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Dejemos hablar al viento

Fuentes: CubaSí

Presuponer que la realidad ideológica es un segmento delimitado por extremos, es afirmar que la realidad es unidimensional; esa suposición no se evita por asumir que el segmento se torna en círculo para hacer coincidir, al antojo arbitrario, ambos extremos y fundirlos en un mismo punto. Qué poco saben de geometría, pues parecen ignorar que, en un círculo, todos los puntos son intermedios y son extremos.

Cuando me hablan de esa visión, quienes así la asumen, siempre me pregunto con qué unidad miden la ubicación de las cosas en ella. ¿Será tan arbitraria y tan variada como promotores hay de esa idea? La realidad es unidimensional solo en la proyección de quienes, simplificándola, les resulta fácil para asumirlas en sus presupuestos rígidos, o aquellos que, por conveniencia práctica, gustan mostrarla en la proyección que se inventan, para así caer convenientemente lejos de los extremos que ellos mismos dibujaron. 

No puedo menos que pensar en Marx y Engels, que batallaron para que la Liga de los Justos se radicalizara en la Liga de los Comunistas; o en Lenin, que buscaba que el Partido Socialdemócrata terminara siendo un partido de la revolución socialista; o en Martí,  batallando por lograr que la mayor porción del autonomismo terminara siendo independentista; o en Guiteras, radicalizando la lucha antimachadista para volverla antimperialista y por el socialismo, como se lee en los documentos rectores de esa organización que se llamó La Joven Cuba.

 Las vanguardias revolucionarias siempre se han radicalizado hacia los vértices de una realidad que, lejos de ser unidimensional, es más bien como un polígono, de manera tal que en cualquier proyección que se quiera hacer de ella, orgullosamente las vanguardias caen en un extremo. 

Guiteras fue un antimperialista radical mal calibrado por un Partido Comunista Cubano (Como el Partido Comunista cambió en varias ocasiones de nombre, nos referiremos a él de manera genérica como PSP) que no supo, en su momento, distinguir entre un pusilánime como Grau y un verdadero revolucionario radical como Antonio. Pero Guiteras nunca confundió la dirección principal de lucha -que no era enfrentarse al Partido Comunista Cubano-; por el contrario, buscó aún en esas condiciones, la alianza.

Para Guiteras, el imperialismo yanqui y sus delegados locales eran el enemigo. A quien amenazó con fusilar por haber ido a conspirar con el enviado yanqui fue a Batista, a nadie más. Porque Guiteras, ante todo, fue un antimperialista radical, demasiado ocupado en enfrentar a un enemigo formidable para estar constantemente insistiendo en epítetos contra los comunistas, o para, luego de recibir respuesta, correr a esconderse detrás del disfraz de víctima.  

A Guiteras nunca se le ocurrió, ni en el momento más agudo de confrontación con el PSP, decir que este y el imperialismo eran la misma cosa. Nunca se le ocurrió equiparar al más dogmático de los militantes de esa organización con Herbert Hoover o con Franklin Delano Roosevelt. Y no se le ocurrió, porque Guiteras era un antimperialista radical, incapaz de rebajar la lucha a muerte contra el enemigo principal de la nación cubana, al fanguero de utilizar esa batalla como fachada para dirimir rencillas sectarias o como herramienta para posicionarse en función de apetencias personales. Curiosamente, era la embajada del norte la que se empeñaba en el discurso de poner a Guiteras como un vértice de extremo, alejado del cómodo centro que ellos necesitaban, en medio de aquel panorama convulso de revolución contra el que se enfrentaban.

Los revolucionarios consecuentes que conozco de la historia se han radicalizado hacia un vértice, nunca han ido en busca del centro geométrico ideológico.  Para un revolucionario que merezca llamarse como tal, no vale aquello del actor cómico Karl Valentin cuando decía, que “yo no digo esto ni lo otro, para que luego no digan que he dicho esto o lo otro”.

Marx se empeñó, no solo en pensamiento sino en acción,  porque sus descubrimientos teóricos fueran herramientas para la transformación, y lo dijo de manera muy explícita en una de sus frases más citadas, esa que está en su tumba. Marx asumió que el revolucionario comunista no puede serlo solo como analista, sino necesariamente debía ser militante. No conozco en la historia un sólo revolucionario que califiquemos como tal, que comience militando en una organización comunista y termine queriendo incorporarse a la maquinaria de uno de los dos partidos sostenes estructurales e ideológicos del sistema imperial de los Estados Unidos de América. En ese proceso, más allá de galimatías y el verbo en función de Gorgias, se deja de ser revolucionario. Es así, y es mejor asumirlo sin complejos, para evitar en uno, pero, más lamentable aún,  que amigos, en la lealtad de la amistad, realicen peligrosos actos de acrobacia que  terminen en dolorosas hernias, tan difíciles luego de sanar. 

