Federici, sin pelos en la lengua, dirá que ‘la esposa ama de casa está al servicio de su esposo psicológica, emocional y sexualmente, cuida a los niños, limpia sus medias y levanta su ego’. Eso que llaman amor es trabajo no pago…»
Adelanto de «Economía feminista. Cómo construir una sociedad igualitaria (sin perder el glamour)», de Sudamericana.
He tratado todo lo que se supone que una mujer debe hacer… Puedo hacerlo todo y me gusta, pero no te deja nada sobre lo que pensar -ningún sentimiento acerca de quién eres-. Nunca tuve ninguna ambición profesional. Todo lo que quería era casarme y tener cuatro hijos. Amo a los chicos y a Bob y a mi hogar.
No hay ningún problema al que pueda ponerle nombre. Pero estoy desesperada. Empiezo a sentir que no tengo personalidad. Soy una servidora de comida, pongo pantalones y hago la cama, alguien que puede ser llamada cuando quieren algo. Pero ¿quién soy? Betty Friedan, La mística de la feminidad.
Era sábado a la tarde y mi amigo Iván escribió simpática e irónicamente en su Twitter: «Plancho una camisa escuchando Cat Power porque estoy muy seguro de mi masculinidad». Lo reproduje en mi propia cuenta con el agregado: «Acá un compañero engañado por los estereotipos. ¿Planchar es de mujer o acaso escuchar Cat Power? ¿Es malo no ser masculino?».
Enseguida empezó una catarata de anécdotas personales y reflexiones. En ese simple comentario de Iván se condensa mucho de lo que trata este capítulo: ¿por qué asumimos que las tareas del hogar pertenecen a la mujer?, o ¿por qué planchar y barrer pueden vulnerar la masculinidad? Y también, ya que estamos, ¿de qué se trata la masculinidad mainstream?
A lo largo de todo el planeta, el tiempo que destinan mujeres y varones a las labores domésticas está muy desbalanceado: ellos dedican más tiempo a los trabajos pagos mientras que ellas son quienes hacen el trabajo no pago del hogar como limpiar, cocinar, hacer las compras, ocuparse de los niños y ancianos.
Aunque estas labores domésticas son imprescindibles e ineludibles para que la sociedad funcione, suelen ser menos valoradas social y económicamente que el trabajo pago. Vale pensar qué respondería uno mismo a la pregunta ¿cuánto tiempo trabaja usted por día? En general, no se contabilizan dentro de las horas de trabajo el tiempo que dedicamos a ir al supermercado o pasar un trapito por los muebles.
Ese trabajo doméstico cae en una especie de limbo tanto para la teoría económica y las estadísticas como para nuestras propias ideas de qué es y qué no es el trabajo. Sin embargo, su valor económico aparece (y golpea los bolsillos) cuando estas tareas son tercerizadas, sea en centros de cuidados (guarderías, jardines maternales, geriátricos, colonias de vacaciones) o en un servicio particular (empleadas domésticas, cocineras, enfermeras, niñeras o delivery de empanadas).
Ahí podemos ver claramente que al tiempo consumido en esas tareas se le puede poner un precio, y que el liberarse de ellas implica también la posibilidad de disponer de esas horas para trabajar fuera de casa o disfrutar del ocio.
La asimetría en la distribución del trabajo doméstico es una de las mayores fuentes de la desigualdad entre varones y mujeres, es algo que trasciende la brecha salarial. Al ser las mujeres quienes más tiempo dedican a estas tareas no pagas disponen de menos tiempo para estudiar, formarse, trabajar fuera del hogar; o tienen que aceptar trabajos más flexibles (en general precarizados y peor pagos) y terminan enfrentando una doble jornada laboral: trabajan dentro y fuera de la casa.
El fenómeno se repite virtualmente en todos los países y es muy poco visible porque, en mayor o menor medida, todos asumimos que estas tareas son de mujer y que se realizan por amor.
La situación penaliza también a los hombres, imponiéndoles la necesidad de conseguir mejores empleos y salarios para ser el sustento y proveedor de la familia y les quita -en muchos casos- la posibilidad de participar y disfrutar de la crianza de los hijos.
Fuente:http://www.revistaanfibia.com/ensayo/detras-de-cada-gran-mujer-hay-una-gran-mujer/
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