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Debatiendo la experiencia revolucionaria zapatista

Fuentes: Rebelión

»Tenemos que decidirnos, porque si nos derrocaron los españoles porque estábamos divididos, entonces tenemos que escoger si vamos a enfrentar esta guerra divididos como nos tienen ahora, o nos unimos como pueblos indios y nos rebelamos contra los gobiernos, junto con los obreros, campesinos, estudiantes». (Delegado Zero) Introducción La experiencia zapatista ha sido quizá, el […]

»Tenemos que decidirnos, porque si nos derrocaron los españoles porque estábamos divididos, entonces tenemos que escoger si vamos a enfrentar esta guerra divididos como nos tienen ahora, o nos unimos como pueblos indios y nos rebelamos contra los gobiernos, junto con los obreros, campesinos, estudiantes».

(Delegado Zero)

Introducción

La experiencia zapatista ha sido quizá, el proceso más debatido y a la vez el más mal comprendido. En los últimos tiempos ha recibido, ante la «Otra Campaña», ácidas críticas de diversos sectores políticos del México actual, pues este proceso vendría a interrumpir la agenda electoral de los que se consideran descendientes legítimos de los próceres de la patria, y adecuados solucionadores de problemas diversos. De modo que, según estos señores, el inoportuno tiempo de los revolucionarios, debe esperar a que se desarrolle el oportuno huevo de las sorpresas, desde donde podría, según su lógica, nacer la vaina para ocultar la espada de Damocles que el imperialismo estadounidense les ha puesto a todos los candidatos. Bueno, que sigan empollando sus ilusiones.

A la inversa, desde la Academia, se han levantado voces bastante acríticas respecto del proceso zapatista, llevando hasta el paroxismo una admiración que, por legítima que sea, no por ello ha dejado de ser, en largos tramos, la madre de un producto teórico abstracto-extrapolador, mientras se levanta a un proceso revolucionario concreto en un nuevo paradigma político-social. Creemos que así no se defiende ni se colabora para el triunfo del proceso zapatista. Por ello hemos tomado como referencia tres discursos de dos connotados académicos que viven en México, John Holloway y Ana Esther Ceceña, con el objeto de debatir en los términos más respetuosos posibles, acerca de sus posiciones. Estos discursos sintetizan sus propuestas teóricas.

Debate Primero

Para argumentar y emitir comentarios críticos acerca de dos textos de John Holloway[1], señalaremos sus tesis primordiales: a) la dignidad es una categoría central en el levantamiento zapatista. El zapatismo no es objeto de las ciencias sociales sino el sujeto de las ciencias sociales; b) la lucha del EZLN no es solamente indígena, sino también por la humanidad y contra el neoliberalismo; c) el zapatismo reconceptualiza el concepto de revolución, y el núcleo de lo nuevo del zapatismo es el proyecto de cambiar el mundo sin tomar el poder; d) los zapatistas están más allá de la ilusión estatal, paradigma que coloca en el centro de un proceso revolucionario la conquista del poder estatal y la transformación de la sociedad a través del Estado; e) el partido político implica disciplinamiento de la lucha de clases y subordinación de las distintas formas de luchas con el objetivo de controlar el Estado; f) el fracaso de la revolución en el siglo XX es el fracaso del concepto de revolución que la identifica con el control del Estado (concepto estadocéntrico de la revolución); g) la relación entre Estado y Capital debe entenderse como una relación entre Estados nacionales y Capital global, y no como una relación Estado nacional-Capital nacional; h) la ilusión estatal es parte de la ilusión del poder. El proyecto zapatista aporta dos elementos nuevos: la ruptura del vínculo revolución-control del Estado, y la disolución de las relaciones de poder; i) la cuestión central es la asimetría de la lucha de clases: el capitalismo es la metamorfosis del poder-hacer en el poder-sobre; nuestra lucha es la lucha del poder-hacer unificativo, la lucha del anti-poder; j) el capitalismo se ha distinguido de otras sociedades clasistas por el hecho de que la fuerza necesaria para asegurar la apropiación de lo hecho se concentra no en los haceres sino en lo hecho (la propiedad); k) El Estado no es el sitio del poder, porque la dominación capitalista implica separación del Estado y el proceso de explotación, separación de lo político y lo económico; l) la lucha por el poder es un método capitalista, y lo no-capitalista es disolver el poder. La tesis leninista que distingue entre comienzo de una revolución y el desarrollo del proceso revolucionario es inapropiada: el termidor stalinista ya está presente en esta distinción leninista; m) la lucha debe ser experimental, creativa, asimétrica, evitando las mediaciones políticas. Debe ser anti-política.

comentarios:

a) La lucha zapatista se centra en tres categorías centrales: la dignidad, la identidad y la memoria.[2] ¿Ha habido algún movimiento de liberación auténtico, en la historia humana, que no haya sabido conjugar estas tres categorías?. Ninguno. La diferencia estriba en los condicionamientos históricos, en las referencialidades contextuales, en las características específicas de lo histórico de cada formación social-económica en donde los movimientos desarrollan estas categorías, viviéndolas al calor de sus luchas. La dignidad, la identidad y la memoria son tres armas estratégicas de todo movimiento de liberación. No es patrimonio exclusivo de los zapatistas. Ni ellos jamás lo han pretendido. Lo específico de los zapatistas es la dignidad desarrollada a través del diálogo político (la palabra interpelante y autointerpelante) entre los propios actores sociales y con el gobierno; a través de la unidad entre pueblos indígenas autónomos (comunidades indígenas) y los zapatistas; a través de la lucha nacional en contra del silencio impuesto; a través de un modo crítico de vivir el mundo neoliberal globalizado y de vivir su México destruido y pisoteado. ¿Qué es ser digno para el zapatismo?. Es no dejarse, no rendirse, no venderse (Sexta Declaración). La identidad es asimilada y practicada como identidades múltiples: como (re)construcción de los pueblos indígenas chiapanecos en resistencia contra el neoliberalismo de guerra; como (re)construcción de los pueblos indios de México; como pertenencia a la gran comunidad de rebeldes globales frente al neoliberalismo global; como luchadores de izquierda; como luchadores anticapitalistas. La memoria es practicada como desarrollo del rescate de la historia propia (la de los indígenas de Chiapas), de las experiencias de la revolución de 1910 y específicamente de las luchas lideradas por Emiliano Zapata, y de las experiencias de lucha post revolución cubana, específicamente la praxis de Ernesto Guevara. Pero a todas dándole un nuevo sentido en un nuevo contexto histórico. La dignidad consiste en no extraviar la memoria y en asumir las multiidentidades en la lucha permanente.

El movimiento zapatista, en el sentido epistemológico clásico, se convierte en objeto de estudio para la ciencia social crítica (necesario para comprenderlo, y al mismo tiempo conocerlo, y generar saber no sólo de interés académico, sino de interés para otros movimientos de resistencia, sin constituirlo en un referente dogmático, en un nuevo paradigma).[3] El sentido de lo que Holloway dice respecto de que los zapatistas son el sujeto de las ciencias sociales, lo compartimos en el sentido de que son un sujeto sociopolítico y políticosocial que obliga a la praxis teórica de las ciencias sociales a hacerse cómplice de su causa. Es una crítica válida a la tradición de las investigaciones objetivizadoras, neutralistas, y desilucionadas que se basan en el paradigma positivista de investigación, que sucumben al saber fragmentado y que pierden la categoría de totalidad.

b) La lucha del zapatismo comenzó con un actor social fundamental: las comunidades indígenas unidas a un ejército guerrillero que supo sortear la trampa del vanguardismo (se conformó un «nosotros» unitario a partir de un nosotros (una organización político-militar) y un ellos, las comunidades indígenas). El carácter organizativo se ha basado en dos principios: las asambleas de las comunidades indígenas que son, a la vez un modo de vida. Estas asambleas deciden por consenso y sin jerarquía formal a delegados electos que representan verdaderamente a la comunidad y que entregan las decisiones a una junta de delegación, las que conforman a las «Juntas de Buen Gobierno» y que ejercen el autogobierno en las Municipalidades Autónomas zapatistas o Municipios Autónomos Rebeldes (las leyes o normativas no son «administradas» por líderes o representantes de partidos políticos, sino por las juntas como representativas de la voluntad popular)[4]; un proceso revolucionario de nuevo tipo basado en las formas colectivas y no excluyentes de organización y lucha (principio del «mandar obedeciendo»). Las formas de luchas se centran principalmente en «la palabra armada» o en «las armas de las palabras», sin menospreciar el componente político-militar que paulatinamente ha entrando en crisis a medida que el proceso revolucionario se desarrolla, aunque no desaparece por completo (desde el 2002 el EZLN venía efectuando cambios organizativos importantes, y con la Sexta Declaración, se ha pasado desde una organización político-militar subordinante, donde lo democrático permanecía subordinado a lo militar, a una organización definida en términos más políticos, como que todo zapatista es un soldado para que no haya soldados, separando más aún lo político-militar de lo civil-democrático).

En lo que respecta al cambio social impulsado, los métodos de lucha comenzaron a tomar distancia respecto de otras formas de lucha: de la Iglesia (los proyectos dirigidos por la Iglesia lamentablemente fracasaron); de los maoístas (no se ha constituido en un ejército campesino cercador de ciudades a la espera del acoplamiento de los obreros); de las revoluciones centroamericanas (no a la rendición del ejército, no a la confianza en los procesos electorales); de los movimientos guerrilleros anteriores (la lucha armada no es el paradigma, el método único, es uno más entre otras formas y procesos), de las tradiciones marxistas clásicas (no al copamiento y conquista del poder estatal).

En el proceso revolucionario llevado a cabo, los zapatistas también incluyen la liberación de la «humanidad toda», entendiendo que es toda la humanidad «de abajo» la que sufre las consecuencias del neoliberalismo de guerra.[5] También se refieren con el término «humanidad toda» a los diferentes movimientos y organizaciones rebeldes de los cinco continentes, y a partir de la «Otra Campaña», se autovisualizan como espejo del dolor de todos (han dicho, además, que por distintas razones, consideran que en México se decidirá o se está decidiendo el destino de esta humanidad toda). Pero no olvidan que el núcleo esencial es que todo se articula alrededor de la lucha de las comunidades indígenas como lucha nacional, es decir, van más allá de los pueblos chiapanecos, van con los pueblos indios. La primera tarea ha sido la unidad de la multiplicidad de los otros (los indígenas) que luchan en el sur de México como de aquellos indígenas que luchan también en el centro, en la capital (que forman parte de los llamados «chilangos»). La segunda tarea ha sido la unidad con los otros otros, los trabajadores del campo y la ciudad, los indígenas de México, los campesinos, y todos los subalternos (en lenguaje gramsciano). Marcos decía ya en 1996:

R20;El hambre y la desnudez construyen puentes entre los obreros y los pueblos indígenas y la dignidad los hace uno. Sin ropa y hambre, esperan pintar el futuro».

En el último año, la interpelación a los trabajadores, estudiantes y a todos los subalternos se ha hecho más evidente, porque los zapatistas ya han comprendido que sin esta unidad, no se avanza en el proceso revolucionario. Han comprendido que para avanzar en la lucha indígena es necesario juntarse con los trabajadores del campo y la ciudad (Sexta Declaración). De modo que la universalidad de su lucha exige ser comprendida especialmente en el ámbito nacional mexicano. Por ello buscan un acuerdo entre los sencillos y humildes, entre sus luchas, y un programa y un plan que se cumpla («programa nacional de lucha», se le denomina en La Sexta).

Nadie discute la irradiación positiva a nivel mundial de su experiencia revolucionaria. Lo que no han pretendido los zapatistas es convertirla en un nuevo paradigma más, como pretenden algunos teóricos como John Holloway (J.H.). No pretenden ser vanguardia en el sentido de no pretender ser modelo para nadie, a lo más espejo.