No se erigen sociedades nuevas como ejercicios académicos y mucho menos, como ejercicios de análisis político donde el acento no está en lo que se analiza, sino en cómo se ve el analizador frente a quienes le interesa mostrarse. No se erigen como ejercicios teóricos, en primer lugar, porque las revoluciones no esperan a alguien que las moldee en su escritorio, o más bien, hoy día, en su computadora.

Pero, además, es tan compleja la realidad, tan llena de variables sociales interactuando, que pretender que con gruesos libros de un lado y del otro, y la hoja en blanco al frente, se va a parir la ecuación socialista verdadera para ser llevada a las masas como la buena nueva, es padecer de delirio tremendo, y una vanidad tan grande como la que puede caber en un individuo. En cuanto te levantas de la mesa, la multitud de procesos sociales, minúsculos, mayúsculos, cotidianos, tácticos y estratégicos hacen del libreto documento museable.

El método marxista como instrumento de cambio no es para hacer planos, es para incorporado, usarlo a cada paso, para evaluar discursos, corregir rumbos, tantear derroteros. La realidad objetiva, esa que en ocasiones reduccionistas se ha llamado práctica, es la única que valida hipótesis y asienta teorías. El método lo usó Marx para analizar la Comuna de París y el 18 Brumario, y lo usó Lenin para saber qué hacer y señalar tesis que llevaron a la Revolución de Octubre.

Fidel no dibujó la Revolución cubana en un papel.  Las fuerzas de la revolución la fueron haciendo en un ejercicio dialéctico formidable, donde todo era corregible y corregido en función de la realidad cambiante. Se deja de ser marxista en cuanto se ejecuta cada acto para volverlo a ser en el próximo. Las revoluciones en el poder son procesos complejos, de idas y venidas, de tanteos, aciertos y errores, de impulsos y frenos. En su seno, las batallas por saber qué hacer se dirimen, no en bucólicos atardeceres, sino en confrontaciones tremendas entre sus actores, humanos, emocionables, apasionados. Las polémicas que esta Revolución ha suscitado entre sus hijos son tan grandes, como aquellas antológicas de sus primeras décadas, y sus protagonistas genuinos nunca dejaron que tales pujas se convirtieran en traiciones nacidas de incomprensiones, frustraciones y vanidades. Porque traiciones ha habido, y las hay, intentadas justificarse en el discurso “del camino torcido” y la “revolución traicionada”. Desde Huber Matos negado a apoyar una reforma agraria, hasta Jesús Díaz volando con Hermanos al rescate y dirigiendo una revista financiada por el brazo de la guerra ideológica de la CIA.

En los procesos reales, las inconformidades entre el qué se debe hacer, según cada cual, el qué se hace, y el qué se hizo, son inevitables. Las tensiones tremendas de un proceso sometido a una agresión permanente, siempre aguda, nunca dando tregua, tiene costos que se pagan en términos individuales y colectivos. Son distintas para el individuo puesto, por razones históricas, en el papel de tomar decisiones diarias que afectan a muchos, e incluso implican la naturaleza misma de la Revolución, que para quienes, sin esa presión tremenda, tienen el derecho y el deber de también pensar críticamente y considerar que no se actúa con el acierto o la premura necesaria.

 Todo proceso de autoridad colectiva, lleva una batalla entre lo que conserva, por significar estabilidad, y lo que innova, pensando en la transformación que avance. Esa batalla se da no solo entre distintos actores, sino al interior de cada revolucionario. Absolutizar uno solo de esos aspectos es ignorar, peligrosamente, la dialéctica de los procesos sociales. Como lo es ignorar el contexto en el que ocurre cada acto de esta obra inconclusa. No es correcto ni paralizarse por la amenaza y realidad permanente del bloqueo, ni tener en cuenta este como inventario que debe ser declarado, para luego no darle el peso que tiene. Como no se pueden obviar variables geopolíticas o, como algunos pretenden, pasar por alto lo que sucede en el imperio a la hora de pensar nuestras estrategias y sus implementaciones políticas concretas.  

