Uno de los grandes méritos políticos de Salvador Allende (y uno de los puntos esenciales de su legado) fue, a mi juicio, su lealtad irrenunciable a los ideales del socialismo, su renuncia consciente y racionalizada a aceptar el capitalismo (incluso como «mal menor»), y su opción, compartida con el Partido Comunista, por unir al conjunto […]
Uno de los grandes méritos políticos de Salvador Allende (y uno de los puntos esenciales de su legado) fue, a mi juicio, su lealtad irrenunciable a los ideales del socialismo, su renuncia consciente y racionalizada a aceptar el capitalismo (incluso como «mal menor»), y su opción, compartida con el Partido Comunista, por unir al conjunto de la izquierda y de los sectores progresistas de las clases medias para avanzar hacia la construcción de una sociedad socialista.
Elegido diputado en 1937 por Valparaíso y Quillota (con 2.021 votos), Allende fue uno de los constructores del Frente Popular en el puerto y contribuyó a la historia victoria de Pedro Aguirre Cerda del 25 de octubre de 1938, que quebró cuatro siglos de hegemonía oligárquica. Ministro de Salubridad con aquel maestro radical que pregonó que «gobernar es educar» entre 1939 y 1941, recordó a lo largo de toda su trayectoria la experiencia de la coalición antifascista, su enorme significado histórico, pero también su insuficiencia, ya que su programa de gobierno no apuntaba a la solución de los problemas estructurales de Chile.
En el IX Congreso del Partido Socialista celebrado en Rancagua entre el 22 y el 24 de enero de 1943, Allende fue elegido secretario general en un momento en el que su organización se desgarraba producto del debate sobre la participación en los gobiernos radicales y cuando la mayoría de los delegados acordó la retirada de los ministros socialistas del Ejecutivo del presidente Juan Antonio Ríos.
Durante su breve mandato como secretario general del Partido Socialista, le correspondió responder a la propuesta comunista de fundirse en un único partido obrero, cuando la organización presidida por Elías Lafferte propugnaba la «Unión Nacional» frente al fascismo. El 1 de diciembre de 1943 remitió a Carlos Contreras Labarca, secretario general del PCCh, las resoluciones adoptadas al respecto en el Congreso que habían celebrado en agosto en Valparaíso. Los socialistas valoraban de manera muy positiva la disolución de la III Internacional en 1943 y compartían la concepción teórica de constituir una nueva fuerza política a partir de la unificación de «los partidos populares». Sin embargo, en su carta a Contreras Labarca, Allende expuso lo que desde su punto de vista les acercaba o les distanciaba, después de tres meses de contactos en un Comité de Enlace, y señaló la oposición socialista a los planteamientos de la Unión Nacional, ya que su partido privilegiaba la construcción de una alternativa desde la izquierda:
El Partido Comunista ha postulado como una solución para las situaciones internas de Chile lo que llama «la unidad nacional». No podemos aceptar nosotros una política de este tipo. Los grandes problemas actuales nos exigen más que nunca una definición clara, que permite a los hombres que tienen una orientación actuar dentro de sus postulados y de acuerdo con las soluciones económicas que estos postulados determinen.
En Chile, la política económica de tiempos de guerra ha significado el enriquecimiento desproporcionado de empresas poderosas y el desarrollo del sector social que vive de la especulación; ha significado también utilidades gigantescas para algunas industrias, limitación de las garantías sociales y sacrificios y cargas para los hombres que producen riqueza. (…) Estamos, en consecuencia, por un programa de realizaciones que se viene postergando mucho tiempo, aun cuando de paso deban herirse los intereses de algunos antifascistas de ocasión.