En más de alguna oportunidad Marcos se ha referido precisamente a las problemáticas planteables a partir del trabajo teórico académico (es decir, fuera del movimiento mismo, en la Academia). De allí la preferencia por el desarrollo de teoría dentro del propio movimiento, y de mantener interlocución o diálogo preferencial con aquellos teóricos que están en los movimientos mismos o insertados en organizaciones.

c) Sin duda que la experiencia zapatista se ha constituido en proceso revolucionario desde sus inicios. Desde antes de la sublevación del 94, los zapatistas ya discutían y llevaban a la práctica la implementación de leyes revolucionarias: 1) las Leyes de las Mujeres Revolucionarias, elaboradas por las propias mujeres indígenas (decía Marcos: «el primer alzamiento del EZLN fue en marzo de 1993 y lo encabezaron las mujeres zapatistas. No hubo bajas y ganaron. Cosas de estas tierras»); 2) la Ley Agraria Revolucionaria como respuesta al intento de aniquilación de los ejidos (tierras comunales) a partir de la derogación del artículo 27 de la Constitución llevada a cabo por el gobierno de Salinas de Gortari. Esta ley es hecha e implementada por los propios pueblos indígenas. Las tierras de más de 100 hectáreas y de mala calidad, así como las de más de 50 hectáreas de buena calidad serán repartidas a los campesinos sin tierras y a los jornaleros agrícolas, como propiedad colectiva para formar cooperativas, sociedades campesinas o colectivos de producción agrícola y ganadera. Los propietarios que excedan la tenencia respecto de esos límites se les quitarán los excedentes (expropiación popular). Esto los diferencia de: a) las experiencias del MST del Brasil (expropiaciones de tierras no productivas y efectuadas por decretos gubernamentales); b) de las experiencias expropiatorias de Emiliano Zapata (a cada campesino, un pedazo de tierra. Por ello se les denomina neozapatistas); 3) otras leyes: La Ley del Trabajo, La Ley de Seguridad Social, La Ley de Industria y Comercio, La Ley de Reforma Urbana, La Ley de Impuestos y de Guerra, La Ley de Derechos y Obligaciones de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, La Ley de Derechos y Obligaciones de los Pueblos en Lucha.[6]

Entonces, a pesar de los discursos reductivos respecto de «cambiar el mundo sin tomar el poder», como lo hace J.H, hay que comprender la revolución zapatista desde su propia perspectiva: 1) el avance de su revolución no depende de las iniciativas que provengan del ejercicio del poder estatal constituido; 2) el mundo que primariamente hay que cambiar es el propio. Los zapatistas siempre han tenido claro que no hay condiciones objetivas, dentro del capitalismo neoliberalista de guerra del México contemporáneo, de conquistar el poder institucional. Ellos han comenzado por el análisis concreto de su situación concreta para subvertir el orden explotador y opresivo concreto en su contexto socio-histórico (no son leninistas, pero aplican el famoso principio leninista). J.H. y otros intelectuales han llevado a la categoría de paradigma y han petrificado en una consigna las necesidades concretas dentro de las posibilidades concretas en que desarrollan su revolución los zapatistas. Seamos claro y no retóricos como J.H.: cambiar el mundo, en el lenguaje zapatista, implica, cambiar primariamente su mundo. No tomar el poder, en el lenguaje zapatista, implica, primariamente, no institucionalizarse, no entrar en la contienda electoral donde correrían el riesgo de ser cooptados por el poder partidario institucionalizado, es decir, por los partidos-Estado capitalista neoliberal. Sepamos ver en esto la congruencia de la praxis revolucionaria zapatista, y que los diferencia de las experiencias de burocratización en otros movimientos de liberación latinoamericanos.

d) Los zapatistas no están más allá de «la ilusión estatal», están más acá de la fraudulenta democracia capitalista electoralista. Son conceptos muy diferentes. Los zapatistas no están pensando en destruir el Estado capitalista (burgués) mexicano ni precipitar su extinsión, simplemente porque están conscientes de que no poseen la fuerza social para hacerlo. No son megalómanos. Son honestamente y humildemente realistas. Lo que van intentando es desgastar al Estado burgués mediante la doble estrategia de desterritorializar el poder político y económico del Estado mexicano en el territorio chiapaneco-zapatista (desalojar al Estado oficial y sus influencias explotadoras y opresivas), por un lado, y construir organización comunitaria extendida, autónoma y autodeterminante, por otro lado (construcción de gérmenes de otro Estado, que no es el no-Estado de J.H. y otros). Ambas estrategias se unifican con una tercera estrategia: conseguir el apoyo de las clases, etnias, pueblos, y subalternos del México actual, no sólo para su causa, sino para la causa de todos. Es una forma revolucionaria de construir poder-hacer, o poder antineoliberal y anticapitalista (aspecto de cambiar el mundo) y de construir poder político-económico-social-cultural acumulativo, deconstruyendo las relaciones sociales capitalistas en su territorio y reemplazándolas por otras formas de organización social (aspecto de construir poder desde abajo, en los márgenes del sistema-mundo dominante: Juntas de Buen Gobierno, «Caracoles», Municipios Autónomos rebeldes zapatistas, Territorio zapatista, Consejos Autónomos, «Comisión de vigilancia», «Comisión de información», etc.). En el seno de lo viejo, nace lo nuevo.

Hay que entender que los discursos zapatistas tienen una multidimensionalidad que obedecen a una forma de lucha muy poco comprendida por nuestra acostumbrada racionalidad lógica occidental: a) el silencio (la práctica del lenguaje interior); b) el lenguaje metafórico; c) el lenguaje cotidiano-coloquial indígena. El hilo conductor de los tres lenguajes es la veracidad y su relación íntima con el poder-hacer lo necesario en la praxis cotidiana. Lo decisivo, para los zapatistas, no son los discursos, sino las praxis políticas concretas (lo hecho) concordantes con los discursos-declaraciones (lo dicho). Esto hace que su accionar no sea verosímil sino verdadero, y por tanto revestido de una dimensión ética que contrasta con lo dicho y lo hecho por el poder político institucional (el discurso y la práctica de la mentira institucionalizada).

Después de todo esto, ¿aún algunos intelectuales van a seguir extrapolando las intencionalidades zapatistas, deformándolas, y erigiendo paradigmas falsos que son nuevos paradogmas?. ¿Seguirán algunos argumentando a contrapelo de la historia, como diría Benjamin, acerca de fórmulas anquilosadas como esa de «cambiar el mundo sin tomar el poder», descontextualizando por completo la riqueza del proceso revolucionario zapatista?. ¿Acaso no se les ocurre que si las condiciones sociopolíticas cambiaran, la estrategia zapatista se podría complementar con un proceso revolucionario de conquista del poder del Estado, a condición de una insurrección popular general que desmantelara, en primer lugar, el poder militar del Estado burgués, en segundo lugar, el poder de los aparatos ideológicos del poder burgués, y en tercer lugar, el poder económico del poder burgués?. ¿Por qué no?. ¿No es el mismo J.H. quien manifiesta que una revolución experimental es una incertidumbre y que nada está trazado de antemano?.[7] Los que tienen experiencias en luchas reales saben que hay que aprender a leer entre líneas no sólo los discursos, sino las prácticas mismas. En abril de 2006, Morelia, el delegado Zero ha manifestado una verdad que la sabemos quienes hemos estado en alguna trinchera, por modesta que sea: quienes quieran cambiar las cosas deben ser duchos en todas las disciplinas y artes y saber escuchar a la gente humilde, que son los que hacen los análisis más brillantes sobre su propia realidad.

e) La pregunta es: ¿Por qué los zapatistas se resisten a transformarse en un partido político?. Ya han visto suficiente corrupción. Pero la forma partido en ningún formato está agotada como cree J.H. y otros antileninistas. Extrapolar formas-partidos que fueron capaces de consolidar revoluciones a otros contextos posteriores sin los resguardos respectivos, es un error, pero también es un error de proporciones el pretender hacer lo inverso, extrapolar la experiencia zapatista a la experiencia pasada rusa, china, vietnamita, cubana, etc. Los sistemas de partidos políticos son una realidad consolidada en toda Latinoamérica. Los zapatistas lo saben. Lo que argumentan es que no desean acoplarse a un sistema de partidos que no tiene por horizonte realizar una rebelión auténticamente antineoliberal, no son anticapitalistas[8], y han fracasado en dar soluciones justas, dignas y verdaderamente democráticas ya no sólo para los pueblos indios de México, sino para lo que ellos denominan «sociedad civil».

En la práctica latinoamericana actual no hay «partidos leninistas» verdaderos, poderosos e influyentes, ateniéndonos a sus formas organizativas y métodos de lucha, y no a las autodefiniciones que abundan (exceptuamos al Partido Comunista de Cuba). Dos partidos de inspiración leninista, el Partido Socialista de Chile y el Partido Comunista de Chile, fueron capaces de configurar una interesante experiencia revolucionaria pacífica y democratizadora durante el periodo 1970-1973 y triunfar políticamente con Salvador Allende. Hoy, el PS de Chile es el más neoliberal de los partidos socialistas del continente, y el PC continúa su crisis de burocratización y de insistencia en su institucionalización, política que tiene cada vez más elementos que se le resisten.

Los zapatistas han mantenido el debido respeto crítico a las diversas organizaciones político partidistas del México actual, incluyendo a los marxistas revolucionarios, leninistas, trotskistas, luxemburguistas, gramscianos, etc. Son una realidad y forman parte de la diversidad. Lo importante es que ya se trate del formato-partido clásico, del formato-partido modular, del formato-movimiento clásico, o del formato-movimiento de nuevo tipo, si no se proponen como tarea estratégica la implementación de un proceso revolucionario, de cambios radicales, en la práctica no sirven de nada. ¿Qué revolución?. La antineoliberal-anticapitalista-prosocialista (el zapatismo está en la fase de ir consolidando la lucha antineoliberal-anticapitalista, de rebeldía y resistencia. No es el tiempo de plantearse la tercera, aunque sin duda, como duchos que son, la habrán debatido y dialogado). Muchos guardan en la memoria episódica y en la memoria de largo plazo los errores y horrores del socialismo que devino en capitalismo de Estado o Estado burocratizado, o cualquier otra denominación atingente. Pero de allí a saltar al pacifismo, o al reformismo, es no sólo una tarea estéril, sino poco responsable. Eso es lo que han dejado en claro autores como Atilio Borón. Y es bueno el debate con altura de miras, y aún debe seguirse desarrollando el debate clásico entre marxistas revolucionarios y anarquistas revolucionarios. De cara a los pueblos, mostrando lo mejor de cada cual, y privilegiando los puntos en común, la unidad en la praxis frente al enemigo en común: el capitalismo.

f) El fracaso de la revolución en el siglo XX no se debe al fracaso del concepto estadocéntrico de la revolución. Se debe al abandono del concepto de revolución permanente, y no se necesita ser trotskista para afirmar esto. Un estudio serio de esos procesos permite diferenciar entre revolución permanentemente desarrollada con sujetos históricos como protagonistas auténticos, de las revoluciones burocratizadas, donde el sujeto histórico ya no era la alianza de clases obrero-campesina, sino el partido todopoderoso sustituidor ( el partido concebido como una organización con un fin en sí mismo y no como un instrumento profundizador del proceso que no fue capaz de extinguirse para dar paso a la autoorganización de las clases populares). Ligar la concepción de partido leninista con la concepción de partido estalinista, derivando uno del otro, necesariamente, es un déficit teórico que distorsiona la interpretación de esos procesos revolucionarios. A la luz de los hechos concretos, no hay en la actualidad ningún partido revolucionario en Latinoamérica capaz, por sí solo, de tomar el poder. Lo real es que tenemos una diversidad de partidos políticos y una diversidad de movimientos sociopolíticos y políticosociales. Las exclusiones mutuas son las perniciosas. Los debates al respecto siempre estarán abiertos. El enemigo en común, el Capital, recurre a movimientos y partidos, organismos internacionales y corporaciones, Estados y naciones. Seamos modestos: aprendamos.

g) Cierto: las relaciones entre Estado-Capital tienen hoy la forma predominante entre Estados nacionales y Capital mundializado. Así lo entienden también los zapatistas. Pero no desconozcamos el hecho de que existen clases dominantes (capitalistas y/o capitalizadas como terratenientes, latifundistas) territorializadas. Pensar derrotar al abstracto Capital global es una entelequia. En lo real nos enfrentamos al capitalismo territorializado, y su principal territorio son precisamente los Estados nacionales. ¿Contra quién se enfrenta primordialmente el movimiento zapatista?. ¿Contra el Estado norteamericano?. ¿Contra el FMI, el BC, la OMC?. No. Contra el Estado mexicano, pues allí se concentra el poder de los llamados Estados-corporaciones y de la «clase política». Es un enemigo concreto, visible para los pueblos. Las exigencias son dirigidas a los gobiernos, a los conglomerados de partidos institucionalizados, al Estado mexicano como concreción del poder del Capital. Exigirles reformas a estos gobiernos no es un autoengaño. Algo se puede conseguir. Pero si no se plantea la transformación revolucionaria de estos Estados, entonces nos quedamos en el mismo estado en que estamos: la mera resistencia, el mero grito anarquista, la mera protesta. Bueno, los zapatistas han encontrado su camino: la autonomía territorial, el autogobierno, en territorio rebelde zapatista.

No es algo descabellado considerar que la acumulación de fuerzas debe ir orientada tanto a la transformación revolucionaria del Estado como a la construcción de poder popular al margen de ese Estado clasista. El desafío para la primera estrategia, en las condiciones actuales de muchos países, es altamente complejo y dificil, sobretodo por la existencia de un sistema político de partidos ya institucionalizados que no tienen el menor interés en siquiera hacer reformas con un mínimo de respeto y decencia para los postergados de siempre. En otros países como Chile, ni siquiera existe un sujeto histórico conformado (son las consecuencias de la aplanadora del neoliberalismo maduro, de la contrarrevolución del capitalismo tardío). Pero algo hemos sacado en limpio de la experiencia zapatista y de otras experiencias de la región: nada, ninguna estrategia revolucionaria es posible sin organizarse con los de abajo, con los de izquierda sin partido, y con los militantes honestos de los partidos de izquierda institucionalizados.

h) ¿Ilusión estatal?. ¿Ilusión del poder?. Hablemos del Estado ilusorio o imaginado. Hablemos del poder ilusorio o imaginado. Hablemos de la ilusión de una revolución pacífica. Nunca se ha dado (salvo en el Chile 1970-1973, y todos sabemos en qué terminó). No hay antecedentes históricos. Por ello J.H. recurre a la experimentación, a la incertidumbre ilusionante. Una revolución no es un cambio de gobierno. No es un «simple» cambio de mundo (como si las relaciones capitalistas de guerra fueran transmutables por la acción de honorables y pacíficos ciudadanos). Es la destrucción de un Estado clasista y a la vez la construcción de un nuevo poder político y social con sujetos históricos que están convencidos de que ello es lo indispensable. Admitamos entonces que el desarrollo de la conciencia revolucionaria es un proceso lleno de dificultades de todo orden, incluidas las situaciones imprevistas. No estamos pensando que un meteorito podría destruir la Casa Blanca o el cuartel general burgués donde se atrinchera Fox. Ni que en un arrebato de magnificencia el complejo militar-corporativo-gubernamental norteamericano o foxista permitirá entregar generosamente el poder material y el poder ideológico que por siglos han construido a sangre y fuego. Los zapatistas lo saben. Por ello no deponen las armas ni propician el adiós a las armas como algunos apresuradamente han concluido. Han aprendido a manejar el discurso, el lenguaje como elemento táctico-estratégico, para «sorprender» a los ortodoxos de todos los colores y para sorprender a los nuevos ortodoxos que critican a los viejos ortodoxos. Nada original. Es el procedimiento del enemigo.

