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Descubriendo a Sam

Fuentes: Insurgente

Para salir (o entrar) airosos del laberinto teórico, y literal, que implica el Oriente Medio habrá que posar la atención primero en otro lado. Y esto que aseveramos no refleja narcisismo de presunta paradoja bien construida, sino sentido común. Un sentido común que, más que convidarnos, nos exige mirar hacia… los Estados Unidos. Porque ¿a […]

Para salir (o entrar) airosos del laberinto teórico, y literal, que implica el Oriente Medio habrá que posar la atención primero en otro lado. Y esto que aseveramos no refleja narcisismo de presunta paradoja bien construida, sino sentido común. Un sentido común que, más que convidarnos, nos exige mirar hacia… los Estados Unidos.

Porque ¿a quién sino a ellos escuecen con tanta saña asuntos, reseñados por el colega Alberto Cruz en la publicación digital Rebelión, tales como la guerra de liberación nacional en Iraq, el triunfo de Hamas en las elecciones palestinas, la resistencia de Irán a las presiones para que desmantele su programa nuclear -la excusa para una nueva guerra- y la firme determinación de Hizbulá de no desarmar su brazo militar mientras Israel siga ocupando una parte del territorio libanés?

Les duele mucho, sí, porque, en destacado término, la zona representa un descomunal emporio de hidrocarburos. Y, como nos recuerda en La Vanguardia el comentarista Emilio Figueroa, los EE.UU. son el país más intensivamente energético del orbe. «Si nos atenemos al petróleo, su grado de ineficiencia se dispara en comparación con el de cualquier otro país. Simultáneamente, su industria ha experimentado un irreversible proceso de decadencia en su producción interior, de modo que, hoy, sus necesidades de importación de petróleo representan un 60 por ciento de su consumo». Y ¡qué consumo! Los 290 millones de habitantes, menos de cinco por ciento de la población mundial, gastan más de la cuarta parte de la demanda planetaria.

Por tanto, se precisa recomponer una estrategia que, según el citado Cruz, también cuenta logros parciales: «la ruptura de Iraq como país unido, con lo que es más fácil su control en el futuro, pese a la situación bélica actual, y la retirada de Siria del Líbano».

A estrategia perdida, estrategia recuperada

De acuerdo con la última de las fuentes citadas, los círculos gringos de poder son conscientes de que subestimaron la resistencia de los pueblos y del despeñamiento de la popularidad de George W. Bush como consecuencia de la situación global en el Oriente Medio y en Asia Central. Precisan, entonces, el reordenamiento de una línea cuyo tercio bélico comenzó a aplicarse, en 2001, en un Afganistán que no han logrado «pacificar», y continúa en un Iraq donde el goteo de bajas mortales entre las legiones imperiales se hace insostenible, entre otras razones porque está levantando al pueblo estadounidense contra la guerra.

Siguiendo la lógica del expositor, tendremos que «vuelven a utilizar el eslabón más débil, y donde cuentan con más aliados, Líbano, para recomponer toda una estrategia que está cruzada entre los diferentes países y que tiene al país del cedro como principal eslabón. Resolviendo la situación en Líbano, reverdeciendo la denominada revolución roja que puso en marcha en los meses de febrero y marzo de 2005 y que culminó con la retirada de las tropas sirias -remedo de la tan patrocinada revolución naranja en Ucrania-, se podrán centrar en sus propuestas de cambio de gobierno en Siria y en Irán».

Conseguido el abandono sirio, merced a la presión a que fue sometido Damasco tras la aprobación por el Consejo de Seguridad de la ONU de la Resolución 1559 (2 de septiembre de 2004), USA «quiere ahora implementar los otros dos aspectos recogidos en el texto y que no han sido cumplidos: el desarme de las milicias palestinas existentes en el Líbano, especialmente en los campos de refugiados, y la disolución del brazo armado de Hizbulá». Coincidimos con el comentarista en que «sin este desarme, Líbano no podrá ser la plaza fuerte que espera el imperialismo para ofrecer un triunfo ante el impasse en que se encuentra su propuesta de reordenación estratégica».

Por ello, auguramos nosotros también, la Casa Blanca intentará impulsar, o forzar, la aprobación de una nueva resolución en la ONU que obligue a la aplicación de los mencionados aspectos de la 1559 y de otra posterior, la 1663, en la que se amenaza a Siria con la imposición de sanciones si bloquea la investigación del asesinato del ex primer ministro libanés Rafiq Hariri y no entrega a sus responsables, supuestamente altos oficiales de los servicios secretos sirios y libaneses. (Por cierto, ¿cómo habrá caído allá por el Potomac la reciente corroboración, por la comisión investigadora internacional, de los «rápidos progresos en el vital asunto de la cooperación con Siria»?).

