El espacio urbano se convierte en la mejor expresión del control que las grandes corporaciones tienen sobre casi todas las actividades sociales y humanas. La ciudad, una construcción esencialmente humana, social, colectiva, pública, reproduce todas las distorsiones y contradicciones del mercado y del capital. La ciudad está entregada a los intereses del mercado, en tanto […]
El espacio urbano se convierte en la mejor expresión del control que las grandes corporaciones tienen sobre casi todas las actividades sociales y humanas. La ciudad, una construcción esencialmente humana, social, colectiva, pública, reproduce todas las distorsiones y contradicciones del mercado y del capital. La ciudad está entregada a los intereses del mercado, en tanto los ciudadanos pasan a ser consumidores. Los otrora derechos a la ciudad, lugar de encuentro y de libre circulación, pasan a ser hoy productos y servicios sujetos a las leyes del libre mercado.
La ciudad no está ya diseñada y construida por el destino de las personas. Y tampoco, podríamos decir, por las grandes corrientes sociales y políticas. La doctrina neoliberal ha reinventado el espacio urbano como espacio de negocios, modelado según las leyes del mercado. Si alguna vez pensamos que la ciudad, como territorio libre y espejo de los procesos humanos, era lugar público y expresión de los derechos humanos, ahora es expresión del mercado, con zonas exclusivas y zonas excluidas. La misma lógica neoliberal sobre la privatización de servicios y comercialización de productos adopta su faz más dura sobre el territorio urbano.
Desde que la ciudad ha sido entregada a las corporaciones mediante concesiones de todos los servicios públicos o con la entrega de grandes zonas para el desarrollo de proyectos inmobiliarios, ha sido también víctima de una de las tantas contradicciones del neoliberalismo. Si las urbes ya sufrían y expresaban en su territorio la división de clases, este fenómeno ha adquirido características inéditas. Carreteras privadas, áreas comerciales, condominios cerrados, resorts , campos de golf, se elevan como cotos cerrados exclusivos y acordonados entre amplios descampados y zonas de exclusión y sacrificios. El acceso a la ciudad y sus beneficios está relacionado con la capacidad adquisitiva y de consumo. La ciudad neoliberal reproduce en el espacio, en el diseño de su territorio, la concentración de la riqueza y también los abusos, discriminación y desigualdades.
Bajo estas premisas, con un ciudadano sin derechos sobre su ciudad, el capital se mueve a sus anchas bajo el apoyo embozado y también explícito de la clase política y los gobiernos. Es de esta forma como crecen y se expanden las ciudades, todas bajo el mismo diseño y estilo de vida promovidos y publicitados por el gran capital. En ese sentido, el crecimiento de la ciudad se mueve de manera paralela a las inversiones privadas y la rentabilidad del capital, que convierten el territorio urbana en un gran espacio de negocios.
Tal fenómeno ha adquirido dimensiones planetarias y rige el curso de las economías y de la vida de las personas. Las burbujas inmobiliarias, como las que hicieron explosión durante la década pasada en Estados Unidos o España, son consecuencia de los excesos de los especuladores empeñados en la obtención de utilidades a partir de las necesidades de la vida urbana. Si ésta es de por sí una contradicción fundamental del capital, los efectos de esta dinámica sobre los habitantes han sido también bestiales. En esta doctrina de la privatización de los placeres y los beneficios, el espacio hacia el cual se evacúan los desechos es el público, lo que consolida las diferencias más extremas.
Santiago sufre este fenómeno en las mismas proporciones que otras grandes urbes del mundo sometidas al libre juego del mercado y la especulación financiera. La diferencia es el grado y peso que tiene en Chile y en Santiago la doctrina neoliberal. Si la economía chilena es una de las más desreguladas del mundo, a sus ciudades también las rige de pleno el mercado y las ambiciones de inversionistas y especuladores.
Es por ello que las inundaciones de abril no fueron un efecto de la naturaleza. La saturación de sedimentos en el agua potable que entrega en Santiago la empresa privada Aguas Andinas, así como los desbordes del río Mapocho por obras de Costanera Norte para servir al sector más rico de la ciudad, son sólo un ejemplo de la ambición corporativa sobre las necesidades de los habitantes.
Publicado en «Punto Final», edición Nº 850, 29 de abril 2016.