¿Por que los partidarios absolutos de las vías pacíficas no solicitan al ejército mexicano que deponga las armas para entrar en un diálogo fructífero para «cambiar el mundo sin tomar el poder»?. Háganlo.

Si J.H. está siempre hablando de la asimetría de clases, pero a la vez renuncia a la deconstrucción de tal asimetría, debería al menos considerar el origen de tal asimetría, la historia y el desarrollo de tal asimetría, qué elementos posibilitan que tal asimetría no sólo se reproduzca, sino que sea fetichizada y se constituya en una relación alienada. Ese ente se denomina Estado.

Si bien es cierto que en La Sexta Declaración sólo se habla de malos gobiernos, «clase política» y no de Estado capitalista, quisiéramos entender que el desarrollo del zapatismo es un proceso, y como tal, el sujeto histórico que lo encarna (EZLN-comunidades indígenas chiapanecas) habrá pensado en algún momento: no tenemos la fuerza para controlar el Estado, entonces comencemos por transformar las entidades que representan tal Estado en nuestro territorio, y deconstruyamos las relaciones de poder que más nos urgen (las relaciones de género y las relaciones de propiedad-tenencia de las tierras), démonos el autogobierno, la autonomía en territorio rebelde y demostremos que podemos hacer lo que ninguno ha hecho: mejorar la calidad de vida de la gente humilde y sencilla, de la «sociedad civil», que no reconoce filiación en partido político, en su mayoría, pero han esperado prácticamente 500 años luchando sin ser oidos, sin ser solucionados. Y lo han cumplido. Eso es lo novedoso, no la teorización abstraccionadora de J.H. Por eso comenzaron en los territorios donde tenían fuerza acumulada, territorios por ellos controlados respecto del poder estatal clasista burgués. Sorpresa: las Juntas de Buen gobierno se constituyen en otro poder, respecto del poder institucionalizado, y van generando otra forma embrionaria de un Estado de nuevo tipo. No «diluyen las relaciones de poder». Lo que vienen construyendo es un poder-hacer antineoliberal, posteriormente anticapitalista (en términos de J.H, pero corregido: un poder hacer no junto a, sino sobre el poder capitalista del Estado mexicano en territorio chiapaneco, y al mismo tiempo, un poder hacer por sobre el poder de relaciones y prácticas ancestrales y recientes que obstruyen el avance de una auténtica revolución: el caudillismo, el patriarcalismo, el caciquismo, la opresión de las mujeres, la jerarquización militar vanguardista desligada de las masas, etc.). A esto le denominamos poder popular.

Teóricos como J.H. y otros, utilizan el concepto de poder foucaultiano y demonizan el poder como un todo, sin discriminar que entre un terrateniente y un campesino indígena hay una relación de poder asimétrico de distinto orden que entre el poder de un Estado y un movimiento de liberación, y que estas asimetrías de poderes-sobre transitan, necesariamente, por la etapa de desarrollar otros poderes-sobre para romper la asimetría. Estamos en guerra. No estamos en «la sociedad utópica imaginada, ideal». Ambos ejemplos no son académicos, son del mundo real de la lucha de clases en sus distintas facetas. Si Foucault no lo comprendió del todo, pensamos que los zapatistas sí lo comprenden. Esperamos que J.H. también.

i) La cuestión central, entonces, es acumular fuerza política y social, un poder-hacer para desarticular el poder-sobre las clases oprimidas y explotadas que ejercen los capitalistas (que se constituye en un poder-sobre los capitalistas, si somos consecuentes con el concepto de revolución), desarrollar la lucha del poder antineoliberal-anticapitalista, y unificar el poder-hacer, no al margen del poder-sobre de carácter capitalista (hacer abstracción teórica de su existencia es un absurdo teórico), sino en lucha confrontacional contra él, para simultáneamente ir construyendo el verdadero poder-hacer en la sociedad sin clases. En esto consiste una revolución verdadera. Marx ya lo había teorizado con los pies sobre la tierra: destruir el Estado capitalista, para posteriormente dar paso a la extinsión del Estado; sin embargo, Marx, en sus últimas cartas y escritos, comenzaba a vislumbrar las potencialidades de movimientos como el mir ruso (comunas campesinas) para construir un poder paralelo al poder estatal, y simentar las bases de un poder popular en los margenes del Estado capitalista (Marx exploraba las potencialidades de un nuevo sujeto revolucionario que no sucumbiera ante las relaciones sociales capitalistas en el campo, que fuera capaz de desarrollar una nueva sociedad colectiva, a condición de que fueran capaces de desarrollar, a partir de una subjetividad revolucionaria, un proceso revolucionario).

j) Lo que distingue al capitalismo de otras formaciones sociales-económicas precapitalistas y clasistas son dos: 1) la condición necesaria, pero no suficiente, de la coerción económica, a diferencia del predominio de las coerciones extraeconómicas, para asegurar la dominación y la explotación, procesos generadores de riqueza apropiable por parte de las clases dominantes; 2) la separación artificial entre procesos económicos y procesos políticos, con lo cual lo político oculta el verdadero origen de las asimetrías, la propiedad privada de los medios de producción.[9] El papel central que le compete al Estado capitalista en estos procesos históricos es indiscutible. Sin embargo, en el contexto latinoamericano, tenemos que ser más cuidadosos aún, considerando el desarrollo de las formaciones sociales a partir de 1492: 1) a la dialéctica interna del desarrollo económico capitalista se van acoplando procesos complejos de coerción política y militar (actualmente el neoliberalismo de guerra, la militarización de las relaciones sociales, la represión de movimientos y organizaciones en proceso de emancipación política y social), y procesos de inducción de «nuevo modelo de mundo» (modernidad, modernización) que son de tipo persuasivo, basados en la manipulación por parte de los «aparatos ideológicos de Estado». Hay, entonces, configuraciones históricas de dominio junto a la construcción de hegemonía; 2) a lo anterior se le superpone el proceso de (re)colonización del poder, como ha argumentado Aníbal Quijano, pero en dos vertientes: a) la implementación de políticas racistas y discriminatorias anti-indígenas (la exclusión política y social funciona en base de medidas jurídicas implementadas por el propio Estado clasista), junto a políticas indigenistas y neoindigenistas; b) la transformación de los Estados-nacionales latinoamericanos en intermediadores clientelares entre los Estados imperialistas y las «sociedades civiles» latinoamericanas; 3) a lo anterior se agrega, desde la asimetría global originaria, un proceso de reconfiguración mundial creciente de asignación, mediante geopolíticas imperiales, de papeles específicos a cada región en el proceso mundial de acumulación y concentración del Capital global, profundizando aún más las asimetrías en todas las dimensiones (políticas, sociales, culturales, y económicas); 4) a lo anterior se agregan diferenciados procesos de articulación-rearticulación del modo de producción capitalista con los modos de producción no capitalistas (pre-capitalistas en su mayoría), basados en lo que Aníbal Quijano ha estudiado como articulaciones entre el proceso de trabajo capitalista y los procesos de trabajo basados en la esclavitud subsistente, los intercambios mercantiles, las relaciones de reciprocidad, etc., basándose en el capítulo VI (inédito) del Capital; 5) finalmente, un proceso más profundo a lo cual correctamente ha apuntado Quijano: la asimetría entre historia y temporalidad de Latinoamérica respecto de Europa (y agregamos, Estados Unidos). Mientras en los llamados países centrales, imperialistas, el desarrollo de las distintas fases del capitalismo es secuencial, en Latinoamérica hay secuencialidad junto a simultaneidad, lo que implica que las fases del desarrollo del capitalismo en contexto latinoamericano se van constituyendo, al mismo tiempo, en etapas simultáneas de dominación. Forman parte del desarrollo desigual, combinado, multilineal, del capitalismo crecientemente mundializado.

Sólo bajo esta complejidad de procesos históricos, a la vez secuenciales y a la vez simultáneos, puede entenderse lo que intenta argumentar J.H., la característica del capitalismo como modo de producción que se focaliza más en la propiedad de lo hecho. La categoría de propiedad privada es esencial para entender la dinámica del Capital. Pero sólo a condición de que podamos comprender que todos los procesos anteriores tienen como objetivo central la dialéctica de la inintencionalidad -intencionalidad de la secuencialidad-simultaneidad de ir generando asimetrías cada vez más profundas en la privatización de todo lo privatizable, apropiable coercitivamente, discriminatoriamente, jurídicamente, ideológicamente. Esto hubiese sido imposible sin la construcción-manipulación de formas de Estados pro-capitalistas.

k) Entonces, la tesis de J.H. de que el Estado no es el sitio del poder, es abstracto-especulativa. La separación de lo político de lo económico, está desconociendo la dialéctica entre lo político y lo económico, pues el movimiento capitalista siempre ha luchado en los dos frentes: la conquista del Estado para generar la ilusión de la igualdad jurídico-política (la democracia formal), para luego asegurar la desigualdad en lo económico (la dictadura real). Por ello la categoría de «ciudadano» es una invención necesaria para el capitalismo (oculta la explotación, la opresión y el dominio real), y la categoría de «sociedad civil», también oculta las asimetrías y desigualdades reales. Hegel fue el genio filosófico pro-capitalista que empezó a difundir esta categoría con claros intereses de clase. Marx dejó de utilizarla en sus escritos, a partir del Capital. Gramsci la retoma, pero bajo otros postulados teóricos, para oponerla a la dictadura político-militar fascista de su tiempo. La socialdemocracia la sigue utilizando alejada del espíritu que animó a Gramsci. A pesar de la crítica que se le puede hacer a los discursos zapatistas en cuanto al abuso del concepto de «sociedad civil», entendemos que ellos lo hacen en cuatro contextos discursivos diferentes: a) «la sociedad civil» como opuesta a la sociedad política corrupta de los malos gobiernos; b) la «sociedad civil» como opuesta al «fascismo» práctico-corporativista de algunos partidos políticos y sus dirigentes; c) la «sociedad civil» para referirse a la gente sencilla y humilde, la mayoría sin partido político, que desde la primera etapa se opuso a la guerra y a la «matazón»; d) las «sociedades civiles» para referirse al apoyo grande recibido por parte de personas buenas y nobles y organizaciones de todo el mundo que han aportado solidariamente y materialmente para mejorar las condiciones de vida de las comunidades indígenas de las Juntas de Buen Gobierno y los Municipios Autónomos.

La democracia representativa, bajo formato capitalista (el senado romano también era una «democracia representativa», pero de los terratenientes y de la clase aristocrática), es una democracia sustitutiva de una verdadera democracia. Los capitalistas toleran todo tipo de democracia representativa, menos la democratización real en la esfera económica. En la fase capitalista neoliberal, y en el caso concreto de México, los zapatistas han denunciado que ni siquiera hay verdadera democracia representativa en la esfera dominada por la «clase política» y los malos gobiernos Tiene, por tanto, sentido, discutir el concepto de «democracia capitalista», como lo hace Atilio Borón, proponiendo el concepto de «capitalismo democrático», pues lo que predomina son las relaciones capitalistas bajo la ilusión de una sociedad democratizada en plenitud. Y sabemos que ello no existe. El capitalismo es democrático en lo formal, pero dictatorial en lo que respecta a las relaciones de clases. Sin el poder de clase concentrado políticamente en el Estado, el poder económico se tornaría insostenible. Dos pruebas al canto: 1) si no hubiese sido así, la burguesía, como clase experta en el poder, no se habría tomado las molestias de desencadenar sendas revoluciones sobre el «ancient regimen»; 2) no mantendría un férreo control estratégico sobre al menos dos estructuras estatales: los medios de control ideológicos y el aparato militar. El punto de debate es, entre muchos, si las fuerzas emancipatorias, en un contexto histórico determinado, son o no capaces de desencadenar un proceso de destrucción revolucionaria de las estructuras que controlan el poder ideológico y el poder militar, y a la vez si son capaces de desmantelar su poder económico. ¿Qué fuerzas emancipatorias?. ¿Qué sujeto histórico?. ¿Con qué tácticas y estrategias?.