A mediados de 1944, pronunció un discurso en un acto de masas celebrado en el Teatro Caupolicán y al sintetizar la realidad nacional en aquellos días, mencionó el eje del proyecto político que encabezó a partir de 1952:
He aquí el panorama de la realidad actual: un gobierno sin base política; una derecha que, usufructuando de él, lo critica; una izquierda que ha comprendido que debe aglutinarse en torno a un programa; un sector que conspira contra el gobierno; y un descontento general por un fenómeno que es la conspiración más efectiva, como ya lo hemos dicho: la de la vida cara. (…)
Los socialistas pedimos a la izquierda el máximo de responsabilidad, no debe dejarse arrastrar por las provocaciones; no puede hacer el juego a los conspiradores. Los socialistas llamamos a la izquierda a unirse en torno a un programa; un programa que agitaremos desde la calle y desde el Parlamento; un programa de interés nacional, que reúna el máximo de voluntades en torno a él. (…)
Sólo un gobierno homogéneo, con un programa y con la decisión de realizarlo, podrá poner atajo a la desorientación, al desconcierto y al caos en que vivimos.
1945 fue importante en su trayectoria política, puesto que puso a prueba su capacidad de movilizar a las clases populares tras sus propuestas al presentarse como candidato al Senado en uno de los feudos de la derecha, la novena circunscripción, que entonces comprendía las provincias de Valdivia, Osorno, Llanquihue, Chiloé, Aysén y Magallanes. El 4 de marzo fue uno de los cinco senadores elegidos por este enorme territorio (con 4.394 votos) y derrotó a los dos candidatos del Partido Socialista Auténtico de Grove. A partir de entonces permaneció en el Senado durante 25 años de manera ininterrumpida, hasta que se convirtió en Presidente de la República el 3 de noviembre de 1970.
En unos tiempos en que el socialismo chileno se dividía por el virus del anticomunismo, en junio de 1948 Allende alzó su voz en el Senado contra la proscripción del Partido Comunista que pretendía el presidente Gabriel González Videla. Precisamente las discrepancias internas en torno a este punto desencadenaron una nueva escisión en el PSCh y, si la fracción anticomunista (liderada por Bernardo Ibáñez) logró quedarse con la denominación de la organización, el sector integrado por Allende, Raúl Ampuero, Clodomiro Almeyda o Aniceto Rodríguez fundó el Partido Socialista Popular, que levantó una línea política que abogaba por la independencia de clase y postulaba un «frente de trabajadores».
El 18 de junio de 1948, Salvador Allende intervino en el Senado en nombre de su Partido para explicar la oposición al proyecto de Ley de Defensa Permanente de la Democracia impulsado por el Gobierno para perseguir a los comunistas:
Mi profunda intranquilidad de espíritu proviene de que esta ley, a mi juicio, barrena las bases fundamentales en que se sustenta la organización democrática del país, en términos tales que su repercusión tendrá alcances políticos, sociales y económicos de extraordinaria trascendencia. (…) Las disposiciones contenidas en él, señor Presidente, son una verdadera bomba atómica caída en medio de nuestra convivencia social, asentada en largos años de una efectiva tradición democrática.
En aquel discurso defendió el derecho de los comunistas a participar en la vida política con los mismos argumentos que habría empleado -precisó- para preservar la misma opción para los conservadores o los socialcristianos. Antes de enumerar, una vez más, las diferencias y coincidencias entre socialistas y comunistas, explicó las concepciones revolucionarias de su partido:
Señor Presidente y Honorable Senado, he dicho que somos marxistas, que creemos en el socialismo científico, que somos antiimperialistas, antifeudales y antioligárquicos, y que tenemos un sentido revolucionario de la transformación económico-social que necesita la Humanidad.
Quiero destacar, sí, que este sentido de la revolución no tiene el contenido habitual y pequeño con que suele emplearse esta palabra. Por ejemplo, no es revolucionario el jefe militar que, a la cabeza de un regimiento, toma el Poder: eso puede ser un motín. No es revolucionario el que, por la fuerza, logra, transitoriamente, mandar. En cambio, puede ser revolucionario el gobernante que, llegando legalmente al Poder, transforme el sentido social, la convivencia social y las bases económicas del País. Ése es el sentido que nosotros damos al concepto de revolución: transformación profunda y creadora.
