Ocho páginas de bibliografía, unas 100 páginas de notas, 40 páginas iniciales de cronología e informaciones esenciales sobre nombres y protagonistas, 837 páginas en total. ¡No se las pierdan! Si inician la lectura, no podrán dejarla. ¿ De qué van esas páginas? De la biografía humana, científica y filosófica de alguien que fue considerado hace […]
Ocho páginas de bibliografía, unas 100 páginas de notas, 40 páginas iniciales de cronología e informaciones esenciales sobre nombres y protagonistas, 837 páginas en total. ¡No se las pierdan! Si inician la lectura, no podrán dejarla.
¿ De qué van esas páginas? De la biografía humana, científica y filosófica de alguien que fue considerado hace unos veinte años un perro muerto. T para siempre. ¿Quién hablaría de él en estos términos en la actualidad? Miren, por ejemplo, lo que escribía John Thornhill, en el Financial Times, 28 de diciembre de 2006: «el reciente desarrollo de la mundialización que, desde muchos puntos de vista, recuerda a la época de Marx, ha conducido sin ninguna duda a un interés renovado por su crítica al capitalismo (…) ¿Cómo puede ser que el 2% más rico de la población adulta posea más del 50% de la riqueza mundial mientras que la mitad más pobre no posea más que el 1%? ¿Cómo se puede comprender el capital sin leer Das Kapital?».
¿Y quien es, quién era este autor imprescindible que exige ser leído para comprender lo que está sucediendo en nuestro mundo un siglo y medio después de publicar su gran obra, un clásico que le exigió (a él y a sus más próximos) unos 20 años, un tercio de su vida, de estudio, escritura e investigación? Lo mejor en estos casos es tomar pie en informaciones de espías al servicio de la propia familia; en este caso, a sueldo del hermanastro de Jenny, entonces ministro del Interior de Prusia, un tipejo, Ferdinand, de mucho cuidado. Sólo la inmensa generosidad y amor de Jenny von Westphalen puede dar cuenta del cuidadoso trato que ella le dispensó. El informe del que les hablaba:
«Lleva una existencia de intelectual bohemio. Lavarse, arreglarse y cambiar las sábanas no son cosas que haga muy a menudo, y le gusta emborracharse… No tiene horas fijas para irse a dormir o para levantarse.. [como padre y esposo] es el más dulce y afable de los hombres… Marx vive en uno de los peores [Dean Street, el SOHO londinense] -y por tanto más baratos- barrios de Londres. Ocupan dos habitaciones… En todo el apartamento no hay ni un solo mueble sólido y en condiciones. Todo está roto y andrajoso, con un dedo de polvo en todas partes y el mayor de los desórdenes. En medio de la sala de estar hay una mesa grande y pasada de moda, cubierta con un pedazo de hule, sobre la cual están sus manuscritos, sus libros y periódicos, y también los juguetes de los niños, y retales del costurero de su esposa, varias tazas con los bordes mellados, cuchillos, tenedores, lámparas, un tintero, vasos de whisky, pipas de cerámica, ceniza de puro, etc. En una palabra, todo patas arriba y en la misma mesa… Sentarse se convierte en una cosa peligrosa. Una de las sillas solo tiene tres patas, en otras los niños juegan a cocinas; esta última parece tener cuatro patas y es la que suele ofrecerse a las visitas pero los restos del juego de los niños no se han retirado y si uno se sienta en ella puede echar a perder sus pantalones…. De vez en cuando se produce una animada y agradable conversación que hace olvidar las carencias domésticas y hace tolerables las incomodidades. Finalmente, uno se acostumbra a aquella compañía y la acaba encontrando interesante y original. Este es un auténtico retrato de la vida familiar del comunista Marx».
Y qué denunciaba este comunista que decía no ser marxista? En 1888, cinco años después de su fallecimiento, Tussy (Marx: «ella soy yo»), su hija menor, lo explicaba así tras visitar el Londres obrero, el East End, donde daba charlas, en carta a su hermana Laura:
«No puedo contarte todos los horrores que he visto. Es una pesadilla de la que no puedo librarme. La veo de día y sueño con ella por las noches. A veces me siento inclinada a preguntarme cómo puedo uno vivir rodeado de tanto sufrimiento. Hay una habitación especialmente que no puedo quitarme de la cabeza. ¡Una habitación! Una bodega oscura en el sótano. En ella una mujer sobre un saco y un poco de paja, el pecho medio consumido por el cáncer. Está desnuda excepto por un viejo pañuelo rojo que le cubre el pecho y por un trozo de vela que le cubre las piernas. A su lado, un niño de tres años y otros cuatro niños. El mayor de nueve años. Pero este es solo un caso entre miles y miles.»
En síntesis pensarán: ¿una biografía más del gran clásico? ¿No hay otras muy importantes? ¿No hay libros, artículos, ensayos imprescindibles? Sin duda. Entre otros los de Manuel Sacristán (30 años de su fallecimiento, 90 años de su nacimiento) y los de Francisco Fernández Buey (Marx sin ismos, Barcelona, El Viejo Topo). Pero esta gran biografía tiene un atributo especial y esencial: está escrita desde una perspectiva singular, desde un corazón y una mente que fija su atención en una gran olvidada que empieza a serlo menos, en Jenny Marx. Sin Jenny, Marx no hubiera hecho nada. Nada de nada. Ni su vida hubiera sido la que fue ni su obra teórico-política hubiera sido posible.
No se cortaba un pelo Jenny cuando escribía:
«Parece como si la forma preferida de aplauso de los alemanes es el más total y completo silencio… Querido señor Kugelmann, créame si le digo que hay pocos libros que hayan sido escritos en circunstancias más difíciles, y estoy segura de que podría escribir una historia secreta contando los muchos problemas, preocupaciones y tormentos que han acompañado su redacción. Si los trabajadores tuviesen una idea de los sacrificios que han sido necesarios para escribir esta obra. Que ha sido escrita solo para ellos y por su bien, tal vez mostrarían un poco más de interés».
Como todas las grandes obras, también ésta, este Amor y Capital, exige una aproximación critica. Pero sería injusto que el autor de esta nota planteara la mínima objeción. Pelillos a la mar entre un océano de grandes hallazgos, entre páginas y páginas imborrables de información, comentario científico e histórico y sentida aproximación a Karl, a Jenny y a su familia.
Un libro, pues, un gran libro, un libro imprescindible, que desde que se empieza a leer uno sabe que va a releerlo en más de una ocasión. Un clásico entre las biografías de uno de los grandes clásicos de las tradiciones emancipatorias humanas, el compañero de Jenny Marx, el padre de Tussy Marx. Gracias Mary Gabriel.
Desde luego: para marxistas y no marxistas, para comunistas y para no comunistas. Para todo el mundo que quiera acercarse a unas vidas que son también un poco nuestras y a un tiempo que, sin duda, también es el nuestro.
Fuente: Mundo obrero, febrero de 2015.