Vamos al campo de lo concreto-real (en sentido fenomenológico). El principal sujeto histórico que se ha ido configurando en Latinoamérica lo constituyen poderosos movimientos indígenas-campesinos-popular-de trabajadores. En las distintas formaciones sociales actualmente existentes en la región, predominan unos u otros. El más desfasado es, sin duda, el movimiento de trabajadores. Este movimiento tiene que autorreconstruirse. El capitalismo mundial supo, bajo diferentes estrategias, desestructurar hasta niveles críticos al movimiento obrero, de trabajadores. Dio golpes duros a su enemigo de clase. Le era vital. Los movimientos indígenas-campesinos, predominantemente más activos en países como México, Ecuador, Bolivia, han sido ancestralmente territoriales. Parten de allí. Su objetivo prioritario es la desmantelación de las relaciones de colonización del poder estatal, desplegando luchas nacionales por la autonomía-autodeterminación, o por el reconocimiento de la plurinacionalidad. Parten de allí. Por ello interpelan al Estado, en primer lugar. Pero se han encontrado con dos grandes dificultades: 1) que la colonización del poder está indisolublemente ligada a la capitalización del poder, por lo cual van aprendiendo que la lucha por la autonomía-autodeterminación y/o el reconocimiento de la plurinacionalidad necesariamente debe ir asociada a la lucha antineoliberal-anticapitalista (proceso de unificación de las luchas); 2) que la conquista del poder político gubernamental no ofrece ninguna garantía para satisfacer sus más elementales demandas (aclaramos que la democracia, en la teoría marxista clásica, es concebida como una forma de gobierno, no como una forma de Estado). Por ello el movimiento zapatista ha sido reacio a transformarse en partido político y formar parte del capitalismo democrático electoralista de México; el movimiento indígena ecuatoriano ha palpado en la praxis misma que mantener un partido político, tumbar gobiernos, no ha resuelto el problema de la colonización del poder, ni ha logrado cambiar las férreas estructuras políticas estatales proclives al imperialismo estadounidense; el movimiento indígena-campesino-obrero-popular de Bolivia, a pesar de su heroismo y decisión, a pesar de la llegada del movimiento al gobierno, a través del MAS y su lider Evo Morales, está asistiendo al desarrollo de contradicciones profundas, a discursos y prácticas políticas absolutamente insuficientes, y hasta la implementación de un «capitalismo andino». ¿Qué procesos operan en cada situación específica que hacen que las estructuras gubernamentales sean impermeables a las demandas, o que los «gobiernos progresistas» generados por las luchas en las bases mismas, giren hacia políticas conciliatorias con el Capital, y con los imperios europeos y estadounidense?. El primer punto central no es el Estado en sí, es la persistencia del Estado para sí, para el Capital transnacional. El segundo punto central es la falta de voluntad política para transformar el carácter clasista de los Estados asociada a una insuficiente (aún) generación de correlación de fuerzas político-sociales a favor de los movimientos emancipatorios. Por ello ya en Ecuador y Bolivia han comenzado su repliegue estratégico hacia lo basal, lo originario, para replantearse la estrategia de resistencia-irrupción (una Otra Campaña). En el caso del movimiento zapatista, ha comenzado, desde el 2005, asociar la consolidación de las Juntas de Buen Gobierno a la Otra Campaña, a comprender que la revolución no es posible sin la participación activa de los trabajadores organizados y de todos los sectores subalternos, consolidar futuras alianzas estratégicas, educar directamente a la «sociedad civil», ser educados por ésta, en un proceso dialéctico de aprendizaje-enseñanza, de desarticular las relaciones alienadoras y alienadas, escuchar al mundo popular de todo México, y señalarles que los zapatistas no son portadores de propuestas falsas, que es preciso cambiar la inveterada costumbre política de andar pidiéndole a los señores políticos institucionalizados el cumplimiento de petitorios que por justos que sean, nunca van a ser implementados o satisfechos en plenitud. Están señalando que los protagonistas de la historia son ellos mismos, por ellos mismos, para ellos mismos, o sea, para todos los explotados y oprimidos.[10] Más coherencia, imposible. Son las armas de las ideas críticas auténticas, la crítica a las armas retóricas del poder político y la crítica de las armas del poder militar.[11] La crítica de las armas propias no tiene por que convertirse en punto de discordia, no hay desarme. ¿Habrá que explicitar que si el enemigo no lo hace, tampoco debe hacerse?. Sepamos leer entre líneas. Implícita está la construcción paciente de las condiciones objetivas y subjetivas para una insurrección general, pero ello no cancela de ningún modo el fortalecimiento del poder popular autónomo, autogestionado, autodeterminado, la estrategia de que otro Estado es posible, por abajo, a la izquierda, para que otro mundo sea posible.

l) La lucha por el poder no es un método capitalista, a diferencia de lo que reflexiona J.H. ¿Acaso eran capitalistas los aristócratas esclavistas griegos y romanos?. ¿Han sido capitalistas las luchas proletarias de 1848 en Europa, La Comuna de París en 1871?.¿Método capitalista fue lo que condujo al proletariado mediante los soviets al derrocamiento del Estado zarista y al derrocamiento del Estado pro capitalista de Kerenski?. ¿Método capitalista la guerra de guerrillas en Cuba, Nicaragua, antes en China y Vietnam?. Otro punto es analizar qué pasó realmente con esas revoluciones.

El fracaso de los gobiernos «progresistas» en Ecuador, Bolivia, Brasil, y presumiblemente en Bolivia, sin estructuras partidarias leninistas, todas enfrentadas al problema del gobierno-Estado, ¿se ha debido a su estalinización?. Absurdo plantearlo siquiera (curioso: ya la izquierda centrista y reformista de México, en plena campaña electoral, está acusando a Marcos de ser un…stalinista). ¿Se ha debido a la incapacidad de distintos ordenes de no poder disolver el poder?. Entonces el método no-capitalista de disolver el poder, todo poder, ha sido un fracaso, siguiendo la lógica de J.H. Pero no olvidemos de qué sujeto histórico estamos hablando, de que forma histórica de representatividad deformada estamos hablando, y de qué práctica delegativa están practicando los movimientos sociales emancipatorios. ¿No faltará analizar la problemática de la burocratización de los dirigentes de esos movimientos?.

Concreticemos los argumentos: lo que ha fracasado es la disolución del poder capitalista concentrado en el Estado por la no voluntad política de profundizar el proceso de democratización, de cambiar el carácter de clase del Estado, y dar paso a nuevas formas de democracias verdaderas. Pero por arriba, a la izquierda, otra sociedad es posible: es el caso de la revolución bolivariana, pero considerando la necesidad cada vez mayor de la organización de los de abajo como poder popular que apoya decididamente e impulsa las transformaciones.

El proceso de comenzar una revolución y desarrollar una revolución, si no se constituye en un proceso de revolución permanente, pasa por lo mismo que pasó la clásica revolución rusa, pero es inoficioso culpar a Lenin, a Trotsky, y ni siquiera a Stalin por lo que pasa con los dirigentes burocratizados que se institucionalizan y se subordinan temerosamente en forma «políticamente correcta» frente al capital transnacional, contrariando a los movimientos y líderes de base que los apoyaron para llegar a ser gobierno..

Es curioso: en abril de 2006, Morelia, Michoacán, el delegado Zero (Marcos) fue recibido en la Casa del Estudiante Vladimir Ilich Lenin. Allí, en forma inusual, Marcos se refirió a la obra de Lenin, en el contexto del papel de los intelectuales teóricos y los prácticos, y señaló, bajo un retrato de Ernesto Guevara, tres ideas notables: 1) que aquellos que queramos realmente transformar las cosas, deberemos convertirnos en personas que pueden manejar todo, duchos para todas las disciplinas, las artes y para la lucha; 2) que «Lenin resolvió en forma acertada tres grandes retos: la producción teórica de discusión y debate con las ideas de los que están arriba; el análisis concreto con esos elementos de la realidad en la que se está luchando, y la más difícil para quienes empiezan a agarrar las herramientas de la teoría y el análisis concreto, que son la práctica y la lucha»; 3) que hay intelectuales que «se conforman con las ideas del poder, sin la radicalidad y la firmeza con que lo han hecho los intelectuales que han transformado el mundo, entre ellos Lenin».[12] Sin comentarios.

En contextos históricos tan disímiles, comparativamente, los fracasos son eso, fracasos, y hay que estudiarlos para prevenirlos y combatirlos: la burocratización de cuadros dirigenciales, la cooptación de líderes y segmentos no despreciables de los movimientos emancipatorios, la falta de voluntad política para llevar hasta las últimas consecuencias el proceso, tal como los movimientos y militantes concientes del cambio necesario lo esperan, la subordinación al Capital Transnacional, la no nacionalización decidida de las riquezas básicas, el no desarrollo inmediato del contrapeso a los aparatos ideológicos del Capital, la no reforma profunda del poder militar, etc. Pongámonos de acuerdo: tanto en los procesos emancipatorios que se originan abajo, a la izquierda y llegan arriba a la izquierda, como en los procesos que se generan abajo, a la izquierda, y acumulan fuerza social para seguir al lado, a la izquierda, autonomizando-se, autodeterminando-se, autogestionando-se, operan con el principio guevariano de que las batallas se ganan o se pierden, pero se dan. En eso consiste el riesgo inherente a toda experimentación creativa en suelo latinoamericano. También pongámonos de acuerdo en que los procesos que no son emancipatorios, pero «progresistas», y comienzan arriba, al medio, si no se desplazan a la izquierda, y generan una base social emancipatoria sólida de apoyo, terminan degradados y aplastados por la historia del capitalismo (Argentina, Chile, Perú). Son los riesgos de las relaciones entre representantes-representados, dirigentes-dirigidos. Por ello tiene sentido la estrategia de la autonomía política y organizativa relativas. El punto de debate es cuánta autonomía relativa, cuánta autonomía absoluta.

¡Qué importante es hoy estudiar adecuadamente los procesos revolucionarios del pasado, para evitar las consabidas mistificaciones!. J.H., supuesto especialista en teoría del Estado, reflota la vieja tesis de que es el bolchevismo el responsable del estalinismo, y saca como conclusión, la cancelación de toda posibilidad de desarrollar un partido revolucionario de masas, toda posibilidad de un Estado democrático de los trabajadores (para no utilizar la asustadiza noción de Dictadura del Proletariado). Tal como lo señalara ya León Trotsky en su escrito Bolchevismo y Stalinismo, este error elemental nace en la identificación entre bolchevismo, Revolución de Octubre y Unión Soviética. El bolchevismo era una corriente política estrechamente ligada a la clase obrera mas no identificada con ella. En la U.R.S.S. existían más de cien millones de campesinos de diversas nacionalidades, con una pesada carga de opresión y miseria, pero además de poca experiencia política. El bolchevismo no puede ser identificado con la Revolución de Octubre ni con el Estado Soviético. El bolchevismo era el factor «conciente» de la revolución, pero no era la revolución misma. Nunca pecaron de subjetivismo histórico. Los bolcheviques veían el factor decisivo en la lucha de clases a nivel nacional y a nivel internacional. Es preciso recalcar, ya en el terreno del análisis de los procesos históricos, la dialéctica de los mismos. Al proceso de apoderamiento del aparato del Estado, al proceso de destrucción del antiguo Estado y la construcción de un nuevo Estado, al proceso de impulsión de la transformación de la sociedad entera, se sumaron otros tres procesos: la presión de todos los otros elementos de la sociedad soviética, la presión de la contrarrevolución internacionalista, y el lento proceso de degeneración al interior del bolchevismo. «Un partido revolucionario es malo cuando no lleva en sí mismo garantías contra su degeneración», es la forma de razonamiento que criticaba Trotsky. El asunto tratado por este revolucionario, permanentemente ignorado no sólo por los comunistas estalinianos, sino por los neogramscianos y los anarquistas (habría que preguntarle a cada cual sus razones), nos parece de suma importancia: el stalinismo «surguió» del bolchevismo, pero no de una manera lógica sino dialéctica, no como su afirmación revolucionaria, sino como su negación termidoriana.

Todo esto es de interés comparativo: los zapatistas tampoco se consideran el factor decisivo, sólo una fuerza más. Los zapatistas también se ven enfrentados a múltiples problemáticas nacidas de toda clase de elementos diversos y que forman parte del proceso revolucionario. Su lucha también es primariamente planteada en términos nacionales pero no prescindiendo de su arista internacional indisociable. Los bolcheviques fueron capaces de apoderarse del aparato del Estado y transformarlo en otra forma de Estado. Los zapatistas se plantean, primariamente, no en término de lucha de clases, sino de una lucha revolucionaria democratizadora basada en las comunidades indígenas (no en la clase obrera), y en la construcción de un nuevo poder desde abajo, desde estas comunidades como autogobierno, una especie de embrión de futuras formas de Estado de nuevo tipo. Ninguno de los dos procesos revolucionarios debe ser erigido como paradigma histórico, como modelo. Son lo que son: dos formas de procesos revolucionarios en contextos históricos distintos. Podemos compararlos, pero no podemos borrar la historia de cada cual, la legitimidad de cada cual, sin caer en doctrinarismos falsos. Podemos aprender de sus grandezas y errores, mas no copiarlos o imitarlos acríticamente.

m) Toda lucha revolucionaria es experimental, creativa, asimétrica. Nada nuevo ha descubierto J.H. Y la vaguedad de J.H. y de otros autores que lo secundan en su cruzada anti política es de una simpleza romántica irrisoria. La intermediación política, en el caso del movimiento izquierdista-anticapitalista zapatista, impulsor de «La Otra Campaña», recae en el propio liderazgo del EZLN. Es un movimiento político y social que tiende a persuadir a los movimientos sociales mexicanos para que se autoorganicen. La intermediación ya no recae en un partido político o en un conglomerado político, sino en un movimiento político. No hay tal anti política, en los hechos. Hay acciones políticas críticas del sistema político intermediador entre el pueblo oprimido y el Estado. Los delegados como Marcos intermediarizan políticamente entre el movimiento «La Otra Campaña»-movimiento zapatista y la «sociedad civil», o sea las otras clases explotadas, los otros sectores subalternos, los otros movimientos. Bien. Que sigan adelante…

Debate Segundo

En el año 2001, Ana Esther Ceceña publica su artículo «Por la humanidad y contra el neoliberalismo. Líneas centrales del discurso zapatista».[13] En este artículo, como en muchos publicados por esta prolífica investigadora, se vierten interpretaciones acerca del proceso revolucionario zapatista que son debatibles. Iremos señalando sus tesis centrales, y nuestros comentarios respectivos.

a) El 1º de enero de 1994 se inicia la primera revolución antineoliberal del mundo. Se anuncia la confrontación de dos horizontes civilizatorios: el de la construcción de la humanidad y el del neoliberalismo.

comentario: Si. La primera antineoliberal, pero no la primera anticapitalista, y esto señala ya una asimetría respecto de otros procesos que autores como Ceceña intentan minimizar. Por lo demás, como proceso revolucionario, aún permanece no consolidado. Su futuro es incierto. Su carácter anticapitalista se hace recién explícito el 2005.