En ese contexto, la Siria «contumaz» debería mantenerse en vigilia ante la posibilidad real de los anunciados golpes quirúrgicos contra «campamentos y otros enclaves terroristas» (Washington dixit).

Iraq, pieza del puzzle

Como bien señala Stephen Zunes en la digital IraqSolidaridad, uno de los principales objetivos de los neoconservadores que calzan con construcciones intelectuales al gobierno de Bush es un Oriente Medio desmembrado en mini-Estados étnicos o sectarios, que incluirían no solo amplias nacionalidades sin Estado, como los kurdos, sino también cristianos maronitas, drusos y chiitas árabes.

Por supuesto que esta política no halla su inspiración en el sagrado respeto a la autodeterminación -recordemos que los neocons han sostenido a pie firme una postura contraria al anhelo palestino de Estado propio, incluso a la vera de un Israel seguro-, sino en la «búsqueda imperialista del Divide y vencerás». Porque, desde antaño, la estratificación del Oriente Medio, pletórico de etnias y confesiones, se torna ariete efectivo contra la amenaza del nacionalismo panarabista.

«El riesgo de que Iraq se rompa en un Estado kurdo sunita, un Estado árabe sunita y un Estado árabe chiita es actualmente muy grande. Y, dada la mezcla de estas poblaciones en Bagdad, Mosul, Kirkuk y muchas otras ciudades, existe la posibilidad de la más violenta desintegración de un país desde la partición de la India, hace 60 años».

Conforme a Los Angeles Times, citado por Zunes, «las líneas generales de un futuro Iraq están emergiendo: una nación en la que el poder está diseminado entre clérigos convertidos en señores de la guerra; el control de las escuelas, hospitales, ferrocarriles y carreteras está dividido en líneas sectarias; los chanchullos y la corrupción subvierten el buen gobierno, y las potencias extranjeras sólo ejercen su influencia en un débil gobierno central».

El hontanar de todos estos dramas radica, sin duda alguna, en la propia invasión del país mesopotámico. Y en las (consiguientes) decisiones, tomadas inmediatamente después de la conquista, de abolir el ejército local y purgar la administración estatal -ambos, bastiones del proverbial laicismo iraquí-, creando así un vacío rápidamente ocupado por partidos y milicias sectarias. Además, animaron el sectarismo dividiendo la autoridad «no según las habilidades técnicas o la afiliación ideológica, sino por la identidad étnica o religiosa (…) Como en Líbano, en realidad estos intentos han exacerbado las divisiones, de tal manera que prácticamente cada cuestión política que se debate no se hace acerca de sus méritos, sino acerca de a qué grupo puede herir o perjudicar».

Solo que así no se puede gobernar… en aras del petróleo barato y fluyente, por ejemplo. Y esto lo sabe Washington, que no atina a deshacer el entuerto, porque, por otra parte, hay señales contrarias, de unidad fehaciente. Ante los atentados a mezquitas de una y otra rama del Islam, chiitas y sunitas se han movilizado para proteger mutuamente sus templos y sus barrios. Y lo peor para los yanquis: incluso el joven agitador Al Sader ha insistido ante sus seguidores en que no fueron los sunitas quienes atacaron el santuario del Domo Dorado, sino las fuerzas de ocupación y los baasistas (miembros de Baas, el partido de Saddam).

De modo similar, los sunitas han expresado su solidaridad con los chiitas en una serie de manifestaciones en Samarra y otras urbes. Manifestaciones desbordadas de consignas anti estadounidenses. No en balde el secretario de Defensa de USA, Donald Rumsfeld, puja por que el gabinete que Washington configuró a su imagen y semejanza acceda a un acuerdo que asegure la permanencia de las fuerzas gringas después de la retirada formal, ampliamente demandada por chiitas y sunitas, cristianos maronitas… y hasta uno que otro kurdo.

Irán o el ataque posible

Buena parte del debate en los medios de comunicación de los Estados Unidos no se centra en si se debe o no atacar a Irán, sino en la forma en que debe transcurrir la arremetida, apuntan observadores como Roberto García Hernández, del Centro de Estudios sobre América, en La Habana.