En la misma idea, no se analiza el pasado histórico como un ejercicio aséptico, donde se obvie que esos que juzgamos tomaron decisiones en el fragor de batallas donde les iba la vida. Y las decisiones que tomaron las hicieron con el corazón en el lugar correcto y con la entereza de soportar ser destrozados en un calabozo sin delatar al compañero o traicionar las ideas. Respeto entonces para un PSP que pudo errar, pero nunca erró en dejar de ser del bando de los campesinos, los obreros, los humildes de la tierra. Y nunca dejó de soñar y trabajar por conquistar el cielo desde la tierra. En función de esa aspiración a la redención humana, llegada la hora de los hornos, pusieron el cuerpo a las balas asesinas, lo mismo en una fábrica de tabaco, que el andén de la estación de trenes de Manzanillo. Y ese partido, como explicara Torres-Cuevas, es probablemente el único en la historia de los partidos que, llegado el momento histórico, le entregó las llaves de la organización a uno que no había sido militante de sus filas, pero en el que supieron reconocer como líder indiscutible de la Revolución cubana.

Basta ya de juzgar la historia con códigos oportunistas en el hoy, para aliviar escozores personales. Como organización y como ese individuo colectivo, esos comunistas fueron, hermosamente imperfectos, como lo fueron Mella, Marinello, Carlos Rafael, Blas, Lázaro, Jeśus. Como lo fue ese Agramonte de su tiempo que se llamó Villena. Así de bello fue quien tuvo siempre la pupila insomne, un fundador, como dijera Fernando Martínez Heredia, del comunismo cubano. 

Trump es un misógino, constructor de muros, encarcelador de niños inmigrantes, racista, xenófobo, instigador de asesinos, ejecutor de crímenes. Hay otro, deleznable justificación de un ser humano, instigador del terrorismo, un despreciable halagador de asesinos que se alegra que nuestras embajadas sean ametralladas y seamos rendidos por hambre. No sé qué se pretende, pero sospecho que no es limpio y virtuoso equiparar con esas alimañas, a periodistas, actores y sujetos de lo Revolución y de lo revolucionario; estoy por ver, comparados con esos monstruos,  cuáles son sus pecados capitales.  Y no se trata de un desliz en un texto, se trata del eje mismo de artículos de opinión que gustan de presentar nuestra realidad reducida a una caricatura unidimensional, donde aparecen, disfrazados de víctimas después de la sistemática ofensa, como los adalides de equidistanciamientos asépticos que no son más que fraudes. 

No conozco un solo revolucionario cubano hoy que no considere la necesidad de cambiar y seguir avanzando. No conozco un solo revolucionario cubano que no coincida en la necesidad de liberar las fuerzas productivas, hacer al país próspero y mantener la justicia social. Se puede diferir en alcances y propuestas del cómo y el cuándo, pero no conozco a nadie contrario a lo que este país decidió en ejercicio democrático. 

Prefiero a seres de carne y huesos de ayer y de hoy, falibles en su batallar, pero con el corazón en el lado correcto. Esos que jamás flaquearon ni flaquean en sus empeños. Esos que se jugaron la vida como agentes de la patria en las filas del enemigo o como combatientes en África. Esos que le cantaron y le cantan a la Patria no solo versos que la enaltecen, sino que la hacen mirarse hacia dentro luchando para que no se corrompa. Los prefiero en ese espacio donde no caben esos otros que van dosificando desencantos con fines desarticuladores. Los prefiero a los que Martí combatió por querer reescribir la heroica historia de la Guerra Grande en clave de derrota. Los prefiero a los que pretenden ser distinguidos chefs del engaño, y van dotando al comensal, plato a plato, y en el transcurso de muchas comidas, sus amasijos de carne con madera para provocar una indigestión que vomite  el parto de una era. 

En esta Revolución de tantas dimensiones, caben todas las voces que por ella dan no solo el intelecto, sino el arte y la propia vida, y caben también aquellos que honestos, se levantan a diario sin empeño en asesinarla. Voces que pueden divergir en sus proyecciones, pero nunca buscan romper el poliedro. Puede tensionarse cada vértice buscando su propio peso, pero no se puede, bajo ninguna circunstancia, romper el polígono. La forma de ese cuerpo puede cambiar continuamente, pero de lo que estoy seguro es que los sietemesinos que cambiaron Revolución por espejitos donde mirarse no son su centro; ellos mismos son culpables de su destierro.

Que no nos vengan con cuentos de camino.  No olvidemos que la patria es ara y no pedestal. Los revolucionarios podemos gritarnos en nuestras pasiones, podemos molestarnos, ofendernos, incluso causarnos heridas en nuestras imperfecciones, pero en cuanto dejemos hablar al viento, el grito de unidad es lo único que se interpone entre nosotros y ese imperio que tanto Guiteras como Villena identificaron como el enemigo principal de la nación cubana. Esa nación de la que aspiraban fuera socialista e independiente sin renunciar a que fuera próspera, con todos y para el bien de todos.

Fuente: http://www.cubasi.cu/es/noticia/dejemos-hablar-al-viento