Septiembre siempre trae una brisa extraña. En medio de volantines, asados y traslados, no deja de estar siempre presente el dolor, la partida y el sufrimiento de tantos compatriotas en esas fechas demonizados, como si hubieran sido la encarnación misma del mal. La política se trastoco en lenguaje cirujano-biológico: hay que extirpar, liquidar, limpiar, recuperar/sanar […]
Septiembre siempre trae una brisa extraña. En medio de volantines, asados y traslados, no deja de estar siempre presente el dolor, la partida y el sufrimiento de tantos compatriotas en esas fechas demonizados, como si hubieran sido la encarnación misma del mal. La política se trastoco en lenguaje cirujano-biológico: hay que extirpar, liquidar, limpiar, recuperar/sanar si es posible, un cuerpo enfermo y contaminado por ideologías «foráneas». Ahora tenemos un presidente que dice que «la» democracia estaba, antes del Golpe de Estado, «enferma». Ante este diagnóstico «político-médico» todo estaba entonces justificado, incluido el «derecho» a disponer de la vida y el cuerpo de los otros, jóvenes, niños, adultos, mujeres. Había que dar un escarmiento pues. Dijo el poeta: » Fueron arrojados. Llueven. Asombrosas cosechas de hombres caen para alimento de los peces en el mar. Viviana oye llover tierras santas, oye a su hijo caer como una nube sobre la cruz despejada del pacífico» (Zurita). Agrega más adelante: » Un país de desaparecidos naufraga en el desierto (…) El sol ilumina abajo una mancha negra en el medio del día. En la distancia parecería sólo una mancha, pero es un barco sepultándose a pleno sol con su noche en los pedregales del desierto. Si ellos callan las piedras hablarán«. He aquí uno de los problemas que tiene la derecha política, económica y militar en el país. Por un lado, no quiere reconocer lo brutal e injustificado de lo sucedido con el Golpe de Estado, e intenta, cada cierto tiempo, volver a las teorías del «contexto» o a las del «empate» moral.
Por el otro, hace genuflexiones abstractas sobre el valor de los derechos humanos y dice – al mismo tiempo- que la democracia ya estaba «fallada» obviamente desde antes. Lo cual, deja la puerta semiabierta para intentar -nuevamente- relativizar y justificar lo injustificable: dónde están los responsables del asesinato y desaparición forzada de 3.227 personas? Donde, aquellos que participaron de la detención y tortura de otras 38.254? Y aquellos que decretaron el exilio de más de 200 mil chilenos? .Y es muy probable que estas cifran sean aproximadas. Esta contradicción vital anida en su seno más íntimo y por ahora no tiene salida. Entre otras cosas, porque la dictadura fue un gobierno cívico-militar, y los civiles fueron instigadores, inspiradores y partícipes de lo sucedido del 73 y lo que vino después. Paradojalmente, desde 1990 en adelante, muchos de aquellos que fueron llamados «cómplices pasivos» siguen en cargos en diferentes reparticiones del Estado y el gobierno. Tranquilamente. Por eso, entre otras razones, sostenemos que la posibilidad de lograr una democracia real pasa también por la recreación de nuestra cultura política pública. Y que en esa tarea, ocupa un lugar fundamental discutir la importancia de edificar y preservar un derecho a la memoria compartida. Dar un espacio y tiempo permanente al cultivo de la memoria colectiva, implica traer al presente-futuro la proximidad del otro herido y pasado a llevar, a las víctimas. La importancia de este ejercicio tiene un presupuesto: no será posible construir un presente y futuro decente y justo como sociedad sobre la base de negar el pasado. Tener conciencia histórica pasa por no eludir las catástrofes; por no negar o despreciar la autoridad de los que sufren. Junto con ello asumir las responsabilidades de lo sucedido nos demanda hacernos cargo de una pregunta esencial: cómo educar y auto-educarnos en cuanto sociedad, después de Villa Grimaldi, Tres y Cuatro Alamos, Londres 38, el cuartel de Simón Bolívar, detenidos-desaparecidos y otras expresiones violentas del terror de Estado? Esto parece un punto crucial. Sin embargo, como bien señalara T.Adorno «(…) el que se haya tomado tan poca conciencia de esa exigencia, así como los interrogantes que plantea, muestra que lo monstruoso no ha penetrado lo bastante en los hombres (…). Síntoma, lo anterior, de que –mutatis mutandi-, la amenaza de repetición de lo sucedido aún persiste entre nosotros.
Dice nuevamente el poeta: «Y entonces, llovidos desde feroces nubes nuestras pupilas vacías oyeron aletear las suspendidas rompientes mientras nuestras piernas, brazos, torsos, se agitaban abajo como pequeñas olas sin vida esperando el estruendo final de sus aguas. Porque nos lanzaron al mar y los peces fueron las carnívoras tumbas del mar. Porque nos lanzaron a los volcanes y fueron los cráteres las carnívoras tumbas de los volcanes. Sí, porque nos mataron y morimos y las rompientes de la resurrección nos volaban por arriba como inmensas trizaduras de hielo a punto de reventarse sobre nuestras olas muertas.. Si nosotros callamos las piedras hablarán.
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