La perspectiva de una confrontación o choque entre civilizaciones, transposición lingüística típicamente postmodernista, es desafortunada: el capitalismo siempre ha construido humanidad, incluso humanismo. El principio de la tolerancia fue un principio construido por los ideólogos-filósofos pro-burgueses. El concepto mismo de autonomía ha sido eregido, históricamente, en un principio que presupone el autogobierno, la independencia política, dentro de un Estado (tiene como referencia al Estado). No es un concepto desarrollado por los pueblos originarios, ni por los chiapanecos. Lo han reinventado, que es distinto y loable, en el sentido que el han devuelto su carácter de forma de vida. Han cambiado su carácter, su contenido y su forma, a partir de las matrices milenarias del principio de autonomía-autogobierno que ellos ya practicaban desde mucho antes de la llegada de los conquistadores europeos (y que no presuponía un Estado). Entonces nos encontramos a lo menos con cinco matrices de autonomía: a) la históricamente desarrollada por pueblos y/o comunidades en la tradición filosófico política occidental, de sociedades de clases, bajo la forma de autonomía-autogobierno dentro de un Estado clasista y frente a otros Estados clasistas; b) la históricamente desarrollada por los pueblos originarios frente a otros pueblos, bajo la forma de autogobierno, sin referencia a un Estado, directamente (caso de los mapuche respecto a los diaguitas, por ejemplo cuyas formas organizativas persisten en la memoria social de largo plazo); c) la históricamente desarrollada por los pueblos originarios, bajo la forma de autogobierno, con referencia a las ciudades- Estados, en el mundo precolombino (o mundo pre-americano, y que de cierta forma también persiste en alguno de sus rasgos); d) la históricamente desarrollada por los pueblos originarios frente a los representantes de Estados europeos (referencia indirecta a un Estado, que también persiste en alguno de sus rasgos); e) la históricamente desarrollada, actualmente, por los pueblos originarios, bajo la forma autonomía-autogobierno-autodeterminación, frente a un Estado-nacional, y dentro de un contexto de capitalismo mundializado-imperializado. Tarea de estudios transdisciplinarios sería su abordaje, y el rescate de esas experiencias históricas de autonomía-autogobierno.

El ejercicio mismo del poder académico occidental no escapa a la dialéctica de formar parte del desarrollo humanista antisistémico tolerado por el neoliberalismo. Las demonizaciones apocalípticas son poco promisorias.

La idea de confrontación entre horizontes civilizatorios lleva implícita la idea histórica de confluencia de culturas objetivas, de unicidad y de universalidad, y fueron desarrolladas a partir de la «idea de progreso finalista» por autores tan disímiles de Ceceña, como Turgot y Mirabeau, que nadie se atrevería a calificar de antihumanistas. En un plano filosófico, lo que se enuncia como enfrentamiento civilizatorio es, en realidad, el enfrentamiento de dos formas históricas de concebir el desarrollo de la humanidad: la clasista (basada en el dominio de clases) y la no clasista (basada en la utopía de la sociedad sin clases), el de la humanidad capitalista y el de la humanidad anticapitalista, ésta última, epifenoménicamente emergente en la historia contemporánea, como antineoliberal.

b) Según Ceceña, el sujeto revolucionario resistente y cotidiano visibilizado en 1994, sería distinto al trazado por las teorías políticas dominantes: su lugar no es la fábrica, sino las profundidades sociales; su nombre no es proletariado sino ser humano; su carácter no es el de explotado sino el de excluido; su lenguaje metafórico; su condición indígena; su convicción democrática; su ser, colectivo.

comentario: ¿La fábrica no forma parte de ninguna profundidad social?. El hecho de que los chiapanecos no sean obreros fabriles no autoriza para afirmar esa «emergencia de lo profundo» como un paradigma salvítico. El abuso de la categoría de ruptura epistemológica y de historicismo obvio, es improcedente. La intención contrastativa de la autora es evidente: exhibir «el eslabón perdido del sujeto histórico» para confrontar otra teoría a las «teorías dominantes», o sea, marxistas. ¿Qué otro sentido tendría contrastar las categorías de proletariado y ser humano?. ¿Acaso el proletariado mundial nunca ha sido ni es, un ser humano, ni nunca luchó ni lucha por la humanificación real del ser humano?. ¿La categoría de dignidad es patrimonio exclusivo de los zapatistas?. Interesante manera de distorsionar la historia. Es obvio que estamos hablando de dos sujetos emancipatorios diferentes en contextos históricos diferentes. Pero lo que hace Ceceña es atribuir características universales a un sujeto emancipatorio revolucionario particularizado en un contexto histórico de una formación social específica, el México contemporáneo. Construir ciencia social de esta manera tan suis generis, es, a lo menos, problemático.

La oposición explotado-excluido es típica de los autores postmodernistas que evaden desarrollar la teoría de la lucha de clases.[14] Ceceña debiera considera aquí todos los elementos que se desprenden de la teoría del valor de Marx, en las condiciones contemporáneas: el sujeto revolucionario chiapaneco (neozapatista) no ha escapado de los condicionamientos indirectos de explotación, y damos un sólo ejemplo, el practicado por los organismos capitalistas de crédito, FMI, BM, OMC, todos, capitalistas. Por ser políticamente excluidos, miles de chiapanecos han emigrado a Estados Unidos, donde se proletarizan, y son explotados, la mayoría, como inmigrantes ilegales. Doce millones de mexicanos trabajan como inmigrantes en Estados Unidos, la mayoría, indígenas, y en este otro contexto, asumen, además de la identidad indígena, la identidad de trabajador explotado. Por ello que hoy se levantan ante las oprobiosas leyes de inmigracion que el ultraderechista Partido Republicano pretende aprobar. De modo que las identidades son dinámicas, no estáticas. Nadie niega que son pueblos-comunidades indígenas las que se levantaron contra el poder central. No de condición indígena, sino de condición de ser pueblos-comunidades indígenas. Por ello su ser es colectivo (¿las revoluciones proletarias no tuvieron ser colectivo?). Y no es un detalle menor que en la Sexta Declaración, los zapatistas asumen explícitamente su condición de explotados.

Lo de convicción democrática es otra vaguedad teórica. No dice nada. No conocemos ningún sujeto revolucionario en la historia del mundo, incluido al sujeto revolucionario burgués, que no hubiese tenido convicciones democráticas. Lo importante no es la formalidad de lo democrático, sino el contenido preciso de lo que se considera democrático, y no cabe dudas de que el movimiento zapatista lucha por democratizar realmente las estructuras «democráticas formales» del Estado mexicano, y ha organizado el autogobierno como Juntas de Buen Gobierno como primer paso.

Reflexionemos lo siguiente: 1) la maquilización generalizada implicó que muchos campesinos y pueblos indígenas se proletarizaron al entrar directamente en la relación Capital-trabajo asalariado. Más de alguien debe haber estudiado el proceso de organización, el grado de conciencia de clase y la capacidad de resistencia y otros elementos interesantes referentes a la maquilización, pero lo indicamos como proceso que implicó también a los pueblos indígenas de México; 2) el amenazante proceso de cancelación de tenencia colectiva de la tierra impulsado por el Capital transnacional vía complejo corporaciones-Estado mexicano implicó una amenaza directa a los pueblos indígenas y campesinos (la mayoría de los indígenas son campesinos en Chiapas). Las corporaciones capitalistas no introducen el mítico mercado laboral, introducen las relaciones de explotación capitalistas, la proletarización, sinérgicamente con la ya existente dominación política institucional. Por lo tanto, la resistencia comienza primariamente contra la dominación política, la colonización persistente de las relaciones sociales, pero frente al problema de la apropiación-privatización-descolectivización de las tierras, surge el problema de la explotación de las riquezas de biodiversidad, y la explotación de los campesinos-indígenas, pues es evidente que los capitalistas no sólo se interesan por apropiarse de las tierras, sino que también se interesan por contratar trabajadores que las trabajen y produzcan plusvalía (la gran agroindustria capitalista). Esa amenaza persistente fue generando el desarrollo de una conciencia no sólo antineoliberal, sino anticapitalista, en los chiapanecos. Esto se expresa en el cambio discursivo: el zapatismo se asume como movimiento de izquierda anticapitalista, a partir del 2005. La misma autora destaca tres grandes leyes revolucionarias zapatistas: la Ley Agraria, la Ley Revolucionaria de Mujeres y la Ley del Trabajo, en donde se revisa la problemática salarial. Habría que preguntarle a la profesora Ceceña que entiende, entonces, por proceso de proletarización dentro de su nueva teoría social, o si en ella el concepto no existe, a pesar de los porfiados hechos.

c) La zapatista sería una insurrección armada de palabra y de fuego. Es una revolución para crear un mundo nuevo, no para destruir el actual. Es la búsqueda de nuevas formas de hacer política, bajo el ejercicio de la politicidad natural e inherente a todo colectivo social, y rompiendo con la profesionalización de la política.

comentario: La insurrección, como método de lucha social, siempre implica una forma de hacer política. Lo que se observa en el proceso zapatista es un desplazamiento desde una insurrección local, territorial (Chiapas) con predominio de lo armado por sobre lo discursivo, hacia una movilización movimientista (La Otra Campaña) con predominio absoluto de lo discursivo, pero con intentos serios de plantearse formas organizativo-programáticas con los Otros, los subalternos del «México profundo» y del «México superficial». El carácter revolucionario no reside en plantearse la conquista armada del poder político centrado en el Estado mexicano, sino en el desarrollo de las denominadas Juntas de Buen Gobierno, la autoorganización gubernamental, la autogestión de lo público, con autonomía relativa respecto de la organización gubernamental institucional. O sea, vemos aquí, un intento de generar un embrión de un Estado popular paralelo al Estado partitocrático central. Pero donde se equivoca Ceceña es en afirmar que la intención de la revolución es crear un mundo nuevo, no para destruir el actual. Ella misma, en la nota Nº 8 se encarga de despejar la duda sucitada por su insuficiente interpretación de los textos oficiales del EZLN, como el de la Declaración de la Selva de Lacandona (1994):

R20;…este viento de abajo, el de la rebeldía, el de la dignidad, no es sólo respuesta a la imposición del viento de arriba, no es sólo brava contestación, lleva en sí una propuesta nueva, no es sólo la destrucción de un sistema injusto y arbitrario, es sobre todo una esperanza…» (subrayado nuestro).

Ceceña dice: «crear un mundo nuevo, no para destruir el actual«.

El EZLN dijo: «una propuesta nueva, no es sólo la destrucción de un sistema injusto y arbitrario, es sobretodo una esperanza». Presupone la intención de destruir el actual. Año 2006: Marcos reitera que lo que hay que destruir es el núcleo, lo central, el poder del dinero, o sea el capitalismo.

Ceceña utiliza el concepto de mundo, mientras los zapatistas el concepto de propuestaesperanza. Ceceña señala la no intención de destruir el mundo actual (capitalista, por antonomasia), mientras los zapatistas priorizan la propuesta, pero no la disocian de la destrucción de un sistema (político-social-económico, el neoliberal de su época).

