Desde los más antiguos registros de la historiografía occidental, se puede constatar que al concentrarse poder en potencias imperiales, se produjeron guerras con móviles económicos, a los efectos de sostener la hegemonía de esos imperios. Y en función de ese cometido, había que encontrar una justificación , mintiendo a la población. Eso habrá sido lo […]
Desde los más antiguos registros de la historiografía occidental, se puede constatar que al concentrarse poder en potencias imperiales, se produjeron guerras con móviles económicos, a los efectos de sostener la hegemonía de esos imperios. Y en función de ese cometido, había que encontrar una justificación , mintiendo a la población. Eso habrá sido lo que motivó al gran precursor de la tragedia griega, el genial Esquilo cuando dijo hace 2.500 años: «La primera víctima de la guerra es la verdad».
Está visto que siempre fue necesario el consenso para justificar una guerra. Un justificativo muy recurrente en la historia fue la prevención. Así fue (y sigue siendo) que se habló y se sigue hablando de «guerras preventivas». Una de las más antiguas guerras preventivas conocidas fueron las llamadas «Guerras Púnicas», guerras que venían siendo justificadas por el Senador romano Catón cuando al final de cada sesión del Senado gritaba: «Delenda est Carthago», que significa: hay que destruir Cartago.
Cartago era una próspera ciudad en el norte de África con una poderosa flota mercante, muy superior a la romana. Por supuesto esa superioridad en términos económicos que significaba el control del comercio en el Mediterráneo, era una traba para la expansión económica de Roma. La solución, en lugar de competir con esa flota, para Roma no fue otra, que la de incendiar Cartago. Pero para justificar el incendio, el propulsor de la operación, Catón, presentaba a Cartago como un peligro para la seguridad de Roma, porque la Cartago estaba preparando una invasión a la misma. La verdad sacrificada en esa ocasión, era que Cartago era una pacífica ciudad que controlaba el comercio en el mediterráneo con su gran flota. El desenlace de esa historia, es que Cartago fue extinguida en llamas.
La historia de los siglos XX y XXI tiene varios ejemplos de «guerras preventivas». Después del atentado contra las torres gemelas en N.York, había que intervenir militarmente Afganistán, porque ahí se encontraría el supuesto responsable del atentado; Osama Bin Laden, personaje que antes había sido socio y aliado de EEUU. Más adelante, en 2003, una coalición liderada por EEUU junto a países aliados como el Reino Unido y España, interviene militarmente Irak con la justificación de que ese país tenía armas de destrucción masiva, a pesar de que la misma ONU, no comprobara que tal aseveración era válida. Más tarde se comprobó que Irak nunca tuvo armas de destrucción masiva. El ataque fue televisado y las escenas de la intervención militar eran realmente dantescas. Bagdag era incendiada como lo fue Cartago. Más adelante vendrá Libia y Siria.
El común denominador de las justificaciones en estas intervenciones, además de la prevención, era que los gobiernos de esos países eran dictatoriales, y los EEUU estaban llamados a salvar a sus pueblos, llevando la democracia propia del «mundo libre».
No se puede negar que los gobiernos tanto de Husein como de Gadafi fueron autoritarios. Pero eran Estados que existían como tales. En Irak convivían tres pueblos con sus religiones: Sunitas, Chiitas y Kurdos, sin muchos conflictos, los cuales se encuadraban en la estructura de un Estado. En cuanto a Libia, Gadafi era un gobierno de fuerza, pero Libia era un Estado. Un Estado que con dificultades, tenía resuelta gran parte de las necesidades básicas de su población.
Pero véase lo que son estos dos Estados y Siria en el presente. Son simplemente Estados devastados. El politólogo francés Thierry Meyssan considera que estos Estados desaparecieron después de las intervenciones militares norteamericanas. Y cualquier mortal medianamente informado sabe que los motivos alegados para que esos países fueran intervenidos militarmente, no eran ni la democracia, ni los derechos humanos. Era simplemente el petróleo. El petróleo es la moderna flota cartaginesa.
Los Catones del siglo XXI
En marzo de 2015 el Presidente de EEUU, Barack Obama dictó un decreto por el cual se declara a Venezuela como una amenaza para la seguridad del Estado norteamericano. En marzo de 2018 Trump extiende la vigencia de ese decreto hasta el presente. Alguien dijo una vez: La historia se repite, a veces como tragedia y otras como farsa.
Un siglo y medio antes de nuestra era, el discurso recurrente de Caton se empecinaba en convencer a Roma que Cartago era una amenaza para Roma, el imperio más poderoso de occidente que dominaba todo el mundo conocido hasta entonces. En pleno siglo XXI, la potencia más poderosa del planeta EEUU por un decreto, declara que un país del tercer mundo es una amenaza para la seguridad de su Estado. Pero si la historia se repite, los estilos y sobre todo, los ritmos cambian vertiginosamente. Si aquel soldado griego llamado Maratón que recorrió 42 Km. para anunciar la victoria de Atenas sobre el ejército persa murió al llegar a destino, hoy a las grandes corporaciones mediáticas no les cuesta esfuerzo alguno para en cuestión de segundos, dar una «verdad» conveniente a los intereses de quienes quieren legitimar la guerra, presentando a su actual Cartago como objetivo a ser exterminado. Ya no es Caton el que tiene que repetir por años que Cartago es una amenaza para Roma. Hoy son los grandes medios, los que presentan a Venezuela como un país en crisis, que a pesar de estar en crisis es «una amenaza para EEUU».
La cuestión como en la antigüedad, tiene que ver con intereses imperiales. Hoy no son los barcos cartagineses, Hoy es el petróleo.
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