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Democracia y Movimientos Sociales en América Latina

Fuentes: Rebelión

Las contribuciones teóricas del profesor Atilio Borón, respecto del tema de las democracias latinoamericanas y su relación con los movimientos sociales, nos llevan a reflexionar tanto en el territorio de lo académico formal e informal, como en el territorio de las luchas emancipatorias concretas. Son dos ejes que deben acercarse para poder efectuar una síntesis […]

Las contribuciones teóricas del profesor Atilio Borón, respecto del tema de las democracias latinoamericanas y su relación con los movimientos sociales, nos llevan a reflexionar tanto en el territorio de lo académico formal e informal, como en el territorio de las luchas emancipatorias concretas. Son dos ejes que deben acercarse para poder efectuar una síntesis que nos permita desarrollar la cadena indisociable decomprensión-interpretación-explicación-transformación. Comentaremos los puntos más relevantes, considerando los aspectos debatibles.

I.- Sobre los procesos de redemocratización

a) La mayoría de los países latinoamericanos, algunos antes, otros después, en un proceso de largo alcance, lograron, mediante la protesta social, la resistencia y luego mediante las movilizaciones masivas, derrocar a la última oleada de dictaduras y a sucesivos regímenes autoritaristas (es preciso diferenciarlos, aunque ambos respondan a la misma lógica clasista del Capital). Hablamos, entonces de dos grandes procesos históricos: 1) la contrarrevolución capitalista neoliberal; 2) la transición democrática-redemocratización de las sociedades.

Frente a la contrarrevolución neoliberal, se conformaron distintas formas de organización, de lucha, de movilizaciones contestatarias ante el desmantelaje del Estado benefactor (o sus equivalentes), frente a las privatizaciones, y últimamente frente a la apropiación ilegítima de los patrimonios biodiversos (territorios, biodiversidad, riquezas naturales, etc.), y los intentos de imponer el ALCA.

Los procesos de transición democrática-redemocratización, se han movido en el eje ciudadanización-desciudadanización-reciudadanización. Desde fines de la década de los 80 asistimos, también, a la conformación de sucesivos gobiernos en transición hacia lo que se supone sería una democracia considerada como tal bajo algunos parámetros clásicos propuestos desde la Academia (los aportes de Dahl, Whitehead, O’ Donnell, entre otros).

Después de la imposición del programa global de neoliberalismo de guerra, desde el 11 de sep. de 2001, las movilizaciones populares llevaron a la caida de varios gobiernos regionales y el comienzo de una ola de gobiernos cuya caracterización más frecuente es el de atribuirles ser de tendencia progresista y de centro izquierda. Se hace preciso debatir acerca de las reformas llevadas a cabo por estos regímenes denominados «democráticos» y sus verdaderos alcances.

b) Como lo ha propuesto Atilio Borón, es hora de efectuar balances. Sugerimos efectuarlos considerando dos ejes epistémicos: 1) desde la Academia; 2) desde la interioridad misma de los movimientos sociales. ¿Por qué esta diferenciación?. Porque no son equivalentes. Hay en el mundo académico, además de una dispersión grande respecto de las comprensiones-interpretaciones, muy pocos saberes explicativos que merezcan ser calificados de científicos (generadores de conocimiento veraz respecto de lo real, de explicaciones fuertes más que de interpretaciones discursivas que oscilan entre la distorsión ideológica y la distorsión de representación imaginaria, y con características predictivas, etc.). La teoría se ha desfasado de las praxis concretas de los movimientos populares (preferimos hablar de movimientos populares más que de movimientos sociales, atendiendo a su composición y a los intereses reales en juego).

c) ¿Qué es lo que se ha desarrollado posteriormente y a partir de la primera oleada neoliberal?. Todo tipo de crisis: 1) del Estado de Derecho y de las libertades civiles básicas y más complejas; 2) de legitimidades, tanto en la sociedad política como en la sociedad civil; 3) de las representatividades, tanto a nivel de la sociedad política como a nivel de la sociedad civil; 4) del Estado-nación y la soberanía; 5) de los procesos de (re)democratización; 6) de la o las alternativas referentes a una sociedad postneoliberal; 7) de las ideologías y de los imaginarios sociopolíticos y culturales; 8) etc.

d) A lo que muchos ya han agregado respecto de estos temas, incluido los aportes de Borón, debemos agregar reflexiones respecto de la crisis de las teorizaciones, y dentro de ellas, las crisis epistemológicas y ontológicas, condicionantes de las crisis de lo ético respecto de lo real factual. Agregamos, también, la crisis de las interpretaciones en lo referente a las «explicaciones» de los procesos, muchas de las cuales no rebasan la mera opinión, de acuerdo a un esquema ideológico-imaginario muy introyectado en los modelos de mundo individuales-grupales, tanto en el campo académico como en muchas organizaciones del campo popular.

