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Doce apuntes sobre marxismo (XII de XII)

De las subcrisis al COVID-19: 1987, 1991, 1994, 1996, 2001, 2007… (2-2)

Fuentes: Rebelión

Hemos llegado al final de la serie de doce apuntes realizada para el colectivo internacionalista Pakito Arriaran. Podemos sintetizar esta última entrega así: la veracidad histórica del marxismo se confirma en el agravamiento sucesivo de las crisis que refuerzan el avance al comunismo o por el contrario, lo detienen, lo hacen retroceder, reforzando así la vuelta a la barbarie, al caos. Para entender en su pleno alcance esta síntesis es conveniente releer la anterior y penúltima entrega –De las subcrisis… (1-2)— en la que intentamos explicar el desenvolvimiento de la dialéctica histórica reciente, desde la década de los ’80, hasta estallar en una crisis nunca conocida hasta ahora. La novedad radica en que es la primera vez en la que la burguesía mundial paraliza en gran medida su economía, asumiendo no sin profundas discrepancias internas, una drástica caída de la tasa de ganancia mientras multiplica sus fuerzas represivas para aplastar las previsibles resistencias obreras y populares que ya venían creciendo antes del COVID-19.

Para entender esta novedad y sus implicaciones debemos conocer antes lo esencial de la teoría marxista de las crisis como necesarias disrrupciones destructivas en una «época de revolución social», no como anomalías o disfunciones casuales, azarosas, que perturban accidentalmente el equilibrio capitalista que siempre termina recomponiéndose. Las crisis son los crujidos de la lucha de contrarios en la civilización del capital, cataclismos tectónicos que llaman la atención del marxismo desde sus inicios. Una referencia básica aparece en estas palabras de Marx de 1859:

«En un estadio determinado de su desarrollo, las fuerzas productivas materiales de la sociedad entran en contradicción con las relaciones de producción existentes o —lo cual sólo cons­tituye una expresión jurídica de lo mismo— con las relaciones de producción dentro de las cuales se habían estado moviendo hasta ese momento. Esas relaciones se transforman de formas de desarrollo de las fuerzas productivas en ataduras de las mismas. Se inicia entonces una época de revolución social» (Contribución a la crítica de la economía política. Siglo XXI. Madrid 2008, p. 5)

Aquí está el fundamento último de las crisis sistémicas: momentos en los que estalla la contradicción inconciliable entre el desarrollo de las fuerzas productivas materiales y las relaciones sociales de producción existentes. Podemos debatir si la época de revolución social se inició embrionariamente con los luditas en la segunda década del siglo XIX y con la creación del primer partido obrero revolucionario en esa época, o con la revolución de 1848 y la sublevación india de 1857; sobre si avanzó con la Comuna de París de 1871 y las rebeliones anticolonialistas de finales del siglo XIX, etc. Para Marx y Engels, un momento clave en este debate fue la derrota de 1848. Según lo explicó Engels en 1888:

«En política no existen más que dos fuerzas decisivas: la fuerza organizada del Estado, el ejército, y la fuerza no organizada, la fuerza elemental de las masas populares. En 1848, la burguesía había desaprendido de apelar a las masas; les tenía más miedo que al absolutismo […] era una revolución completa llevada a cabo por medios revolucionarios. Por supuesto, estamos lejos de reprocharlo. Al contrario, le reprochamos el no haber sido suficientemente revolucionario, el haber sido nada más que un revolucionario prusiano, el haber iniciado toda una revolución desde unas posiciones desde las que sólo se puede realizarla a medias…» (El papel de la violencia en la historia. Progreso. Moscú. 1976, T. 3, p. 418 y 420)

Después llegaría la revolución de 1905, la mejicana de 1910, la oleada iniciada con la bolchevique de 1917, reforzada con la revolución china de 1949…; intercalando siempre en este devenir los impactos de las sucesivas crisis socioeconómicas, sobre todo las grandes depresiones de 1873 y 1929, o las brutales guerras regionales y mundiales. Al margen de estas precisiones, sí es cierto que el antagonismo entre el desarrollo de las fuerzas productivas y las relaciones sociales de producción llega a ser objetivo, aterrador e inocultable desde el período que va de 1914 a 1945, momento en el que la «época de revolución social» es ya una necesidad de supervivencia.

