers. USA,

THOREAU, Michel (1886). Resistencia al gobierno civil.

USECHE , Oscar. (2003) La Potencia Creativa De La Resistencia A La Guerra. En: Revista POLIS. Santiago de Chile.


NOTAS:

[1] Se entiende por frente nacional al acuerdo firmado por los dos grandes partidos políticos colombianos (liberal y conservador) en el cual se estipulaba el intercambio de gobierno cada cuatro años con el fin de apaciguar la violencia política que por entonces azotaba el país. En definitiva se llegaron a intercambiar 4 gobiernos desde 1958 hasta 1974.

(*) Camilo Useche es candidato a Doctor en Historia y civilización, EHESS, París

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.