e) Todo lo anterior implica que, en el campo de las luchas por las ideas, hay nociones que son esenciales reestudiarlas y reconceptualizarlas: 1) El Estado; 2) La Nación; 3) la sociedad política; 4) la sociedad civil; 5) el problema del poder como poder global, poder social, poder político, poder cultural; 6) el colonialismo-recolonialismo y los procesos de descolonización en marcha; 7) el imperialismo [1]; 8) la lucha de clases; 9) las luchas movimientistas y de organizaciones; 10) la otra sociedad: el socialismo.

f) Si nos enfocamos en el problema de la relación entre democracia y movimientos sociales, un elemental análisis histórico de nuestra América, tendría que dar cuenta de los siguientes procesos: 1) de la centralidad indiscutible del Estado-nación en el desarrollo de los procesos políticos y su relación con las estrategias de toma del poder [2]; 2) de las heterogeneidades, contradicciones, luchas que se desarrollan dentro de la sociedad civil; 3) de las relaciones dialécticas en perspectiva histórica (la mayoría procesos atravesados por una serie de contradicciones) entre poder estatal y poder civil (popular); 4) de las periodizaciones históricas, entendidas como cambios cualitativos generados a partir de las relaciones dialécticas entre la lógica del desarrollo del Capital y la lógica del desarrollo de los conflictos políticos; 5) de los desarrollos multilineales-desiguales-combinados-contradictorios-antagónicos entre las naciones-Estados capitalistas avanzadas y las dependientes-recolonizadas-subordinadas; 6) de los condicionamientos históricos impuestos por las luchas de clases y populares respecto de los procesos globales, regionales y locales; 7) de los condicionamientos históricos que pesan sobre los movimientos políticos, sociales, clases, en perspectiva emancipatoria, ejercidos por: a) la lógica interna del desarrollo del Capital como relación de explotación-dominio-desposesión mundializada; b) por el accionar de los imperialismos, sus distintas configuraciones históricas y sus distintos centros hegemónicos y/o dominantes; c) por el accionar de las clases dominantes, las clases reinantes (elites) y sus aparatos de poder estatal y civil; c) por las contradicciones dentro del propio campo de la sociedad civil, dentro del campo popular y de las clases sociales (en sentido sociológico y en sentido dinámico-histórico, de relaciones, interacciones, conflictos entre fracciones, hegemonías, etc.).

g) Hace 33 años se inició una nueva fase en Latinoamérica, la de la contrarrevolución neoliberal. Comenzó en Chile (Atilio Borón ha sido uno de los pocos académicos que ha destacado explícitamente este hecho crucial para Latinoamérica, y uno de los que ha demostrado mayor penetrabilidad y profundidad teórica). [3] ¿Por qué es importante este hito histórico?. Porque es el corte histórico entre la creciente ciudadanización y profundización de la democratización de una formación social capitalista y el inicio de las luchas feroces de resistencia, sobrevivencia política y social, y el derrumbe del proyecto de la vía pacífica hacia el socialismo. No comprender este proceso histórico a cabalidad, sólo lleva a superficialidades teóricas de las cuales aún la Academia formal no se repone (agregamos, en el contexto mundial postcedente, el derrumbe de los Estados burocráticos del este).

A partir de esta nueva fase, la democracia adquiere otras connotaciones históricas, y los procesos de ciudadanización se debaten entre la desciudadanización forzosa y la reciudadanización precarizada.

A los ya estudiados procesos transformativos diseñados para y en contra de nuestros pueblos por el centro imperial neoliberal por excelencia, Estados Unidos, via Consenso de Washington, comenzaron a agregarse las influencias perniciosas, via exiliados políticos y via Academia subordinada, del socialdemocratismo o tercera vía. Y otro factor más: el ejército civil de «tanques pensantes» formados en los centros imperiales estadounidenses y europeos que empezaron a copar puestos claves en la sociedad política. La recolonización política de los Estados estaba ya en marcha.

Sólo faltaban los pactos políticos y los pactos sociales para frenar toda posible irrupción popular, toda alternativa revolucionaria. La pacificación social corrió por cuenta de esta nueva burocracia estatal y esta nueva orden proneoliberal que, como en algunos artículos de Petras, queda suficientemente claro, no se adhirió al credo neoliberal por convicciones ideológicas, sino por intereses grupales de poder político, influencias sociales y dinero. De allí la voz unísona que empezó a recorrer toda Latinoamérica: ¡corruptos!.

h) Entramos al territorio de la filosofía política crítica de las conceptualizaciones.

¿Re-democratización?. ¿Transición a la Democracia?. ¿Democracia a secas, sin más, como diría el fallecido filósofo Leopoldo Zea?. ¿Democracia representativa o democracia participativa?. ¿O democracia directa?. ¿U otra democracia es posible?.