Pero se equivocan quienes creen que toda esta experiencia culminó en una especie de «teoría completa», «acabada», «definitiva» de las crisis. La dialéctica de la historia hace que esto sea imposible. Nadie mejor que Marx para expresarlo así en una carta a Lasalle sobre la lentitud en su redacción de la Contribución a la crítica de la economía política: « Pero avanza muy lentamente, porque los temas de los que desde hace muchos años se ha hecho el centro de los estudios de uno, cuando se quiere terminar con ellos siempre ofrecen nuevos aspectos y exigen nuevas reflexiones» (Ídem, p. 316) Por esto Marx, ocho años después de la Contribución…, plasmó en El Capital el choque entre las fuerzas productivas y las relaciones sociales, desarrollando la ley general de la acumulación de capital, y en la ley de la caída tendencial de la tasa media de ganancia, como las bases fundamentales, esenciales, de la teoría de la crisis en cuanto teoría abierta, en enriquecimiento inacabable.

Uno de los esfuerzos de Engels al final de su vida fue el de explicar el avance teórico como parte de la acción permanente de las contradicciones. Engels decía que: «También Marx cometió errores de cálculo y a pesar de ello tiene razón en lo fundamental» (Prólogo de 1894. El Capital. FCE, México 1975, T. 3 p. 22) Cinco meses antes de su muerte escribió: «Toda la concepción de Marx no es una doctrina, sino un método. No ofrece dogmas hechos, sino puntos de partida para la ulterior investigación y el método para dicha investigación. Por consiguiente, aquí habrá que realizar todavía cierto trabajo que Marx, en su primer esbozo, no ha llevado hasta el fin» (Carta a Werner Sombart. 11 de marzo de 1895. Obras Escogidas. Progreso. Moscú 1976, T. 3, p. 532) Y en ese mismo año actualizó la teoría del capital-dinero escrita por Marx en 1865, treinta años antes, afirmando que: «Hoy, la cosa ha cambiado» (La Bolsa. El Capital. FCE. México 1975, T, 3, pp. 40-42)

Y en ese mismo año, Engels insiste en que: «Cuando se aprecian sucesos y series de sucesos de la historia diaria, jamás podemos remontarnos hasta las últimas causas económicas. […] hasta el punto de poder, en cualquier momento, hacer el balance general de estos factores, múltiplemente complejos y constantemente cambiantes; máxime cuando los más importantes de ellos actúan, en la mayoría de los casos, escondijos durante largo tiempo antes de salir repentinamente y de un modo violento a la superficie […] La estadística es un medio auxiliar necesario para esto, y la estadística va siempre a la zaga, renqueando» (Introducción de 1895 a La lucha de clases en Francia, Progreso. Moscú 1978, T. 1, pp. 190-191) Luego volveremos a este texto imprescindible para entender el significado de la novedosa crisis actual.

Comprendemos así, por tanto, la causa fundamental de las crisis como erupciones violentas de la contradicción creciente entre el desarrollo de las fuerzas productivas y las relaciones sociales, magma subterráneo expulsado por la tendencia objetiva a la sobreproducción mediante la sobreacumulación de capitales y sobreproducción de mercancías. Este núcleo interno fundamental es activo por diversas causas: la caída de la tasa de ganancia, la sobreproducción, el subconsumo, la desproporción entre los bienes de producción y los bienes de consumo… Lo fundamental, y lo confirmado siempre, es la inevitabilidad, la tendencia objetiva a la sobreproducción que una y otra vez reaparece en la historia capitalista; las causas concretas en las que se muestra esa ley fundamental dependen de muchos factores que sólo pueden descubrirse en cada situación particular. Las crisis, sobre todo las sistémicas, se caracterizan al menos por seis puntos:

Uno, agudizan la lucha de clases en su doble faz, revolucionaria y reaccionaria.

Dos, exigen la intervención sociopolítica y represiva del Estado para que la reacción aplaste a la revolución.

Tres, destruyen fuerzas productivas, recursos naturales y derechos sociales, llegándose a atroces guerras, para reiniciar luego otra expansión sobre ese desierto.

Cuatro, se reducen los plazos temporales entre las crisis y se aceleran sus interacciones hacia su mundialización, de modo que estallan antes y a escala cada vez más amplia, tanto en la destrucción social como natural.

Cinco, cada crisis añade formas nuevas sobre la anterior, que reflejan los cambios profundos en el sistema, y en las grandes crisis –1873, 1929, 1968-73, 2007, 2020– aparecen contradicciones nuevas que no anulan sino que agravan las fundamentales.

Y seis, pueden acelerar el avance al socialismo y al comunismo dependiendo no sólo de la interacción de los puntos anteriores sino sobre todo de la fuerza materialmente organizada de la conciencia revolucionaria del proletariado, del llamado «factor subjetivo», que derrota al Estado y a las fuerzas reaccionarias.