(Los Análisis Críticos del Discurso sirven, entre otras cosas, para reestablecer los desplazamientos de sentidos que se producen en los procesos comprensivo-interpretativos de una comunidad epistémica a otra comunidad epistémica).

d) Ceceña señala que lo paradójico en el zapatismo es que se constituyó en un ejército pero sin un discurso de guerra, por lo que habría recibido severas criticas de la «izquierda radical». Su discurso sería de palabra y acción, de respeto a las diferencias que son debatibles pero no sometibles.

comentario: La crítica de Ceceña a la «izquierda radical» en cuanto a la crítica de ésta a la ausencia de un discurso de guerra en el EZLN, es parcialmente pertinente. Despejemos el campo de fuerzas donde se desarrollan las luchas por las ideas: no hay una sola izquierda radical, hay varias, no hay una izquierda no radical, hay varias, y a una de ellas se adscribe, implícitamente, Ceceña; su discurso forma parte, también, del discurso académico dominante, que en el 2001 aun permanecía en una especie de «coexistencia pacífica» con las ideas neoliberales (por ello que las críticas de Atilio Borón a las ideas de J.H., en cuanto a ser, en el campo de la praxis política, muy sinérgicas con las ideas neoliberales, es extensible a Ceceña). En la nota Nº 11 del artículo de la mencionada autora, se cita un extracto del EZLN (1994), en donde sintéticamente, y en esa época, se explicita cómo los zapatistas perspectivizaban el proceso:

el cambio revolucionario en México, en sentido estricto, no será una revolución armada o una revolución pacífica.

será una revolución con distintas formas de lucha, en variados frentes, con muchos métodos, en diferentes formas sociales, con grados diversos de compromiso y participación.

el resultado no será producto de un partido, organización o alianza de organizaciones triunfante con una propuesta social específica, sino producto de un espacio democrático de resolución de la confrontación entre diversas propuestas políticas.

este espacio democrático de resoluciones se apoyará en tres premisas históricas inseparables: la democracia para decidir la propuesta social dominante, la libertad para suscribir una u otra propuesta, y la justicia a la que todas las propuestas deberán ceñirse.

Veamos, sucintamente, el resultado actual (2006), a partir de las ideas concebidas en 1994:

el proceso revolucionario se ha desplazado desde lo armado-organizativo a lo discursivo-organizativo.

el proceso revolucionario no ha logrado traspasar los límites territoriales chiapanecos, con las Juntas de Buen Gobierno y los Caracoles. Estas experiencias no se han extendido como tales a otros territorios del México actual, aunque ya hay visos, con La Otra Campaña, de echar a andar ese programa.

el proceso revolucionario, conciente de su autocircunscripción territorial, ha ido intentando extenderse mediante procesos eminentemente pacíficos, logrando apoyo no generalizado, pero importante para la acumulación de fuerzas, a través de La Otra Campaña. En la práctica, se han privilegiado métodos no violentos, con grados variables de participación organizada y no organizada, y compromisos aún débiles. La inmensa mayoría de los «ciudadanos mexicanos» aun participan de las luchas institucionales. El desarrollo de la conciencia antiinstitucional no ha prosperado, pero todo es un proceso largo del cual los primeros en estar conscientes de lo difícil que es convencer acerca de su nueva forma de hacer política (que nunca ha sido concebida como antipolítica) son los propios zapatistas.

el proceso revolucionario, de carácter antineoliberal, ha pasado a un carácter anticapitalista (avance en la conciencia desarrollada al interior del movimiento).

el proceso revolucionario ha mostrado a los zapatistas de la necesidad de conformar alianzas sociales y políticas amplias con los Otros subalternos, entre ellos, los proletarios mexicanos, las organizaciones políticas. Dejan fuera a todo partido político institucionalizado, inclusive al izquierdista PRD (en más de algún comunicado los zapatistas han expuesto sus razones).

el proceso revolucionario aún no entra en la fase de la lucha decisiva por la hegemonía entre las propuestas políticas dentro del espacio democrático libre y justo en las decisiones.[15]

e) Ceceña señala que se ha transitado desde el concepto estrecho de clase acuñado en la fase del trabajo fordista a un concepto amplio de clase definido mediante la experiencia de vida y resistencia de todos al desarrollar su propia historia de lucha. Se sigue las concepciones de clase y conciencia de clase de Thompson.

comentario: el concepto ampliado de clase, el concepto ampliado de trabajador, el desarrollo de la conciencia de clase mediante el despliegue de la lucha de clases, ya se encuentran esbozados con suficiente claridad en los estudios de Marx, y enriquecidos por los sucesivos teóricos marxistas clásicos. Lo que nos interesa recalcar es que no se trata de la ampliación de la clase, sino de la ampliación de la lucha de clases directa e indirecta, y de la ampliación del concepto de sujeto histórico de la revolución, elementos imprescindibles para el desarrollo en perspectiva política y en perspectiva histórica de la conciencia de la necesidad y de las intenciones de las luchas. El desarrollo de la conciencia de clase mediante el desarrollo de la conciencia de la necesidad de la lucha de clases es indisociable del desarrollo de la conciencia democrática verdadera y de las luchas democratizadoras verdaderas. Los zapatistas lo van teniendo bastante más claro, ahora. Ya hemos destacado en otros artículos que asistimos a un desfasaje histórico entre cambios societales estructurales y desarrollo del sujeto histórico, y que en ese desfasaje, lo más notorio, es el atrasado desarrollo de una nueva conciencia de clase de los nuevos y viejos trabajadores, sin los cuales ninguna revolución se consolidará como tal (el proceso revolucionario puede ser desencadenado por fuerzas no proletarias, pero sin las fuerzas proletarias, el proceso tiende a permanecer en la fase de resistencia).

f) Ceceña argumenta que la propuesta de crear un mundo donde quepan todos los mundos resignifica el contenido de la democracia construido por los zapatistas, democracia de iguales-distintos sin jerarquías, democracia del consenso y no de las mayorías, la democracia de todos.[16]

comentario: Dentro del contexto de formaciones sociales de capitalismo de guerra, no se puede ser ambiguo. Por ellos expresiones como «un mundo donde quepan todos los mundos», además desafortunadas, son erróneas. Desde el principio del proceso revolucionario zapatista, se ha hecho referencia al mundo de los subalternos (traducimos a nuestra formación epistémica lo referido por los zapatistas como la «sociedad civil» o la gente sencilla y humilde y sin partido que es explotada y oprimida), no al mundo de los capitalistas, ni al mundo de la «clase política» institucional. Como tales, no caben en un nuevo mundo (como personas, como seres humanos, sí).

La nueva democracia vislumbrada se refiere a la igualdad de derechos y a la igualdad de deberes entre distintos actores sociales, que se autodefinen distintos mediante identidades propias e intereses propios, y que no están excentos de contradicciones entre sí. Por ello luchan por implementar una Nueva Constitución para México, que haga realidad aquello de democracia, justicia y libertad.

El concepto de jerarquía es polisémico. Jerarquía implica un orden ascendente o descendente dentro de una organización (un movimiento de movimientos, por ejemplo), pero también distintos niveles de responsabilidad y de división de tareas. Los zapatistas rehuyen la jerarquización formal en los términos de dominante-dominado, loque genera desigualdad en las deliberaciones y en la toma de decisiones. En lo individual y en lo grupal, la jerarquización es insoslayable, dado el componente de lo diverso dentro de lo unitario. Si no fuera así, no tendría sentido de jerarquizarse como EZLN, o como subcomandante, y puesto que esa jerarquía se mantiene desde 1994, se asume como necesaria en el proceso revolucionario mismo. La denominación jerárquica de delegado Zero no cancela la jerarquización militar de subcomandante. Por otro lado, los pesos específicos de cada agrupación, organización, partido, clase en lucha, instituciones, etc., condicionan la jerarquía, dentro del desarrollo de un proceso democrático-democratizador que construye hegemonía al interior de la diversidad, y posibilita el desarrollo de lo contrahegemónico.

Hablar de democracia de consensos en oposición a democracia de mayorías es, a lo menos, una retoricidad vacua. Hablemos, en un campo de luchas permanente, de decisiones mayoritariamente consensuadas.[17] La democracia construida, la de nuevo tipo, por su contenido, no puede ser nunca de todos (los grupos mayoritarios tendrán que hacer consesiones a los grupos minoritarios, pero a su vez, los grupos minoritarios tendrán que hacer consesiones a los grupos mayoritarios. Es la dialéctica de ganar todos a cambio de perder algo todos).

La categoría de totalidad es flexible pero no ambigua. El concepto mismo de democracia implica gobernabilidad popular, y sabemos que, elementalmente, nunca gobiernan todos, hay siempre una jerarquización formal e informal en todos los ordenes, desde el llamado a construirla, pasando por la decisión de cuales tareas son las más adecuadas para consolidarla, hasta la delegación del poder de la representatividad ante interlocutores validados. Lo importante es que esta gobernabilidad de la mayoría y para todos, que se atiene al principio de una democracia participativa directa, no es impositiva a priori, sino consensuada en el proceso de toma de decisiones, preservando el poder de objeción de las minorías.

g) Ceceña señala que la lucha zapatista en contra de la dominación, supone la eliminación de todo tipo de relaciones de poder. No habría búsqueda de un cambio de poder por otro, sino una otra sociedad donde el gobernar recaiga en la comunidad como un todo. No se requiere la toma del poder sino la abolición de las relaciones de poder, no el uso de la fuerza, sino el de la democracia, poder comunitario construido, no impuesto. Oponer al poder capitalista organizado la dictadura del proletariado sería reproducir las normas sociales en sentido inverso. La construcción del mundo nuevo no se alcanza conquistando una meta (la toma del poder), sino mediante un proceso donde hay horizontes, no grandes acontecimientos, creación del mundo nuevo practicando la democracia y el respeto a la otredad. Ceceña argumenta que los zapatistas se resisten a ser líderes, vanguardia, y la práctica de un auténtico consenso por su parte, les da legitimidad. Se considerarían una fuerza más. Por otro lado, deconstruir las redes de dominación capitalista sólo sería posible de concretizarse mediante el encuentro de todas las rebeldías y el concurso de todos los dominados del mundo.

comentario: Las mismas argumentaciones que J.H. Sigamos debatiendo.

Una teoría sobre el poder nunca podría ser una teoría neutra. Ni siquiera el filósofo preferido por Ceceña, Foucault, llegó a tanto.[18] Las relaciones de poder que nos interesan y que nos imposicionan, nos rebelan, son las capitalistas. Lo esencial es destruir las relaciones de poder político, ideológico, económico capitalistas, y con ello, las relaciones de poder dominativo que se le subordinan: colonización del poder, formas particulares de poder en las relaciones de género, interreligiosas, interculturales, etc. El horizonte utópico de eliminar todo tipo de relaciones de poder (en general), sólo es posible considerando el horizonte utópico de extinsión del poder del Estado (en general). La centralidad del Estado, en estas cuestiones, es insoslayable. De lo contrario, sería sostener la tesis de disolución de todos los poderes sin la disolución del Estado capitalista, el principal centro de poder. ¿Es factible?. Pruébenlo.

Un autogobierno plantea tres problemas: 1) implica el gobierno de la comunidad por la comunidad misma, pero no como un todo, sino como formas históricas construidas ya y construibles a futuro, donde se deleguen formas de poder no opresivas, no discriminatorias y no explotadoras; formas de poder-hacer sin formas de poder-sobre la comunidad, con esas características negativizadoras de la convivencia democrática, pero no cancelan la necesidad del poder-sobre la clase capitalista, de lo contrario no tendría ningún sentido hablar de derrocar al capitalismo (¿Se puede lograr con el puro poder-hacer frente a ellos?. Pruébenlo); 2) las formas de autogobierno implican formas de jerarquización, pero vaciadas de las jerarquizaciones autoritaristas, opresivas, discriminatorias, dominativas, desposesivas; 3) una etapa donde se generan contradicciones y antagonismos por la coexistencia de dos formas de poder de gobierno, el autogobierno y el gobierno institucional.

El problema de la tesis de la toma o conquista del poder central del Estado radica en la factibilidad histórica de ello o sus posibilidades reales. Pero en las condiciones históricas donde ello pudiere darse, y no hacerlo, implicaría una irresponsabilidad política histórica que se pagaría caro. Por lo tanto, eregir la no toma del poder central del Estado como nuevo paradigma a seguir, es una forma riesgosa de exponerse a irresponsabilidades políticas, frente a la sociedad en proceso de emancipación. Desde esta perspectiva deben analizarse los casos de procesos emancipatorios como los de Ecuador, Bolivia, Brasil, específicamente. Lo correcto es plantearse la posibilidad, en cada caso de proceso insurreccional-emancipatorio, reformador o revolucionario, la desarticulación, o la destrucción de las relaciones sociales que a partir del Estado reproducen o ayudan a reproducir las relaciones de poder de explotación, dominio, desposesión, discriminación, etc.

El no uso de la fuerza y el uso del poder de la democracia sólo tiene sentido en la construcción del autogobierno. No tiene sentido referirse a ello en relación con el enfrentamiento al Estado capitalista. En este campo de lucha, no tiene sentido el antipoder, ni el contrapoder equilibrador. Sólo tiene sentido el ejercicio de la fuerza revolucionaria en todas sus formas, inclusive la militar. Para ello se requiere una masa crítica de fuerza social rebelde Los zapatistas han comprendido la necesidad de ampliar su base de apoyo, y llegar a acuerdos con «la sociedad civil», formar alianzas o frentes, mediante un programa nacional de luchas, con todos los trabajadores del campo y la ciudad, con todos los subalternos. En eso andan: preguntando-le a los pueblos, pues no basta preguntarse así mismo.

Referirse a «oponer al poder capitalista organizado a la dictadura del proletariado….» es cometer un error teórico de la talla de intentar oponer el capitalismo organizado del México actual a la Comuna de París. ¿Por qué?. Porque son dos formas históricas distintas de Estado históricamente existentes y existidos. La dictadura (democrática) del proletariado fue una forma histórica de Estado obrero y campesino dirigido por el Partido Comunista soviético, cuyo sostén material era el Ejército Rojo, donde se produjeron las nacionalizaciones de los medios de producción más importantes, y el monopolio del comercio exterior, dado el cerco capitalista real. Lo que estaba en la teoría de Marx, se tradujo en una realidad. Después vendrá el proceso de burocratización, las deformaciones estalinistas, etc., que no es del caso analizar aquí.