Esbozamos algunas directrices para los necesarios debates:

1) Después de la última ola de dictaduras neoliberales, sobrevinieron regímenes democráticos proneoliberales. Tanto lo que se llama redemocratización como la reciudadanización se han ligado a otros dos conceptos claves: la gobernabilidad y la gobernanza. Estos conceptos fueron manufacturados por las clases sociales dominantes de los países capitalistas avanzados, y aplicados por las clases reinantes (elites-tecnócratas-burócratas) de los países capitalistas periféricos, subordinados, dependientes. Los objetivos básicos eran dos: a) dar soluciones focales-asistenciales a las carencias dejadas por el desastre neoliberal; b) contener por la vía institucional las crecientes olas de protestas y resistencias de los movimientos políticos y sociales, generadas por la propia dinámica de las sucesivas olas de neoliberalización.

2) Es preciso diferenciar entre democratización-redemocratización (en sentido de onda larga histórica) y ciudadanización-reciudadanización (en el mismo sentido respecto de periodos regresivos de la historia del Capital) antes y después del corte histórico del golpe militar en Chile (1973), donde comienzan a gestarse las primeras medidas neoliberales que después se constituirán en la contrarrevolución neoliberal propiamente tal y que se hará extensiva al resto de Latinoamérica.

3) Coincidimos con las críticas que en más de alguna oportunidad Atilio Borón ha efectuado a los transitólogos (O’ Donnell, Schimitter, Whitehead, Przeworzky, etc.). Las preguntas claves al respecto son dos: quién o quiénes detentan el poder político y cómo ejercen este poder político. Los transitólogos, de amplia influencia entre la nueva generación de politólogos (jóvenes aún para entender a cabalidad los procesos sociales y que siguen acríticamente los modismos de cierta Academia), se concentran en estudiar el cómo, descuidando las problemáticas referentes a quiénes conforman los bloques de poder político y cómo se conforma la hegemonía estatal. El caso contrario es abandonar el estudio de las formas de gobierno. Es preciso atender ambos asuntos.

Los transitólogos, respecto del quiénes, se han circunscrito al estudio del relevo de las elites gobernantes, a los relevos de la administración estatal. Como establece Jaime Osorio, [4] han estudiado el paso de los militares-tecnócratas (Dictaduras) o partidos de Estado-tecnócratas (regímenes civiles autoritarios) a la gestión de gobiernos civiles por otros tecnócratas y políticos, sin estudiar adecuadamente los intereses de clase que las sucesivas administraciones salvaguardan en el ejercicio del poder estatal. En estas transiciones (pactadas y tuteladas bajo el silencioso poder militar) cabe preguntarse si han habido cambios sustanciales en el bloque de poder, si se ha modificado la hegemonía ejercida por fracciones de clase específicas. Queda planteado el problema.

4) También coincidimos con Atilio Borón en cuanto a que los regímenes políticos latinoamericanos actuales son regímenes oligárquicos y no democráticos como suelen autodenominarse, y que mejor denominación que democracia capitalista es la denominación capitalismo democrático. Jaime Osorio, en el mencionado texto, habla de neooligarquización del Estado con «coro» electoral. Cabe recordar que Norberto Bobbio [5] se refería a las formas de gobierno según quién gobierna (uno, pocos, muchos) y cómo gobierna (bien o mal), identificando así 6 formas de gobiernos: monarquía, tiranía, aristocracia, oligarquía, democracia, oclocracia. La democracia sería, según este autor, el gobierno de muchos que gobiernan bien, y la oligarquía el gobierno de unos pocos que gobiernan mal. A pesar de su esquematismo, es ilustrativo. [6]

5) Coincidimos con las apreciaciones de Atilio Borón, respecto de lo inapropiado del término «democracia burguesa», pues como lo argumentaba el filósofo mexicano Carlos Pereyra, este concepto es «monstruoso»: la democracia se ha conseguido y preservado siempre contra la burguesía. [7]