El desarrollo de esta teoría ha sido simultáneo a debates que la encuadraban en la marcha hacia el irracionalismo descontrolado: en Ideología Alemana de 1845 se teorizaba que a partir de un determinado momento las fuerzas productivas se transforman en fuerzas destructivas. En el Manifiesto Comunista de 1848 se advertía que la lucha de clases podía conducir al exterminio mutuo de los bandos en lucha. En El 18 Brumario 1852 se analizó el bonapartismo y ¿al protofascismo? Engels «profetizó» con años de antelación el estallido de una espeluznante guerra mundial con millones de muertos. A finales del siglo XIX Kautsky planteó el dilema de socialismo o barbarie, actualizado en 1915 por Rosa Luxemburg. En 1914 Lenin explicó la esencia aniquiladora del imperialismo. En 1918 los bolcheviques hablaron de comunismo o caos. Gramsci, Trotsky, Benjamin, Dimitrov y otros analizaron el nazifascismo. Lukács en 1952 advirtió que el nuevo irracionalismo yanqui podía reavivar en determinadas condiciones un nuevo fascismo. En 1967 H. Lefebvre denunció el imparable poder de la tecnocracia. En los ’80 Thompson y otros debatieron sobre la llamada «fase exterminista» del capitalismo.

Desde la guerra de Corea de 1950-53 los EEUU y en menor medida Israel han estado a punto de lanzar bombas nucleares para aplastar las resistencias de varios pueblos, siendo impedidos por la URSS. La inacabable teoría de la crisis se ha ido enriqueciendo bajo las estremecedoras lecciones de estos y otros acontecimientos, ejemplos del « alma virtuosa» de la burguesía. La incompatibilidad entre el capital y la naturaleza, se ha ido agudizando desde la mitad del siglo XV con el esclavismo burgués; se intensificó desde finales del siglo XVIII con la revolución industrial y con la industria de la matanza humana en las guerras napoleónicas, dio un salto con la nuclearización desde 1945, con el agotamiento de los recursos y la crisis socioecológica desde la década de 1960. La deforestación sistemática, el calentamiento climático, la agroindustria y la farmaindustria, el hacinamiento en conurbaciones, la devastación social, el empobrecimiento y la sobreexplotación, etc., han roto el metabolismo socionatural abriendo brechas por las que se expanden epidemias y pandemias tal como la ciencia crítica advertía cada vez más insistentemente desde finales del siglo XX, confirmándose en 2014 con el ébola.

Para 2017 se constataba otro «enfriamiento» de la economía mundial y la tendencia al alza de las resistencias obreras y populares multifacéticas. Las pugnas por una nueva hegemonía mundial iban en aumento presionadas cada vez más por el agotamiento de los recursos, el parón económico, la deuda imparable y el malestar social. A lo largo de 2019 empeoraron todos los índices de gravedad y las estadísticas fundamentales caían hacia el rojo: según el informe de la OCDE de principios de junio, que analiza las 33 grandes economías, a finales de 2019 alrededor del 25% de las empresas del mundo carecían de recursos para pagar sus deudas de 2020. Desbordada y sobrecogida por la nueva y desconocida crisis, presionada por las crecientes protestas, revueltas e insurrecciones populares en muchos países, e intuyendo por los inquietantes informes de Inteligencia, el grueso de la burguesía mundial ha recurrido a una estrategia doble: cerrar gran parte de la economía y aprovechar el confinamiento para paralizar por miedo las previsibles luchas posteriores.

La irrupción del COVID-19 confirmó la «profecía» marxista de la inevitabilidad de la «venganza de la naturaleza». La OCDE habla de una recuperación vacilante dependiendo de si rebrota y con qué gravedad la pandemia, y en todo caso de una perspectiva «excepcionalmente incierta». En esos días, la CBO, oficina del Congreso norteamericano, desautorizaba el optimismo de D. Trump avisando que la recuperación de los EEUU será lenta e incierta, pudiendo durar un decenio. Otros informes sobre China e India, ponen el acento en la espada de Damocles de los rebrotes del coronavirus, como ahora mismo sucede en Pekín, y en la caída de la economía mundial. Una dura Gran Depresión regional ha empezado en Nuestramérica. La Unión Europea está rota y la facción burguesa que obedece a euroalemania babea pensando cómo va a chupar la sangre al resto. M. Roberts termina así uno de sus artículos: «el retorno a la normalidad se está evaporando en el horizonte».