¿Ceceña estará sugiriendo que los bolcheviques no tenían un horizonte?. Caricaturizaría con eso la Revolución de Octubre como la búsqueda del gran acontecimiento, «La Revolución». Si de argumentos «perversos» se trata, entonces diríamos: los bolcheviques construyeron poder durante 25 años para cristalizar en una revolución profunda de una sociedad de más de cien millones de seres humanos. El movimiento zapatista ha construido red de organización por espacio de alrededor de 22 años para cristalizar en el autogobierno territorializado y con beneficio para menos de un millón de seres humanos. Por ello que muchos intelectuales se dedican a resaltar el precedente ético del movimiento zapatista, frente al neoliberalismo. Nada más, ni nada menos. Los zapatistas son modestos, honestos, concientes de su pequeñez numérica, pero dignos en cuanto a su autoridad moral para plantearse frente a los políticos neoliberales y al aparato estatal politizado corruptamente y manejado por el imperialismo. Ambos procesos revolucionarios, respetables por sí mismos, se movieron y se mueven en la dialéctica del triunfo y el fracaso no definitivo (no sucumbamos a la tentación de la cancelación de los procesos históricos realmente ocurridos, como una variante del fin de la historia). Los zapatistas no reniegan de las experiencias revolucionarias de distintas latitudes. Aprenden de los errores. De allí su sabiduría.

h) Ceceña se refiere al sentido universal de la manera de concebir la política por parte del zapatismo, y a la deslegitimación de la politica representativa. La dignidad insurrecta caminaría «al paso del más lento» para ir todos juntos, no hay punto de llegada, no hay una verdad sino muchas, no hay un mundo sino muchos, sólo horizontes construidos colectivamente en la marcha («preguntando caminamos»). La marcha por la dignidad, según Ceceña, con la fuerza de la justicia verdadera, es por el futuro de una sociedad civil, y por una sociedad sin guerras y sin ejércitos, y por gobiernos que, independiente de su tendencia política, vigilen constante y severamente por una sociedad civil libre y democrática.

comentario: Preguntando, caminemos y respondamos, entonces. ¿Verdaderamente es universal este modo de concebir la política?. ¿Toda política representativa está ya deslegitimada?. ¿Qué se entiende por representatividad política?. ¿No hay posibilidad de la representación política legítima?. Este modo de concebir la política está muy lejos de ser un universal filosófico-político. La inmensa mayoría de los mexicanos simpatizan pero no adhieren (aún) a esta nueva forma de hacer política. La política representativa en su formato capitalista neoliberal aún no se desligitima frente al universo de los mexicanos. Millones de mexicanos entienden que es posible la representatividad política legítima. Todo esto en nada desmerece la experiencia zapatista. Desmerece a las interpretaciones acerca de los procesos reales. La representación política legítima implica presentar la política que las bases apoyan (autopresentación legitimada) confrontándola con la representación política «ilegítima» que, por definición no es revolucionaria, sino formal y reformista del sistema, que actúa para beneficio propio, dentro del sistema capitalista. Si los autores como Ceceña intentan ser coherentes con su discurso academicista, tendrían que considerar que la legitimidad universal pretendida, pasa, necesariamente, por la reconfiguración completa de los imaginarios político-culturales de todos los mexicanos. El delegado Zero se ha devanado los sesos explicando en la «Otra Campaña» que ellos no están para darle solución a los petitorios que reciben por toneladas de parte del pueblo mexicano. La «gente» quiere soluciones concretas a problemas concretos y buscan a quien o quienes les represente ante el poder constituido para encontrar un punto de llegada. Nada de choque de civilizaciones. Es la realidad de las contradicciones que surgen entre el imaginario político-cultural ampliamente generalizado aún en el pueblo mexicano, y la propuesta de construir un nuevo imaginario político-cultural a una escala que es un desafío para la «Otra Campaña», y en particular para el zapatismo.

Muchos mundos, muchas verdades. Pura clave culturalista y relativista. El mundo, entendido como planeta real, como procesos reales, como totalidad compleja, es uno sólo en su unicidad dialéctica, lo que varían son las formas de vivir en él, y las formas de percepcionarlo, y aquí las ideologías y los imaginarios colectivos juegan un papel importante. Hay verdades que son verdaderas y «verdades» que son mentiras. El criterio de la veracidad reside en la praxis de la lucha misma. Luchando aprendemos lo que es verdadero.

Una sociedad sin guerras y sin ejércitos, lo compartimos como una utopía necesaria. Mientras haya capitalismo, mientras haya sociedad de clases, mientras haya formaciones sociales-económicas que se desarrollan al amparo de la explotación y dominación humanas, habrá guerras, habrá ejércitos. Gandhi, el gran pacifista, mirado por sus resultados, sería un lamentable fracaso. No se trata de desea otro mundo, se trata de realizar otra sociedad (apenas algo más dificil…).

¿Gobiernos que, independiente de su tendencia política, vigilen la realización de la libertad y la democracia en la sociedad civil?. Es la condensación misma de las incoherencias teóricas: 1) se habla de gobiernos en forma independiente del carácter de clase del Estado; 2) el concepto de «tendencia política» es vago, y cualquiera, es reproducir lo que se pretende desmantelar, y se asume que la tendencia es lo de menos con tal de que se preserve la democracia abstracta y la libertad abstracta. Volvemos a la filosofía política del siglo XVIII y siglo XIX; 3) la función de vigilancia está demostrando la necesidad del ejercicio de un poder-sobre; 4) ¿qué sentido tiene la libertad y la democracia en un contexto en que aún se piensa en la existencia de la dicotomía gobierno-sociedad civil?. Un sentido abstracto, y que no es el de los zapatistas..

i) Ceceña recalca que los mecanismos para alcanzar «las tres llaves que abren las tres cadenas» (democracia, libertad, justicia), pueden variar, pero permitirán ir tejiendo la trama de la sociedad del nuevo mundo. Lo esencial sería la construcción de la humanidad digna como sujeto emancipado y libertario, la de un poder popular profundamente democrático y participativo, sin vanguardias, en el que la capacidad de decidir y de autodeterminarse tenga como único eje la dignidad del ser humano comunitario.

comentario: Loable. Pero no reduzcamos los complejos procesos revolucionarios a una variedad de «mecanismos». Tácitamente se admite la posibilidad de otras formas de procesos revolucionarios dentro y fuera del contexto de la experiencia zapatista.

No reduzcamos los conceptos de democracia, libertad, justicia a términos secos, sin apellidos, pues ese es el discurso neoliberal y el discurso de la socialdemocracia que practica los mecanismos reformistas necesarios para un capitalismo con «rostro humano».

Otras incoherencias semánticas: se hablaba de mundos y ahora de un nuevo mundo (recordamos que, desde la perspectiva de una teoría filosófica holótica, Mundus remite a una dimensión cerrada en sí mismo, con propiedades que la distinguen de otros mundus, y que frente a ellos conserva aspectos identitarios diferenciadores (ejemplo: el mundus del trabajo en relación con el mundus empresarial). Recordemos que la categoría de mundus es de origen latino (occidental), y que presupone cosmovisiones, percepciones diferenciadas, imaginarios colectivos la más de las veces contradictorios entre sí y hasta antagónicos. Un mundo unificado implica un mundo donde los antagonismos y las contradicciones se hayan resueltos, o sea, la desaparición de algunos mundos (el mundo capitalista por ejemplo), y donde la pluralidad unitaria de mundus sea una realidad. Entonces el sintagma «un mundo donde quepan todos los mundos» es un sinsentido: hablemos de una sociedad donde quepan todos los mundos menos los mundos donde el eje primordial es la estructura clasista, opresiva y explotadora); se hablaba de la confrontación de dos horizontes civilizatorios, el de la construcción de humanidad y el neoliberalismo, y ahora se habla de la construcción de la humanidad digna: o sea a lo menos hay dos tipos de humanidad, la dignificada y la indigna, coexistiendo. ¿En qué contexto histórico se hacen estas referencialidades?. ¿En el contexto de la realidad actual o en el contexto de la realidad de una nueva sociedad, aún en el imaginario utópico?.

La caracterización del concepto de vanguardia se hace abstracto-problemático en este tipo de razonamientos. ¿Qué impide concebir al movimiento revolucionario que construye el poder popular como una vanguardia respecto del resto de la «sociedad civil»?. La vanguardia la entendemos, dentro de este contexto, como el movimiento de avanzada y cuyo problema primordial es el asunto de la conexión-articulación adecuada o existente entre ella y las masas populares. Entendemos la vanguardia no en los términos políticos clásicos de la izquierda estalinista o de la izquierda guerrillera foquista, o de los grupos trotskistas vanguardistas. La estamos entendiendo, en términos concretos, en la realidad misma exhibida y admitida en la experiencia zapatista: no todos «marchan» a la misma velocidad, (o sea con el mismo grado de conciencia política), por tanto el grupo más avanzado ayuda, se preocupa, educa al grupo menos avanzado, y a la vez es ayudado, preocupado, educado por estas mismas masas en proceso de desarrollo de mayor conciencia y organización. Lo esencial es evitar la nefasta autodenominación de vanguardia, o la nefasta desconexión.

j) Respecto de la utopía zapatista, Ceceña destaca lo siguiente: único movimiento armado que no tiene como referente al Estado sino a la sociedad rebelde; ni conquista ni pide concesiones; no se espera nada del Estado ni de sus representaciones alternativas; apuestan todo al pueblo, a los excluidos, a la sociedad civil, a los perseguidos, a los rebeldes; sueñan con el mundo donde caben todos los mundos y lo construyen cotidianamente; no tienen proyectos predeterminados; la revolución no es concebida como sacrificio presente para llegar a una meta trazada; ruptura de la atomización social y la mediación estatal o mercantil de las relaciones humanas, empezar a construir la posibilidad de entender y expresar la soberanía popular; creación de bases de reconocimiento y respeto mutuo sustentado en la autoridad moral de quien hace lo que dice; caminar al ritmo colectivo y saber mandar obedeciendo; la finalidad no es la propiedad sino la libertad; no es poseer sino compartir, romper cercos, luchar por la vida; el zapatismo como representación de la visibilización y reconocimiento mutuo de todas las resistencias y rebeldías; todos los que luchamos por un mundo distinto, por la libertad y emancipación de la humanidad, todos somos Marcos.

comentario: El esquematismo ceceñeano es inaceptable. Un «pequeño desaire» a todos los movimientos armados en la historia del continente, como el cubano, y en la actualidad, a las FARC colombianas, porque erige como una virtud del zapatismo lo que en buenas cuentas sería una ostensible carencia: su falta de referencialidad del Estado (en realidad su referencialidad también es el Estado, pero dentro de una dialéctica negativa de tipo adorniana). Todos los movimientos armados, especialmente los triunfantes, tuvieron como referencialidad no sólo al Estado, sino que también a la sociedad rebelde. Sin esta referencialidad a la sociedad rebelde el triunfo de la revolución habría sido imposible. Todos «conquistaron» a la sociedad rebelde para su causa. Todos no hicieron ninguna concesión, lo que no se debe confundir con dialogar en ciertas etapas (el zapatismo ha dialogado con los gobiernos institucionales, sin que eso los desmerezca). Ninguno esperó nada del Estado capitalista ni de los organismos representativos de los imperialismos. Los que triunfaron lo hicieron con proyectos predeterminados que se fueron enriqueciendo a medida que el proceso revolucionario lo exigía. Todos construyeron poder popular cotidianamente. ¿Dónde más se puede construir el poder popular armado?. ¿En la estratósfera, en el Estado capitalista, en la Academia?.

Un movimiento revolucionario sin proyecto de futuro no existe como tal, y el zapatismo lo vislumbra en sus «horizontes» (las idealizaciones son peligrosas, las utopías utopizadas son un pasaje al fracaso).

Un proceso revolucionario sin sacrificios es otra entidad inexistente. Indígenas impertérritos horas bajo la lluvia, armas en la mano, en puestos de vigilancia, no son vacaciones pagadas. Ello es tejer en la cotidianeidad, también. El «Patria o Muerte» no fue el título de un film hollywoodense. Era un compromiso ineludible. Como lo es el «¡Democracia!, ¡Libertad!, ¡Justicia!».

La ruptura total con la atomización social, y con las mediaciones estatales y mercantiles va haciéndose en el proceso revolucionario pero su consolidación y sostenimiento sólo es posible a condición de transformar revolucionariamente, por completo, todo el aparataje estatal capitalista.

¿Acaso los movimientos armados de la historia latinoamericana no hacían lo que decían?.

El verdadero paradigma del mandar obedeciendo lo estableció Ernesto Che Guevara, no el subcomandante Marcos (por ello Marcos reivindica a Ernesto Guevara). El movimiento rebelde 26 de julio hizo lo que decía, con Fidel Castro a la cabeza (si queremos criticar a la revolución cubana, hagamoslo con altura de miras, y no solapadamente. Eso ofende la dignidad de más de 11 millones de cubanos. ¡Qué contraste con la actitud del EZLN y el CCRI frente a la revolución cubana!: en la Sexta Declaración ofrecen su humilde ayuda a Cuba, en contra del bloqueo imperialista, donando lo que tienen, unas 8 toneladas de maíz y unos 400 litros de gasolina o petróleo. Eso es practicar la solidaridad internacionalista entre rebeldes-revolucionarios. Así como Cuba ofrece asistencia médica gratuita a Venezuela y Bolivia, entre otros países).

