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La corrupción de Fèlix Millet: la colonización española en Guinea Ecuatorial y las cuatrocientas familias que mandan (el poder real catalán)

De los Banana Boys a los Pink Flamingos

Fuentes: Vilaweb.cat

Traducido del catalán para Rebelión por Lucas Marco y revisado por Xavi Sarrià

La educación sentimental de Fèlix Millet se forjó tocando el saxo bajo un bananero de la Guinea Ecuatorial. Hijo de una importante familia colonialista catalana, como tantas, Fèlix se hizo un hombre en un ambiente de exploradores que, gracias a Carrero Blanco, se enriquecieron extraordinariamente. Carrero les otorgaba las fincas. Los guineanos, forzados, las trabajaban gratis. Y España les compraba los productos a un precio a menudo superior al del mercado internacional. Negocio redondo. No hacía falta hacer demasiado esfuerzo: poner la mano. Fèlix se aburría de acosar negras por pérgolas y palmerales, y de beber cócteles de mango con Campari. Fue entonces cuando, para convertirse en centro de atención, un rasgo característico que se acentuaría con los años , fundó los Banana Boys, un grupo que hizo furor en el mundo del banquete colonial.

Aquel chico, que en primera instancia había sido instruido, como todos los de su clase, en las aulas de los jesuitas y de Virtèlia (como Pujol, Roca y Maragall), hizo del Trópico su verdadera escuela. Allá, siguiendo el magisterio de los grandes, se gestó su particular visión del mundo, de los negocios y de la política. Sin olvidar la cultura, muy enraizada en la familia. Tanto es así que un antepasado suyo, Francesc Millet, alcalde de Santa Isabel durante la dictadura de Primo de Rivera, había aprovechado el cargo para montar la primera corrida de toros del África Negra. El hombre había llegado a la colonia española en calidad de agente de la Compañía Transatlántica, del Marqués de Comillas, que había hecho fortuna con el tráfico de esclavos. Casualidades de la vida, siendo él alcalde, llegó a Fernando Poo un joven almirante de ceja única y misa diaria. Se llamaba Luís Carrero Blanco. Años después , convertido en la mano derecha de Franco, tendría que dirigir el destino de la colonia y de la metrópolis. Carrero nunca olvidó a los viejos amigos. Ni ellos al almirante que también hizo fortuna con la explotación colonial. Todo quedaba en familia. Como hoy.

A pesar de la férrea oposición de Carrero y los suyos, Guinea Ecuatorial consiguió la independencia en 1968. Aquel negocio se acabó. Mientras tanto en Barcelona, el padre de Fèlix (el Fèlix bueno que dicen) se había enriquecido mucho con el franquismo, causa que había abrazado en Burgos en 1936. El padre tocaba muchas teclas. Favorecía la entrada de los opusdeistas en el Banco Popular Español y, al mismo tiempo, hacía de mecenas de instituciones de raíz cristiana y catalana, como el Orfeó o Òmnium. Con una mano cobraba de Franco, y con la otra repartía algunos billetes para obras nacional-capellanescas. Cuando llegó la democracia él ya nos había dejado pero su familia se mantuvo arriba del todo. Como todas las de currículum similar. Ellos, como el Príncipe de Salina, sabían muy bien de qué iba: «Si queremos que todo continué como está, es necesario que todo cambie». En democracia continuaron dedicados intrínsecamente a sus actividades legales e ilegales. Reforzaron sus privilegios tejiendo una red de influencias dentro de los partidos.

El saxo de los Banana Boys se creyó el rey del Mambo, y pasó a vivir en el mundo de los Pynk Flamingos. Whisky, terciopelo, espejos con puertas secretas, rubias desmesuradas en tanga, perfumes íntimos, rocalla , riego por aspersión, Lladró, Cancún, jacuzzis , zapatos italianos, camisas a medida y muchos putones modelo Tinto Brass, de lonja, More mentolado y Benjamin. ¿Ostras? ¿Moët Chandon? Más. Más… Favores, subvenciones, comisiones, recalificaciones, influencias, sobornos, sobres, maletines, fundaciones, canapés de Sacha y quintetos de música clásica. Fèlix era insaciable. Le venía de Guinea. Era colonial, imperial. No podía parar. Hasta que un día la burbuja explotó y puso en evidencia a la crême de la crême. Las cuatrocientas familias que mandan, que dice él.

¿Quién se extraña de que el saxo de los Banana Boys, terror de muchachas coloniales, dipsómano de banquete tropical, fuera el artífice de la más grande y visible estafa montada nunca por los de su clase y por los grandes partidos?

Él ha dado la cara por todos los que no quieren reconocer que, en realidad, cargan en sus espaldas  e l país, la cultura y la democracia, estructura política que han adoptado a sus privilegios eternos, izando más arriba una bandera u otra, según convenga.

Todos sabemos que el emperador de los Pink Flamingos es un hombre de honor que, con una media sonrisa casi imperceptible, respetará la omertá de clases. No llenará de mierda a las cuatrocientas familias, el poder real catalán. Agradecidos, ellos, lo han puesto en libertad.

No olvidemos que los Pink Flamingos y las cuatrocientas familias van en el paquete de la independencia. Que nos pueden gobernar con la lógica colonial, que es la suya. Por eso piden ahora el partido único, la sociovergencia. Me temo que sólo seremos independientes el día que lo seamos, también, de Andorra, de Suiza y de las Islas Caimán.

Enlace original: http://www.vilaweb.cat/mailobert/3787988/banana-boys-pink-flamingos.html

Xavier Montanyà (Barcelona, 1961) es periodista y escritor. Coautor de La torna de la torna: Salvador Puig Antich i el MIL, también h a publicado Pirates de la llibertat (Empúries, 2004), Premio Octavi Pellissa, y La gran evasión. Historia de la fuga de prisión de los últimos exiliados de Pinochet (Pepitas de Calabaza, 2009). Es coautor de los documentales Granados y Delgado: Un crimen legal (Premio FIPA de Plata, 1996) y Winnipeg. Palabras de un exilio, y director de Sense llibertat, Joan Peiró i la justícia de Franco y Memòria negra, sobre la colonización española en Guinea Ecuatorial. Recientemente ha dirigido el documental Los espías de Franco. Es colaborador de Vilaweb y Sàpiens, además de miembro del consejo asesor del suplemento Cultura/s de La Vanguardia.