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Debió ser la víspera de un 8 de septiembre

Fuentes: Rebelión

La otra tarde En una iglesia Que era fiesta De guardar Me dio un ataque de amnesia No podía recordar A quien coño fui a rezar Yo que siento por Jesús Repelús. Imaginad mi problema Cualquier otro si mi fe Con seguridad blasfema O se va a tomar café Pero yo no flaqueé No podría […]

La otra tarde En una iglesia Que era fiesta De guardar Me dio un ataque de amnesia No podía recordar A quien coño fui a rezar Yo que siento por Jesús Repelús.

Imaginad mi problema Cualquier otro si mi fe Con seguridad blasfema O se va a tomar café Pero yo no flaqueé No podría estar allí Porque sí.

(Estas dos estrofas de la canción «Los caminos del Señor» se las he tomado prestadas a mi amigo Javier Krahe)

El 8 de septiembre es fiesta en muchos sitios. No soy un experto en la materia (a decir verdad, no soy experto en ninguna materia) pero debe de ser de las de acción de gracias. Yo desde niño a las que sí prestaba mucha atención era a las de guardar, que normalmente se celebran los domingos. Desde esa temprana edad he procurado celebrarlas y sobre todo guardarlas, guardando cama por lo menos hasta la misa de las doce.

En fin, decía todo esto porque dos pequeñas evoluciones han propiciado que me reencuentre con estas otras fiestas, llamadas de acción de gracias. Ofrendadas a María, se entiende, o a cada patrona de cada lugar, aunque no sé bien si porque son hijas de María o por cualquier otra relación vicaria. Que la parroquia sepa disculpar a este despistado hijo.

El primer cambio o evolución al que hacía referencia es el adelanto ad calendas de estas celebraciones religiosas. La iglesia de estos pagos supo convertir lo que en un principio tuvo que ser una acción espontánea de gracias por la recogida de la cosecha al cielo y a los planetas unidos en una devoción más a Maria, con el acierto de localizar todo el fervor en una imagen virginal distinta para cada vecindad. Hoy ha dejado de tener sentido porque la eterna España rural ha dejado de ser rural y ni siembra ni recoge. Como el 8 de septiembre la España de ahora labora en las ciudades, muchos pueblos como el mío las han adelantado a finales de agosto.

La segunda evolución se debe a que con el paso del tiempo mis padres que eran quienes me acompañaban y obligaban a la vez a compartir estos sentimientos espirituales, han evolucionado de manera que en el día de hoy necesitan de mi acompañamiento sino místico, si al menos de prestancia física, lo que bien mirado no es poco.

Un despiadado lector podría pensar que yo aborrezco los 8 de septiembre. Pero créanme que no. En todo caso, solo me molesta levemente que no hayan dejado la fiesta en paz y en su sitio quienes tienen esa obligación de velar por ellas. Además, al revés incluso en una ocasión, eché muy en falta que un 8 de septiembre de hace de esto,¡20 años!, no fuera fiesta de acción de gracias en la ciudad donde me examinaba de Derecho Canónico. Se trataba de Zaragoza y la Pilarica descansaba hasta el nacional 12 de octubre. No confiaría en mis conocimientos en materia tan vocacional, cuando comencé el examen dejando constancia de mi desconsuelo por no poder honrar en fecha tan señalada a la virgen de mi pueblo, llamada de Xunquera o de la Xunquera, que también veo escrito, y a la virgen de la Vega que me acogió en mi mocedad, y también a nuestra señora de otra villa próxima en la que residía mi novia, que a su vez, estaba en fiestas. Pues me debieron ayudar todas ellas porque aprobé el Ecl esiástico en esa suerte de aprobados, bien bautizados como «milagrosos».

De haber sido un 8 de septiembre no se sabe lo que habría pasado. Supongo que no tiene nada que ver, pero lo que venía a contar es que estaba de romería con mis padres en la ermita de Xunquera o de la Xunquera el último sábado de agosto cuando un automovilista con su bólido arroyó ala Virgen. Apenas acababa de iniciar el retorno hacia el altar de la iglesia subida a un carro de ruedas tirado no por bueyes sino por prebostes locales (escribo prebostes porque le gusta esta palabra a mi cara Paola desde el día que se la descubrí); cuando éstos huyeron despavoridos saltando por los aires la Junquera, besando el suelo de la carretera, perdiendo su mano, su corona, sus flores y su niño Jesús.

Yo no lo vi, yo esperaba su regreso a la entrada de la villa. Eran las siete de la tarde, comenzaba a caer un sol radiante que debió cegar al conductor, que ni siquiera alcanzó a ver la espalda de la imagen virginal. Los minutos pasaban y se oyeron algunas voces, a las que muchos no dimos demasiado crédito. Hablaban de una catástrofe, de que un coche se había llevado por medio a la virgen y a cuantos la seguían en procesión. Una vecina me hizo un gesto elocuente sobre el inopinado informador. Preferimos no creerle pero el tiempo vino a demostrar que algo sí estaba pasando. Aunque, todos a salvo, el impacto fue muy grande. La gente volvía en silencio, por el arcén, temerosa, sin su patrona.