¿La finalidad de los zapatistas es la no propiedad de qué, y la libertad respecto de quiénes?. Las comunidades indigenas-campesinas de Chiapas han luchado por la posesión-tenencia de las tierras, contra las relaciones de propiedad capitalistas, caciquistas y caudillistas, bajo el principio de que la tierra debe ser para los que la trabajan. La libertad la ejercen respecto del triunvirato «clase política»-gobierno neoliberal-imperialismo estadounidense.

La lucha por la vida ha estado implícita en todo movimiento revolucionario (lo que hoy sucede es que esa lucha por la vida se está haciendo cada vez más urgente y visible por toda la destrucción de la biodiversidad y de los ecosistemas habitados por los pueblos del planeta, que promueve el capitalismo neoliberal).

Hay que ser muy arriesgado para atribuirle al zapatismo una universalidad que no la tiene en la práctica, y erigirlo en un movimiento paradigmático representativo (¿no se ha argumentado de que el zapatismo no encarna ninguna representatividad de lo político?).

¿Todos somos Marcos?. El discurso metafórico tiene ciertos inconvenientes: podemos jugar con la transposición de la representación, por ejemplo, diciendo que Marcos es todos nosotros, y tendría la obligación de serlo. Pero la personificación es también un serio inconveniente, y semeja la ya conocida comercialización de imágenes y representatividades.

Más vale decir que todos deseamos que los zapatistas triunfen, porque su triunfo es el nuestro, y sabemos perfectamente, como ellos también lo saben, que no lo conseguirán solos. Al menos tienen una ventaja sobre pasados movimientos revolucionarios: no sólo el apoyo solidario de muchos movimientos y organizaciones latinoamericanas y europeas, sino también un buen apoyo mediático y donaciones nacionales e internacionales. Los zapatistas lo agradecen, a cambio de café para las Europas, como ellos dicen. Ellos no pretenden universalidad, lo han reiterado hasta el cansancio. Sólo ser espejo (del dolor de cada cual y de todos), e internacionalismo verdadero, en la medida de sus posibilidades.

* Médico-cirujano. Univ. de Chile

Magíster en Estudios Latinoamericanos. Univ. de La Serena

[email protected]

abril de 2006



Notas

[1] John Holloway, 2001a, «El zapatismo y las ciencias sociales en América Latina», en OSAL Nº 4, Buenos Aires: CLACSO; J. Holloway, 2001b, «La asimetría de la lucha de clases. Una respuesta a Atilio Borón», en OSAL Nº 4, Buenos Aires: CLACSO.

[2] Esto ha sido desarrollado en diversos artículos por Ana Esther Ceceña, pero en honor a la verdad, esta tríada ha sido primeramente desarrollada por el filósofo marxista estadounidense Eugene Gogol, como observador -participante desde el inicio de la sublevación zapatista, y teorizada en su libro The Concept of Other in Latin American Liberation: Fusing Emancipatory Philoshopic Thought and Social Revolt, 2002, Estados Unidos: Lexington Books (hay una edición en castellano del 2004, México: Casa Juan Pablos Centro Cultural, S.A de CV, pp. 221-249).

[3]José Seoane explicita adecuadamente el impacto de la rebelión zapatista en numerosos movimientos antineoliberales de Argentina, en donde se clarifica que, aún en las similitudes de ambos procesos, los acercamientos respecto de las formas de entender y practicar la autonomía, los compartidos procesos de democratización horizontalizados de la sociedad, y las críticas compartidas respecto a las estrategias de transformación que hacen de la ocupación del Estado el centro, las críticas a la profesionalización de la política y a la forma partido, etc., se hace preciso no distorsionar interpretativamente la experiencia zapatista y falsearla, no encorsarla en un molde extrapolable acríticamente a otras experiencias populares, eregirla en una programática ahistórica y universal, o en un recetario de reivindicaciones y métodos de acción trasladables mecánicamente a cualquier realidad, colectivo o territorio (véase J. Seoane, «Rebelión, dignidad, autonomía y democracia. Voces compartidas desde el sur», 2004, Revista Chiapas Nº16, México: Ediciones ERA).

[4] Esta estructura organizativa la asemeja a las estructuras anarquistas y/o anarcosindicalistas.

[5] Atilio Borón, en su artículo «La selva y la polis. Reflexiones en torno a la teoría política del zapatismo», 2001, OSAL Nº 4, Buenos Aires: CLACSO, argumenta en contra del abuso propagandístico zapatista respecto de los términos «humanidad» y «sociedad civil».

[6] Raúl Ornelas señala que estas leyes se constituyeron en el marco general de actuación de los Municipios Autónomos, pero que en la práctica han funcionado como una especie de «programa», de aspiraciones por alcanzar, dada las dificultades impuestas por las condiciones de guerra larvada en contra de la experiencia de autonomía (véase R. Ornelas, «La autonomía como eje de la resistencia zapatista. Del levantamiento armado al nacimiento de los Caracoles», en Hegemonías y mancipaciones en el siglo XXI, (Ana Esther Ceceña compiladora), 2004, Buenos Aires: CLACSO, pp. 133-172).

[7] Guillermo Almeyra habla que con la Sexta Declaración se abren opciones o mezcla de opciones: a) la abstención activa con movilizaciones; b) la resistencia civil de masas; c) la preparación insurreccional; d) la creación de un frente social y político bajo dirección zapatista (G. Almeyra, «El país y el EZLN», en La Fogata Digital, 28/6/2005, www.lafogata.org/zapatismo/zapa_28-2.htm).

[8] Hay que recordar que la «Otra Campaña» la definen los propios zapatistas como un movimiento de izquierda anticapitalista (véase también el Comunicado del EZLN a las distintas organizaciones político militares de México, diciembre de 2005, punto tercero). Este movimiento está conformado por: organizaciones políticas, indígenas, sociales, ONGs, colectivos, grupos, personas individuales y el EZLN. Las autodefiniciones, en estos contextos, sí son importantes, pues corresponden a definiciones de líneas políticas práxicas. Es un avance respecto de la anterior autodefinición como movimiento antineoliberal.

[9] Es notable cómo en La Sexta Declaración de la Selva Lacandona (junio de 2005), los zapatistas del EZLN, en el punto III, demuestran cabal comprensión de lo que es el capitalismo, de los procesos de explotación del trabajador, del concepto de plusvalía (sin nombrarlo como tal), del proceso de fetichización de la mercancía (sin nombrarlo como tal) que encubre las relaciones de explotación, del proceso de alienación a partir de los mercados (sin nombrarla como tal). Es evidente que Marx no les es ajeno para nada.

[10] Pablo González Casanova ha destacado que La Otra Campaña y la Sexta Declaración de la Selva Lacandona se constituyen en una crítica al sistema político, al sistema social y una crítica a los movimientos y fuerzas que luchan en el sistema electoral y en el Estado por un México menos inequitativo, menos dependiente, opresivo y corrupto. Les critican el centrarse básicamente en luchas electorales, parlamentarias y gubernamentales, descuidando la concientización y organización de la ciudadanía, de las comunidades, de las etnias, de los pueblos, de los trabajadores, etc. Los zapatistas se enfrentan así, tanto al sistema político como al Estado hegemónico, al modo de acumulación y dominación mexicano y mundial. Se enfrentan críticamente a la democracia electoral vacía de programas e ideas, a la «clase política» que se debate entre la sumisión a los imperios y sus organismos transnacionales y la «ingobernabilidad» que intentan solucionar por medio de la «gobernanza», ante la rebeldía de los engañados. Se enfrentan a fuerzas progresistas y de izquierda que piensan en «lo políticamente correcto», en bloques y frentes nacionales populistas, generadores de clientelismos y proteccionismos, sin reflexionar acerca de la necesidad de organizar una otra política, la de los de abajo, con los de abajo, para los de abajo (véase P.G. Casanova, «México: la gran discusión», en Rebelión, 20/08/2005, www.rebelion.org/noticia.php?id=19157).

[11] Los neozapatistas, herederos de las tradiciones antisistémicas del zapatismo, mantienen la memoria respecto del Plan de Ayala de 1911 implementado por el Ejército Libertador del Sur, con Emiliano Zapata como general en jefe. En dicho plan se instaba a tomar con las armas la posesión de tierras, montes y aguas usurpadas, y terminar con el monopolio de las armas del ejército permanente, para ser reemplazado por el pueblo armado, o sea, el derecho de la fuerza residiendo en la colectividad social. Lo interesante es que la praxis transformadora extrasistémica y desde abajo es impulsada a contrapelo del Estado controlado por cúpulas de políticos corruptos. Este ejército libertador se definía en 1914 como la «revolución de afuera»: territorialmente de afuera de la capital de la república, centro del Estado, y de afuera del sistema imperante, desde la perspectiva política (véase Francisco Pineda, «Justicia sin verdugo. La memoria de la cultura y los desafíos de la rebeldía», Fogata Digital, 22/12/06, en www.lafogata.org/zapatismo/zapa.22.2.htm).

[12] Véase Hermann Bellinghausen, «Diserta el delegado Zero en Morelia sobre debate teórico y lucha cotidiana», en La Fogata Digital, 12/4/2006,

www.lafogatadigital.com.ar/zapatismo/zapa.12.1.htm

[13] En José Seoane, y Emilio Taddei (compiladores), Resistencias Mundiales. De Seattle a Porto Alegre, 2001, Buenos Aires: CLACSO.

[14] Los indígenas chiapanecos se definen frente a las clases dominantes no como una multitud, ni en términos étnicos, sino como explotados, oprimidos, indios, campesinos que buscan un frente de trabajadores en base de una política social, nacional y antiimperialista, frente social con funciones de «partido», como corriente de opinión organizada, no burocrática, con una dialéctica interna, diferente a los aparatos partidarios corruptos y fuentes de corrupción (véase Guillermo Almeyra, «EZLN: un viraje fundamental», en Fogata Digital, 4/7/2005, www.lafogata.org/zapatismo/zapa_2-1.htm). En este artículo, Almeyra también deja en claro que la Sexta Declaración demuestra que los zapatistas construyen poder en sus bases, en sus gérmenes de poder estatal (Juntas de Buen Gobierno), en sus experiencias autonómicas pluricomunitarias y pluriétnicas, y también disputan poder en el campo nacional, aunque no se orienten a la toma del poder estatal.

[15] Si bien es cierto que los zapatistas siempre han privilegiado, dentro de la diversidad, el consenso, asumen que eso sólo es posible entre iguales. En la práctica, el EZLN ha ejercido hegemonía al interior del movimiento zapatista, y ello no tiene un carácter negativo, si despojamos a la palabra hegemonía de su connotación identificatoria con lo capitalista-neoliberal. Han sabido trasladar su hegemonía a las bases de apoyo, es decir, la inmensa mayoría, mediante las llamadas Juntas de Vigilancia, nexo entre las bases y los Consejos Autónomos (aquí el concepto de hegemonía implica fuerza más consenso, pues el que se aparte de la línea de lo decidido por las amplias mayorías, o el corrupto, es dejado fuera, revocado, pero no con medidas de fuerza o violencia emanadas de un aparato especial, sino por la comunidad organizada misma). En los hechos, y hacia afuera, ejercen la hegemonía con la iniciativa de la «Otra Campaña», y en ese sentido hegemónico positivo, basado en la persuasión-convencimiento, y despojado de la fuerza impositiva, los zapatistas llaman a sumarse a La Sexta Declaración, a las organizaciones y personas de izquierda no institucionalizadas.

[16] En estos puntos y en algunos anteriores Ceceña deja entrever las influencias ideológicas reales que han sostenido la mayor parte de los métodos organizativos y parte de los discursos de los zapatistas: las ideas anarquistas y anarcosindicalistas, las ideas del autonomismo marxista, las ideas del zapatismo tradicional, las ideas de Emiliano Zapata, las ideas del Magonismo (la de los hermanos Flores Magón, anarcosindicalistas influyentes en la Revolución Mexicana), principalmente, entre otras.

[17] Las decisiones por consenso implican acuerdos de la mayoría de los participantes (acuerdos generales) junto con la garantía de respeto a las expresiones y objeciones de las minorías, además de procesos de gestación de esos acuerdos generales en que se intenta minimizar pero no acallar las objeciones, otorgando poder a las minorías y en igualdad de condiciones, asegurando ser escuchadas sin intermediaciones o representatividades formales o jerarquías formales (cada cual habla en representación de sí mismo).

[18] En la nota Nº 13 del artículo de Ceceña se cita un largo párrafo de la Microfísica del Poder. Sirve como contraargumento a lo dicho por la autora: Foucault establece claramente que la lucha por el poder se inscribe dentro del proceso revolucionario, y que todos aquellos que reconocen el poder como intolerable, pueden comprometerse a luchar contra ese poder aliándose al proletariado, porque Foucault está entendiendo correctamente que el poder se está ejerciendo como tal para mantener la explotación capitalista. Los oprimidos por este poder capitalista pueden servir a la causa de la revolución proletaria desde sus propios lugares, a través de sus luchas específicas contra formas particulares de poder, de imposición, de control. Estas luchas forman parte del movimiento revolucionario, a condición de que sean radicales, sin compromisos ni reformismos, sin modelaciones a ese poder. Notable claridad política de Foucault. Notable ambigüedad política de Ceceña.