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Del escepticismo a la histeria

Fuentes: Rebelión

Nadie sabe con certeza en qué va a terminar la aventura de Trump en la Casa Blanca. Puede no pasarle nada si gana la elección de noviembre, difícil pero no imposible, y puede ser que lo saquen a patadas si es que la pierde y así lo deciden sus enemigos, tanto demócratas como republicanos. Pronto […]

Nadie sabe con certeza en qué va a terminar la aventura de Trump en la Casa Blanca. Puede no pasarle nada si gana la elección de noviembre, difícil pero no imposible, y puede ser que lo saquen a patadas si es que la pierde y así lo deciden sus enemigos, tanto demócratas como republicanos. Pronto se conocerá e l desenlace.

Lo que no va a cambiar con e ste resultado electoral es la histeria descontrolada en la que ha caído el escepticismo cauteloso con el que la cloaca, así llama Trump a la clase política de Washington, miraba el panorama mundial cuando lo creía dominar. Cometía el típico error que comete todo imperio, creer que nada nuevo hay bajo el Sol, que todo es inamovible, estable y favorece a sus intereses, que nada va a pasar y que si pasa les será favorable en su totalidad. Resulta que ahora, cuando se dan cuenta de que «La rebelión en la granja» es real, de que, al contrario de lo que pensaban, ha llegado la hora señalada, han pasado a destilar una histeria terrorífica que asusta por su generalidad, pues actúan convulsamente en todas sus actividades. Es como si dijeran «con nosotros mueren Sansón y los que no son».

Y se equivocan cuando ven enemigos hasta en la sopa, porque nadie busca su muerte, es más, todos están conscientes de que si se hunden arrastrarían a gran parte de l a tierra con ellos, a una fosa sin fondo de la cual es muy difícil resurgir; de que el dólar va a mantener parte de su poder y se lo seguirá usando en las transacciones comerciales; de que por largo tiempo tienen garantizado un lugar privilegiado en la arena mundial, pero no con la hegemonía que acostumbraban. E sto es resultado de que el planeta se ha hastiado de s u prepotencia, por la que se cree n insustituibles. Es que la avaricia rompe el saco y como pretenden abarcarlo todo, pueden quedarse sin nada. El asunto es grave. Según Irán, el mundo se cansó de que ellos ni siquiera finjan respetar el Derecho Internacional y rompan los acuerdos que han firmado.

Estados Unidos es y seguirá siendo poderoso, pero para vencer a la China o a Rusia es insuficiente el poder que detenta, peor aún a ambas potencias juntas. Y este es mayor de sus errores, declarar a estos países sus principales enemigos e intentar derrotarlos. A Rusia la acusan de terrorista, de intervenir en sus asuntos internos, de eliminar la libertad, de expansionista, de practicar ciberataques y, en general, de todo lo malo que pasa en el orbe , por lo que la acosan con todos los medios posibles. A China la acusan de interferir en los asuntos internos estadounidenses y en sus elecciones; de «involucrarse en transacciones significativas con Rosoboronexport», consorcio ruso encargado de las exportaciones de armamentos y materiales de defensa, lo que viola el proyecto de ley de sanciones de EEUU, promulgado el 2017. Pretextos por l o s que le declaran un a guerra económica y comercial y le impon en aranceles a la s importaci ones de sus productos por un valor de 200.000 millones de dólares. Como era de esperar, sucedió lo que debía suceder, sin firmar tratado alguno, Moscú y Pekín se unieron en lo económico, en lo político y en lo militar, forjando una alianza que los vuelve invencibles, incluso si toda Europa decidiera continuar, como hasta ahora, vasalla de Washington, aunque más bien está pasando lo contrario.

La geopolítica es una idea original de Sir John Mackinder, según la cual, el poder global no radicará en el futuro en dominar las vías marítimas sino en controlar una vasta masa de tierra, que él denominó Eurasia. Su teoría establece que en la región que se extiende entre los ríos Volga y el Yangtze y desde el Himalaya hasta el Océano Ártico, el poder terrestre tiene más importancia que el marítimo. Esta zona, con una superficie de 53.000.000 km², el 36,2% del área terrestre, actualmente habitada por 5.000 millones de personas, lo que equivale al 72.5% de la población mundial, es para Mackinder el corazón del planeta.