La fetichización de la democracia asociada a la adjetivación de «burguesa» oculta el carácter dictatorial del capitalismo en su núcleo más duro, las relaciones capital-trabajo. Al respecto, sin embargo, Marx mismo utilizaba este sintagma en sus últimos escritos de juventud y los primeros del Marx maduro. Esto es interesante, porque en los escritos de Marx hay, a lo menos cuatro concepciones de la democracia: a) en primera instancia, Marx siempre ligó la problemática de la democracia a la problemática del Estado (con razón se dice que estos son los nodos claves de lo político, y Marx nació y murió reflexionando acerca del Estado, a pesar de que no escribió ningún texto sistematizador al respecto) [8]. Así, en los escritos anteriores al Manifiesto, encontramos a un Marx muy proclive al «deber ser» kantiano: el Estado como reencarnación del interés general de la sociedad, y el derecho como reencarnación de la libertad. Un mal Estado es el que no realiza la libertad racional. El Marx spinoziano-kantiano-hegeliano, mas no lockeano ni montesquiano, empieza a vislumbrar un vacío teórico entre el Estado ideal y el Estado real. Aquí asistimos al concepto restringido, marxiano, de democracia: la democracia republicana política dentro de la forma de Estado abstracto; la democracia como el enigma cifrado de todas las constituciones; el Estado moderno acabado como el Estado democrático representativo, etc.; b) a partir del Manifiesto, se abre un abanico polisémico respecto del término «democracia», ya no escindible del concepto de Estado clasista: de la concepción de democracia como resolución de la escisión entre sociedad política y sociedad civil, se pasa a otras tres concepciones clasistas y que vienen a llenar el locus vacío entre Estado ideal y Estado real; nos referimos a: 1) la democracia como forma del Estado capitalista, como régimen político de la burguesía. Marx lo expresaba como «la república democrática» o como «la democracia burguesa». Pero estas expresiones están en un contexto discursivo y práxico muy diferente (organización del proletariado como sujeto histórico de la revolución antiburguesa), y llevan a la concepción del Marx maduro: «la democracia no es más que la dictadura de la burguesía» (ya Marx había trabajado teóricamente las bases materiales en la que se sustentaba el Capital como relación social de explotación y dominio); 2) en otro sentido, la democracia comienza a ser también visualizada como un régimen político donde se hace realidad el ejercicio del dominio de las mayorías (el proletariado) sobre las minorías (la burguesía). Por lo tanto, sólo mediante la toma del poder político por la clase obrera se realizará la democracia. Esto se resume en la frase de Engels: «la dictadura del proletariado es la democracia»; 3) habría un cuarto sentido más profundo aún: la democracia no sería ya un régimen politico, sino una sociedad sin clases y sin Estado, o sea, el comunismo.

En resumen, en la obra de Marx y Engels encontramos cuatro conceptos de democracia:

la democracia como la realización de la escisión de la sociedad política y la sociedad civil.

la democracia como régimen político burgués, como formalidad de la real dictadura de la burguesía.

la democracia como régimen político de las mayorías, como dictadura del proletariado.

la democracia como la sociedad sin clases y sin Estado, el comunismo.

Todo esto cobra enorme importancia teórica actual. La mayoría de los movimientos sociales en tránsito emancipatorio, desde los zapatistas hasta los piqueteros, desde los movimientos indígenas ecuatorianos, el MST, el MAS boliviano, tienen como referencia el Estado y la democracia. Entienden todos que la democracia es una forma de régimen político de las mayorías. Algunos influenciados por corrientes anarquistas y el marxismo autonomista enfatizan el desligamiento del Estado real y construyen una democracia real autónoma, autogestionable y autogobernable. Otros lo complementan con la concepción de un régimen político de mayorías incluyentes e incluidoras de las minorías (a veces de mayorías reales) postergadas y silenciadas, lo que debe cristalizar en una Constitución de nuevo tipo (concepción semejante al primer Marx). Pero ninguno se ha propuesto, aun, como horizonte, la democracia como forma de sociedad sin clases y sin Estado clasista. Aunque los procesos reales apuntan hacia allá, hacia la primera fase de esta sociedad, el socialismo.

En cuanto a los regímenes políticos «progresistas» o denominados de «centroizquierda» actualmente vigentes en Latinoamérica, están viviendo la dialéctica propia del atrapamiento dentro del Estado capitalista neoliberal y no han podido y/o querido avanzar en una dirección de profundización de estos procesos para abrir camino a un régimen político democrático entendido como el gobierno de las mayorías no al lado o en coexistencia , sino por sobre las minorías, las capitalistas y procapitalistas. En las condiciones actuales, hablaríamos de regímenes democrático-populares. Pero lo que tenemos son regímenes democrático-populistas.

En cuanto a las concepciones transitológicas, la definición de democracia es dada por las concepciones de Guillermo O’ Donnell, [9] la democracia como Estado democrático de derecho que tiene que cumplir tres condiciones: a) libertades políticas y las garantías de la poliarquía; b) sostener los derechos civiles de las mayorías; c) establecer redes de responsabilidad para que todos los agentes, privados y públicos, más los altos funcionarios, sean sujetos a controles apropiados y legalmente establecidos para garantizar la legalidad de sus actos. A esto sumemos las preocupaciones transitológicas respecto de la calidad de la democracia, medida por parámetros que se basan en una definición mínima de ella: sufragio universal adulto, elecciones libres competitivas y justas, más de un partido político y más de una fuente de información, instituciones y proceso de toma de decisiones no restringidas ni elegidas por poderes externos, dos principales objetivos: la libertad y la igualdad.

