Soy nieta de Santiago Jiménez, asesinado, aquí «La Erita de los lobos» junto a otros cuatro familiares y amigos el 19 de septiembre de 1936. 29 años después y curiosa casualidad, también un 19 de septiembre nacía yo, y hasta hoy he sentido mi vida ligada a aquella experiencia aunque ello significara quedarme sin fiesta […]
Soy nieta de Santiago Jiménez, asesinado, aquí «La Erita de los lobos» junto a otros cuatro familiares y amigos el 19 de septiembre de 1936. 29 años después y curiosa casualidad, también un 19 de septiembre nacía yo, y hasta hoy he sentido mi vida ligada a aquella experiencia aunque ello significara quedarme sin fiesta de cumpleaños.
A pesar del tiempo trascurrido, esta tragedia resuena aún con fuerza dentro de mí y ha determinado mi biografía y la de mi familia. Preguntar y escuchar me aliviaba, me he representado mil veces cómo vivieron aquellos hechos mis seres queridos, miraba a mi abuela buscando en sus ojos la huella de lo que había quedado, escuchaba a mi tía contar sus sueños en los que trataba de reconciliarse con los muertos y con ella misma. Y de alguna manera, esperaba respuestas.
Probablemente, exista una necesidad de comprender, de concluir, de dar unidad a lo no resuelto, eso que causó dolor, que se queda suspendido en la historia y en la conciencia y que por más que se intenta acallar, acaba volviendo una y otra vez, pasando de unas generaciones a otras, en busca de un final coherente.
Puede que aún no se comprenda bien la influencia de las acciones y como ésta no se detiene jamás, pero sé que algo profundo nos ha dado dirección y nos ha alentado una búsqueda que tiene que ver con el mejor de los Mundos Posibles.
Y porque nuestra historia fue silenciada y se perdió en el tiempo, quiero, brevemente recordar, porque la memoria es lo único que posibilita la reconciliación y porque sin memoria los pueblos pierden el norte y el sentido; y la paz y la fuerza y la alegría.
A nuestros abuelos los mataron por ser de izquierdas, por no guardar silencio frente a la corrupción mientras defendían su tierra; pero también por formar parte de una comunidad que por su estilo de vida, resultaba potencialmente peligrosa. Hablo de «Los Mesegares» unas tierras en las que se instalaron los antepasados de nuestros abuelos junto a otras familias, a unos 2 Km. de aquí; cerca de 40 personas compartían allí, relaciones, trabajo, enseñanzas, juegos y música. VIDA
Eran pobres, muy pobres pero trabajaban la tierra, cazaban, hacían carbón y su pan, cuidaban sus animales, aprendían y enseñaban a otros a leer, a escribir, a confeccionarse su ropa…Se autoabastecían, no tenían amo, vivían de forma independiente, con las reglas que ellas y ellos habían establecido, compartiendo lo mucho y lo poco. Su existencia transcurría apacible dentro de lo convulso y politizado del momento. No creo que ni una sola vez imaginaran su final.
Sus pilares eran la honradez, la palabra, el bien común, la familia. No eran líderes políticos o sociales, ni guerrilleros, ni militantes convencidos. Probablemente nunca se plantearon semejante elección. Fueron, como la mayoría de los asesinados durante y después de la Guerra, gente de paz, sencilla, con sus ideas, gente honesta que no había hecho mal a nadie. No temían especialmente por su vida y por eso permanecieron junto a sus familias, sin ver necesario esconderse o marcharse lejos de casa.
El 19 de septiembre de 1936 llegaron hacia el medio día un grupo de falangistas armados, compuesto por forasteros y por hombres del pueblo y en nombre de una patria, de una bandera, de un dios, de no se qué orden y no sé qué ley, pusieron fin a todo lo que se estaba construyendo. Los ataron y encerraron en el corral, mientras obligaban a las mujeres, aterrorizadas, a cocinarles la matanza que debía abastecerles todo el año. Y tras hartarse a comer, se los llevaron con el engaño de hacerles un juicio justo en el pueblo, que no llegó. Mi abuela, que llevaba poco más de dos años casada, salió al camino con su hijo de dieciocho meses a despedirle y le dijo:
-«Si vas al pueblo, Santiago, ponte las zapatillas», pero la respuesta fue fulminante:
–«No hace falta, no las va a necesitar».
Eso, si sonó a despedida. Y tras las lágrimas, se hizo el silencio y el frío de la tragedia heló todo. Ellas, esperaron… y ellos no regresaron jamás. Caminaron dos kilómetros y ahí abajo, en la Erita de los Lobos, asesinaron a los cinco, e impidieron su enterramiento. Ahí debían quedar para que fueran pasto de buitres y lobos. Así lo dijeron. Mi tía Pilar, hermana de mi abuelo, preguntó en el pueblo por su familia y la respuesta fue: «Si quieres carne fresca, hemos dejado cinco conejos en «La Pradera lo Alto».
