Recomiendo:
0

De memoria y de luchas que no tienen como objeto la memoria

Fuentes: Rebelión

Cuando hace ya muchos años, sin saber que moriría en un campo de concentración, Maurice Halbwachs (1877-1945) intentaba pensar la memoria, en tanto sociólogo, nos daba algunas claves para pensar también nuestra tragedia. La tragedia que nos sigue sucediendo. La tragedia de la que seguimos siendo protagonistas. La tragedia que nos estamos legando de generación […]

Cuando hace ya muchos años, sin saber que moriría en un campo de concentración, Maurice Halbwachs (1877-1945) intentaba pensar la memoria, en tanto sociólogo, nos daba algunas claves para pensar también nuestra tragedia. La tragedia que nos sigue sucediendo. La tragedia de la que seguimos siendo protagonistas. La tragedia que nos estamos legando de generación en generación y que, aunque terrible, puede ser peor. La tragedia que tiene que ver, entre otros, pero de manera crucial con la desaparición de los grupos con los que aprendimos a pensar el mundo, sus reglas, sus injusticias, pero también el rol que cada uno de nosotros podía desempeñar ahí, aquí, sabiendo que todo es construcción, que nada es ley divina y que, por lo mismo, cabe y es preciso transformar. Transformar el mundo, lo sabíamos, antes de ser anhelo fue necesidad. Condición de supervivencia. Pero, también, búsqueda y esperanza de otras formas de vida.

Decía Halbwachs analizando la familia como marco social de la memoria -es decir, tanto la manera en que la pertenencia a una familia influencia nuestros recuerdos, como aquellos hechos que solo son relevantes dentro de una familia- y deteniéndose en lo que ocurre con los muertos. Los muertos que durante cierto tiempo son recordados y nombrados, y que luego, a medida que el tiempo va pasando, desaparecen ya del todo.

«Una desaparición reciente, dice Halbwachs, solo produce a la larga sus efectos. Por lo demás, incluso si toda mi familia se hubiera apagado, quién sabe si no me encontraría con parientes desconocidos, o personas que conocieron a mis padres, y para quienes esos nombres, esos apellidos podrían tener todavía un sentido. Al contrario, a medida que los muertos retroceden en el pasado, si sus nombres caen poco a poco en el olvido, no es porque se alarga la medida material del tiempo que los separa de nosotros sino porque no queda nada del grupo dentro del cual vivían» (la traducción y el subrayado son nuestros).

El sociólogo se está refiriendo a la familia que conformamos madre, padre, hermanos, abuelos, tíos… pero quizás no sea un abuso sostener que el razonamiento es válido para las familias políticas. En particular para las familias políticas que, en siglos pasados, se obstinaron en enfrentar a los grupos dominantes y reivindicaron derechos para quienes hasta ese momento no los tenían ni eran concebidos como sujetos de derecho. Para los trabajadores más humildes. Para los sectores marginados de la sociedad.

Un tipo de familia política herida a muerte a fines del siglo pasado y que, más allá de tal o cual logro -valorable-, no logra hoy entrar en batalla ni menos impedir los avances del régimen neoliberal (un nuevo régimen; un régimen político para el que carecemos de palabras todavía y que conjuga las reglas formales de la democracia con la brutalidad de la dictadura cada vez que los intereses de los sectores dominantes están en juego o cada vez que se estima necesario demostrar quién manda aquí porque, para reprimir, siempre hay Estado por muy neoliberal que se sea). Un tipo de familia política, esto es lo que se quisiera resaltar, a la que pertenecían gran parte de los ejecutados políticos y de los detenidos desaparecidos, como también los presos políticos y los exiliados. El gran conjunto de la familia política que, en Chile, con dificultades, con matices, con diferencias respecto a los modos de lucha, expresó su voluntad de un país para los pobres también, otra distribución de las riquezas, y que fue avasallada tras el golpe de Estado.

Sola Sierra, presidenta de la Agrupación de Familiares de Detenidos Desaparecidos, desde su fundación (1975), hasta su muerte (1999), supo ser enfática en este tema. Subrayó el hecho de que el motivo de la persecución de aquellos que, dentro de algunas familias chilenas son seres queridos, no se debía al hecho de pertenecer a esa familia sino a otros grupos de carácter político. Y las palabras que ella elige deberían estar escritas en grande en algún sitio no para rendir homenaje sino para que nos ayuden a pensar -a comprender- de qué estamos hablando cuando invocamos a nuestros muertos y nuestra vida. Dónde están faltando. En qué lugares de la sociedad dejaron un vacío.

Nosotros los amamos porque eran los que eran. Los amamos porque eran libres en sus ideas, justos en sus determinaciones, ecuánimes. Los amamos porque eran dirigentes de los partidos políticos populares, porque eran dirigentes sindicales, sociales, porque eran profesionales motivados por los cambios y por la vida nueva y por la vida. Las razones que nos motivaron a amarlos, así como los amamos, fueron exactamente las razones que otros tuvieron para hacerlos desaparecer.

(Conmemoración de la 10ª Semana Internacional por los Detenidos Desaparecidos. Intervención de Sola Sierra, 27 de mayo de 1990).