Bajo parámetros transitológicos, ningún país latinoamericano estaría bajo un régimen de democracia auténtica, sólo podríamos hablar de democracias imperfectas (Merkl y Croissant, 2000), o de democracias delegativas (O’ Donnell, 1994), o populistas. Pero nótese el déficit evidente respecto de no considerar el carácter de clase de los Estados latinoamericanos en el contexto de la fase de capitalismo mundializado o de neoimperialismo informal. [10]

6) Dado los procesos de conformación de regímenes postdictatoriales y en contexto de fase de neoliberalismo de guerra, de promesas incumplidas, de Estados minimalizados y a la vez extendidos hacia la sociedad civil como forma de poder ejercida por los pro-capitalistas, son comprensibles las decepciones respecto de los regímenes «democráticos» del continente, la generación de conflictos y el accionar de numerosos movimientos de masas inconformes.

¿A que nos enfrentamos cuando se habla de procesos de (re)democratización?. A los siguientes procesos (cada uno requiere de análisis exhaustivos que rebasan esta reseña):

neooligarquización del Estado.

recolonización del Estado. Clientelización del Estado.

mantención del carácter clasista (capitalista) del Estado.

promoción del proyecto político de «democratización» social con «inclusión social» (mera asistencia social focalizada).

promoción del proyecto político de «democratización» de lo político con exclusión política real.

promoción y profundización del proyecto político neoliberal de exclusión económica. [11]

promoción del proyecto político de profundizar la economía exportadora en condiciones absolutamente asimétricas, con sobreexplotación laboral y profundización de las desigualdades globales.

promoción del libre comercio con apertura de flujos financieros especulativos que no van a las áreas productivas, destruyen las organizaciones de los trabajadores, desarticulan las redes de insumisos, posibilitan el saqueo de las riquezas naturales, la biodiversidad y el apropiamiento de los saberes ancestrales.

democratización reducida a lo procedimental, donde lo político se limita hasta el punto en que no se cuestione el modelo económico neoliberal ni la hegemonía/dominio de los sectores que detentan el poder real.

el poder real ejercido por el bloque hegemónico/dominante conformado por la clase reinante (elites-tecnocracia)-grupos económicos empresariales nacionales y extranjeros-altos mandos militares-imperialismo estadounidense.

promoción de la ciudadanización de baja intensidad: expropiación de derechos consustanciales y ampliación de derechos secundarios. Despolitización de la sociedad civil y su sobrepolitización en coyunturas electorales. Predominio de la estatalización de la política por sobre la societalización de la política (Jaime Osorio, 2004). Conformación de las llamadas «mayorías volátiles» (Torres Rivas, 1993).

gobernabilidad «democrática» como muro de contención de demandas, para mantenerse en el poder y ganar legitimidad.

II.- Movimientos sociales y proceso de (re)democratización

Frente a los falsos procesos de «redemocratización» llevados a cabo por las clases reinantes asociadas a los empresarios, a los altos mandos militares y las ingerencias del imperialismo estadounidense (bloque hegemónico de poder estatal) se han desarrollado verdaderos procesos de (re)democratización de las respectivas formaciones sociales latinoamericanas, protagonizadas por los movimientos sociopolíticos y los movimientos políticosociales, es decir, movimientos populares protagonizados por pueblos indios, clase trabajadora, campesinos, organizaciones estudiantiles, religiosas, ecológicas, de género, etc. Esto ha incluido derribamientos de gobiernos sucesivos desligitimados. Sin duda estas movilizaciones con horizontes emancipatorios corresponden a una dialéctica sociopolítica y cultural profunda, verdaderas rebeliones populares «antidemofóbicas», parafraseando a Atilio Borón.

Siguiendo el pensamiento de Borón, estos levantamientos de las clases subalternas o subordinadas, sin embargo, han tenido debilidades visibles: a) no se han constituido en proyectos verdaderamente alternativos (agregamos, salvo los casos del zapatismo, de la experiencia bolivariana, del MST, y parcialmente el caso de la experiencia boliviana); b) fragilidad organizativa; c) inmadurez de conciencia política; d) predominio del espontaneísmo como forma de intervención política; e) agregamos en el caso de Chile, las dificultades enormes para configurar un sujeto político de nuevo tipo (proceso de construcción de un nuevo sujeto político-programa basado en las nuevas condicionalidades de los «nuevos» trabajadores entendidos en su sentido amplio).

