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Sobre el desfile del 12 de octubre

Democracia inorgánica

Fuentes: Rebelión

El desfile militar del 12 de octubre se ha talantizado. Hasta los nazis pueden participar en él (siempre lo han hecho, por supuesto, pero no de forma oficial), adecuadamente representados por un ex combatiente de la División Azul. Y también se ha invitado a representantes de las víctimas de ETA, y de las del 11-M. […]

El desfile militar del 12 de octubre se ha talantizado. Hasta los nazis pueden participar en él (siempre lo han hecho, por supuesto, pero no de forma oficial), adecuadamente representados por un ex combatiente de la División Azul. Y también se ha invitado a representantes de las víctimas de ETA, y de las del 11-M. Pero, curiosamente, se han olvidado de las víctimas de los GAL. Y tampoco han invitado a Unai Romano ni a Anika Gil, víctimas, como Lasa y Zabala y tantos otros, de los terroristas de uniforme. ¿Por qué no se han acordado de ellos? Por la misma razón que han indultado al tricorniado Galindo, el más abyecto terrorista convicto y confeso (no convictos ni confesos los hay aún peores) del Estado español, un torturador y asesino que se escudó en su uniforme para perpetrar los más repugnantes crímenes. Porque este Gobierno de talante y pandereta es heredero y deudor del más vil y desestructurante de todos los terrorismos: el terrorismo de Estado.

Ante la infamia de los GAL y la impunidad de sus máximos responsables, ante la complicidad de nuestros gobernantes (tanto de los unos como de los otros, si es que cabe hablar de unos y otros), ante las torturas sistemáticas en cárceles, comisarías y cuartelillos, el mero hecho de hablar de democracia es una necedad o una impostura. Franco tuvo la desvergüenza de llamar «democracia orgánica» a su sangrienta dictadura (la hipocresía es el tributo que el vicio rinde a la virtud, nos recordaba hace poco José Luis Sampedro citando a La Rochefoucauld); sus herederos directos y quienes pactaron con ellos la mascarada de la «transición», se han limitado a quitarle el adjetivo. Ahota tenemos una democracia inorgánica, mineral, puramente estatuaria, iconográfica. Y ni siquiera eso: la estatua ecuestre del dictador sigue presidiendo, desde su estratégico enclave en los Nuevos Ministerios, la política nacional; su bandera (que otro enano agigantó esperpénticamente) sigue ondeando en todos los mástiles, y el rey que designó a dedo sigue reinando y honrando su memoria, con el beneplácito de todos los «demócratas». Y el concepto mismo de «hispanidad» que anima las grotescas celebraciones del 12 de octubre es franquismo puro y duro; no es extraño que en el desfile hubiera grupos de «espontáneos» repartiendo banderitas bicolores y octavillas con el Artículo 2 de la Constitución, el que proclama la indisoluble unidad de la «nación española». Sin embargo, nadie repartió el Artículo 15, el que dice que «todos tienen derecho a la vida y a la integridad física y moral, sin que, en ningún caso, puedan ser sometidos a tortura ni a penas o tratos inhumanos o degradantes»; otra muestra de exquisito talante: no era cosa de aguarles la fiesta a los numerosos amigos de Galindo allí presentes.

Desde los principales medios de comunicación se ataca sistemáticamente a Cuba y a Venezuela (los grandes bastiones del cambio, que, junto con otras rebeldías latinoamericanas, han elevado el castellano a la dignidad de lengua de la revolución, como señalaba hace poco un conocido politólogo francés), se criminaliza la lucha del pueblo vasco por su derecho a la autodeterminación, se apoya un proyecto de Constitución Europea a la medida de los explotadores y de sus guerras, se habla sin cesar de «terrorismo islámico», cuando no hay mayor ni más vil terrorismo que el judeocristiano, el de los tecnobárbaros -como los llama Sampedro– y sus abyectas cruzadas de expolio y exterminio… Franco estaría orgulloso de sus herederos. De los de uno y otro bando.

Decía Einstein, poco sospechoso de radicalismo, que quienes disfrutan en un desfile militar solo por error han recibido un cerebro: con médula espinal habrían tenido bastante. La «democracia» euroestadounidense es un continuo desfile militar coreado por millones de descerebrados.