Ni Marcos ni Ana. Esta, una santa mujer, pobre y piadosa, que recordando la gracia que Jehová le concedió a su guerrero Josué, le clamaba para que de nuevo detuviera el Sol. Así no correrían las horas que habrían de marcar el final de su pequeño Fernando en la prisión de Burgos, sentenciado a muerte […]
Ni Marcos ni Ana. Esta, una santa mujer, pobre y piadosa, que recordando la gracia que Jehová le concedió a su guerrero Josué, le clamaba para que de nuevo detuviera el Sol. Así no correrían las horas que habrían de marcar el final de su pequeño Fernando en la prisión de Burgos, sentenciado a muerte por el odio franquista. Mientras llevaba esta esperanza en su corazón y porfiaba en abrazar a su hijo, recibiendo sólo el rechazo de los carceleros, el prodigio se le concedió pero de una insólita manera: el tiempo detuvo su marcha sí, su hijo no fue ajusticiado, le fue conmutada la muerte por la tortura y la prisión que más provecho hacían al verdugo. Pero la buena mujer fue hallada muerta en una zanja de los alrededores del penal. Murió de espera.
Y Marcos, Marcos era el campesino analfabeto que recorría los campos ajenos rogándole a la Virgen, tal vez de Atocha, quizás La Macarena, que algún patrón lo concertara para plantar sus higos o podar sus parras. Un día hallaron su cuerpo bajo los escombros de la casa derruida por la aviación franquista.
Entonces Fernando dejó de ser tal así como Macarro Castillo, y pasó a ser Marcos Ana ¿Cómo más podría nombrarse? Y él en la prisión, conmutada su muerte por sesenta años, ¿qué mejor cosa podía hacer para honrar ante el mundo a sus padres? Lo otro, llenar de contenido glorioso el nuevo nombre. Entonces nació el poeta y el luchador antifascista que desde la prisión y la poesía denunció los horrores del franquismo aún muchos años después de terminada la Guerra Civil originada en el levantamiento militar contra el legítimo gobierno republicano. Y escribió su Carta Urgente a la Juventud del Mundo que cincuenta años después aún inspira a las nuevas generaciones en la Plaza Mayor y en la Puerta del Sol en resistencia acompañados del mismísimo Marcos vivo después de dos ejecuciones, frente a la guerra de nuevo cuño que el gobierno en representación de la banca internacional y las multinacionales declaró al pueblo de España:
Levad vuestros pechos ¡Pronto!
(Es bueno que esta gangrena os revuelva las entrañas)
¡Echad abajo mi celda!
Abrid mi ataúd; que el mundo
En pie de asombro nos vea
Indomables, pero heridos,
Sepultos bajo la tierra
¡Que no queden en silencio mis cadenas!
Fueron casi veintitrés años de prisión que el poeta reivindica con honor, y el mundo le reconoce. No se sometió ante las vejaciones del verdugo y así siempre se sintió por encima de él. Ni delató a sus camaradas en la sala de torturas, la misma se nos antoja, en todos los falansterios de la tierra. Y al ser dado libre producto de una campaña internacional y ya exiliado en Francia, dedicó su vida a devolverle al mundo, a los prisioneros políticos principalmente, la inmensa solidaridad que el mundo tuvo con España en los aciagos años de la guerra fascista. Creó así el Centro de Información y Solidaridad con España, CISE, presidido por Pablo Picasso pero dirigido por él. Siempre denunciando los crímenes que se siguieron cometiendo en los 40 años de gobierno de los vencedores en la guerra, articulando este verdadero plebiscito universal con la causa de los miles de perseguidos por las sanguinarias dictaduras militares de derecha que asolaban a América Latina, África, Asia y aún la civilizada Europa. Eran los días de Ríos Mont, de Videla, Anastacio Somoza, Pinochet, Napoleón Duarte, el Sha de Persia, Alfredo Strossner, Ferdinando Marcos, los coroneles griegos, Oliveira Salazar, Hugo Banzer, Idí Amín. En fin…
«Vivir para los demás es la mejor manera de vivir para uno mismo» fue la divisa de Marcos Ana. Y le ha rendido el tiempo para tantas cosas. Tiene una clave para ello. ¿Cómo hace tanto y vive tan activo hoy a los 91 años acompañando la resistencia popular en la batalla planteada por el capitalismo? Muy sencillo responde él. «Porque esos noventa y uno son del calendario. Pero si les descontamos los 23 años preso como se los descuento, pues verán, no son tantos.»
Y como rúbrica oficial si hiciera falta alguna que autenticara la entereza moral y política de la que hizo gala en sus años de prisión, con todo lo que ésta conlleva de maltrato y desprecio por parte del poder que oprime, hoy el poeta ha sido orlado con distinciones nacionales e internacionales en los campos de las artes, las humanidades y los derechos humanos. Aún por el mismo Consejo de Ministros del gobierno español, donde algunos del de hoy y de los de antes, lo resisten. Caso del fallecido dirigente de la derecha y fundador del Partido Popular Fraga Iribarne, quien escribió furiosa diatriba cuando la dictadura de la que era amigo indultó al poeta.
En Colombia lo tuvimos en el lanzamiento de su libro de memorias de la prisión y de su posterior actividad política «Decidme como es un árbol», y vimos cuánto lo resentía el relato de los miles de estudiantes, campesinos y obreros que atiborran las cárceles colombianas. Presos políticos en un país donde no hay presos políticos, sólo terroristas. Su preocupación era ¿qué puedo hacer por ellos?
Marcos Ana llegó niño a la guerra. Mejor dicho, la guerra lo tomó niño a él. No es su culpa. Como saliendo de la niñez se hizo comunista y apenas adolescente fue comisario político de las milicias republicanas de su región. También se reveló poeta. Al igual -vida hermosamente gemela-, que ese símbolo de España, de la España buena, Miguelito Hernández, gemelas salvo en la muerte que pronto aureoló a éste, si hasta la misma cárcel alcanzaron a compartir. ¿Y de qué murió Miguel Hernández? preguntan por los caminos de España. Murió de franquismo responden, sabios que son para llamar las cosas.
En 1960 nuestro poeta escribió y puso en escena en un teatro de rejas y cerrojos y de celdas devenidas palcos y plateas con la noche cómplice, Sino Sangriento, la vida de Miguel Hernández. Y el Partido Comunista Español, en el año 2010 conmemorativo del centenario del de Orihuela, la puso de nuevo en escena, honrando así a dos de sus más grandes militantes. Y con ellos, al millón de muertos del odio fascista en España, a los millones de exiliados, los miles y miles de encarcelados. Historia que no queremos volver a vivir, pero en la que hoy se empeñan con mucha menos sangre es cierto y menos ferocidad se reconoce, los nuevos heraldos de la muerte aséptica, la que mata la ilusión del presente a los viejos y la esperanza del futuro a los jóvenes, a unos y otros quitándoles la dignidad de la vida que tenían ya por conquistada. Y nos obliga a decir con César Vallejo ése tan grande, un canto, conjuro para que no ocurra:
…
Si cae España -digo es un decir-
Si cae
Del cielo abajo su antebrazo que asen,
En cabestro, dos laminas terrestre;
…
…
Si cae -digo, es un decir- si cae
España, de la tierra para abajo,
Niños ¡cómo vais a dejar de crecer!
…
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