Frente a estas problemáticas, consideramos apropiado establecer:

que las formas organizativas apropiadas para cada forma de lucha popular es un asunto que corresponde a la dialéctica de cómo, en cada contexto histórico-social específico, la lucha popular misma va construyendo la organización más apropiada para los objetivos propuestos.

que el desarrollo de la conciencia revolucionaria va siendo producto de la praxis de la lucha misma, asociada a la construcción de teoría propia, a la apropiación creativa de las teorías revolucionarias clásicas, y a la práctica de la autoeducación popular.

que el desarrollo de una estrategia y tácticas adecuadas se correlacionan con la estrategia de la construcción de poder popular al margen del poder político institucionalizado, al borde del Estado clasista. Las concepciones de Hardt y Negri en cuanto a multitudes descentradas, desterritorializadas, moleculares, nomádicas van quedando paulatinamente obsoletas, y las concepciones de Holloway (comunismo anárquico) de renuncia a la conquista del poder central también van siendo superadas en la praxis misma y en las experiencias de lucha. [12] Aunque muchos movimientos sociales se encuentran en un estado primario, lentamente avanzan hacia la construcción de un poder popular alternativo, mientras otros no olvidan las experiencias históricas y no han renunciado a la conquista del poder central. Ambas estrategias no se cancelan entre sí. El romanticismo político del que habla y critica con justeza Borón, lentamente se va retirando de la praxis revolucionaria de muchos movimientos sociales. Son sujetos políticos-procesos que desarrollan su propio tiempo político al margen del tiempo político del poder institucional.

III.- Alternativas y movimientos sociales

Si bien es cierto que las teorías de Negri y asociados, más las teorizaciones de Holloway y asociados llenaron el espacio teórico de vastos sectores de las izquierdas latinoamericanas dejado por la ausencia de desarrollo de la teoría marxista, sus deformaciones estalinianas, su estigmatización institucional por parte del poder político dominante y de las modas académicas vergonzosas y postradas, se van viendo avances al respecto, aunque incipientes, pero con fuerza creativa. Sin duda que la frase célebre de Lenin en cuanto a que sin teoría revolucionaria no hay movimiento revolucionario, tiene su mayor demostración en el desarrollo de las experiencias de sublevación popular en el continente. Esta teoría revolucionaria está construyéndose al calor de las luchas concretas y a través del diálogo fructífero y los debates con alturas de miras.

Hoy, la conformación de un eje estratégico integrador antineoliberal, anticapitalista y antiimperialista entre Cuba-Venezuela-Bolivia, y otros países de la región (ya en marcha), podría condicionar la gestación paulatina de un socialismo creador, democrático y libertario que esperamos se haga un verdadero sentido común, parafraseando a Gramsci.

Ningún proceso verdaderamente revolucionario está exento de contrarrevoluciones violentas de parte del Capital. Ignorarlo, por parte del campo popular, es un suicidio político, de modo que las romanticidades políticas de procesos pacíficos, aun partiendo de reformas, serán, una vez más, una escuela dolorosa, pero tampoco podemos pecar de «verdadero realismo político», y forzar la dialéctica de la historia. Nada más deseable que evitar cruentas masacres que pudieren venir a engrosar el extenso panteón de héroes luchadores latinoamericanos, pero nada más indeseable tropezar dos veces con el mismo error histórico.

La lucha por las ideas es una estrategia absolutamente válida para la necesaria acumulación de fuerzas por el cambio y por las alternativas. No podemos ignorar que la alternativa clave al capitalismo es el socialismo, pero sacarse el pesado lastre de las experiencias estalinianas se constituye en una dificultad al interior del campo revolucionario y al interior de los movimientos por los cambios radicales. Todo avance en todos los campos de confrontación con el capitalismo se va constituyendo en acumulación de fuerza estratégica. Toda grieta abierta al sistema debe ser aprovechada en este sentido. Toda profundización de la democracia en su formato actual capitalista va haciendo más visible el horizonte de la necesidad de la conformación de otra democracia, primero como régimen político de las mayorías con poder de autodecisiones, luego como sociedad en que el Estado clasista se extinga y con ellas las propias clases sociales y las contradicciones y antagonismos inherentes. Es preciso luchar denodadamente para que se desarrolle la conciencia universal de que las alternativas son o socialismo o barbarie. Y no olvidar que todo proceso de cambios impulsados a través de las luchas populares implican la dialéctica de la revolución permanente. Stédile, que es un gramsciano y no un trotskista, lider del movimiento Vía Campesina, lo ha dicho más de alguna vez: una lucha y el alcance de un objetivo exige otra lucha y otros objetivos, y así sucesivamente.

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* Un modesto homenaje para quien ha sido un extraordinario intelectual, maestro, teórico e investigador, y con justeza, galardonado, en enero de 2004, con el premio ensayo de Casa de Las Américas, Cuba.