La persecución de los comunistas sumió a la izquierda en unos años de confusión, divisionismo y retroceso y, en un tiempo histórico marcado en Sudamérica por la impronta del argentino Juan Domingo Perón y del brasileño Getulio Vargas, un amplio sector del socialismo llegó a sucumbir a la tentación populista. En junio de 1950, el XIII Congreso del Partido Socialista Popular proclamó como su candidato presidencial para 1952 a Carlos Ibáñez, quien se presentaba en una eficaz campaña como «el general de la esperanza» que «barrería» la corrupción de los gobiernos radicales.
Salvador Allende y un reducido grupo de militantes leales a sus posiciones decidieron abandonar el PSP tras denunciar lo que llamaron la «aventura populista», el respaldo al caudillo que impuso una dictadura entre 1927 y 1931, que había estado vinculado a un intento de golpe fascista en 1938 y que había sido el candidato de la derecha en 1942 con un programa autoritario. Este grupo terminó fusionándose con el Partido Socialista de Chile, del que además los grupos más anticomunistas se fueron al Partido Socialista Auténtico de Grove, quien falleció en 1953 alejado de la organización que contribuyó a fundar.
En octubre de 1951, el Partido Socialista de Chile fue la primera fuerza que proclamó a Allende como candidato a la Presidencia de la República. En noviembre, el Partido Comunista, desde la clandestinidad, le entregó su apoyo público y el 25 de noviembre fue designado candidato del Frente del Pueblo, una alianza que incluía además a algunos sectores radicales, de izquierda e independientes. Aquel día, en el Teatro Caupolicán fue presentado por el doctor Gustavo Molina, en nombre de los profesionales independientes, Armando Mallet, por el Partido Socialista, y el senador comunista Elías Laffertte. En su primer discurso como candidato a la primera magistratura de la nación, afirmó:
Con el Frente del Pueblo tenemos una plataforma de lucha clara, definida, precisa que nos distingue y separa de los otros grupos políticos hoy transitoriamente unidos con vistas exclusivas a una campaña electoral y a la defensa de sus posiciones administrativas, de sus intereses y de sus concepciones políticas.
Subrayó que habían creado el Frente del Pueblo para emprender la revolución que el país necesitaba: «Para esto nació el Frente del Pueblo, como un potente movimiento nacional, antiimperialista, antioligárquico, antifeudal»:
Hombres, mujeres y jóvenes de mi Patria: el Frente del Pueblo os llama a luchar por las consignas de la victoria:
1. Por el pan y la libertad.
2. Por el trabajo y la salud.
3. Por la paz y la cultura contra el imperialismo.
4. Por la reforma agraria y la industrialización del país.
5. Por la democracia, contra la oligarquía y las dictaduras.
Las bases programáticas de su candidatura se agrupaban en cuatro puntos: independencia económica y comercio exterior, desarrollo de la economía interna, una profunda reforma agraria y mejora de las condiciones de vida de las clases populares. Cada uno de estos bloques contemplaba propuestas concretas, por ejemplo, en el primer punto se incluyó por primera vez la nacionalización de la gran minería del cobre y del salitre y de hecho aquel año los senadores Laffertte y Allende presentaron un proyecto de ley en este sentido. En relación con el desarrollo económico, propugnaba un vigoroso proceso de industrialización, sobre todo en cuanto a la agroindustria, al objeto de «asegurar un más alto estándar de vida a la población y el aumento de la renta nacional, asignando un porcentaje superior de distribución a los sectores laboriosos». Para fortalecer el desarrollo industrial y agropecuario, el Gobierno del Frente del Pueblo realizaría importantes inversiones en las infraestructuras de transportes, con la modernización de los ferrocarriles y la construcción de una red de carreteras, así como la ampliación de la flota naviera nacional y la extensión del tráfico aéreo.
