Los 33 mineros chilenos salieron por fin de su larga oscuridad y el mundo entero celebra la hazaña de su exitoso rescate. Más allá de la justificada celebración, caben sin embargo unas pocas reflexiones. La primera atañe evidentemente al rol de los medios de comunicación, que ratifican a través de su cobertura del rescate su […]
Los 33 mineros chilenos salieron por fin de su larga oscuridad y el mundo entero celebra la hazaña de su exitoso rescate. Más allá de la justificada celebración, caben sin embargo unas pocas reflexiones.
La primera atañe evidentemente al rol de los medios de comunicación, que ratifican a través de su cobertura del rescate su obsesivo voyerismo y su adicción al sensacionalismo histérico. Su afición al melodrama no sería tan alarmante (después de todo ¿a quién no le agradan los cuentos con finales felices?) si no fuera acompañada por una lógica absolutamente mercantil. La tragedia y el milagro venden.
Por otro lado, quedó comprobado una vez más que los seres humanos, hoy transformados en consumidores de imágenes, seguimos igual de obnubilados con los cuentos de hadas que hace siglos y milenios atrás. Los avances tecnológicos nos permiten rescatar mineros dados por muertos a 700 metros de profundidad, pero no tienen ninguna incidencia sobre nuestros impulsos emocionales más arraigados. Buscamos construir mitos para juntos adorar a los mismos héroes, tener los mismos miedos, llorar de tristeza o de alegría ante los mismos símbolos.
La supervivencia de los 33 se vuelve en este sentido más importante que la supervivencia de miles de otros seres, porque así lo hemos decidido a nivel global. No habría problema alguno en ello si la sacralización de la vida de los 33, por parte de los medios de comunicación, no coartaría cualquier tipo de pensamiento y análisis más de fondo, más general y más estructural. Pocos son los medios que han aprovechado la coyuntura para hablar de las condiciones laborales de los mineros chilenos, de las graves faltas de seguridad que, en aras de sacar mayor lucro, ponen en riesgo las vidas de los trabajadores. Tampoco se habla de la treintena de mineros chilenos que mueren anualmente debido a las condiciones laborales a las que están sujetos.
La segunda reflexión concierne el carácter político del rescate. En Ecuador, un periodista de Ecuavisa sugirió que lo bello del rescate había sido la carencia de connotación política. Opino que es más bien todo lo contrario. Los 69 días del calvario de los mineros marcaron un momento eminentemente político, en particular debido a las conquistas de tres actores políticos de gran relevancia en el escenario latinoamericano.
El primero es evidentemente Dios, al que el Presidente Piñera agradeció personalmente por permitir un rescate en las entrañas de la tierra que, algunos aún sostienen, tiende a escapar de su jurisdicción.
El segundo actor es el estado-nación chileno, que a través de un despliegue de tecnología y de compasión colectiva, se asienta como un referente en la comunidad internacional de estados. A nivel doméstico, el rescate de los mineros, ahora declarados Héroes del Bicentenario de la Independencia de Chile, conllevó además un gran plebiscito, como lo habría llamado Ernest Renan, sobre el pacto social de la nación; comparable, de cierto modo, al triunfo español en el mundial de fútbol. Como dijo Piñera, «lo hicimos a la chilena, lo hicimos bien».
El tercer actor fortalecido es el mismo presidente chileno, quien golpeado políticamente por ciertas acusaciones de mal manejo en la reconstrucción post-terremoto y cuestionado por la huelga de hambre de los prisioneros mapuches, logró, mediante su innegable liderazgo y perseverancia en el Campamento Esperanza, repuntar en los sondeos.