Cristián Gallegos Díaz  es médico-cirujano. Univ. de Chile y Magíster en Estudios Latinoamericanos. Univ. de La Serena

[email protected]



Notas

[1] Respecto a la reconceptualización del concepto de imperialismo, véase A. Borón, «Un imperio en llamas», en OSAL Nº 18, sep-dic. 2005, Buenos Aires: CLACSO. En este artículo, el profesor Borón destaca la nueva fisionomia del imperialismo: dominación sin hegemonía, multiplicación de los dispositivos de manipulación y control ideológico y político, la hipercentralización en Estados Unidos, la hipermilitarización, la financiarización. Hoy, el imperialismo sería casi exclusivamente violencia y coerción, por lo cual deberíamos referirnos al dominio imperialista estadounidense y no a la supuesta hegemonía estadounidense. Véase también, de Atilio Borón, «La mentira como principio de política exterior de Estados Unidos hacia América Latina», en Foreing Affairs en Español, Vol. 6 Nº 1, 2006. En este breve artículo, el autor desarrolla el análisis del doble discurso político del imperio estadounidense, para engañar a su pueblo y a los latinoamericanos cautivados por el sueño americano: por un lado se dice que Latinoamérica no tiene relevancia política (esto es dicho en los periodos en que Estados Unidos mantiene un férreo control global sobre el continente), y por otro lado, cuando algún país se levanta en rebeldía, o surgen movimientos sociales y políticos díscolos, de embergadura, u olas de descontentos centrados en la lucha antiimperialista (como actualmente es la lucha anti ALCA), entonces, para el imperialismo, los latinoamericanos sí existimos, sí tenemos relevancia, y nos comienzan a poner bases militares estratégicas, a la par de trabajar con los gobiernos clientelares de la región.

[2] Para una revisión crítica de la estrategia de la toma del poder, sus distorsiones y caricaturizaciones, ver la conferencia impartida por Atilio Borón el 6 de mayo de 2004 en el Centro de Investigación y Desarrollo de la Cultura cubana Juan Marinello y publicada en Rebelión el 6-05-2006 con el título «El tema del poder en el pensamiento de la izquierda en América Latina». www.rebelion.org/noticia.php?id=31032

[3] Si bien es cierto que Borón ha calificado al proceso 1970-1973 de un proceso de reformas moderado, nos corresponde más bien a nosotros, los insumiso intelectuales chilenos, profundizar permanentemente respecto de la asimilación reflexiva de la riqueza de este proceso que fue mucho más que un gobierno reformista, y que incluyó tres aspectos no inéditos, pero sí de enorme trascendencia política: a) la generación de un poder popular autónomo que no se restringió a los cordones industriales; b) el más alto grado de desarrollo de la conciencia trabajadora revolucionaria organizada del continente y de la conciencia popular y c) la más profunda y politizada organización y lucha indígena (mapuche)-campesina desde 1883, época en que el Estado chileno y el Estado argentino, concertadamente escindieron y subordinaron a este pueblo-nación. Aún nos falta saldar cuentas con la historia, y estudiar los desencuentros entre estas expresiones de poder popular y el gobierno de la Unidad Popular, con Salvador Allende a la cabeza. En lo que todos coincidimos es que esta magna experiencia de profundización democratizadora de nuestra sociedad capitalista con vistas al socialismo mediante la vía pacífica fue una derrota muy dura no sólo para el movimiento popular chileno, sino para el movimiento socialista y verdaderamente progresista del mundo entero. Y no es casual que esta derrota fue seguida por la derrota del movimiento popular argentino. El imperialismo estadounidense, en pleno periodo de reconfiguración del patrón de acumulación capitalista a nivel mundial, coludido con los altos mandos militares y las clases dominantes de los respectivos países, comprendieron la importancia del peligro que significaba para la desestabilización de Latinoamérica la sinergia de ambos procesos.

[4] Jaime Osorio, El Estado en el centro de la mundialización. La sociedad civil y el asunto del poder , 2004, México. FCE.

[5] Norberto Bobbio, La teoría de las formas de gobierno en la historia del pensamiento político , 1987, México: FCE.

[6] Borón dice que las «democracias» latinoamericanas son gobiernos de los mercados, por los mercados y para los mercados. La idea se entiende, pero no estamos de acuerdo: son gobiernos de las clases reinantes (elites tecno-burocráticas), por los mercaderes especulativos (capital financiero), para el capitalismo mundial. Los mercados no gobiernan. Sabemos que el profesor Borón lo tiene más que claro. Pero es pertinente la observación para que lectores no bien informados decodifiquen erróneamente ciertas paráfrasis.

[7] Al menos en el contexto latinoamericano, pues en el contexto del siglo XIX, en Europa, el incipiente proletariado organizado veía en la burguesía una clase revolucionaria que democratizaba formaciones sociales altamente regresivas, monárquicas, aristocráticas, terratenenciales.

[8] Un interesante análisis acerca de esto y de lo que sigue en Mabel Thwaites Rey y José Castillo, «La vigencia del Manifiesto Comunista: su importancia para pensar el estado y la democracia» en Teoría y Filosofía Política. La tradición clásica y las nuevas fronteras, Atilio Borón (Compilador), 2001, Buenos Aires: CLACSO, pp. 171-197.