El Frente del Pueblo no perseguía la construcción del socialismo, sino un conjunto de reformas y modernizaciones que pretendían ir más allá de lo logrado por Pedro Aguirre Cerda, con un énfasis novedoso en la reforma agraria y el cobre. Durante 283 días de campaña su candidato recorrió por primera vez todo el país con el lema «El pueblo a la victoria con Allende» para ofrecer su alternativa frente al populista Carlos Ibáñez, el conservador Arturo Matte y el radical Pedro Enrique Alfonso.
Volodia Teitelboim, uno de los secretarios generales de la campaña presidencial, dejó constancia en sus memorias de la debilidad de la izquierda entonces, con la mayor parte del socialismo volcado con Ibáñez y con el Partido Comunista muy debilitado por la represión: «Nos dolía en el alma ver que la campaña no cundía. La persecución de González Videla había producido un desplome de la confianza. La fractura de la izquierda, el movimiento sindical diezmado hicieron que gran parte del pueblo volcara su esperanza en el hombre que prometía soluciones milagrosas. (…) No puedo olvidar lo que sucedió en Pedro de Valdivia, donde yo había estado muchas veces, acompañando a Elías Lafertte. Entonces hablábamos ante toda la población. La gran mayoría de los dirigentes sindicales elegidos eran comunistas. Ahora no había casi nada, salvo unos cuantos camaradas que tenían que trabajar en la sombra, porque si los descubrían los enviaban a Pisagua. (…) Allende hablaba como si al frente hubiera una muchedumbre. Sabía que estaba arrojando semillas en el desierto. Tenía confianza en que iban a germinar. Y por eso explicaba con paciencia y energía su proyecto de un país nuevo a un público invisible y temeroso».
Sin el apoyo de ninguno de los grandes partidos y con un discurso que hacía concesiones a la izquierda (reforma agraria, derogación de la «Ley Maldita»), Ibáñez avasalló a pesar de su edad avanzada y su pasado autoritario (46,8% y 446.439 votos) en unas elecciones marcadas por la participación por primera vez de las mujeres, mientras que Allende quedó en último lugar con el 5,4% y 51.975 sufragios. Las provincias en las que el candidato del Frente del Pueblo logró más votos fueron Santiago (22.762), Concepción (5.468) y Valparaíso (4.250), las únicas, por otra parte, en las que obtuvo más de mil votos femeninos.
A pesar del magro resultado, su candidatura señaló un camino que en 1970 se probó acertado: la unidad de las fuerzas populares en torno a un programa de gobierno para la transformación profunda del país. La coyuntura de 1952 forjó también el entendimiento entre Salvador Allende y los comunistas, quienes con el tiempo se convirtieron en sus aliados más leales. Con la creación el Frente de Acción Popular (FRAP) y la reunificación del socialismo, un lustro después, empezó a gestarse un impresionante movimiento popular cuya clave de bóveda fue la unidad de acción entre socialistas y comunistas, algo realmente excepcional en el contexto de la guerra fría. Desde el principio Salvador Allende se constituyó en el gran adalid de la unidad de la izquierda.
En el marco del centenario del compañero Presidente, no podemos dejar de vincular su pensamiento y su acción política con la realidad actual de Chile. El fin de la exclusión de la izquierda del Congreso Nacional y la construcción de un nuevo frente político y social que sea capaz de forjar una alternativa a la derecha y los sectores neoliberales de la Concertación son los grandes desafíos de hoy para quienes siguen la senda que Allende y tantos compañeros trazaron en el siglo pasado.
El contexto continental ofrece una oportunidad inmejorable, de la mano de los gobiernos de Venezuela, Bolivia, Ecuador y, por supuesto Cuba, y de todos los pueblos de la Patria Grande que anhelan recorrer, unidos, los grandes alamedas del socialismo del siglo XXI.
– Mario Amorós es historiador y periodista español, autor de Compañero Presidente. Salvador Allende, una vida por la democracia y el socialismo. PUV. Valencia, 2008. Veáse el índice, la cubierta y el capítulo introductorio en: http://www.rebelion.org/docs/66078.pdf