Que ruidoso se vuelve todo. Karl Kraus Colombia ha vivido decenas de años en el lenguaje escalado de la guerra. No solo en los escenarios del campo, los barrios, sino en todo el entramado de la guerra de estado y sus organismos que han propiciado esta guerra. Organismos estatales, medios periodísticos pro-estatales, y otras instancias […]
Colombia ha vivido decenas de años en el lenguaje escalado de la guerra. No solo en los escenarios del campo, los barrios, sino en todo el entramado de la guerra de estado y sus organismos que han propiciado esta guerra. Organismos estatales, medios periodísticos pro-estatales, y otras instancias que bajo rayos de luz mediáticos, han implicado una trama cotidiana en el ser humano: el lenguaje del odio, verbalizado en formas agresivas. Un lenguaje de lo público como odio vital de guerra, en una sociedad.
Un colombiano se distingue en cualquier parte, porque su grado de tolerancia e intolerancia, deambulan en campos extremos. Los hay, aquellos que colman una supuesta tolerancia y camino espiritual, con el temita solapado de la intranquilidad que proporciona la guerra, para no enterarse de toda la visibilizacion que ello implica, pues les parece demasiado tediosa, triste y cruel la guerra, omitiendo cualquier realidad y otros, en otro extremo que día a día, luchan con los contra-lenguajes intolerantes que se revoletean como milésimas de segundo en la cotidianidad. En esta continuación, existe una agresividad latente que el estado ha impuesto y se articula como discurso en el plano cotidiano. Nadie quiere hablar con palabras amorosas, cálidas, afectivas, sí se hace, se extraña y se tilda de lo que sea. Se deambulan en campos extremos. Se trazan directamente frases e intenciones de voluntad para omitir o hacer daño al otro, a toda una sociedad. No se percibe en cada uno, pero pasa. Cada ser humano multiplica el lenguaje agresivo como el arroz que come día a día o, como al que le es ajeno, por no estar en un país donde existe una democracia de opciones. Colombia es agresiva, donde todo se perfila en un segundo y peor aún, todo se puede transformar. Los presidentes, los medios estatales, han ubicado un lenguaje agresivo, mediático hacia los ciudadanos de a pie, estos asimilan y hacen de la cotidianidad, la continuación de la estigmatización de los lenguajes en el tramado del odio, bajo connotaciones agresivas, fatuas e in-sustanciadas. El lenguaje de lo público se vuelve un juicio. Se juzga o no es nada y por ahí incrementa el lenguaje del odio social.
Desbrozar caminos para el palabramiento del amor, el afecto y la amistad política es expresado como verborrea, palabrería, adjetivos dirigidos y utilizados de manera ofensiva para invalidar la voluntad y los efectos a encontrar. Hagamos un alto: Desescalemos el lenguaje de la guerra, de odio y beligerancia, des-territorialicemos la agresividad. Convoquemos a un trato humano, posible de diálogo e interlocución. Es la oportunidad histórica, para crear espacios desde el lenguaje y al interior de cada uno, como ser humano. No hay que ir a la india, ni convocar al gurú, ni ponernos en posición de loto para darnos cuenta que el tema de la guerra de estado ha trascendido en lo cotidiano, donde se ha legitimado como fuerza absurda, donde la vía es ignorar, escalar o en el peor de los casos hacerse él, de los oídos sordos. Empecemos por cada uno y sin miramientos. En el trazo cotidiano, hay que hacer esfuerzos y viabilizar una esperanza. Hacer ejercicio de dejar las palabras de odio, guerra y malintencionadas en lo cotidiano, es un compromiso de todos en la Paz. Muy bueno hablar de Paz, pero, esto se empieza por cada uno. Una verbalización hiriente, una frase in-sustanciada, un verbo ofensivo, es un paso a la muerte del otro en toda su connotación. Los colombianos merecen nadar tranquilos y no postrados en encauses abrumadores.
El terrorismo mediático en Colombia, ha connotado lenguajes: guerrilleros alias….cabecillas, delincuentes, … y los alias que se quieran, esto por citar solo unos ejemplos y no hablemos de las redes el carácter tan insultante y ofensivo que se traslada hacia políticos, sectores populares, personas, maestros, empleados, hombres y mujeres de todos los escenario de barrios y campos. Se ha caído desgraciadamente en toda una ofensiva de contra-cultura del lenguaje, quedando inmersos cada uno, en un tendón histórico para verbalizar lenguajes paramilitarizados, agresivos en términos cotidianos, desgraciadamente cayendo como péndulo en ese tiempo. Y, lo peor aún, se ignora toda la carga que existe de corriente fascista en ello.1 Alli subyace más que un odio moral, es un odio vital, como el que lanza un antepasado sobre un linaje de enanos –esto en palabra de Walter Benjamin, citando Karl Kraus.
Sin duda, las personas se tienen que interesarse por sí mismas y por su propia existencia, por la existencia de las cosas, en lo que se percibe en sus relaciones, y solo cuando estas se encuentran en un acontecimiento con otro, darán lugar a la vida, a la existencia de lenguajes transformadores: un lenguaje posible y tolerante en términos del tiempo en Colombia.
Nota
1 Ver sobre el lenguaje del fascismo en la obra de Víctor Kempler.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.