Según las últimas informaciones Colombia nuevamente es el país más feliz del mundo: «Por segundo año consecutivo, Colombia se ubicó en el primer puesto como el país más feliz del mundo, según el Barómetro Global de Felicidad y Esperanza 2014. El estudio, realizado en 65 países por la red Mundial de Empresas Independientes de Investigación […]
Según las últimas informaciones Colombia nuevamente es el país más feliz del mundo:
«Por segundo año consecutivo, Colombia se ubicó en el primer puesto como el país más feliz del mundo, según el Barómetro Global de Felicidad y Esperanza 2014. El estudio, realizado en 65 países por la red Mundial de Empresas Independientes de Investigación de Mercados (WIN-Gallup International), reveló que el 86 por ciento de los colombianos consultados se declaró feliz y solo el 2 por ciento dijo ser infeliz. Y el 11 por ciento afirmó no ser ni lo uno ni lo otro» (1)
Debemos pensar entonces que los infelices son solo los millones de «terroristas» que han llegado para hacernos olvidar la dulzura política y social de la realidad colombiana. ¿No será que Colombia es el país más feliz del mundo, porque es un país sepultado?
Definitivamente es una ficción que este «honor» se lo lleve precisamente el país con el conflicto político y armado más antiguo de la historia contemporánea, el país que es el paraíso del narcotráfico, del tráfico de órganos, de tráfico de personas, el primero en violación de derechos humanos contra periodistas y sindicalistas, donde se cierran escuelas públicas pero se abren escuelas de descuartizamiento y el país donde los niños de las comunas plácidamente comen papel.
Pero que más se puede esperar si cuando estudiantes descontentos protestan con justificación evidente en una universidad pública colombiana, Caracol TV titula la noticia de manera tan increíble como esta: «Encapuchados se refugiaron en la universidad de Tunja», ¿Encapuchados se refugiaron en la universidad de Tunja? ¿Estudiantes descontentos en Colombia? ¡Imposible! Aunque surge la pregunta: ¿No es más verídico afirmar -teniendo en cuenta las cientos de investigaciones, y detenciones contra congresistas por parapolítica, narcotráfico y corrupción, que: Narco – paramilitares se refugiaron en el Congreso de la República?
Lo cierto es que ahora al pueblo colombiano le toca soportar falsos positivos pedagógicos como el llamado nuevo grado 12 ¿Por qué en lugar de incluir la lecto – escritura y la filosofía en las academias militares y de cadetes, quieren ahora imponer un año escolar más en la educación básica secundaria de los colombianos? ¿Será para manipular los índices de desempleo? ¿Para hacerles creer a las nuevas generaciones de suprimidos que la policía y el ejército son muy buenos y educados? ¿O será para venderle más libritos de Santillana o Norma a los hijos desheredados del pueblo?
Estos y otros métodos parecen ser la nueva ola de titulares para la audiencia de un circo macabro, donde los «periodistas periodistas», reciben «periodísticamente» con euforia el Plan Espada Honor II.
Porque si el Plan Patriota fue el fusilamiento y la masacre contra miles de campesinos inermes, la tortura atroz y la cimentación de centenares de fosas comunes en suelo patrio por parte de fuerzas estatales y paraestatales, y si el Plan Consolidación fueron falsos positivos, falsas desmovilizaciones y la apertura a la entrada de las multinacionales, precisamente a esos territorios ya destrozados y desangrados, vaciados de pueblo o con habitantes que por el temor y el trauma ya pertenecían más al reino de la muerte que al de dios; en consecuencia el plan Espada de Honor II (cuya espada no es precisamente la de Bolívar) será otro capítulo de la mentira, o en otras palabras; el regreso de lo que no se ha ido. El Espada de Honor II, no es más que una búsqueda del honor perdido o inexistente de la fuerza pública colombiana, y por ello será la multiplicación de falsos positivos, militares, judiciales y mediáticos.
Si el Plan Consolidación consolidó la barbarie del Plan Patriota, El Espada de Honor II buscará exculpar y condecorar a sus autores y ejecutores con honores. Así funciona la oligarquía colombiana acostumbrada a organizar mundiales de futbol, carnavales y reinados de cuanta hortaliza hay mientras ejecuta horribles festines de la muerte, y anuncia la construcción de drones mientras miles de niños mueren de hambre y no saben lo que es un avión de papel.
Sin embargo los poderosos del país viven una crisis sin antecedentes, profunda como las fosas que han cavado para enterrar las voces disidentes de los ciudadanos, de allí que no tengan más remedio que el suicidio que como es costumbre intentarán convertir en genocidio.
Lo patético es que para la oligarquía y sus medios masivos, lo anterior son solo apariencias, Colombia es el país más feliz del mundo, con una apacible mordaza de prensa, donde los medios se autocensuran y crean un mundo factico a voluntad para no hacernos sentir mal y donde millones de incautos agradecemos la venda y el látigo y donde no hay nada más qué decir.
Por eso mientras Santos aumenta desaforadamente la prima a los senadores de la república, el ESMAD en una calle desahuciada de Cali irrumpe y sin preámbulos pisotea con orgullo la mercadería de los trabajadores que venden manzanas, piñas, naranjas, cachivaches y demás lujos de la pobreza. Así también mientras se desliza ofídicamente la reforma a la salud en el congreso más antipopular de la historia colombiana, una banda de policías afilan sus bolillos en el cráneo de un joven, que obviamente contaría con mucho más futuro que todos los miembros de un escuadrón del ESMAD juntos.
Pero la historia real es otra, la burguesía colombiana solo alcanza a un cómico heroísmo que entre devaneos logra mantener, mientras sobrevuelan sobre el capitolio no los cóndores sino los buitres.
¿Qué opción le queda al país? Si Santos y Vargas Lleras representan a la mafia capitalista, y Uribe Vélez, Pacho Santos y José Obdulio personifican al capital mafioso, sus locuaces contradicciones y acusaciones internas también son su derrota, solo quedará de ellas el desmantelamiento de un Estado mafioso disfrazado de Estado de derecho. Al igual que en el círculo de los soberbios descritos en la Divina Comedia, los infiernos de la política colombiana, demostrarán que ellos se demolerán entre sí como ciegos que se conducen unos a otros hacia el abismo. Sus superficiales contradicciones revelan ya las contracciones de un nuevo país, menos feliz pero más real.
Nota: