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La conferencia que UPN censuró en Pamplona

Democracia de excepción y la tragedia de los bienes comunes

Fuentes: Rebelión

Nota de Rebelión: El pasado 3 de octubre el autor debía haber pronunciado en el Condestable de Pamplona una conferencia cuyo texto publicamos más abajo, inscrita en un ciclo de charlas en euskera con el título El tiempo que nos toca vivir. Pero el escritor y doctor en Filosofía renunció a impartirla ante la exigencia […]

Nota de Rebelión: El pasado 3 de octubre el autor debía haber pronunciado en el Condestable de Pamplona una conferencia cuyo texto publicamos más abajo, inscrita en un ciclo de charlas en euskera con el título El tiempo que nos toca vivir. Pero el escritor y doctor en Filosofía renunció a impartirla ante la exigencia de la directora del área de Cultura del Ayuntamiento (UPN), Teresa Lasheras, para que modificara el título y el resumen de la charla que figuraría en el tríptico del ciclo de conferencias. A la concejala le pareció tan subersivo el título de la ponencia: Salbuespen demokrazia eta ondasun erkideen tragedia (Democracia de excepción y la tragedia de los bienes comunes), como el resumen de la misma donde se citaban a autores como Naomi Klein, Michael Hardt o Antonio Negri y se hablaba de las consecuencias de la globalización, de la doctrina del shock o de la involución democrática que, a juicio del autor, vivimos con la crisis como coartada.


Democracia de excepción

Vivimos tiempos excepcionales, donde la excepción es la norma. O así nos lo quieren hacer creer. Las élites políticas repiten diferentes consignas con el fin de justificar que no hay otra salida posible y que sus decisiones excepcionales son únicas e inapelables, afirmando que «es lo que hay que hacer», «no se puede hacer otra cosa», «cueste lo que cueste». Para dar cobertura a esas proclamas ideológicas recurren a la argucia de la excepcionalidad. En abril del 2012, el presidente del poder ejecutivo del Reino de España justificaba la política de recortes con estas palabras: «Lógicamente eso nos sitúa en una situación excepcional y tenemos que reaccionar con medidas excepcionales». La vicepresidenta de ese mismo ejecutivo ya había preparado el camino a finales de diciembre del 2011 con la siguiente declaración: «No hay que temer ese tipo de movimientos, puesto que estamos ante medidas temporales, medidas excepcionales; pero, insisto una vez y otra, estamos con medidas temporales, excepcionales». Es el nuevo movimiento de las medidas excepcionales.

Dada esta situación de excepción, el presidente de la Generalitat de Catalunya ha optado por invertir esta lógica desde una expresión reivindicativa, adelantando las elecciones, en los siguientes términos: «En momentos excepcionales, decisiones excepcionales». Por último, el mismo presidente de la República Francesa decía en agosto de 2012 que la situación era una crisis excepcional: «Estamos ante una crisis de excepcional gravedad, una crisis larga». Y añadía que la situación era equiparable a una batalla: «Hace falta tiempo para ganar la batalla del crecimiento, del empleo y de la competitividad, porque es una batalla». Es la batalla de la excepcionalidad silenciosa y prolongada.

Lo que todas estas voces políticas recogen con variaciones y diferencias no es sino una estrategia diseñada por un sector nada democrático de la Unión Europea. Una de las figuras más sobresalientes en la arquitectura económica y política de esta Europa de los mercaderes es Jean-Claude Trichet. Ha manejado todos los hilos posibles sin pasar nunca por las urnas: gobernador del Banco de Francia (1993-2003), presidente del Banco Central Europeo (2003-20121) y en la actualidad miembro activo del consejo de directores del Banco de Pagos Internacionales, que es el banco central de 60 bancos centrales del mundo, un mega-banco con sede en Suiza que influye y asesora sobre política monetaria y estabilidad financiera. Desde estas posiciones, Trichet se ha convertido en el adalid de la teoría del excepcionalismo en su forma más radical. Él la ha llamado «federación por excepción» o también «excepcionalismo europeo».

En su discurso de despedida como presidente del Banco Central Europeo, en octubre de 2011, ya lanzó la siguiente pregunta amenazadora: «¿Sería demasiado atrevimiento concebir que esta futura unión económica y monetaria, dotada de un mercado, una moneda y un banco central únicos, tuviera además un poder ejecutivo?». Con ello planteaba la creación de un nuevo poder que asumiría la vigilancia estricta de las políticas fiscales y financieras, con la facultad, «en casos excepcionales», de adoptar decisiones de castigo en aquellos casos donde los pueblos no adopten las medidas restrictivas de las demandas presupuestarias de la Eurozona En esos casos excepcionales también se podría penalizar a los pueblos o naciones que escojan partidos equivocados o rebeldes que no sigan las consignas de los imperativos de los mercados.

Esta teoría del excepcionalismo ejecutivo supone un peligro para las libertades democráticas de los pueblos. Por caso, en mayo del 2012 Trichet impartió una conferencia en Washington sobre la crisis. Allí propuso un «salto cuántico» en la gobernanza y en la soberanía de la Unión Europea, estableciendo directamente una «federación por excepción», según sus palabras. Cuando un país adopte «políticas aberrantes» no acordes con los criterios económicos de estabilidad financiera, entonces se podría castigar directamente a los pueblos que sostienen esas políticas, según su criterio.

El filósofo alemán Jürgen Habermas, en su último libro sobre la constitución de Europa, ha criticado esta postura y el hecho de que Trichet reclame un ministerio de finanzas común para la Eurozona, pero sin mencionar la parlamentarización. Habermas se opone con fuerza a esta fórmula porque ve un claro «desequilibrio entre los imperativos de los mercados y la fuerza reguladora de la política» a través de un «federalismo ejecutivo» que gestiona el proyecto europeo a puerta cerrada, sin debatir en el espacio público. Habermas advierte con preocupación que este federalismo ejecutivo posibilita un dominio intergubernamental del Consejo Europeo, bajo el camuflaje de pedir «más Europa». En realidad, más Europa no significa más solidaridad y más democracia, sino más finanzas y más plutocracia, como cuando el 22 de julio de 2011 Angela Merkel y Nicolas Sarkozy llegaron a un arreglo entre el liberalismo económico alemán y el estatismo francés para propiciar una involución posdemocrática contraria al espíritu del Tratado de Lisboa que Habermas rechaza con rotundidad:

«Mediante este camino de una dirección central por parte del Consejo Europeo, podrían trasladar los imperativos de los mercados a los presupuestos nacionales. De este modo, acuerdos tomados sin transparencia y carentes de forma jurídica tendrían que imponerse, con ayuda de amenazas de sanciones y de presiones, a los parlamentos nacionales menguados en su poder. Los jefes de gobierno tergiversarían de esta forma el proyecto europeo hasta convertirlo en su contrario. La primera comunidad supranacional juridificada democráticamente se convertiría en un arreglo para el ejercicio del dominio burocrático-posdemocrático».

Lo que Habermas advierte como una futura amenaza para las democracias de Europa, por desgracia ya se ha hecho realidad, cuando se aprobó la reforma de la Constitución del Reino de España, para incluir la cláusula que limita la posibilidad de deuda del Estado social, así como para asegurar el pago a los acreedores por encima de los derechos sociales y de las necesidades colectivas. En solo treinta días se hizo el cambio, entre agosto y septiembre de 2011, mediante un procedimiento de urgencia y de una única lectura, en lo que se llegó a denominar «reforma exprés». Los dos grupos parlamentarios mayoritarios -los más constitucionalistas- la tramitaron sin apenas opción a debate o rectificación, y desde luego sin hacer una consulta popular previa o el referéndum deliberativo correspondiente. Ningún otro grupo parlamentario apoyó esta reforma, con la excepción de un grupo minoritario, Unión del Pueblo Navarro. En el Diario de Sesiones del Congreso de los Diputados se recogen las palabras del representante de UPN que bien resumen la trapacería y componenda de este tipo de medidas:

«Es verdad que la presentación de esta iniciativa no ha sido la perfecta, pero, señorías, no exageremos. Otros cambios legales de muy dudosa constitucionalidad se han aprobado en esta Cámara con muchos menos votos, sin consenso, y desde luego sin referéndum.»

