Estas fueron las palabras de Alejandro Rodríguez Valcárcel, presidente del Consejo de Regencia, justo en el momento en el que Juan Carlos I de España juraba su cargo de monarca. Hoy en día, periodistas chupamedias y demás cantores de las excelencias de la Transición española afirman sin ruborizarse que el soberano en ciernes le lanzó […]
Estas fueron las palabras de Alejandro Rodríguez Valcárcel, presidente del Consejo de Regencia, justo en el momento en el que Juan Carlos I de España juraba su cargo de monarca. Hoy en día, periodistas chupamedias y demás cantores de las excelencias de la Transición española afirman sin ruborizarse que el soberano en ciernes le lanzó una mirada fulminante a Rodríguez Valcárcel por aquellas palabras (ya son ganas de querer mitificar desde sus inicios al Borbón), sin caer en la cuenta de que la mirada realmente desafiante fue la del presidente del Consejo, como dándole a entender a Juan Carlos I que estás aquí porque él y nosotros lo hemos querido, no lo olvides.
A pesar de los 30 años que han pasado, a uno le sigue dando mucho yu-yu repetir las susodichas palabras, más que nada porque son un fiel reflejo de lo que fue realmente la Transición española. Sin embargo, dicho acto necesita de una reflexión que nos permita ir más allá. En primer lugar, porque ese 22 de noviembre Juan Carlos I de España no juró la Constitución, sino que juró, por Dios y ante los Santos Evangelios, cumplir y hacer cumplir las Leyes Fundamentales del Reino y guardar lealtad a los Principios del Movimiento Nacional. Vamos que juró su adhesión al franquismo.
¿Se imaginan la imagen de un presidente de Alemania jurando sobre la Biblia acatar los principios del Mein Kampf o a uno de Italia coreando Duce, Duce, Duce? Yo no. Pero da igual, porque según los corifeos del asunto, el Borbón juró aquello como una vía necesaria para conseguir su ascenso al trono y así poder derramar todo su espíritu democrático sobre los aborregatidos españoles (sobre los vascos no, que somos muy malos y, sobre todo, antidemocráticos). Sin embargo, yo me pregunto, ¿no es acaso un perjuro por no cumplir lo jurado? Ya, algunos dirán que lo hizo por conveniencia para poder seguir adelante con el proceso (por lo tanto, una nueva bajada de pantalones de la Transición), pero lo terrible es que no es tan perjuro aquel que jura en falso, pensando que lo que jura es verdad, como aquel que jura aún a sabiendas de que lo está haciendo en falso. Si este es el caso del Borbón, mucho deberíamos de tentarnos la ropa porque, ¿quién nos dice que ahora no esté jurando acatar muchas leyes en las que no cree para seguir en el puesto?
Y así, desde entonces, todos juntitos y muy amigados, nos han estado vendiendo la moto de que la Transición española es un ejemplo a nivel mundial de moderación política y social. La de veces que habremos oído en los telediarios que nuestra Transición era un modelo a seguir por países como Argentina o Chile… un momento, stop, rebobinemos… un ejemplo para Argentina y Chile… Eso da qué pensar, porque si la transición española fue un modelo para ambos países, hace tiempo que estos dos han pasado del modelo y lo han adelantado a la misma velocidad que el F-1 de Fernando Alonso haría con un Seiscientos.
Hace poco que en Argentina, tras unos años de transición, se han abolido las leyes de Punto Final y Obediencia Debida. Eso no quiere decir que se vaya a juzgar a miles de militares, ni que se vaya a poner patas arriba al estado de la albiceleste. Simplemente es un hito, un acto moral que demuestra que los propios argentinos reconocen que en su día dichas leyes fueron un mal necesario, pero que la madurez democrática de dicho país les permite hoy en día dar un paso adelante derogándolas y revisando de paso todo lo ocurrido. Menudo simbolismo el de la imagen del general Bendini retirando nada menos que del Colegio Militar los retratos de los represores Videla y Bignone. Aquí, para sacar algo de Franco hay que pedirlo por favor y sin hacer mucho ruido, o mejor aún, hay que transformar edificios netamente franquistas, como el Monumento a los Caídos de Iruña, en supuestas salas de Arte y Ensayo.
En Chile han ido más allá. Al no poder juzgar a Pinochet por asesino y torturador le han buscado las cosquillas por el lado económico, como al mafioso de Al Capone. En estos días un tribunal de aquel país ha decidido su arresto domiciliario por evasión fiscal y falsificación de documentos oficiales. Impresionante. Por cierto, ¿alguien, sobre todo los políticos, puede explicar el origen de la fortuna de los Franco en España?
Y qué quieren que les diga, se me cae la cara de vergüenza. Aquí, desde el estado español, se nos sigue vendiendo que lo ocurrido fue lo mejor (tapar, callar, agachar la cabeza, etc.) y que hay que dejarlo así. Mientras, en otros países, ya están pasando esa primera fase que toda transición exige, para llegar a la etapa de la justicia y el reconocimiento. Sin embargo, por estos pagos se nos advierte de que es mejor no remover el asunto porque generaría inestabilidad, cuando no violencia. Mira tú por dónde no veo ni a Chile ni a Argentina en un estado de guerra civil, sino configurando un proceso democrático para alcanzar mayores cotas de libertad, y sobre todo para recuperar los años perdidos. Allí sí que se puede hablar de Transición, la están finiquitando ahora, aquí sólo podemos hablar de Transformación.
Y es que, dice una máxima científica que la energía ni se genera ni se destruye sólo se transforma. Eso sufrió el franquismo dentro de la Transición española, una Transformación de sus estructuras, una simple adaptación a los tiempos modernos (no fuera que les pasase algo parecido a lo que había ocurrido en Portugal), pero sin cambiar el fondo del asunto. Y así, hoy en día, vivimos en un estado en el que se te encarcela por gritar «Gora ETA», mientras que si gritas «Viva Franco» sales por la tele.
La Transición, mal que bien, ya está hecha, pero ahora debemos continuar. Hay que recuperar a los cadáveres de las cunetas, a los torturados durante 40 años de dictadura, hay que juzgar a los chorizos y estraperlistas que se beneficiaron del amiguismo y de la corrupción franquista y, sobre todo, hay que volver a replantearse el modelo de estado porque el actual se pactó con las armas encima de la mesa y porque además está demostrando que no satisface las aspiraciones de naciones como Catalunya o Euskal Herria. Tal vez una república federal que respetase el derecho de autodeterminación de dichas naciones nos permitiría a muchos poder convivir en un estado llamado España, no lo sé, pero lo que sí se es que el modelo actual hace aguas por todos los lados. Si no hacemos todo esto seguiremos anclados eternamente en la España de la Transición, eso sí, desde el recuerdo emocionado a Franco.
* Aitor Pescador es Historiador.