El we tripantu, en la cosmovisión mapuche, es la renovación de las energías vivas en la naturaleza, lo cual significa, para nosotros y nosotras, un nuevo comienzo en el andar incesante de las comunidades, quienes están en constante relación con las otras fuerzas que existen en el mundo, vinculados como entes únicos, independientes, pero también […]
El we tripantu, en la cosmovisión mapuche, es la renovación de las energías vivas en la naturaleza, lo cual significa, para nosotros y nosotras, un nuevo comienzo en el andar incesante de las comunidades, quienes están en constante relación con las otras fuerzas que existen en el mundo, vinculados como entes únicos, independientes, pero también fuertemente ligados en su actuar y destino con otras expresiones de vida en el tiempo. Es un momento de transformación, de renacimiento, de revolución. Luego de la noche más larga, habrá una nueva salida del sol.
El actual momento que vive la sociedad chilena en este punto de su historia invita a la reflexión profunda y sincera respecto a qué somos y, por tanto, que queremos. En ese proceso, intentamos responder a la necesidad de crear un imaginario del cual sentirnos parte y por el cual poder luchar día a día, enfrentándonos a esta realidad que nos es tan ajena y parece asfixiarnos si es que no aceptamos el individualismo, la ansiedad y la angustia social a la que nos ata con la dependencia a la tecnología y el culto al dinero como verdades absolutas que justifican, rentabilizando cada una de nuestras acciones (desde amar o sentir hasta trabajar o educarnos), la violencia y la explotación.
Indiferentes aún a lo señalado, las culturas ancestrales desarrollaron un concepto de vida reflexionando de manera concreta sobre la realidad en la cual existían, es decir, fue su retroalimentación con el medio natural y social lo que les permitió construir su organización social y una cosmovisión que la sustentara en el plano de las ideas. No es, como pretenden muchos científicos y filósofos, un plano anterior en el desarrollo y evolución del intelecto humano, y no existe, por tanto, una relación temporal entre su cultura y la nuestra, por lo que, en definitiva, no es posible establecer una relación de superioridad entre una y otra. Lo que sí existe es una diferencia clara en el proceso de construcción del individuo enmarcado en la realidad de la que forma parte, lo que tiene su expresión política, religiosa, económica, ecológica y social, lo que va desde la conformación de familias y comunidades hasta la extracción de recursos o las formas de gobierno, educación y salud, por poner ejemplos.
La dominación, en su actual etapa capitalista, interrumpe los nexos entre el sujeto, la colectividad y el medio en el cual desenvuelve su vida, impidiendo de esa manera la reflexión y resolución consciente de las personas y los pueblos, estableciendo con ello, de manera violenta, una forma de existencia en base a patrones e ideas que resulten más convenientes a quienes detentan el poder en sus manos para su privilegio. Esto explica, por ejemplo, los programas educativos con parámetros uniformes y mercantilizados en las escuelas o universidades, la elección de métodos de salud y prevención occidentales por sobre los conocimientos ancestrales, la extracción indiscriminada de recursos naturales y la consecuente destrucción del medio ambiente, o la comercialización del arte como producto y no como expresión espontánea y sincera de un sentir.
En este contexto de imposición, la democracia debe plantearse como el prisma sobre el que construir una alternativa. Ello se refiere a cómo levantamos en conjunto espacios donde las personas puedan desarrollar de manera colectiva las formas y maneras de crear, apoyar y fomentar procesos amplios de reflexión permanente sobre nuestra realidad, de manera tal de dotarse las comunidades y el pueblo de las armas ideológicas y materiales para re-construir nuestras vidas según las propias necesidades, anhelos y esperanzas, abandonando el mercado como espacio válido de decisión política, permitiendo la apertura de los espacios a todas y todos, independiente de cuan lleno de dinero esté sus bolsillos o sus manos. La democratización de nuestras comunidades implica verdaderas oportunidades para cada una de las personas, un modo de vida en que nadie quede excluido y en el que todas y todos podamos empoderar nuestra existencia, permitiendo un desarrollo colectivo igualitario, solidario y consciente, tanto entre nosotros y nosotras, como con la naturaleza, sea en nuestras familias, sea en un sindicato, una junta de vecinos, una comunidad indígena o un centro de estudiantes, todos los espacios deben re-estructurarse sobre la base de la democracia real para los pueblos.
Para ello, la liberación debe ser el mayor anhelo que nos guíe. De manera individual o colectiva, es necesario romper tajantemente con las ideas dominantes que hoy propugnan la explotación y la violencia como eje sobre el cual realizar nuestras vidas. Sin esto, la democracia carece de sentido y no sería más que otra forma de organización política de los espacios comunes. Por ello, es importante re-conocernos como individuos, valorizar la pequeña existencia que significa nuestro actuar o sentir y entender la existencia de la misma complejidad en quienes nos relacionamos, quebrando de forma concreta el individualismo que se expresa en incluso quienes creen, a partir de su propia reflexión, tener las respuestas correctas. Urge ser sobre todo empáticos y solidarios, caminar en conjunto y nunca pretender imponer nuestras ideas, por más justas y necesarias que las creamos. Avanzamos todas y todos, no hay forma más correcta de hacerlo. Nuestra construcción es desde la sinceridad del sentimiento por una mejor existencia para todas y todos, jamás deberá haber espacio para la disputa y la intransigencia, salvo contra quienes oprimen y reprimen nuestra libertad. En esto, la liberación de la mujer y el fin del patriarcado deben ser objetivos primeros.
Dichas ideas de democracia y liberación nos llevan, especialmente en lo colectivo, a reivindicar el autogobierno como forma de organizar nuestras comunidades. Son los pueblos, conformados por personas libres, iguales y con sentido democrático, los llamados a responder las decisiones que como sociedad debamos tomar en nuestro presente y para nuestro futuro. Cómo crecen las localidades, cómo se educa a los niños y niñas, cómo se provee económicamente para la subsistencia, son algunas de las cuestiones en que es urgente plantear una alternativa real al actual sistema injusto, desigual y violento que nos gobierna. Las luchas estudiantiles, las problemáticas territoriales en el sur, la lucha de los pueblos originarios, las organizaciones de trabajadores, son ejemplo de apuestas de conflicto parcial que se hace necesario retroalimentar con otras fuerzas vivas y con los pueblos que aún despiertan del yugo bajo el que se les ha dormido. Unir esfuerzos, solidarizar, emprender la larga tarea de educar y organizar para sacar a puño y fuego a ladrones, avaros y corruptos.
Sebastián Henríquez, Movimiento Capucha de Lana – Quellón, Chiloé, Chile
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