Que el Museo de la Memoria y los Derechos Humanos enfatice la muerte y la calidad de víctimas de estas personas es acorde a la misión que recibió en un momento específico de la coyuntura política en Chile. Que algunos personeros de la derecha usen sus puestos públicos y sus tribunas para agraviar a los sectores que estiman ser adversarios es doloroso, la manera en que lo hacen es inaceptable, pero también es acorde. Acorde con lo que ha sido la política de los diferentes gobiernos elegidos en Chile desde 1989 en adelante: una política que autorizó los espacios de memoria para las víctimas en tanto víctimas (ejecutados, desaparecidos, es decir en tanto muertos), mientras se buscaba espacios paralelos por fuera de las instancias judiciales para elaborar cuotas de «verdad», es decir para no juzgar, para garantizar impunidad a los responsables de los crímenes cometidos y neutralizar, serenar y ojalá acallar a las víctimas vivas (y votantes); una política, que habiendo intentado -e intentando todavía- proteger a los responsables y a los sectores sociales, económicos que los apoyan, desarrolla y profundiza un modelo de país impuesto por estos mismos responsables y sus aliados, un modelo de país que es exactamente lo contrario de lo que defendían esos hombres y mujeres muertos, ejecutados, desaparecidos. Luchadores anti-capitalistas. Todavía hoy agraviados. También en la invisibilización de su diferencia. De sus ideas. De sus valores. De sus conductas. Irreductibles. No reconciliadoras. Hechas para generar conflicto. Hechas para molestar. Hechas para no generar consenso si consenso es plegarse a la razón de los poderosos, dueños del país, hoy neoliberales. Hechas para cuestionar en profundidad los privilegios de les sectores dominantes. Razón por la cual estos mismos decidieron mandarles un ejército y movilizar todo lo que este país, y otros países, manejaban como saber acumulado en luchas anti-subversivas.

Pero no solo los canallas piensan, habría que hacerlo saber. Sería realmente importante determinar qué ocurrió en nuestro país -pero no es un problema chileno- en las últimas décadas del siglo XX, saber cómo y porqué esa gran familia política, familia rica, compuesta por muchos grupos, no dejó herederos. Por qué, a pesar de los múltiples intentos, y los esfuerzos patentes de tantos jóvenes y menos jóvenes chilenos, no se abren los espacios desde donde podría surgir… no un iluminado… no un líder… no un elegido rodeado por su corte sino un auténtico esfuerzo colectivo por disputar razones, formas de pensar y de hacer política. Lo que incluye una reflexión sobre los escenarios. Un esfuerzo también capaz de repensar lo colectivo; qué es lo que hoy, en nuestra sociedad, puede ser colectivo (además de la desdicha), qué es lo que hoy en esta sociedad se puede oponer al sálvese quién pueda. Una tarea que no puede ser ni de un individuo ni de un grupo que solo tenga fines electorales porque no se trata de ganar elecciones como bien lo muestran los últimos 28 años en Chile. ¿Qué hicieron tantos «demócratas» con las elecciones que ganaron? Asumieron como propio -con los correspondientes matices- el programa económico de la dictadura. Y aquí estamos. Sin un diagnóstico certero respecto al mal que nos aqueja. Diagnóstico que tampoco ha de venir de un iluminado. (Ya sería un aporte si el siglo XXI, que nos ha despojado de todo, nos despojara de paso, de la idea que hace falta un mesías, sea del género que sea). Un diagnóstico que quizás solo puede nacer de la voluntad conjunta de reconocerse, encontrarse y revisar. Todo. Especialmente lo más doloroso. La parte que nos incumbe. La parte en que el sistema que nos domina nos incorpora. ¿Será que no hay forma de ruptura posible? Y si el margen de acción, el margen de libertad, es muy pequeño, mirando de más cerca, ¿qué tan pequeño?

De ahí también que los distintos ataques que en estos días la derecha ha realizado, en Chile, dirigido a instancias que se presentan de una u otra manera como ligadas a espacios de memoria -de sectores de la sociedad que también se definen, por lo menos algunos de ellos, como de izquierda-, sean tanto más avasallantes. Los grupos que están detrás de esos ataques, no son grupos de memoria de derecha. No son prioritariamente grupos que defienden una memoria de derecha, o prioritariamente grupos que defienden una visión de la historia de derecha. No. Son grupos de derecha. Y punto. A secas.

 

 

P.D.: nada de lo dicho debe leerse como un llamado a salvar estructuras políticas debilitadas, ya sea porque fueron tan perseguidas que nunca pudieron reponerse, ya sea porque no pudieron sobrevivir a sus propias contradicciones y/o porque decidieron pasar por alto actos y actitudes indignas de los principios que decían defender, indignas de muchos de sus militantes y de su propia historia. Podemos sobrevivir a la destrucción de esas estructuras pero no de toda estructura ni menos dejar a la derecha a secas ser el único agente de cambio y seguir cumpliendo con sus promesas -que para nosotros son amenazas- de gobierno. En esta lógica, los grupos que sí se han constituido como grupos de memoria en torno a la figura de hombres y mujeres que fueron luchadores tienen un rol fundamental frente a la infamia pero no tienen vocación a substituirse a otros colectivos a los que también pudieron pertenecer sus integrantes en otras coyunturas históricas, ni menos a sostener solos la lucha anti-capitalista, la lucha anti-neoliberal que los grupos políticos de izquierda en vías de desaparición ya no están conduciendo.

 

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.