Cuando en 1904, el transiberiano cubrió los 9.062 km de distancia entre Moscú y Vladivostok, Mackinder escribió: «Los ferrocarriles transcontinentales están ahora modificando las condiciones del poder terrestre… es inevitable que allí se desarrolle un gran mundo económico, más o menos aislado, que será inaccesible al comercio marítimo»; lastimosamente, las dos guerras mundiales que se dieron en el siglo XX impidieron la realización de esta idea. Por otra parte, según Brzezinski: «La potencia que domine Eurasia controlará dos terceras partes de las regiones más desarrolladas y económicamente más productivas del mundo… volviendo al hemisferio occidental y Oceanía geopolíticamente periféricos con respecto al continente central del mundo».

Hace cinco años, el Presidente de China, Xi Jinping, anunció la intención de entrelazar Europa y Asia con una vasta red de vías para fomentar el comercio y el intercambio humanitario y económico entre ambos continentes. Esta ambiciosa propuesta concretará en las siguientes décadas la táctica y la estrategia del desarrollo no sólo de China sino de todas las naciones de esta extensa zona.

Se ve que los dirigentes chinos, previendo las medidas económica de Estados Unidos, diversificaron los mercados para sus productos. Hoy por hoy, el comercio entre China y Europa supera el medio billón de dólares y sigue creciendo. La mayor dificultad estriba en la falta de vías de comunicación, por lo que el megaproyecto del Cinturón y la Ruta de la Seda debe resolver este problema. Esto se hizo patente durante el Foro Económico Oriental, celebrado en Vladivostok desde el 11 hasta el 13 de septiembre, cuyo tema central fue la realización de este proyecto, el más ambiciosos del siglo XXI, que va a convertir las redes ferroviarias nacionales en redes intercontinentales. Por allí viajarán productos que recorrerán los 9.191 km desde Shanghai hasta Londres en tan solo 15 días, menos de la mitad de los 40 días que se tarda en transportar estas mercancías por barco. El centro de gravedad del mundo se desplaza hacia el este, pero no en contra de EEUU sino por culpa de ellos mismos.

China, en lugar impulsar la globalización mediante la conformación de una costosa armada aeroespacial, a lo estadounidense, ha formulado una variante de un costo de tres billones de dólares, que busca construir una red de líneas de alta velocidad, oleoductos y gasoductos, que unifiquen y conviertan a Eurasia en una vasta zona económica que integre Asia y Europa. Por allí circularán con vagones de carga trenes de alta velocidad, y el petróleo y el gas fluirán por nuevos conductos, surgirán carreteras y puertos y las empresas se asentarán en nuevas zonas económicas que conectarán a decenas países de Asia, Europa y África, en pocas palabras, se reeditarán las antiguas vías comerciales de la Ruta de la Seda.

Desde fines del 2007, los alemanes y los rusos se unieron a los chinos para construir el Puente Terrestre Euroasiático, que una el Lejano Oriente con Europa. En el 2014, China expuso el plan para trazar la línea de alta velocidad más larga del mundo, con un costo de 230 mil millones de dólares; se espera que tan solo en dos días los trenes recorran los 5.790 km entre Beijing y Moscú.

Por carecer de la visión geopolítica de Mackinder, los mandatarios de EEUU no supieron entender a tiempo la importancia y el sentido del vuelco global radical que tiene lugar en el mundo moderno. En cambio, Rusia y China están dispuestas a correr los riesgos que implican remodelar el orden unipolar del mundo. Ambas están vinculando sus riquezas sociales y espirituales con sus enormes recursos naturales y económicos. Posiblemente, como en 1904 predijo Mackinder, «un imperio de alcance mundial estaría a la vista». Esto causa la histeria descontrolada de EEUU.

 

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.