Llegados a este punto, la novedad de la actual crisis no anula sino actualiza la validez de la premonitora Introducción de 1895 de Engels arriba citada, censurada durante muchos años por el reformismo socialdemócrata precisamente en las cuestiones decisivas entonces y ahora: ¿siguen siendo válidos los métodos insurreccionales anteriores a la Comuna de París, por ejemplo, métodos óptimos para las callejuelas estrechas, con un urbanismo caótico en las barriadas populares, medievales en buena medida? ¿O han quedado definitivamente superados por las innovaciones en las estrategias represivas y militares, por el nuevo urbanismo con calles anchas y largas, con la enorme separación entre las zonas residenciales y los centros de poder socioeconómico y político, y las empobrecidas ciudades-dormitorio del proletariado, y de las decrépitas «clases medias», etc.? ¿Por qué el capital ha creado unidades policíaco-militares, cuerpos especiales de guerra urbana en el centro mismo del capitalismo imperialista e integra en un mando político-militar la industria represiva «privada»?

Si estudiamos el heroísmo de la insurrección chilena, o ecuatoriana, o el ascenso de las luchas en Colombia, Brasil, Honduras, México… por hablar de Nuestramérica; o las movilizaciones del proletariado francés, y las de otros muchos otros colectivos que de una u otra forma se enfrentan a la dictadura del capital, todas ellas de finales de 2019, vemos siempre el mismo problema: la incapacidad para reunificar la teoría de la crisis con la estrategia revolucionaria y con la teoría de la organización, ruptura impuesta por el reformismo ya en vida de Marx , reforzada tras su muerte con la censura a Engels, y sostenida por todos los reformismos. Si estudiamos la rebelión obrera en los EEUU que vertebra la lucha contra el racismo, estallido que venía anunciado por movilizaciones anteriores y por las tensiones dentro del partido demócrata, descubrimos la misma falla interna: la incapacidad para entender que no hay posibilidad de victoria sin reintegrar esas partes en una praxis coherente. Engels sostenía que

Primero, que su texto no pretendía pontificar ni imponerse a otras luchas obreras en Estados diferentes al alemán del momento.

Segundo, defendía ardientemente el derecho a la revolución como derecho vital.

Tercero, advertía que tarde o temprano la burguesía alemana intentaría destruir con la represión la creciente fuerza del proletariado y, en otro texto de la misma época, recordaba que Marx rechazaba la posibilidad de una toma pacífica del poder porque la burguesía organizaría antes una contrarrevolución.

Cuarto, sostenía que mientras llegaba ese momento, en Alemania el proletariado podía avanzar mediante la lucha parlamentaria pero preparándose para ese momento.

Quinto, que debía estudiar con detalle los cambios habidos, organizarse y elaborar una estrategia para integrar a la mayor cantidad posible de las masas populares de cara a otra insurrección cuando llegase el momento.

Esta visión adquiere mayor actualidad conforme somos golpeados por la extrema destrucción de fuerzas productivas desencadenadas conscientemente por la burguesía mundial, al margen de sus contradicciones internas, y empezamos a sufrir los primeros zarpazos y dentelladas del enorme arsenal represivo del que se está dotando el capital. Otra de las razones por las que el reformismo censuró a Engels es porque, además de lo anterior, el proletariado, ilusionado por su Introducción, podría abrir La lucha de clases en Francia de 1848 a 1850, y leer este párrafo de Marx:

«El proletariadova agrupándose más en torno al socialismo revolucionario, en torno al comunismo, que la misma burguesía ha bautizado con el nombre de Blanqui.Este socialismo es la declaración de la revolución permanente, de la dictadura de clasedel proletariado como punto necesario de transición para lasupresión de las diferencias de clase en general, para la supresión de todas las relaciones de producción en que éstas descansan, para la supresión de todas las relaciones sociales que corresponden a esas relaciones de producción, para la subversión de todas la ideas que brotan de estas relaciones sociales» (Ídem, p. 288).

Marx escribió estas palabras 9 años antes de la Contribución a la crítica…, en donde pone la piedra angular de la teoría de la crisis sistémica: la contradicción entre las fuerzas productivas y las relaciones sociales. En 1850 la precisión conceptual no era tan rigurosa como en 1859, pero ya apuntaba a lo decisivo: la teoría de la crisis lleva en su interior la teoría del poder proletario como única solución al capitalismo. El COVID-19 ha llevado esa contradicción a su nivel más alto posible ahora, validando otra vez al marxismo como la praxis que se realiza y se confirma en el período de revolución social que acelera el avance al comunismo.

Euskal Herria, 17 de junio de 2020