Por una parte la cercanía del fin de año y por otra, la sensación de tregua no declarada que parece campear después de un agitado año de protesta social, genera las condiciones para intentar algunos balances, los que, como se sabe, evalúan haberes y debes, ganancias y pérdidas. Desde el punto de vista del primer […]
Por una parte la cercanía del fin de año y por otra, la sensación de tregua no declarada que parece campear después de un agitado año de protesta social, genera las condiciones para intentar algunos balances, los que, como se sabe, evalúan haberes y debes, ganancias y pérdidas. Desde el punto de vista del primer e innecesario gobierno de derecha elegido por vías cuasi democráticas en medio siglo, el balance es por completo negativo. La megalomanía indomable de un magnate cuya fortuna y poder fueron dispuestos para acceder al único poder que no se había calzado, ha derivado en una sucesión de increíbles desatinos, errores, fracasos y despropósitos. A dos años de asumido el gobierno, aún no se sabe para dónde va, qué quiere y cuál será su legado.
En este caso estamos en presencia de una derrota que tiene que ver tanto con el tipo de persona que es el presidente, como con las ideas en las que sustenta su gobierno, las cuales están en franco deterioro en todo el mundo. Los poderosos habrán tomado nota que no basta tener dinero para ser un buen representante de las ideas más refractarias al desarrollo de la Humanidad. Es necesario pensar de un modo estratégico, y eso no lo hace Piñera que, por sobre todo, piensa en beneficios inmediatos, como es normal en la Bolsa, la especulación, el negociado o en los chistes, cuando son buenos. Lo que quiso Sebastián Piñera con su incursión a La Moneda fue financiarse un paseo por el exótico paraje del poder político para sentir, desde ahí, el mundo. A Piñera no le interesa refundar un país: ha querido más bien disfrutarlo a su modo. Por eso sus promesas de campaña son un recuerdo que, comparadas con la realidad del presente, resultan risibles. El mejor ejemplo es el cacareado fin de fiesta que iban a sufrir los delincuentes. Quien ha administrado este fracaso con inusitada eficiencia ha sido el ministro del Interior, Rodrigo Hinzpeter, que inventa cada día una solución mágica y que se mantiene en su puesto nada más que por la extraña fascinación que produce en el presidente. Mientras tanto, aumenta la delincuencia, cuyos desbordes ya incluyen a cogoteros que rozan la revista Forbes.
Otra derrota rutilante es la que ha venido viviendo, dosificada día tras día, la Concertación de Partidos por la Democracia. No hay jornada en que no se conozcan coletazos propios de quien viene cuesta abajo en la rodada. Aunque no tiene que ver con votos más o votos menos, la alternancia binominal permite, por lo menos en teoría, reponerse cada dos años y medio. Pero la suya es una derrota que tiene perfiles algo más complejos y trascendentes. Es una derrota cultural. Por esta razón es que, abjurando de sus principios anticomunistas fundacionales, opera para convencer al Partido Comunista para que sea la nueva levadura que le permitiría reponerse, de manera que Michelle Bachelet descienda de su nube y protagonice la segunda parte de una película que, como se sabe, nunca son buenas. Entretanto, el PC ha comenzado a sufrir el inevitable drenaje que le significará el sobajeo concertacionista. Tal como se conoció en su fundación, el proyecto original de la Concertación ha sido derrotado, aunque todavía le queden maniobras, aliados, balones de oxígeno desechables y personeros que por un tiempo sostengan su stock de parlamentarios, alcaldes y concejales. La mejor expresión de esa derrota es constatar que el paso del conglomerado por la historia de los gobiernos de Chile, no ha dejado una huella indeleble que pueda decir con propiedad a las futuras generaciones «por aquí pasó y esto es lo que hizo». Se dirá que la transición a la democracia, el aumento del ingreso per cápita, el crecimiento económico… y no mucho más. Habrá que ver si estas variables habrán calado en las personas del mismo modo en que lo hace una cultura. Hasta ahora, lo que más se recuerda del quinto de siglo de la Concertación en La Moneda, es haber inaugurado uno de los países más desiguales del planeta. No se puede decir, sin embargo, que sus cuatro presidentes pasaron sin pena ni gloria. Repartieron la gloria para los ganadores de siempre y la pena para el resto. La anterior, es una derrota estratégica. En cambio la de Camila Vallejo en la Fech -y de otras candidaturas comunistas en universidades de Santiago y Valparaíso-, son derrotas sólo si se les mira desde la falta de autocrítica. Tanto ella como la muchachada de las diversas corrientes de nuestra vapuleada Izquierda, son representantes de la más importante victoria adjudicable a los eternos perdedores: la demostración palpable que el sistema es vulnerable.
La gente común, más acostumbrada a las derrotas que a las victorias, desde hace rato anclada a un pesimismo atávico, comienza a sospechar que algo huele bien después de tanto mal olor. Y en esa sensación que es posible ver por doquier, gran responsabilidad tienen los jóvenes universitarios y los chiquillos de la enseñanza media, de todas las tendencias izquierdistas, que, más allá de sus necesarias diferencias, son un solo cuerpo si se les mira desde la desesperanza. No hay razón para dudar que en su mayoría esos partidos, proto partidos, colectivos y grupos diversos confluirán en la alternativa política y social que consumará el cambio que en 2011 comenzó a andar. El humor negro de la Izquierda insiste en que transitaremos de derrota en derrota hasta la victoria final. Pero a veces, muy raras veces en la historia, la derrota como destino parece perder terreno. En esos contados casos, se hace necesario no perder de vista la diferencia que hay entre amigo y enemigo. Esa siempre será una victoria.
Editorial de «Punto Final», edición Nº 749, 23 de diciembre, 2011
[email protected] www.puntofinal.cl www.pf-memoriahistorica.org