En todas estas decisiones y medidas se trasluce una estrategia calculada por aprovechar la crisis como coartada para imponer unas políticas determinadas bajo el discurso del miedo. En su despedida del Banco Central Europeo Trichet mencionó a Jean Monnet, uno de los padres fundadores de la Unión Europea. En sus memorias, Monnet mantenía una teoría concreta sobre el uso de las crisis: «Los seres humanos no aceptan el cambio más que por necesidad, y no ven la necesidad más que en la crisis». Trichet cita esta referencia y añade: «Confío en que los cambios de hoy, provocados por la crisis mundial, sean precisamente de esos que Jean Monnet esperaba que pudieran promover un nuevo marco institucional». Así se aprovecha la amenaza de la crisis de la deuda soberana para hacer todas las reformas y todos los recortes que la ciudadanía europea no aceptaría de otra manera. Este pensamiento coincide plenamente con lo que Naomi Klein ha definido como «la doctrina del shock».

Esta doctrina se inició cuando el economista norteamericano Milton Friedman le escribió una carta en 1975 a Augusto Pinochet, el cual para entonces ya era conocido por sus masacres despiadadas en Chile. Friedman le recomendaba en aquella misiva que aplicara un «tratamiento de choque» para que su país abrazara el «completo libre mercado» con un recorte del 25% del gasto público en seis meses, aún a sabiendas del aumento del desempleo. Friedman subrayó que Pinochet debía actuar de manera decidida y rápida, como la terapia de choque que se le da a un paciente de forma abrupta y repentina. El general aplicó a rajatabla la recomendación del economista de Chicago, aprovechando que el país se había convertido en una dictadura. Desde entonces esa política monetaria de estabilidad financiera se ha aplicado en otros países, bajo la supervisión del Fondo Monetario Internacional, con independencia de los estragos y del sufrimiento que generan en la población.

La teoría de la terapia de choque económica se basa en poner freno a la inflación más allá de la política monetaria: mediante un cambio súbito y brutal de política se alteran rápidamente las condiciones y expectativas de la ciudadanía, dejando claro que se va a recortar el gasto público y que los sueldos ya no subirán. Cuando Pinochet aplicó la receta de Friedman en el primer año la economía chilena se contrajo un 15% y la tasa de desempleo pasó del 3% al 20%. La doctrina del shock aprovecha las crisis para que la clase dirigente que ha perdido su credibilidad ante la ciudadanía aplique duras lecciones bajo una recesión o una depresión. En 1982 Friedman lo dejó claro en sus memorias biográficas: «Sólo una crisis -real o percibida como tal- produce un verdadero cambio». En esto coinciden Friedman, Monnet y Trichet. Cuando viene una crisis económica de suficiente gravedad, los dirigentes se ven liberados para hacer lo que consideren necesario en nombre de la reacción a una emergencia nacional, y entonces, nos dice Klein, las crisis se convierten en zonas «ademocráticas», paréntesis en la actividad política donde no parece ser necesario el consentimiento ni el consenso. Eso mismo está ocurriendo en la Unión Europea y es lo que Enzensberger califica como «la expropiación política de los europeos».

Así, en situaciones de emergencia, la teoría del excepcionalismo somete las democracias a las terapias de choque aplicables en época de crisis. Se empieza reduciendo prestaciones, después se mutilan derechos y luego se termina por recortar la misma democracia, a fin de socializar pérdidas y privatizar ganancias con la excusa de la deuda soberana. Todo aparenta ser excepcionalmente lícito y soberano: se comienza modificando el texto de una constitución, posteriormente se quiere modular el derecho a manifestarse y se acaba por censurar una conferencia. Y todo para engañar y tutelar, que es lo que les gusta a algunos. Todo por la gran mentira. Que hemos vivido por encima de nuestras posibilidades, cuando la mayoría hemos vivido y vivimos por debajo de nuestras posibilidades y capacidades. Ese es el verdadero problema. Así que la cosa (pública) solo puede empeorar. Primero fue malestar, después indignación. Ahora ya es asco, el asco indecible.

Ignazio Aiestaran. Escritor y profesor de filosofía de la Universidad del País Vasco

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