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De qué hablamos cuando hablamos de Juan Carlos Rodríguez

Fuentes: Rebelión

Intervención en el acto de homenaje a Juan Carlos Rodríguez en la fiesta del PCE, Madrid, viernes 29 de septiembre de 2017

Comentando un día con Manuel Fernandez Cuesta sobre la función de los los intelectuales y después de darle muchas vueltas llegamos a la conclusión de que la función principal de los intelectuales bajo el capitalismo era engañar y enseñar a engañar. La conclusión no era muy optimista. Luego nos preguntamos cual sería la función de los intelectuales en una sociedad comunista y llegamos a la conclusión de que en una sociedad comunista afortunadamente no habría intelectuales. Seguimos dándole vueltas a la cuestión y nos preguntamos cual sería la función de los intelectuales en aquellas sociedades que estuvieran en transición hacia el socialismo. Como no llegamos a ninguna conclusión Manuel Fernandez Cuesta llamó a la camarada María Toledano y le plantea a ella la cuestión. Esta fue su respuesta: en una sociedad en transición al socialismo la función de los intelectuales sería aprender a no engañarse a sí mismos y a darse cuenta que lo importante no es ser inteligente sino «entrelagente».

He tenido tres maestros: Manuel Sacristán, Carlos Blanco Aguinaga y Juan Carlos Rodríguez. Sacristán me enseño a leer a Marx, Carlos Blanco me enseñó a Unamuno y a Pérez Galdós y Juan Carlos Rodriguez me enseñó a leer lo que no leemos cuando leemos, lo que leemos sin darnos cuenta, el inconsciente ideológico.

Estos tres marxistas me han ayudado a intentar no engañarme a mí mismo. Y en ello estoy todavía. Sin menoscabo de ninguno de estos tres maestros sí quisiera resaltar que la lección de Juan Carlos Rodríguez es como el rayo que no cesa: una enseñanza que ni se agota ni termina.

Tuve la suerte de conocerlo personalmente. Recuerdo que el primer libro suyo que leí, La literatura del pobre, me dejó deslumbrado; me hizo entender que todo pobre estaba condenado a sentirse un desclasado, a sufrir una especie de principio de Arquímedes social: «todo pobre sumergido en un líquido capitalista sufrirá un impulso hacia arriba inversamente proporcional a su conciencia de clase». Y tuve el placer intelectual de publicar uno de sus libros fundamentales, El escritor que compró su propio libro, un ensayo imprescindible sobre el Quijote, el capitalismo y la escritura. Me enseño a saber la mentira que subyace en el «soy libre» y a aceptar con humildad revolucionaria que cuando leemos somos leídos por «el inconsciente ideológico». 

Juan Carlos Rodriguez. ¿De qué hablamos cuando hablamos de Juan Carlos Rodríguez?

Resulta objetivamente difícil responder a esta pregunta porque su obra, aunque tiene columna vertebral -el marxismo- se repartió por cuerpos doctrinales muy diferentes: la literatura, la historia, la política o la filosofía, por ejemplo, y en escalas y soportes muy diversos: el libro, el artículo, las cartas, el folleto.

Vivimos tiempos en los que saber algo sobre algo no está bien visto. Ahora lo mejor es vivir siempre en la duda para evitar equivocarte, vivir en la contradicción como refugio cómodo para poder estar en misa y repicando, es decir en la academia y en el mercado. Conocer. Ahora, después de la postmodernidad, impartir saber no goza de buena salud y el sujeto solo se hace responsable -responde- de sus «no-yos» en tanto identidad disponible para el consumo de lo propio y de lo ajeno. Estar confundido o perplejo no compromete a nada. La confusión es un arma de destrucción masiva desde el punto de vista del intelecto y el enemigo ha logrado imponer la confusión equiparando la doctrina con el doctrinario, al sabio con el tertuliano. El enemigo, ese es en verdad el permanente objeto de estudio y reflexión en la obra, amplia, afilada y germinal de Juan Carlos Rodriguez. El enemigo de clase y sus disfraces e invisibilidades en todos aquellos campos en el que la cultura, de clase, se presenta como universal y perpetua. Esa investigación continua sobre la infiltración del enemigo de clase en los campos del saber fue su tarea a lo largo de años, libros y programas de enseñanza. Y con esa tarea abrió los ojos, las miradas y las palabras a muchos de quienes durante los largos años de la Transición asistíamos, en estado de desencanto y desánimo, al éxito de los cinismos políticos de los nuevos demócratas y al auge de las insensibilidades estéticas socialdemócratas instaladas en los centros de formación y circulación -universidades, medios de comunicación- de la semántica y la imaginación colectiva.

Juan Carlos Rodríguez como un referente para la preocupación, como un aguafiestas para los verborreos del grupo PRISA y semejantes, como un trago de agua fresca durante esa travesía del desierto que llamamos Transición en la que muchos, a la sombra del poder, disfrutaron de nevera, bebidas refrescantes y aire acondicionado. Una Transición que nos hizo y nos deshizo y sobre la que el maestro que habitaba bajo las barricadas de su propio sombrero reflexionó con agudeza y acierto.

En el capítulo dedicado a Pensar la explotación, de su libro De qué hablamos cuando hablamos de marxismo, J. C. Rodríguez nos hizo observar, por ejemplo, como, asumidas sin crítica, «palabras mágicas» como Libertad y Democracia, iban a actuar a lo largo del proceso, a modo de agujeros negros que acabarían abduciendo a las fuerzas de transformación radical (económica, social) que las luchas antifranquistas habían venido generando. Juan Carlos Rodríguez nos enseñó a desconfiar de lo dado y de lo supuesto y sobre todo nos enseñó a desconfiar de nosotros mismos Pero también nos enseñó que ser juez y parte es siempre engañoso y que la autocrítica empieza justamente por criticar a los otros, precisamente para que los otros se atrevan a criticarnos a nosotros. La praxis de la crítica, la crítica como diálogo fuerte, como responsabilidad. Me dejo además pendiente una discusión: en algún momento afirmó que «nacemos capitalistas» y sinceramente todavía me tiene en estado de interrogación saber qué quiso decir exactamente y cuál sería el alcance de esa afirmación. En todo caso lo que es cierto es que él murió comunista y esa ha sido sin duda su mejor lección.

Juan Carlos Rodríguez: un aviso para caminantes.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.