Devuelta a su morada todos nos acercamos a contemplarla. Por fortuna, el daño material no había sido muy grande. Pero tampoco tiene demasiada fortuna nuestra virgen de Xunquera. Un sábado antes había estado allí mismo contemplando una foto de la original. Porque ella es una pálida copia de la auténtica talla de madera policromada del siglo XIV, que está en un museu de Barcelona y que no hace mucho en una exposición regional pudimos ver. O sea que la Xunquera primero fue sustraída y vendida. Fue en los años treinta, con la guerra ya encima supongo. Sobre esto pesa más silencio aún. No se sabe quién la raptó, traicionó o cuando menos traficó con ella. Sólo se sabe, y se oye a menudo que muchos inocentes pagaron su factura. Esta vez la factura será más civilizada, en euros, sin una gota de sangre, como bien adelantó el joven párroco al día siguiente.

No me quise perder la homilía del domingo, el día grande. Pero sólo la homilía. Dentro del templo no se cabía, lo que se dice y eso que es bastante amplio. El sacerdote o nuestro cura bressoniano de campagne se hizo esperar. Pasaba de la una de la ya tarde cuando un moderno automóvil se acercó al pórtico de la entrada. Efectivamente, era el cura al que esperaban dentro. Con apostura salió del coche, que como sucede en las películas no se tomó la molestia de cerrar. Con paso resuelto se condujo al interior. Y bajo su estela entré yo. Fue, no quiero contradecirme, momentos antes de su homilía. Habló del don de la vida, que se la debemos a nuestros padres (Yo entendí que sólo se refería a los padres terrenales, pero no soy muy de fiar). Hábilmente enlazó con lo del aborto con lo que yo me transporté al 25 de julio y a Santiago y me pregunté qué coño hacía Zapatero allí. Si había ido a rezar o a aprender. Pero la oratoria del joven cura que no parecía de aldea brillaba y enlazab a ya con el milagro de ayer, que así calificaba a lo sucedido. Tampoco me quedaba muy claro a que se circunscribía: si a la virgen que había parado el golpe y salvado, por tanto, a todos. O a que a la virgen que se había llevado todo el golpe apenas perdió una mano, etc. Entonces me volví a transportar al pasado pero sin salir de la iglesia. Me explico: Me imaginé a don Teodoro que había sido el cura de toda la vida, si bien yo era muy pequeño para saber de él, sino por referencias. Traté de pensar cuál hubiera sido su sermón. Porque don Teodoro si que hubiera echao lo que se dice -y así lo entendemos todos- un buen sermón. Y un sermón de los de antes. Como está mandao. Para empezar don Teodoro era más cura hasta en el nombre, aunque eso no fuera cosa de él, sino de sus padres terrenales, supongo. Digo más cura porque antes un cura era mucho cura en un pueblo. Tampoco recuerdo en estos momentos qué clase de pastor fue durante la guerra. Sólo bosquejo que fue un cura de los de antes, no sé si trabucaire, a lo cura Merino. ¡Y qué leches milagro! Don Teodoro se hubiera cagao en Dios y en los que abandonaron a la virgen de Xunquera, tal vez haciendo alguna excepción entre los mencionados prebostes, supongo.

En fin, como la homilía se extendía más de lo aconsejable -para mí que no tengo costumbre- salí a la plaza y regresé, a mi tiempo y a mi retoño. Eso sí confundido con las palabras del santo varón, que aún resonaban en mí, unas veces para, en efecto, no perder de vista que el atropello lo había sufrido un pedazo de madera, y otras para valorar que aquello era una imagen, aunque copia de otra más bella imagen, que representaba a la virgen María con su hijo Jesús. Y el buen sacerdote había nombrado a Manoli, que lloró ante ese trozo de madera convertido en imagen rota de otra imagen. Y yo vi salir a Manoli, después, aún emocionada. Y regresé a los tiempos estudiantiles en que era una muy interesante compañera y me vino cómo no un socorrido latín a la cabeza: Sic transit gloria mundi.

Y miré la cuesta de la plaza tan corta como antaño me resultaba empinada. Porque ahí inicié mi pasión por la bicicleta. Y recordé todas las carreras que he corrido, muchas veces (salvo cuando venían otras cuestas de la plaza) en la retaguardia, y sin embargo, más seguro que cerrando una procesión sin guardia civiles, que no cerraron al tráfico una carretera local. Porque yo corría con los guardiaciviles detrás que me protegían como después los ertzainas o los gendarmes.

A las dos, a la salida de la misa, la plaza se fue llenando como en las buenas ocasiones, los danzadores y danzadoras danzaban, los gaiteros tocaban y yo estaba extraño con mis propios pensamientos, que conmigo sólo iban.

* Como ex-ciclista quería consolarme, pensando por un momento, que seguir a una virgen bajo su manto y el de los curas podría incluso resultar más peligroso que mi afición a las dos ruedas. Pero no. Hoy mismo acaban de atropellar en Autol en la Vuelta a La Rioja júnior (la misma Rioja de la Xunquera o de la Vega) a Cristian Ruiz. El suceso, según reproduce un diario nacional, se produjo cuando el pelotón se encontró de frente con un turismo, de matrícula francesa, que impactó contra los ciclistas que encabezaban el grupo. Mal premio para los más esforzados. El conductor desoyó los avisos de la Guardia Civil y se dio a la fuga.