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De Miguel Unamuno a Montserrat Caballé: preparándose para comprender

Fuentes: Rebelión

Cuando el 17 de julio de 1936 parte del Ejército español se levanta contra el Gobierno de la II República, Miguel de Unamuno -probablemente el intelectual de mayor prestigio en la España de entonces- apoya a los sublevados, pasando a formar parte del Consistorio salmantino como concejal y siendo destituido de su puesto de rector […]

Cuando el 17 de julio de 1936 parte del Ejército español se levanta contra el Gobierno de la II República, Miguel de Unamuno -probablemente el intelectual de mayor prestigio en la España de entonces- apoya a los sublevados, pasando a formar parte del Consistorio salmantino como concejal y siendo destituido de su puesto de rector vitalicio (honorífico) por el presidente de la República, Manuel Azaña.

El Gobierno nacionalista español de Burgos lo repone en su cargo de rector. Sin embargo se acumulan las cartas de familiares, de amigos y conocidos que han sido detenidos, pidiendo que interceda ante las autoridades nacionales para evitar sus fusilamientos. El 12 de octubre de 1936 durante la apertura del curso académico, que coincide con la Fiesta de la Raza decretada por los nacionalistas, Unamuno improvisa un famoso discurso en el que sentencia: «Venceréis, pero no convenceréis. Venceréis porque tenéis sobrada fuerza bruta; pero no convenceréis, porque convencer significa persuadir. Y para persuadir necesitáis algo que os falta: razón y derecho en la lucha».

Millán Astray, fundador de la Legión, se enfrenta a Unamuno, quien sólo se salva por la intervención personal de la esposa de Francisco Franco, Carmen Polo, que lo saca de la Universidad. Ese mismo día, el Ayuntamiento de Salamanca lo destituye como concejal, y diez días después Franco le aparta del cargo de rector y lo confina en su domicilio bajo arresto domiciliario hasta su muerte el 31 de diciembre de 1936.

Mucho años después, en un contexto aparentemente muy diferente, la Cataluña democrática derivada de la Transición que culmina con la aprobación de la Constitución de 1978 y del Estatuto de autonomía de 1979 (y posteriormente el de 2006), se dará un caso similar, paralelo, dado que todos los nacionalismos lo son y, por lo tanto, los reproducen.

La soprano más internacional de nuestro país recientemente fallecida, Montserrat Caballé, contra viento y marea en una comunidad hegemonizada por el nacionalismo catalán había manifestado, en diversas ocasiones, sentirse tan catalana como española, además de mostrarse contraria al secesionismo: «Soy de Naciones Unidas desde el 88 y nos han enseñado la convivencia. Los pueblos del mundo tenemos que estar unidos».

«Es usted una catalana universal, una embajadora… Su único defecto es haberse casado con un extranjero» , le dijo un conseller de Cultura a Montserrat Caballé en una «cena muy importante» en la Generalidad de Cataluña, a la que asistió con su marido el aragonés Bernabé Martí, tras lo que la soprano hizo el ademán de marcharse.

Fue Marta Ferrusola, la mujer del entonces presidente de la Generalitat, Jordi Pujol, quién la convenció, cogiéndola de la mano, para que no se fuera diciéndole que había gente que no sabía lo que decía.

«Estoy muy feliz de haber nacido en Barcelona, de haberme casado con un aragonés, de que mi madre fuese de Valencia, y mis hijos hayan estudiado en España», afirmaba la Caballé.

Curiosidades de la vida esta coincidencia de que la mujer del dictador nacionalista español y la mujer del «dictador» nacionalista catalán -en Cataluña, cabe recordar lo que apuntaba Josep Tarradellas: «La gente se olvida de que en Cataluña gobierna la derecha; que hay una ‘dictadura blanca’ muy peligrosa, que no fusila, que no mata, pero que dejará un lastre muy fuerte»– acabasen por «proteger» a los disidentes de prestigio, inicialmente afectos a los respectivos regímenes reaccionarios que sus maridos encarnaban como nadie con mano de hierro contra las fuerzas de la Izquierda a la que, de una u otra forma, habían además de derrotado, humillado.

Mientras tanto, en Cataluña, la inmensa mayoría de sus trabajadores -los que no tenemos el reconocimiento «obligado» que otorgan el prestigio económico, intelectual, cultural, deportivo, u de otra clase- llevamos toda la vida bajo el yugo de los nacionalismos; la expresión más degenerada y egoísta del capitalismo, sin poder escapar a sus designios. No hemos conocido nada diferente y el aire ya se ha hecho definitivamente irrespirable. ¿Para cuándo una Cataluña social, laica, respetuosa con el pluralismo de las gentes que habitan en su seno y con las del resto de España? Quizás, simplemente, el problema esté en nosotros mismos; en que no estemos preparados porque no hemos comprendido aún que contra esto sólo vale rebelarse oponiéndose activamente.

Como decía Henri Bergson: «El ojo ve solo lo que la mente está preparada para comprender».

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.