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Deshojando las margaritas

Fuentes: www.elclarin.cl

Las renuncias de los militantes históricos de los partidos de la Concertación son como las lluvias de invierno, completamente anunciadas y esperadas, como los pronósticos de los meteorólogos. El hecho de que cada semana renuncie un dirigente de los partidos democratacristiano, socialista o PPD es tan evidente como que el agua moja. La historia comenzó […]

Las renuncias de los militantes históricos de los partidos de la Concertación son como las lluvias de invierno, completamente anunciadas y esperadas, como los pronósticos de los meteorólogos. El hecho de que cada semana renuncie un dirigente de los partidos democratacristiano, socialista o PPD es tan evidente como que el agua moja.

La historia comenzó con el PPD y la salida de Flores, Schaulsohn y Valenzuela; luego siguió con la DC Adolfo Zaldívar, Jaime Mullet y una serie de diputados; le tocó el turno al PS con Alejandro Navarro, Jorge Arrate, Marco Enríquez-Ominami y Carlos Ominami. Como el chorro no podía detenerse, en estos días se fueron del partido los Socialistas con Allende, liderados por Carlos Moya y Esteban Silva; para seguir con esta sangría, hoy renunció el demócratacristiano Marcelo Trivelli. En cualquier ser humano, tal pérdida de sangre lo llevaría a la anemia – o a la muerte, si no mediara una transfusión-.

Extrañamente, en los partidos de la Concertación ocurre todo lo contrario: los dueños de los partidos están felices: «tanto mejor» – dicen- «tenemos menos niños para el trompo y más posibilidades de repartirnos los pititos estatales y parlamentarios», algo así como si hubiera menos legionarios para apropiarse del botín. Un amigo muy ingenuo me preguntó que si se iban tantos dirigentes fundadores de los partidos democratacristianos, socialistas y PPD, ¿quién quedaría como militante? Le respondí: «acaso crees que es necesario que los partidos estén conformados por ciudadanos? Basta sólo tener unos pocos candidatos a senadores y diputados para ser un partido; por lo demás, si superara la centena, lo que a esta altura es mucho, les repartes cargos fiscales».

La idea es que en los partidos no haya ningún dirigente o militante, «un tanto echado para atrás», como dicen los venezolanos; no se trata de tener idea de la dignidad o tener sueños de bien público, lo que importa es que los militantes sean yanaconas- indígenas de servicio- que estén siempre dispuestos a aplaudir las salidas de madre de Camilo Escalona, la mediocridad de Juan Carlos Latorre o los simpáticos pasos de ballet de Pepe Auth; aunque Eduardo Frei sea un poco rural, y su propuesta bastante simplista, hay que apoyarlo con fe de carbonero. Los militantes no pueden tener memoria y ¡ay del insolente que recuerde la crisis asiática y los malhadados dos últimos años de su gobierno! Como los caballeros, los concertacionistas no tienen memoria.

Es cierto que pasaron susto con las brillantes críticas de Marco Enríquez-Ominami, cada vez que le recordaba la relación entre los negocios y la política, que llevan a cabo sus lobbistas asesores Correa y Tironi; poco legislaba que le recordaron las estupideces de ChileDeportes, Ferrocarriles o el TranSantiago – para qué hablar del Registro Civil, si al fin y al cabo la justicia iba a dejar a los implicados libres de polvo y paja, en Chile casi siempre se inclina al queso, en asuntos judiciales, como decía un gran poeta. Si bien le tienen miedo a MEO, hoy se sienten más tranquilos convencidos, ilusoriamente, que en este país la colusión siempre triunfará.

¡Qué solos se quedan los muertos! Recitaba el romántico sevillano, Gustavo Adolfo Bécquer. Hay gente que cree que la historia no cambia nunca, que las viejas formas de hacer política son eternas; estos son los conservadores de la Concertación, de la izquierda y de la derecha. Jamás pueden pensar que algún maldito día los consumidores se conviertan en electores y en ciudadanos: son como el Espantapájaros del Mago de Oz, que no saben pensar.