[9] Véase «Guillermo O’ Donnell: «Es una obligación y un derecho criticar nuestras democracias»», Entrevista realizada por César Cancino e Israel Covarrubias, en Metapolítica Nº 39, enero-febrero 2005, www.metapolitica.com.mx/39/vimpresa/dossier/02.htm

[10] Nos atreveríamos a decir que si Marx consideró un proceso histórico de acumulación originaria del Capital (económico), implícita está la concepción de considerar un proceso histórico de acumulación originaria de poder político centrada en el Estado. Ambos procesos son indisociables para la reproducción ampliada del Capital en su conjunto.

[11] La exclusión política real y la exclusión económica real han sido la tónica de todos los gobiernos concertacionistas en Chile, y el régimen actual con la presidenta Bachelet, no es una excepción. Basta ver todo el complejo asesorativo de ministros, subsecretarios, etc., la mayoría con estudios de postgrados en Estados Unidos, y decididos profundizadores de las políticas neoliberales. La clase reinante en Chile, representada por el conglomerado político concertacionista y subordinada a las clases dominantes, específicamente representada por la clase empresarial chilena, fuertemente transnacionalizada y dependiente de los centros imperiales, especialmente Estados Unidos, ha sido la mejor elección para mantener el actual modelo acumulativo de Capital, el que brinda mayores garantías, pues tras el gobierno de Bachelet, hay una real base de apoyo popular electoral mayoritaria atrapada entre los pactos político-sociales y la falta de una alternativa real popular. Pese a lo vívido de pertenecer a una sociedad con una de las mayores desigualdades sociales del mundo, uno de los índices de mayor precariedad laboral del mundo, uno de los mayores índices de sobreexplotación laboral, y uno de los más altos índices de empleos informales y de flexibilidad laboral, de subcontrataciones, el pacto social y político por pasividad y miedo funciona a la perfección. Si bien es cierto que la pobreza global ha disminuido, aún persisten bolsones de pobreza indesmentibles. Si bien es cierto que los índices de salud son uno de los mejores de América Latina, medidos por la esperanza de vida (exceptuando a Cuba), ello no es mérito de los gobiernos concertacionistas, sino de las sólidas políticas de defensa de la Salud Pública que por años han defendido los trabajadores de la salud, médicos incluidos. Si bien es cierto que ya no nos enfrentamos a la epidemia de desnutrición sino a la epidemia de obesidad, y que pareciera asemejarnos a la realidad de los países capitalistas avanzados, no es menos cierto que, entre otras cosas, se debe a los malos hábitos alimentarios introducidos por los patrones alimentarios promovidos por las grandes empresas capitalistas que invierten en este rubro. Los niños y jóvenes chilenos ya no comen frutas y verduras, comen chatarra «alimenticia». ¿Esto es desarrollo sustentable a escala humana?. La doble jornada escolar, parte de la reforma educacional ya fracasada hace muchos años en España, e imitada acríticamente, ha sido un fracaso: casi el 60% de los escolares de educación pública no ingieren desayuno y no almuerzan, con el consiguiente deterioro del rendimiento en el aprendizaje. La calidad de las viviendas promocionadas por los planes gubernamentales en connivencia con las empresas privadas de este rubro, no cumplen con los más elementales requisitos de espacio mínimo para asegurar un desarrollo familiar decente, y todos los años se ponen tristemente a prueba ante las lluvias que dejan en evidencia las pésimas estructuras. ¿Cómo no van a haber motivos, entonces, para criticar las políticas neoliberales implementadas por los gobiernos concertacionistas?. Es preciso construir, desde abajo, y desde el mundo popular una verdadera alternativa, y eso pasa por reconstruir al sujeto popular histórico, al movimiento de los trabajadores, y desarrollar un programa que a la vez sea guía para profundizar un proceso de democratización real y efectivo y generar una otra democracia alternativa a la «democracia» restringida o tutelada por los poderes fácticos.

[12] A pesar de las diferencias ostensibles con las teorizaciones de Negri y de Holloway, nadie podría acusarlos de contrarrevolucionarios, o de neoliberalistas disfrazados. Es preciso dar la batalla por las ideas, y eso empieza por reconocer los aportes y aciertos de estos intelectuales que, por cierto, en algunos campos, son bastante originales y mostrativas de un conocimiento de la obra de Marx. Estamos todos comprometidos en una frontal lucha anticapitalista, con diferencias significativas, que no cancelan los debates necesarios. Atilio Borón ha mostrado a través de libros y artículos sólidas argumentaciones en contra de las concepciones teóricas esenciales de estos autores. Nadie podría calificarlo de un «ortodoxo anacrónico», sin antes estudiar con espíritu receptivo y crítico sus sólidos aportes.