Y llevan razón, porque las discusiones parecen haber progresado más allá de los planes del Pentágono, y algunos funcionarios gubernamentales se han dispensado el lujo de ofrecer indicios de una acción «en un lenguaje que en ocasiones recuerda planteamientos hechos antes de la invasión contra Iraq». Lo cierto es que los principales medios de la derecha están llamando al presidente con el tam tam de una guerra nuclear limitada, inclusive. Como apunta el articulista Jim Lobe, publicaciones como The Wall Street Journal, The Weekly Standard y The Nacional Rewiew han advertido, en una verdadera andanada de editoriales y artículos, que Irán se ha pasado de la raya, ante la decisión soberana de desarrollar la energía nuclear como base de su futuro desarrollo, tenida en cuenta la finitud de los combustibles convencionales.

Ante ello, brotan iracundas preguntas: ¿Quién tendría moral para lanzar el primer guijarro sobre Teherán por el anunciado enriquecimiento de uranio? ¿USA, el mayor enriquecedor del mundo? ¿Israel, desbordado de armas atómicas, como se sabe desde antes de que uno de sus científicos lo denunciara ante la opinión pública internacional, con un acopio de valor que Tel Aviv quiso coartar con el encierro, el ostracismo?

El doble rasero medra en un mundo en que la irracionalidad está tomando visos de realidad, no obstante las lógicas reservas del célebre historiador norteamericano Immanuel Wallerstein, para quien, en un momento en que la energía de los militares estadounidenses se muestra insuficiente para emprender lo que intentan en Iraq y Afganistán, un ataque contra Irán forzaría aún más los recursos, la logística, quizás más allá del punto de quiebre. En segundo lugar, es consenso, las defensas iraníes están tan bien construidas y distribuidas geográficamente, que ningún ataque aéreo, no importa cuán masivo sea, podría barrerlas por completo.

Mas Wallerstein se muestra cauto. Conoce al dedillo que en la toma de decisiones hay un evidente componente de subjetividad. Y la subjetividad de Bush y compañía puede pasar por alto igualmente cosas de «poca» monta como que la nación persa cuenta con una fuerte influencia en Afganistán y especialmente en Iraq, por lo que «puede desatar más estragos ahí e inclinar a los elementos moderadamente pro estadounidenses a asumir una actitud militantemente negativa». Por otra parte, «la interrupción del abasto iraní seguramente subiría los precios actuales a 100 dólares por barril, algo que acarrearía consecuencias impredecibles en la economía mundial, y en la estadounidense».

Ahora, más allá de la predecible respuesta de un pueblo que derrotó desarmado a un rey poderosísimo, el Sha, algunos entre los más influyentes consejeros del presidente norteamericano, explica nuestro historiador, podrían pensar que no tienen nada que perder. Si los EE.UU. no intervienen, Irán poseerá armas nucleares en algún momento, pronto. Y un ataque bien planeado en tiempo puede elevar la aprobación de Bush y ser suficiente para garantizar una victoria republicana en las elecciones parlamentarias de 2006, se dirán.

También está Israel, temeroso de perder su supremacía como potencia atómica en el Oriente Medio. Israel, el socio sin tacha… Socios cuyos dirigentes, del sharonista partido Kadima, han dejado los sueños del Gran Israel a sangre y fuego, para trocarlo en la reducción a menos de la mitad del espacio palestino, el de la resolución 242 del Consejo de Seguridad, que exige la retirada de los territorios ocupados en 1967. Cambio de táctica, que no de estrategia, a la que Hamás, ahora organización mayoritaria en la Autoridad Nacional, se opone con pasión acendradamente nacionalista, al comprender que ese nuevo «Israel solo para judíos» deja a Palestina aislada y debilitada al extremo.

Sí, porque los gobernantes hebreos, y con ellos el electorado, comprendieron que la megalómana divisa llevaba al país a un suicidio -en el año 2020, recuerda un editorial de la Vanguardia Digital, los árabes iban a sobrepasar a los judíos en Israel-, y que, por tanto, devendría pertinente dejar a los palestinos una franja, la de Gaza, de 44 kilómetros de longitud y seis de ancho, donde se hacinan un millón 400 mil habitantes, una gran cárcel sedienta y empobrecida, así como una Cisjordania trucidada por el Muro de la Vergüenza, como le llaman los que sufren expoliación.

Esos mismos a los que USA pretende inculpar por la situación en el Oriente Medio: el pueblo sirio, el libanés, el iraquí, el iraní, el palestino… ¿El género humano no gringo?