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Entrevista con la crítica literaria Francesca Serra

«Debemos aprender a vernos todos vestidos, y travestidos, de pornolectora»

Fuentes: Diagonal

Con la modernidad comienza la difusión a gran escala de un tipo de literatura hiperbólica que nos sitúa como personajes instintivos-consumistas. Es la pornolectora, un concepto acuñado por la crítica literaria Francesca Serra

Lo subraya Francesca Serra en su ensayo Las buenas chicas no leen novelas (Península, 2013): un Lector seducido se convierte, inmediatamente, en una Lectora. Como recuerda Walter Benjamin, «el instinto es mujer y la mercancía es mujer», dando igual que el retratado con un libro entre las manos sea James Dean o Madonna. Todo aquello que toca lo femenino se ensucia, pierde su valor intelectual… es convertido en vicio. Defiende esta ensayista y crítica literaria que la arquetípica Lectora le sirve al capital para hacer dinero y potenciar la figura del intelectual varón pues, como advierte en las páginas de su ensayo, los «viejos intelectuales» la necesitan, sobre todo, para salvarla. El marqués de Sade, en cambio, desearía hacer saltar por los aires a la Lectora, o eso se deduce de lo escrito por Serra para el prólogo de la reciente edición de Península de La filosofía en el tocador: «Las hipérboles se destruyen con otras hipérboles, y eso Sade lo sabía muy bien».

Un concepto como «pornolectora» suena bien a la oreja casual, pero puede llevar a equívoco. ¿Cómo lo definirías en pocas palabras?

El término «pornolectora» es una provocación. Quería forzar a las lectoras a ver cómo la cultura dominante de los últimos tres siglos nos ha representado: como animales hambrientos y fuertemente sexualizados que consumimos libros como comida y hombres. Sin cabeza ni control. Mi idea es que la pornolectora es una invención del mercado que se ha utilizado para facilitar la transición traumática de los libros a mercancía, o producto de consumo, que se inicia a gran escala en el siglo XVIII.

Madame Bovary, «despedazada» por Flaubert, es la potente imagen que nos deja tu ensayo Las buenas chicas no leen novelas al finalizar. ¿Qué obra de la cultura de masas actual utilizarías para subrayar la idea de que el cadáver de la pornolectora, aquella que ha llegado tarde al sistema, la consumidora ideal, es el de todos nosotros, consumidores y consumidoras?

Limitándonos a 2013 es posible citar dos ejemplos bastante llamativos: el calendario publicitario de una empresa de féretros polacos con chicas semidesnudas que abrazan ataúdes nos recuerda que la misa de cuerpo presente en la que nos hemos convertido los consumidores toma, en el imaginario popular, siempre la forma de una estrella del porno. Otro ejemplo son las piezas de vídeoarte que el neoyorquino Clayton Cubitt tiene en Youtube, una serie de vídeos en los que mujeres leen en voz alta un libro mientras un vibrador las estimula debajo de la mesa. Como si dijera: larga vida a la pornolectora.

¿Qué le contaría la pornolectora de Serra a la Jovencita de Tiqqun?

Reconocerse como lo que son: dos hermanas gemelas. Am­bas no son más que una alegoría de la mercantilización. Ambas representan el mal gusto y la mala conciencia de nuestro tiempo: lo peor de nosotros mismos, devenido en una imagen poderosa y penetrante de la prostitución femenina.

La pornolectora, como concepto y como ventana de entrada para el perverso Sade, pues incides en tu ensayo, Walter Benjamin mediante, en que todo aquello que se pervierte es nombrado en femenino. ¿Las buenas chicas no leen al buen Marqués, ni siquiera en el tocador?

El terror de una feminización del mundo coincide con la imagen de su prostitución mercantil. Una caída dramática del Edén de la alta cultura masculina al infierno de los inestables deseos femeninos. La moda de la lectura en el tocador convirtió el libro en una cosa de chicas. Ligado a la moda, al sexo y al consumo, lo desacralizaba totalmente. La virginidad que las buenas chicas perdieron leyendo novelas fue, por tanto, la virginidad perdida de toda una época: la misma que Sade quería hacer estallar con sus novelas.

«La madre prescribirá su lectura a la hija». Introduce con esta cita el Marqués La filosofía en el tocador. ¿Está en la madre, no solo la legitimación de la sumisión, sino la «llave dorada» de la desprogramación de género?

Para Sade la censura no viene representada por el padre sino por la madre. Porque la madre, generando (dando a luz), perpetúa cualquier tipo de falsedad social. Paradójicamente proviene de la naturaleza, negando el desinterés del placer a favor del utilitarismo de la reproducción. Los consejos de lectura que se trasmiten de madre a hija son entonces un momento muy delicado en la óptica de la subversión. Sólo una madre completamente antipedagógica puede ser aceptada por los desencadenados libertinajes de Sade, mientras la pedagogía materna tradicional está condenada a muerte. En este punto, la hija estará a salvo y libre para dedicarse a sí misma. Su género ya no estará determinado por la biología, sino sólo por la búsqueda de su propia satisfacción.

¿Tienen sentido, a día de hoy, las tácticas del marqués de Sade como estrategia de resistencia o subversión al planteamiento corporativo-empresarial del modo de vida dominante?

Sade describe un mundo de extremos, donde todos estamos colgados bocabajo, sin saber si obedecemos a nuestro instinto o a un maestro que ordena qué instinto debemos tener. Es una posición difícil y fuertemente ambigua. Sin embargo, es la única posición, probablemente, desde la que vemos de verdad lo que nos está pasando. Con toda la sangre en la cabeza vemos un panorama más nítido, la niebla de clichés se disuelve y nos encontramos con el vacío de nuestras ideas preconcebidas acerca de la sexualidad, el poder y la economía.

¿Hay reprogramación posible en la pornolectora? ¿Puede ser salvada? ¿Querría el mercado curarla? ¿Sade tendría esa clave?

Debemos aprender a ver a la pornolectora. Vernos todos vestidos, y travestidos, de pornolectora: los intelectuales como amas de casa. Tenemos que sufrir el choque hasta el final, de modo que nuestra respuesta sea la más adecuada posible. Porque se trata de poner en tela de juicio un sistema cultural entero. Y Sade puede ayudar. Podemos apropiarnos de él como un mal maestro formidable que hace que se nos caiga no sólo la ropa interior sino nuestras máscaras ideológicas y sociales.

En un sistema diseñado por otros, ¿sólo se puede resistir? Más allá del cadáver ahogado en tinta, ¿hay margen para la subversión?

En lugar de resistir, tendríamos que entrar en acción, derribando a golpe de disparos de ironía el pedestal que la retórica de la cultura masculina ha construido para sí misma. Desmitificándola en la justa medida de sarcasmo que se merece, sin preocuparse por la buena educación: profanar el cadáver con el que hemos querido definir creo que será un gran alivio.

Fuente: http://www.diagonalperiodico.net/culturas/19983-debemos-aprender-vernos-todos-vestidos-y-travestidos-pornolectora.html