En sus últimos días, con la mirada atenta desde el segundo piso de palacio, la presidenta Michelle Bachelet alistó sus bártulos, firmó documentos y pensó en su nuevo puesto en la ONU, alejada de la contingencia criolla y los rumores de pasillo. Por su parte, el electo presidente Sebastián Piñera, alpotronado nuevamente en La Moneda, […]
En sus últimos días, con la mirada atenta desde el segundo piso de palacio, la presidenta Michelle Bachelet alistó sus bártulos, firmó documentos y pensó en su nuevo puesto en la ONU, alejada de la contingencia criolla y los rumores de pasillo. Por su parte, el electo presidente Sebastián Piñera, alpotronado nuevamente en La Moneda, llegó a administrar el poder. Los funcionarios de los ministerios y fundaciones vinculados a la izquierda renovada, temblaron en sus escritorios.
Entre los logros destacados por la misma presidenta de la República, y sus más fervientes defensores, estuvo la despenalización del aborto por tres casuales; sustitución del sistema electoral binominal; reforma educacional para poner fin al lucro, selección y copago; reforma tributaria; ley para enfrentar las prácticas de colusión y abusos; también, se logró que la Región del Biobío tuviera Copa América con nuevo estadio regional; entre otras.
El segundo mandato de la señora Bachelet no estuvo exento de remezones políticos y denuncias por corrupción con millonarios desfalcos, pasando por la propia familia de la señora hasta altos oficiales de las policías. México, país tantas veces denostado y sacado a la palestra para referirse a la corrupción, quedó menoscabado ante el robo de dinero con cifras que el trabajador común no logra ni siquiera pronunciar. Mientras tanto sube el costo de la vida y el sueldo mínimo se mantiene intocable ($276.000), monto que solo logra cubrir los gastos de un viaje de ida y vuelta al día en el transporte público, comprar un kilo de pan y con lo que sobra, pagar un alquiler básico.
En un país donde trabajadores se endeudan para conseguir la comida cada mes con tarjetas de plástico a plazo, y se entretienen frente a una pantalla mientras comparten el único momento de descanso al día en familia, no es difícil que la impunidad del neoliberalismo inculque el temor al recuerdo. Por eso, memoriar es un acto de rebeldía y resistencia.
La despedida
La señora Bachelet, al estilo de Pinochet, mandó en las últimas horas de su mandato una serie de Proyectos de Ley al Congreso, entre los cuales estuvo uno que intentó sellar la impunidad a los violadores de los Derechos Humanos; otro que pretendió poner fin al Crédito con Aval del Estado (CAE) que dejó a familias enteras en la miseria tras el objetivo de contar con un profesional universitario en su mesa; un proyecto de reparación espuria a sobrevivientes de torturas; y un proyecto para una nueva Constitución, que según los expertos es un insulto a las propuestas y estudios presentados. También, firmó el TPP-11, que entregó la soberanía a las transnacionales y con ello el despojo al pueblo. Sin embargo,no decretó el cierre de Punta Peuco, penal de lujo que alberga a genocidas de la dictadura.
El debut
No alcanzó a pasar un mes del nuevo-repetido gobierno de Piñera, cuando ya algunas clínicas cuyos dueños son del Opus Dei, lograron que la Corte de Justicia dispusiera medidas especiales para la «objeción de conciencia» y evitar practicar abortos por las tres causales, según quedó a firme en la Ley. El Tribunal Constitucional (integrantes propuestos por la Presidenta de la República y reafirmados por el Congreso, que mayoritariamente pertenecen a la derecha más conservadora en Chile) dio luz verde al lucro en la educación, desbaratando los loables logros de la señora Bachelet con un simple y tenue codazo.
La respuesta no se dejó esperar. Hubo una marcha de estudiantes, con un joven apaleado hasta quedar inconsciente frente a las cámaras de televisión, que después hablaron del clima y los vaivenes del dólar. El siguiente llamado del estamento estudiantil dejó otro universitario en el hospital herido de gravedad y múltiples fracturas por el supuesto atropello involuntario de una patrulla de policías, que arrolló dos veces el cuerpo del joven Cristián García, que se encontraba en las afuera de la Universidad ARCIS.
En tanto, uno de los honorables de la UDI, el señor Urrutia lanzó uno de sus acostumbrados disparos contra el mundo de los derechos humanos. Feliz que un proyecto de reparación a sobrevivientes de torturas fuese retirado del parlamento declaró que estas personas solo eran «terroristas con aguinaldo», pero esta vez, una mujer se levantó de su escaño, con paso firme llegó hasta su puesto y lo enfrentó con coraje. La diputada Pamela Jiles fue la representante de la dignidad de todos y todas quienes fueron torturados a manos de los esbirros y testaferros de la dictadura, los mismos que actualmente son mantenidos gracias a las pensiones millonarias que pagamos todos los chilenos.
Hacer como que algo cambia para que nada cambie, parece ser la premisa de los gobiernos pos dictatoriales. Ponerse del lado del imperio como han hecho con Venezuela y Bolivia, solo los refleja en su real dimensión de lacayos. Administran bien el modelo, lo estudian, lo perfeccionan y lo exportan al resto de América Latina. La señora Bachelet se fue a trabajar a la arena internacional por favores concedidos y quedó como la primera mujer presidenta que lleva en sus manos la sangre del pueblo mapuche.
En una cárcel del sur de Chile, el machi Celestino Córdova, prisionero a causa de un montaje policial, mantiene una huelga de hambre desde el 13 de enero, para poder ejercer su calidad de autoridad ancestral del pueblo mapuche, tal como lo consagra el Convenio 169 de la OIT.
Con todo, la impunidad sigue vigente y en pleno apogeo en el Chile de hoy, donde recordar el pasado es un pecado que «no permite que la sociedad avance hacia los tiempos modernos». Hay quienes se convencen que es lo mejor y así pasan los días, hasta que en las conmemoraciones del degollamiento de los tres profesionales comunistas y cuatro jóvenes asesinados, pobladores/as, estudiantes secundarios/as aparecen con carteles donde se puede leer: «A 33 años, NO PERDONAMOS, NO OLVIDAMOS» y en el parlamento, una mujer se enfrenta cara a cara con la naturalización del fascismo.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.