Al atardecer del día siguiente y saltándose las amenazas, mi tía Pilar Jiménez, dejando solos a sus niños, se fue junto a dos primos más, Teodora Jiménez y Ricardo Martín Jiménez, que apenas tenía 16 años entonces, a enterrarlos. Con una soga y una azada, hablando bajito y atragantados por el dolor y la rabia, entre llantos y maldiciones dieron sepultura a su familia y nuestra familia., los enterraron, en una fosa poco profunda, porque la tierra de ese septiembre poco lluvioso estaba muy dura y ellas tenían una pena grande que pesaba mucho y porque las lágrimas les cerraban los ojos y por el miedo…así los enterraron y volvieron de noche a casa a encerrarse en ellas y a llorar con el resto, que tenían aún mucho que llorar.
Después de «aquello» todo cambió, el sufrimiento y el vacío se apoderaron de lugar y de sus almas. Un largo invierno que duró décadas se instaló en esta tierra y en este país. Se acabó con el proyecto de nuestros abuelos, se acabaron los bailes de los domingos, los paseos por los sembrados, las puestas de sol, se acabaron las risas y la ternura. Atrás quedó una casa a medio construir…la de mi abuelo… muy bonita,… se silenciaron las palabras y las canciones, mataron los sueños y a los soñadores, el futuro desapareció como posibilidad, se acabó la alegría de mi abuela a la que arrebataron el gran amor de su vida, y dejaron a mi padre huérfano, sólo, desprotegido y con un halo de tristeza, que el tiempo y sobre todo mi madre, con mucho amor, lograron borrar.
Esta es una parte de la historia, la mía, hay tantas como víctimas. Pero estaría incompleta si nos la traigo a ellas a esta fiesta. Porque como nieta, madre, hija y compañera, sé de vuestro sufrimiento.
Ojalá que hoy estuvieran aquí nuestras abuelas y vuestras madres, a ellas que les arrebataron lo que más querían, que soportaron insolencias, agravios, desprecios, palizas y torturas hasta lo inimaginable. Víctimas silenciosas del horror. Vosotras que debíais cerrar la ventana para llorar a gusto, o gritar o maldecir. Vosotras que habéis mantenido la memoria, los recuerdos de los nuestros sin casi poder pronunciar sus nombres. Siempre luchadoras incluso sin saberlo. Que sobrevivisteis a la infinita venganza de los que se creyeron vencedores. Vosotras sois las auténticas destinatarias de este reconocimiento. Para vosotras llega tarde, os marchasteis sin un gracias, ni un perdón por lo cometido pero hoy vuestra memoria está presente aquí en todas y todos nosotros.
En este lugar único, frente a este hermoso» Espacio de la Dignidad y el Recuerdo», lleno de sentido para nosotros, quiero expresar mi convicción de que ninguna creencia, ninguna idea, ningún dios y ningún interés justifican el sufrimiento que produce la pérdida de una vida humana. Ni la vergüenza de un pueblo que antes o después tiene que enfrentarse y reconciliarse con sus acciones por aterradoras que sean. Quizá se pueda morir por una idea pero es indigno escudarse o matar por ellas.
Intentaron acallar y olvidar nuestra historia y hasta nos hicieron creer que ya no hacía falta recordarla, pero lo que no se resuelve, enferma y tienen que venir otros a revivirlo, para que todo vuelva a fluir de nuevo. Eso ha pasado hoy aquí gracias a todos los que habéis hecho posible este homenaje. A las mujeres y hombres que formáis parte del Foro de la Memoria Histórica, gratitud por vuestro compromiso con un proyecto lleno de sentido. Gracias por compartir y por querer conocer nuestra memoria, que es la de todos. Un pueblo silenciado por la fuerza.
Gracias a Fernando por la belleza de tu ARTE que sin duda parte de la de tu alma y gracias a todos por estar aquí, sintiéndonos UNO.
Porque somos parte de muchas cosas pero Somos, gracias a todos aquellos que nos precedieron, a todos los aportes, a la acumulación histórica de la humanidad. Porque un hombre sólo no tiene sentido, simplemente no puede darse. Un vínculo potente nos conecta de forma que a veces podemos sentir con fuerza y otras levemente, que formamos parte de algo que trasciende lo personal, un NOSOTROS que surge de la necesidad y que avanza despacio pero implacable buscando la construcción de otro mundo posible y… ¡SI SE PUEDE!
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.